Dom 19.04.2015
turismo

TIERRA DEL FUEGO. USHUAIA POR AIRE, AGUA Y TIERRA

Colores del fin del mundo

En su mítica ubicación sobre las orillas del Canal de Beagle, Ushuaia es la puerta de acceso a una tierra incógnita. Los bosques de tonos otoñales, sus valles de brumas misteriosas, los turbales y las aguas que navegaron los yámanas esperan al visitante en esta isla remota de nuestro sur.

› Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

En el fin del mundo, “NYC” no tiene nada que ver con la lejana Nueva York, esa ciudad de rascacielos que bien podría estar en otro planeta con su skyline exagerado y su avenidas de vidrieras glamorosas. En el fin del mundo, “NYC” significa “nacido y criado”: un slogan que varios nos repiten con orgullo a lo largo de nuestra estadía, porque ser “nacido y criado” en Tierra del Fuego se vive como una marca distintiva que permite compartir y comprender los códigos de este remoto confín de la Argentina. Detrás de este orgullo hay una historia: la del trabajoso poblamiento de la Isla Grande de Tierra del Fuego, con su necesidad de constante presencia como bastión de la soberanía, contra viento y marea, y sobre todo contra clima y distancia. Sin embargo, cuesta creer en Tierra del Fuego como una tierra difícil cuando las primeras horas de una tarde otoñal nos reciben con un soplo de viento fresco pero suave, y el sol ilumina de cálido dorado el follaje de los bosques que viran al rojizo. Acabamos de bajar del avión de Aerolíneas, donde varios pasajeros extranjeros vivieron con emoción el aterrizaje en Ushuaia: “Incroyable, on est enfin arrivé à la fin du monde”, suspira un grupo de franceses, tal vez los más fieles en sus visitas a la Patagonia. Ushuaia fue de hecho el nombre de un programa televisivo que se emitió en Francia durante 25 años: sus documentales de naturaleza recorrían las regiones extremas del mundo entero y contribuyeron a la inédita popularidad de la ciudad fueguina en el público francés, aunque muchos de aquellos telespectadores jamás hayan sabido dónde queda realmente Ushuaia. Y sin embargo también son muchos los que, motivados por el aura mítica del nombre yámana, se deciden a conocerla y se conmueven al poner un pie por primera vez en esta tierra que llamamos “el fin del mundo”.

Distancias: el cartel de todas las fotos indica el kilometraje a Buenos Aires y La Quiaca.

3094 kilómetros La distancia es, precisamente, uno de los atractivos de Ushuaia. Por eso los turistas se sacan fotos religiosamente en el cartel verde de letras blancas que indica los 3094 kilómetros que median entre ese punto de la ciudad, sobre la avenida costera frente al Beagle, y el kilómetro cero en el Congreso porteño. Más que los 2800 kilómetros que separan París y Moscú por ruta, sin contar con que ese kilometraje corresponde sólo a la medición por la RN3 argentina, incluyendo el cálculo del Estrecho de Magallanes. Pero si se realiza el viaje a Ushuaia por tierra hay que calcular unos 3200 kilómetros, sumando la distancia necesaria para realizar el cruce en ferry y transitar un tramo por territorio chileno. Entre Ushuaia y La Quiaca, a lo León Gieco, el cartel indica 4987 kilómetros.

El puerto y el cartel, junto a otro más artesanal que también convoca turistas para selfies de toda clase, son ineludibles en una visita a Ushuaia no sólo por la foto, sino porque allí se encuentra el embarcadero de los catamaranes que recorren el Canal de Beagle. La excursión es una de las más clásicas, y convierte al agua en uno de los tres medios posibles para conocer la región: más tarde, aire y mar también tendrán su turno.

Nos embarcamos una tarde de aguas tranquilas y cielo brumoso. Es difícil elegir con qué clima o con qué época del año quedarse en Ushuaia, más allá del hecho indiscutible de que la ciudad puede vivir las cuatro estaciones en un solo día, en cualquier época del año. El verano tienta por los días largos, con luz hasta más de las diez de la noche, y un cielo límpido donde se recorta nítida la Cordillera de los Andes. El invierno es la época del manto blanco sobre los valles, del esquí de fondo y los descensos rápidos por las pendientes del cerro Castor. La primavera, la temporada en que los castores salen de su hibernación y las aves se dejan ver con más facilidad entre los bosques. Y el otoño que nos toca, una estación de hojas crujientes, de hongos que brotan por doquier del suelo húmedo y de extensas laderas dorado-rojizas como las que nos rodean en el hotel Arakur, nuestro pie-dà-terre fueguino, situado en la cima de la Reserva Cerro Alarken.

A la hora de navegar, el Beagle está plomizo pero sereno. Pronto queda lejos la bahía de Ushuaia y nos acercamos a las islas que jalonan el recorrido: la isla Alicia, con su colonia de lobos marinos, y la Isla de los Pájaros, donde hay cormoranes imperiales que a lo lejos semejan legiones de pingüinos. Poco más adelante, en la isla Bridges, se puede desembarcar para una corta caminata por el terreno rocoso que sobrevuelan las aves marinas. Pero la postal que simboliza la navegación por el Beagle llega al pasar frente al Faro Les Eclaireurs, una torre roja y blanca que comenzó a emitir sus destellos hace casi un siglo y aún funciona para indicar su camino a las embarcaciones (no debe confundirse con el célebre Faro del Fin del Mundo de Julio Verne, en la Isla de los Estados). El faro no se visita ni se desciende en la isla, bautizada Les Eclaireurs –“los iluminadores”– por Charles Ferdinand Martial, el explorador francés que comandó entre 1882 y 1883 una misión científica al Cabo de Hornos. Un antecesor ilustre y menos mediático de Nicolas Hulot, el conductor de Ushuaia en la televisión francesa, pero cuyo nombre identifica hoy una cadena montañosa y un glaciar en la ciudad más austral del mundo. Finalmente, al desembarcar cada viajero atesora como recuerdo el diploma donde consta que ha realizado su navegación por las aguas del Canal de Beagle.

Recreación de los campamentos yámanas, etnia diezmada tras la llegada de los europeos.

UN ALTO EN LOS MUSEOS Después de la navegación hay tiempo para visitar los museos de Ushuaia. La ciudad tiene un circuito interesante, que se fue enriqueciendo con los años, y conocerlo es imprescindible para interpretar mejor qué significa realmente estar en Tierra del Fuego y cuál es la historia que hay detrás de esta ciudad que tiene algo de las ciudades del norte de Europa, con las que comparte climas rigurosos y largas noches invernales, como si los extremos se tocaran sin importar las distancias del mapa. De menor a mayor, hay que visitar el Museo Yámana, con las maquetas que reproducen escenas e historias de la dura vida de los indígenas fueguinos; el Museo del Fin del Mundo (con su doble sede, el primer y tradicional edificio sobre la avenida Maipú 173, y el segundo que perteneciera a la antigua Casa de Gobierno, a pocas cuadras de distancia); la nueva galería temática Pequeña Historia Fueguina, que recrea más de 30 escenas de indígenas, exploradores y pioneros, permitiendo ingresar en algunas de ellas para las fotos, y el imponente Museo del Presidio, que es parte del Museo Marítimo y recrea las celdas del penal que fue la base de la existencia de Ushuaia como ciudad, hace más de un siglo. Su historial de horrores y los personajes que desfilaron por esta prisión gélida, inspirada en las colonias penales de los ingleses en Australia, se narran con lujo de detalles en el ala restaurada que hoy funciona como museo, reforzando la recreación de época con las estatuas de algunos de reclusos más tristemente célebres, como el Petiso Orejudo o Mateo Banks, autor de la masacre de Azul. Si hay tiempo, y en realidad siempre hay un hueco entre una excursión y otra, vale la pena conocer todos los museos: juntos, forman el rompecabezas de la historia fueguina y componen un vasto fresco de vidas, viajes y descubrimientos que forjaron el carácter de esta “bahía que se adentra hacia el poniente”, el significado de Ushuaia en la lengua yámana.

El helicóptero comienza su sobrevuelo de Ushuaia desde la pista del viejo aeropuerto.

DESCUBRIMIENTO POR AIRE Cuenta el blog Línea Ala, especializado en aviación de la Argentina y la región, que el viejo aeropuerto de Ushuaia era conocido entre los pilotos como “el portaaviones”, por “la escala longitud de su única pista y porque ambas cabeceras terminaban en las aguas del Canal de Beagle”. Por si fuera poco, “tampoco era una de las pistas más fáciles para aterrizar, por su particular aproximación final, que se debía realizar virando sobre la cadena montañosa aledaña a la ciudad de Ushuaia y tomando como referencia el edificio de la gobernación para finalizar el giro, a muy poca altura sobre el poblado”, con “una cabecera que terminaba abruptamente sobre la orilla de la bahía”. El aeropuerto nuevo, inaugurado en 1995, sigue proporcionando ascensos y descensos emocionantes por la belleza del paisaje, pero ya en pistas largas y que recibieron incluso vuelos del Concorde. Pero a los memoriosos, o a quienes alguna vez se posaron en avión sobre la pista vieja, les gustará sin duda acercarse al Aeroclub de Ushuaia, que funciona exactamente en el aeropuerto viejo. Desde aquí parten los helicópteros de Heliushuaia, que ofrecen varias alternativas para sobrevolar la ciudad y sus alrededores. Con ellos partimos una mañana para descubrir cómo es Ushuaia vista desde ese globo vidriado que se eleva silenciosamente por el aire, como una burbuja flotante, y nos permite avistar un paisaje sin fin a nuestros pies. Daniel, nuestro piloto, tiene más de dos décadas de vuelo a sus espaldas: es él quien, después de darnos las instrucciones de seguridad –nunca aproximarse al helicóptero desde atrás, acercarse con la cabeza baja y ajustarse los cinturones– hará subir lentamente el aparato en paralelo al Canal de Beagle, dejando abajo la vieja pista, la avenida costera, el museo del presidio y, en una punta coronando su cerro, el hotel Arakur con su abrigo de bosques. No hay viento, y el vuelo es suave y cadencioso. A medida que el aparato se interna en un valle cercano, las nubes parecen bajar hasta rozar la punta de las montañas: es aquí donde Daniel hace un alto y aterriza el helicóptero para que podamos bajar y disfrutar con los pies en la tierra de la vista aérea de esta ciudad que de un lado mira al mar y del otro a la montaña, recostada entre el Beagle y la cordillera, como ofreciendo un último refugio antes de la Antártida y de la nada. Después habrá que volver a despegar y poner rumbo final hacia el Aeroclub, y es entonces cuando cuesta creerle al reloj, porque aunque han pasado pocos minutos la intensidad del vuelo y la inmensidad del paisaje alargan la experiencia.

En 4x4 a orillas del lago Fagnano.

CON LOS PIES EN LA TIERRA Después del aire y del agua, sólo la tierra le falta a la experiencia fueguina. Son muchas las opciones, todo depende de las expectativas y del tiempo con que se cuente: en cuanto al clima, no es objeto de mayor preocupación. En Ushuaia se sale siempre preparado para todo; no hay lluvia que valga. La primera y más clásica de las excursiones es la que invita a conocer el Parque Nacional Tierra del Fuego, creado en 1960 para proteger 68.909 hectáreas de bosques patagónicos. En general se ofrece la opción de combinar la salida con el trayecto en el Tren del Fin del Mundo, cuyo punto de partida está a ocho kilómetros de Ushuaia. El recorrido es corto pero incluye paradas en puntos panorámicos e ingresa en el Parque Nacional. La otra opción es dedicarse exclusivamente al parque, donde los diferentes senderos permiten experimentar de primera mano la intensidad de estos bosques de lenga, ñire y guindo, sembrados de lagunas, castoreras y miradores, que en esta época del año resplandecen como nunca. Se llega en catamarán hacia la zona costera o bien en vehículo por la RN 3, que precisamente aquí tiene su hito final, en el kilómetro 3079, sobre bahía Lapataia. “Estamos a 1100 kilómetros de la Antártida”, recuerda Juan Pablo, nuestro guía, y no hace falta agregar más: un tercio de la distancia que nos separa de Buenos Aires. Pero no importa desde dónde se llegue, siempre emociona llegar a bahía Lapataia o a su mirador, que indican una suerte de hito del fin del mundo y además recuerdan a lo cuatro vientos, en un cartel que recorre el globo en las fotos de los viajeros llegados desde los cuatro puntos cardinales, que Ushuaia es la capital de la provincia de Tierra del Fuego, Malvinas e Islas del Atlántico Sur. El otro hito está en bahía Zaratiegui, frente a la Isla Redonda, donde se encuentra la última estafeta postal argentina: aquí es posible llevarse de recuerdo un sello en el pasaporte y, por supuesto, enviar postales o comprar estampillas con el sello de esta frontera remota.

Hay mucho más todavía en Tierra del Fuego: excursiones a las castoreras, visitas a las estancias, navegaciones más extensas hasta las pingüineras. Pero para ponerle un broche de oro a la visita por tierra, vale la pena dedicarle un día a la excursión en 4x4 que recorre los lagos Escondido y Fagnano, atravesando tramos de bosque a pura sacudida y observando rarezas, como un auto capaz de marchar solo por el barro, sin conductor al volante. Parte del recorrido suele hacerse por el viejo camino del Paso Garibaldi, el paso cordillerano que permite cruzar los Andes de sur a norte –aquí la cordillera está orientada de este a oeste– y experimentar el vértigo que se vivía antes de la apertura de la nueva ruta, más ancha, segura y asfaltada. Todo termina con un trekking y un asado en un refugio a orillas del Fagnano: con un poco de suerte, aparecerá algún zorro hambriento o algún pájaro carpintero de cuerpo negro y penacho rojo. Nuevos colores en la paleta fueguina, que se sumarán a los que trae el atardecer sobre Ushuaia: al regresar, la noche ya cae sobre la ciudad y desde el cerro Alarken la vista de las luces que se extienden titilantes sobre el Beagle agrega ilusión y hechizo a la ciudad más austral del mundo.

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