BRASIL. OLINDA, REINA DEL CARNAVAL CALLEJERO
Fiesta en la calle, pintoresquismo colonial, sol nordestino. Todo en Olinda, donde el baile y la música llevan el sello de la herencia africana y los “bonecos gigantes” desfilan por las calles como herederos de la tradición del “hombre de la medianoche”.
› Por Emilia Erbetta
Fotos de Martín Mangudo y Embajada de Brasil
“Alugase”: se alquila. Unos meses antes del Carnaval, en cada casa de Olinda donde sobra un lugar hay un cartel colgando en la fachada con este anuncio. Esta ciudad colonial, una de las más antiguas de Brasil y declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, se prepara todo el año para esos días de fiesta en los que miles de visitantes de todo el mundo suben y bajan por las laderas siguiendo a las casi 800 asociaciones carnavalescas, entre las que hay trocas (orquestas), afoxés, maracatus, blocos de frevo y hasta una procesión de muñecos gigantes. Aunque las fechas marquen cuatro días por año, el Carnaval en Olinda empieza mucho antes: las asociaciones ensayan durante meses, muchas veces con público, y los muñecos van tomando forma reconocible en los talleres. Lejos de la maquinaria facturadora del Carnaval de Río de Janeiro, un espectáculo impresionante y for export que se disfruta con la cola en la silla en el sambódromo, el Carnaval en Olinda se vive en las calles empedradas de esta pequeña ciudad, sin entradas ni programación fija, con desfiles que brotan acá y allá, a todas horas del día, en todos lados, mientras el cuerpo aguante.
OTROS TIEMPOS Alguna vez, Olinda estuvo destruida. La invasión holandesa a Pernambuco en 1630 la dejó devastada y los portugueses la reconstruyeron: viéndola ahora es posible imaginar cómo habrá crecido el bosque tropical entre las ruinas de las casas y las iglesias que quedaban de la villa fundada por los portugueses en 1535. Una villa que fue símbolo de la caña de azúcar y su riqueza, refugio de los grandes señores azucareros, que hasta tenían palco propio en sus iglesias. Impulsada por los holandeses, a menos de diez kilómetros, Recife fue expandiéndose como una mancha de aceite gracias a su puerto y el crecimiento de la actividad comercial. Históricamente las dos ciudades rivalizaron como lo hacen los hermanos, distintas pero íntimas, disputándose el status de capital de Pernambuco, hasta llegar a lo que son hoy: Recife, una gran urbe con rascacielos, capital desde 1837, y Olinda, una pintoresca ciudad colonial de casas de colores y salpicada de iglesias y capillas, con el lomo ondulado de callecitas que suben y bajan, ajustándose en callejones o abriéndose en plazas donde, refugiados bajo una sombrilla del sol nordestino, los vendedores ofrecen agua y cerveza helada.
CARNAVAL MULTICULTURAL Olinda fue nombrada Capital Cultural de Brasil, y cuando está tranquila es difícil imaginar cómo el Carnaval la transforma en una masa de cuerpos que acompañan a los blocos (comparsas) de frevo y los maracatus por las calles de la ciudad, sin vallas ni sillas ni tickets de por medio. El maracatú es un ritmo y una manifestación de matriz africana con orígenes que se remontan a los siglos XVII y XVIII, cuando las masas de esclavos dejaban la vida en los ingenios pernambucanos. Durante el Carnaval, algunos maracatús avanzan con un cuerpo de bailarines, mientras que otros conservan un cortejo formado por un rey, una reina y sus cortesanos, en una celebración que remite a las coronaciones de los reyes negros. El frevo, en cambio, se baila saltando, el cuerpo sostenido primero sobre un pie, después sobre el otro y en las manos un paragüitas de colores, bordado con lentejuelas. Su historia está atada a la historia política, social y cultural de los últimos años del siglo XIX y de las luchas y mixturas entre negros, indígenas y blancos, una expresión del híbrido de tradiciones que conforma la cultura brasileña. Su valor como testimonio histórico es tal que fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
UNA HISTORIA MUSICAL Como coreografía y como ritmo, el frevo nació en Recife hace más de un siglo, cuando las clases trabajadoras pernambucanas formaron las agremiaciones carnavalescas que se conocieron como “clubes pedestres”. En Recife Antiguo, donde alguna vez estuvo la empresa de telégrafos Great Western, hoy está Paço do Frevo, un centro cultural donde funcionan un museo, una escuela de música y un centro de documentación. Allí las guías cuentan que la Guerra del Paraguay fue un punto de inflexión, porque determinó que las elites blancas se retiraran de las calles y se refugiaran en los clubes privados ante el avance de los negros libertos que volvían de la guerra. Durante todo el siglo, las oligarquías azucareras habían festejado un Carnaval a la europea, culto, con bailes de Carnaval en sus “clubes de alegoría”, en los que no entraban los pobres, y con desfiles de carros y batallas de flores siguiendo la moda italiana y francesa. Después de la abolición de la esclavitud en 1888, una masa de ex esclavos llegó de los ingenios y las haciendas a las ciudades, transformando los carnavales de la aristocracia y burguesía en auténticas fiestas populares. Hoy como antes, durante esos cuatro días, por las calles y lomadas de la Ciudad Alta de Olinda desfilan con sus estandartes las asociaciones carnavalescas, herederas de esos clubes pedestres de antaño. Los passistas se mueven al ritmo del frevo con sus paragüitas y sus pasos de danza recuerdan a la capoeira, porque fueron los capoeiristas los primeros passistas, que avanzaban delante de las bandas abriéndoles paso entre la multitud. En aquellos primeros años, el paraguas no era un accesorio pintoresco sino un arma: permitía a la vez esconderse y atacar.
BONECOS GIGANTES El Carnaval de Recife es famoso por tener “o maior bloco do mundo”, el Galo da Madrugada, un gallo monumental que desfila por la capital pernambucana y que incluso llegó al record Guinness. En cambio, Olinda tiene a sus “bonecos gigantes”, muñecos de varios metros de alto que avanzan por las calles atestadas de gente, algunos con marcas de gaseosas y cachazas estampadas en sus trajes. Los primeros bonecos eran de papel maché, pero ahora son de yeso y fibra de vidrio. En la Embajada de Muñecos Gigantes de Olinda que hay en Recife, el muñeco más popular para las fotos es el del papa Francisco, que, sin embargo, nunca desfiló durante el Carnaval. Ahí, junto a otros 200 muñecos, el Sumo Pontífice descansa con los ojos abiertos y una media sonrisa con Dilma Rousseff, el Che Guevara, Michael Jackson y un Messi que es difícil reconocer.
El primer muñeco en recorrer las estrechas calles de Olinda fue el “Homem da Meia-Noite”, la noche del 2 de febrero de 1932, día en que en América del Sur se celebra el culto a Iemanjá. Surgió por una pelea dentro de la troca carnavalesca Cariri, cuando algunos de sus miembros se fueron ofendidos de la agrupación y, como revancha, armaron la troca Homem da Meia-Noite, inspirados en el protagonista de un programa de aventuras que en esa época se presentaba en el cine del pueblo. Hasta ese momento, la troca Cariri abría el Carnaval de Olinda; entonces, despechados, para ganarle de mano, los separatistas hicieron desfilar a su hombre gigante cuando comenzaba el Domingo de Carnaval, a la medianoche.
Declarado Patrimonio Vivo de Pernambuco, el “hombre de la medianoche” es el muñeco gigante más popular de Olinda y recorre cinco kilómetros durante cinco horas por las calles principales de la ciudad. Desde ese 2 de febrero de 1932, todos los sábados de Zé Pereira, cuando a las doce desfila el gigante, símbolo cultural pernambucano, en Olinda comienza oficialmente el Carnaval.
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