BRASIL. SAN PABLO RESIDENCIAL
Cerca del centro histórico de San Pablo, un barrio residencial propone un respiro a los servicios financieros y comerciales de la gran urbe, con dos magníficos parques, restaurantes, museos y teatros.
› Por Pablo Donadio
Fotos de María Clara Martínez
Es difícil sentirse en casa en las grandes ciudades. Desde el avión, San Pablo se muestra enorme, bestial. Sus luces se extienden hasta los cerros que llegan a la costa de Santos, la baixada paulista que lleva al mar a algunos de sus doce millones de habitantes y da respiro a los calores veraniegos. Sin embargo, la ciudad ofrece desde la llegada algunos servicios, espacios y barrios para moverse a gusto sin sentirse superado por su inmensidad. Desde el aeropuerto, aquello que parece complejo se vuelve sencillo: los colectivos y el metro (una red interconectada de 15 trenes bajo y sobre la superficie) enlazan los principales puntos de interés y llevan a rincones edilicios con reminiscencias clásicas o modernas, además de suburbios con historia inmigrante como el cercano barrio italiano Bela Vista y el oriental Liberdade. Entre ellos se ubica el Jardim Paulista, caracterizado por el verde vivo y exuberante de plazas, bulevares y dos importantes parques.
LA GRAN AVENIDA La Paulista, reconocida como centro financiero y comercial, conserva el esplendor grandilocuente de los años de Niemeyer, el arquitecto brasileño que diseñó los principales edificios de Brasilia. Enormes bloques de hormigón con formas extravagantes, espejos y columnas, desniveles e inclinaciones se imponen en el paisaje a ambos lados de la ancha avenida. Imponentes basílicas católicas conviven con capillas evangélicas más modestas, y en los templos callejeros se oyen vehementes oradores de otros cultos cristianos. En cualquier kiosco de diarios se pueden conseguir los CD y libros de esos gurúes espirituales devenidos grandes personajes públicos.
Uno de los remansos sobre la propia avenida y en el barrio Jardim Paulista es el Parque Trianón, un bosque de mata atlántica diseñado por el paisajista francés Paul Villon en 1892, conservado hasta hoy como un tesoro fresco y salvaje. Por sus veredas típicas de mosaico blanco y negro pasean vecinos, oficinistas y turistas circunstanciales siguiendo el capricho de su topografía. Muchos aprovechan sus ondulaciones y la sombra que proveen sus enormes árboles para practicar deportes, pasear animales y participar de las danzas circulares o el yoga. “Este parque es mi hogar, un oasis muito legal”, dice una vecina a quien consultamos por las actividades. “Aquí a natureza gosta de voces”, agrega al irse, llevándose los brazos hacia la espalda, simulando un abrazo. El parque tiene tres grandes manzanas, y una avenida lo atraviesa por el centro. Sobre el puente que conecta uno y otro lado, algunos fotógrafos se reúnen los fines de semana para cambiar fotos artísticas impresas, dibujos y algunos grabados. A una cuadra del Trianón está el Centro Cultural Fiesp, una especie de Malba con forma de pirámide y donde conviven las exposiciones de pintura con el dictado de talleres de arte, eventos de literatura, teatro y cine.
DE CASA AL MERCADO Para quien llega de visita por varios días, los apartamentos se han instalado como una buena opción citadina. Ubicados en el corazón urbano, brindan las comodidades y la calidez de una casa, con cocina, balcón y living, y sillones ideales para el descanso y la lectura. Alternan a la vez con los servicios de un hotel, proveyendo lavandería, servicio a la habitación, limpieza y desayuno. “Somos la opción ideal para las familias”, resume Rosa, de Paulista Flat, ubicado a metros de la Avenida Paulista. Sus pisos más altos hacen a la vez de mirador del gran valle, donde San Pablo cambia ya sus rascacielos por las sierras selváticas. Si el viaje en cambio es por negocios o posee carácter ejecutivo y no hay tiempo para pensar en cocina ni lectura, el mismo barrio propone hoteles con todos los lujos y amenities. A sólo una cuadra de allí, el Tívoli Mofarrej es más que un cinco estrellas con piscina, sauna y sala de eventos corporativos. Integrante de una prestigiosa cadena portuguesa de hoteles, propone un disfrute artístico y gastronómico donde se destaca el restaurante Arola en su piso 23, un mirador urbano de lujo.
Ya de camino al centro histórico, el Museo Da Cidade y el Teatro Municipal convocan con varias visitas gratuitas y una programación completa de conciertos y óperas. Eje también del movimiento diario de San Pablo, el Mercado Central congrega a vecinos y visitantes que estarán varios días y quieren hacer rendir sus reales. La peatonal Carneiro, otra postal paulista, es la calle que conduce allí y baja por varias cuadras como un gran tobogán. Adentro, un mundo inimaginable de frutas amazónicas, goyabadas y frutos de mar brotan de los puestos, y entre ellos hay algunos restaurantes que cocinan en vivo la famosa feijoada brasileña. Maracuyá, mango, guayaba, mamón y otros frutos menos conocidos como la lichia (una ciruela rugosa por fuera pero similar a la uva por dentro), desfilan en grandes y pequeños tablones adornados como para el Carnaval.
La Estación Da Luz es otro buen sitio para hacer compras. De enorme similitud con Constitución por lo antiguo y bello de su edificio, y la multitud que llega a cada instante, la estación es otro punto de atracción cultural. Detrás está la Pinacoteca, donde se presenta en el momento de nuestra visita la obra del australiano Ron Muec, y justo enfrente el Museo da Lingua Portuguesa exhibe de forma gratuita un recorrido por la historia, las costumbres, los usos culturales y la impronta adquirida por la lengua nacional, mixtura –como tantas otras– de corrientes inmigratorias y lenguas nativas.
AL IBIRAPUERA En la esquina de Avenida Paulista y Brigadeiro, varios buses acercan al pulmón verde de la city, el Parque Ibirapuera. Inaugurado en 1954 como parte de las conmemoraciones de los 400 años de la ciudad, ofrece 1,5 kilómetro cuadrado de verde. Dentro, pistas de atletismo, canchas de varios deportes y tres lagos rodean un importante conjunto arquitectónico que incluyen cinco edificios del propio Niemeyer. Entre ellos se destacan el Museo de Arte Moderno, el Museo de Arte Contemporáneo y la sede de la Bienal de Arte de San Pablo. Un auditorio para shows musicales y otros espacios tornan las actividades recreativas aún más enriquecedoras. Sobre sus veredas internas, también de mosaicos, contemplamos con asombro el ir y venir de algunos helicópteros a baja altura. El tamaño y la velocidad de San Pablo son un tema recurrente, tanto es así que muchos empresarios y hombres de poder se manejan aquí en helicópteros y pequeños aviones privados para eludir el tránsito.
Hacia uno de los rincones del parque está el Planetario, el primero de Latinoamérica, seguido del Monumento a las Banderas y al Soldado Constitucionalista, conocido este último como Obelisco de Ibirapuera. Tan grande es el lugar que si se visita en un solo día habrá mucho que dejar de lado. En ese sentido, es recomendable trazar una hoja de ruta para recorrerlo, y priorizar lo que puede ser de interés. Sin dudas, el pabellón de las Culturas Brasileñas es un lugar para apreciar el patrimonio tangible e intangible de la diversidad que nutre, define y caracteriza el pueblo brasileño. Y sin excepción, hay que visitar el Museo Afro Brasil: religión, trabajo, arte, la esclavitud e impronta africana son exhibidos por medio de piezas y obras etnológicas desde el siglo XV a hoy. Así la ciudad, y el país todo, homenajean su raíz negra y nativa, y continúan mixturando y preservando a la vez una naturaleza tan exuberante como la cultura que la habita.
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