Dom 19.04.2015
turismo

LA RIOJA. CHILECITO, EL DESTINO QUE SE ELIGE

Montañas, curvas y torrontés

Chilecito atrae por los matices de sus sierras, ricas en minerales, y es el mejor punto de partida para recorrer la Vuelta al Pique, la Cuesta de Miranda y el Cañón del Ocre, circuitos turísticos que se suman al paseo por viñedos, olivares y nogales de la región.

Con el vocablo “kankan” los diaguitas designaron a Chilecito como lugar en el “confín del mundo”, una idea que vuelve a hacerse presente en boca de los guías que nos acompañan durante el recorrido por la ciudad riojana, ubicada entre las sierras de Famatina y el Velazco.

Alrededor de dos horas de viaje separan a Chilecito de la capital provincial. Durante el trayecto aparecen las formaciones de Los Colorados, que nos reciben con sus paredes rojizas talladas al costado de la unión entre las RN 38 y 74. Estas formaciones deben su color al óxido de hierro, y son similares a las que se encuentran en el Parque Nacional Talampaya, en el sur de la provincia.

Por su ubicación geográfica “Chilecito no es un sitio de paso: quienes vienen realmente eligen venir aquí”, asegura Mario Andrada, presidente del Ente Municipal de Turismo local. “En los últimos tres años el desarrollo de la actividad turística creció en forma importante, hasta recibir entre 5000 y 6000 visitantes los fines de semana largos”, agrega. Y la ciudad los espera con su Cristo, con la Vuelta al Pique, con la Cuesta de Miranda y el Cañón del Ocre, circuitos de coloridos paisajes que van desde los rojos intensos, pasando por los marrones y los grises, hasta llegar a las rocas amarillas, huella del azufre existente en la región.

No es todo: hay aquí ríos que atraviesan los caminos y pueden resultar peligrosos durante las crecidas; así como rutas de asfalto y rutas de ripio, con curvas y contracurvas, por las que se puede recorrer el valle de Famatina. Terminan de enmarcar este paisaje los picos nevados de la sierras.

Y como Chilecito fue la capital más austral del imperio incaico, hay aquí también rastros de un pasado ancestral: desde piedras talladas por los pueblos originarios hasta partes del Camino del Inca.

Mica en la finca de nogales, donde acompaña a su familia en la entrega de la cosecha de nuez.

TORRONTéS Y NOGALES Durante una visita siempre hay un momento para degustar alguna de las variedades del torrontés riojano. La Cooperativa La Riojana agrupa a más de 400 asociados, que producen entre 37 y 40 millones de litros de vino al año, entre ellos los de esta cepa emblemática de la provincia.

El aroma a vino envuelve a los visitantes que pueden disfrutar de una visita guiada por la bodega. Rodolfo Griguol, enólogo y jefe del área de Gestión de Calidad e Investigación de la cooperativa, asegura que “los Valles de Famatina permiten el desarrollo de todo el potencial del torrontés riojano por la altura –1000 metros sobre el nivel del mar–, la baja humedad, la alta luminosidad y la gran amplitud térmica”.

Luego de cinco años de investigación, Griguol logró aislar dos tipos de levaduras nativas de fermentaciones espontáneas, lo que permitió producir un vino torrontés “de aroma y sabor fino y delicado”. Actualmente estas levaduras se comercializan en el mercado internacional, al igual que otros productos de la cooperativa.

Las condicionales naturales de algunos pueblos riojanos como Guachin o Sañogasta también son propicias para el desarrollo de nogales. En una de las fincas de nuestra visita conocemos a Mica, una nena que después de haber acompañado a los mayores en la entrega de la cosecha de nueces juega junto a sus hermanos abriendo las cáscaras con sus manos manchadas. Mica tiene nueve años, una mirada tan inocente como profunda y un largo pelo negro que enmarca su cara redonda. Junto a ella recorremos parte del circuito conocido como Vuelta al Pique, cuyo nombre viene de un lugar de cultivo de nogales conocido como El Pique. Las lluvias recientes aumentaron el caudal de agua de los ríos, de modo que no pudimos completar el recorrido, pero en general, al llegar al punto máximo de 3000 metros sobre el nivel del mar se pueden apreciar desde lo alto sitios arqueológicos que dan cuenta de la historia del lugar y de sus pueblos. Durante el recorrido se avistan aves rapaces, aguiluchos y perdices que se mezclan con la flora autóctona.

La cosecha de oliva constituye otro de los productos identitarios de la región. La finca Valle de la Puerta posee 150 hectáreas de plantaciones de viñedos y 700 hectáreas de olivares, donde se encuentran siete variedades de aceitunas: Arbequina, Nabali, Barnea, Picual, Frantoio, Empeltre y Manzanilla.

La bodega, inaugurada en 2002, y la planta productora de aceite, abierta en 2005, producen dos millones de litros de vino y 2200 toneladas de aceite de oliva por año aproximadamente. La cosecha, tanto de uva como de aceitunas, se realiza en forma manual, comenzando a mediados de marzo y finalizando en julio. A quienes llegan hasta allí se les ofrece recorrer en bicicleta los senderos que separan las distintas plantaciones de la finca, una excelente opción para contemplar durante el paseo el entorno serrano.

La Cuesta de Miranda, un tramo sinuoso y colorido entre las Sierras de Sañogasta y Famatina.

A LOS PIES DE FAMATINA Desde Chilecito partimos hacia el norte unos 30 kilómetros hasta llegar al pueblo de Famatina. Una barrera sobre la ruta 16, carteles con la leyenda “No a la mina” y un grupo de personas sentadas al borde del camino mantienen una guardia permanente como huella de lo que fue la resistencia contra las empresas multinacionales que intentaron en los últimos años reactivar la actividad minera en las sierras. “Los pueblos del interior son sumisos, pero cuando se habló de minería salimos todos como hormigas”, relata Coco, residente del pueblo, mientras recuerda las manifestaciones que llevaban como consigna “Famatina no se toca”.

“La riqueza minera de la región atrajo y atraerá inversores siempre”, agrega Poli, uno de nuestros guías. Prueba de ello es el cablecarril construido en 1904, que cuenta con nueve estaciones y era utilizado para el trabajo minero cubriendo una extensión de 37 kilómetros.

Esta obra, que conectaba Chilecito con la mina La Mejicana, a 4200 metros sobre el nivel del mar, dejó de funcionar en 1950 y fue declarada Patrimonio Histórico Nacional en 1982.

Hoy como ayer, recorrer las sierras de Famatina implica adentrarse en un camino donde los minerales colorean un paisaje de rojos intensos, marrones y grises hasta llegar a tonalidades casi albinas. Desde el Portezuelo Blanco se puede observar una de las formaciones más bellas de todo el recorrido, Los Pesebres, así llamada por su parecido con la imagen religiosa.

Durante nuestra travesía cruzamos en varias oportunidades el río amarillo cargado de azufre que desciende hasta el valle repleto de vegetación autóctona. Seguimos subiendo las sierras por los caminos de ripio hasta los 2600 metros sobre el nivel del mar, donde nos encontramos con el Cañón del Ocre. Algunos miradores al costado de la ruta permiten acercarse al precipicio formado por esta falla profunda en las rocas, y desde allí observar el río también denominado popularmente como “dorado” o “de oro”, que arrastra sedimento nacido de la erosión en el lugar poniendo un último y mágico color en la paleta de Chilecito.

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