BUENOS AIRES. TURISMO RURAL EN TANDIL
Comidas, historia y contacto con la vida rural gracias a un grupo de productores radicados en pueblos cercanos a Tandil. Una forma de generar arraigo y atraer visitas tentadas por viejos almacenes y estaciones.
› Por Lorena López
Fotos de Enry Bonanna
El sol se filtra a través de los vidrios de botellas que ofician de tragaluces. El living es circular, las paredes de barro y en el techo hay plantas. Se trata de una casa construida bajo las pautas de la permacultura, que es amigable con el ambiente y apunta a un estilo de vida más conectado con la naturaleza. ¿Por qué amigable con el ambiente? Jorge Spivak, dueño de las cabañas Kurache –en el paraje La Porteña, a siete kilómetros de Tandil– explica que se construyen pensando en la mejor forma de utilizar las horas de luz y de viento, que en la fabricación los bloques no se cocinan (con lo que no se genera dióxido de carbono, uno de los gases del “efecto invernadero”) y que además, al poseer arcilla, ofrecen una gran capacidad de aislamiento térmico, que reduce el uso de energía para climatizar los ambientes. “Apuntamos a que el visitante recupere el vínculo atávico con la naturaleza al experimentar el silencio, la vida sencilla y el entorno silvestre”, describe Spivak, quien se dedicó a este estilo de vida hace muchos años, luego de un viaje iniciático por Perú. Este emprendimiento, juntos con otros de la región, forma parte del grupo Turismo Rural Tandil, que cuenta con el apoyo del INTA a través del programa Cambio Rural II. Según María Elena Valdez, promotora asesora del grupo, el objetivo es generar una oferta complementaria de turismo en Tandil y darles protagonismo a los pueblos rurales que tienen un alto valor histórico y patrimonial. Los pueblos involucrados son Gardey, Fulton y María Ignacia (más conocido por Vela, el nombre de su estación de tren).
UN MUNDO CUADRADO Hace unos años un grupo de mujeres de Fulton, a 26 kilómetros de Tandil, comenzó a capacitarse en panadería y repostería. El emprendimiento propio no tardó en llegar y así pusieron en marcha la fábrica de alfajores Estaful, que funciona en una remodelada sala de la vieja estación de trenes y les permite complementar sus ingresos sin irse de su pueblo. Y con el plus de haber logrado un producto con identidad propia. ya que los alfajores son ¡cuadrados! Todo el trabajo es a mano y, con cita previa, se puede presenciar el proceso.
Romina y Susana Romeo son madre e hija y también tienen un rol muy importante en Fulton: son las dueñas del Almacén Adela, que además de alimentar a vecinos y trabajadores del pueblo también cumple la función de espacio de encuentro. “No de boliche sólo para tomar –aclara Romina–, sino un lugar para comer cosas ricas, juntarse a jugar a las cartas y hasta cantar, siempre en un ambiente familiar y de respeto.” Daniel, el padre de Romina, también cumple su papel: es apicultor y, además de cosechar miel de excelente calidad, da charlas explicativas acerca de cómo funciona el mundo de las abejas. Hasta tiene una colmena en un vidrio para mostrar in situ quién es quién dentro de esa perfecta organización. “La abeja más larga y estilizada es la reina y estos más anchos son los zánganos”, describe, mientras nos muestra los distintos tipos de miel que tiene a la venta, según la zona donde las abejas toman el néctar de las flores. “El mercado prefiere la miel bien clara, aunque en lo personal me gusta la que es un poco más oscura y de sabor más fuerte.” Todas las variedades se pueden comprar en el Almacén Adela.
ENTRE OVEJAS E HISTORIA En el Paraje Cuatro Esquinas, donde la RP 74 se cruza con el acceso al pueblo de Azucena, hay un almacén que lleva el nombre del paraje (¿o al revés?). La construcción tiene casi 90 años y desde hace varios menos está a cargo de Romina y Fabián, que tienen un tambo de ovejas con cuya leche elaboran quesos y dulce de leche, además de criar cerdos para hacer sus propios embutidos. A todo esto se suma la atención del “boliche”, famoso por sus sándwiches y picadas, y por mantener una estética de antaño: reja, mostrador, fustas colgando, cuchillos, cuadros, recuerdos. “Ahora estamos conversando con unas tejedoras de la zona para tener a la venta productos hechos a mano con la lana de nuestras ovejas”, cuenta Romina mientras prepara tablas con quesos, aceitunas, fiambres y escabeches y las coloca sobre una manta multicolor que adorna la mesa.
El pueblo de Vela supo tener 7000 habitantes, por eso posee una infraestructura impensada para un pueblo rural, que va desde acceso por asfalto hasta gas natural y un cuerpo de bomberos totalmente equipado. Hoy su población es de 2500 habitantes y se ha sumado a este circuito de pueblos rurales para ofrecer un paseo por su balneario, tomar una copa en el Bar de Tito (donde Osvaldo Soriano escribió gran parte de No habrá más penas ni olvido), recorrer la estación de tren y visitar el Museo Histórico y de Ciencias Naturales, donde se describe la ocupación aborigen durante los siglos XVII, XVIII y XIX, así como la expansión araucana desde Chile, motivada principalmente por la captura del ganado cimarrón.
DANESES Y LITERATURA Nuestro recorrido por el circuito del grupo Turismo Rural Tandil termina en Gardey. Después de las fotos que retratan la llegada del Tren de Turismo que circula sólo los sábados desde Tandil, nos cruzamos hasta el Almacén Vulcano, muy cerca de la estación, que recrea el espíritu de los locales de antaño con sus techos altísimos, pisos de madera y estanterías con todo tipo de botellas. El mostrador es una invitación a acodarse con una copa, en soledad y en silencio, mientras las mesas ubicadas cerca de las ventanas son el lugar ideal para una picada y para juntarse con amigos. En la variedad está el gusto.
“Estar agrupados enriquece y permite ver cosas que uno solo no ve, surgen ideas y todo parece más sencillo”, resume Liliana, quien junto a su esposo Germán lleva adelante el club campestre El Ota, cuyo nombre es un homenaje a un inmigrante danés, herrero de profesión. “En Tandil está la primera iglesia danesa de Argentina”, cuenta Germán Christensen, con todo el interés en mantener viva las costumbres de su pueblo. En El Ota el turista puede optar por andar a caballo, en carro, en bicicleta o simplemente disfrutar de las cabañas ubicadas en un bosque de eucaliptos que invita al silencio. Algunos dicen que el silencio es tan silencio “que no se aguanta” y apenas llegan prenden la radio... pero rápidamente eso pasa y se disfruta de todo lo que da la naturaleza.
Se acerca de la hora de la cena y en esta ocasión nos espera Rubén en La Vieja Esquina, un restaurante-almacén que además de comidas caseras ofrece espectáculos musicales y un biblioteca para entretenerse hasta que llegan los platos. Como aún falta para que estén listas nuestras costillitas a la riojana, despuntamos el vicio de la lectura con un clásico muy apropiado para la ocasión: Borges y “El Sur”. En este cuento se habla de un almacén que “alguna vez había sido punzó”, pero luego fue atenuado por los años. La fachada de La Vieja Esquina es de ladrillo, pero el rojo de la puerta de entrada, el mostrador y todo el ambiente hacen honor al relato. Un escenario perfecto para concluir una propuesta de turismo rural.
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