Dom 03.05.2015
turismo

SANTIAGO DEL ESTERO. PASEOS, USOS Y COSTUMBRES SANTIAGUEñOS

Diversa y tradicional

Como piezas de un engranaje mayor, edificios innovadores y propuestas turísticas modernas rescatan el alma de un pueblo y su memoria. Una ciudad que va del presente al pasado, planteando desafíos de identidad.

› Por Pablo Donadio

Fotos: María Clara Martínez

“Soy el presente, soy la memoria. Soy el ayer, el que vuelve a renacer en el hoy”, reza Horacio Banegas en su disco Identidad. No por casualidad, esa descripción le sienta perfecto a la actualidad de Santiago, tierra siempre fértil en lo artístico. Porque lo que no ha recibido en gracia paisajística lo tiene de sobra en lo musical, en las tradiciones del baile que recogió Andrés Chazarreta, en las lenguas nativas revividas por don Sixto Palavecino, y en los pesares y alegrías llevados a la pluma por la poeta Pocha Ramos, por citar sólo a algunos de sus representantes. A ello la provincia suma la destreza de artesanos del tejido, la orfebrería y la cestería, y otros usos culturales que nutren su día a día. Descendemos del ómnibus aún con las imágenes de las colosales mantas hechas al telar en los numerosos puestos de adobe de la RN 9 Norte, y la terminal nos sorprende. Esta es una de las apuestas edilicias que contrastan aquello, y que junto a la costanera y el Centro Cultural del Bicentenario (CCB) enorgullecen a los santiagueños. La primera es casi un miniaeropuerto, envidia de provincias norteñas más “categorizadas”. La costanera, acaso la nueva forma de bajar al río Dulce, sus parques y arenas. Y el CCB una apuesta cultural sofisticada, con tres museos y accesos por calles diferentes, con salón de exposiciones, auditorio, restaurante y una tienda, bajo una mole de 10.000 metros cuadrados que incluye al antiguo cabildo restaurado. Sin embargo, aquí también está el contraste: su medianera posterior lo une y a la vez divide del Mercado Armonía, una maraña de puestos donde la gente va a conseguir patay, semillas de mistol, miel de palo y hasta algún tatú (de venta prohibida) para cocinar a la cacerola. En los programas turísticos la oferta es parecida. Hoteles de lujo con terapias corporales, comida gourmet y paseos a las termas se ofrecen junto al clásico domingo de peña en el Patio del Indio Froilán, las tardes de mate y chipacos en el Parque Aguirre y la pesca del dorado en el Dulce. Todo ello confluye con la misma fuerza y vigencia.

El Mercado Armonía, donde las comidas típicas y artesanías están al alcance de la mano.

PUERTAS ADENTRO Se inicia el día sobre “la Belgrano”, la avenida troncal y corazón comercial de Santiago. Las chacareras se disparan desde bares y galerías de la peatonal, pero también la guaracha, la cumbia local que junto al reggaetón divide la escena musical. Las noches del centro y la costanera del río son así, con bares donde Ultravioleta o el Vislumbre del Esteko exploran ritmos que van desde la tradición a “lo nuevo”, mientras otros –y no siempre viejos– se desvelan escuchando cantautores clásicos de zamba y chacarera. Esa divergencia mostró también el Festival de la Salamanca, clara expresión de la realidad que viven muchas celebraciones populares, con símbolos regionales como Raly Barrionuevo y Mario Alvarez Quiroga, y artistas “for export” como Axel o Carlos Baute, poniendo en discusión una vez más los límites del género folklórico, los procesos creativos y los productos listos para consumir.

En pleno centro y frente a la Plaza Libertad, el Centro Cultural del Bicentenario constituye una visita de día completo, con un hall donde es posible almorzar y seguir la visita. “El lugar está orientado a promover la actividad cultural y el crecimiento espiritual de los santiagueños”, dicen allí, y señalan lo interesante de albergar en un solo sitio tres museos tan distintos. “Así se abre a los argentinos y a todos los visitantes un espacio de referencia ineludible, donde es posible comprender la identidad santiagueña desde la antropología, el arte y la historia, en continuo diálogo”. Caminar dentro del hall es un placer, y el sonido de la fuente de agua y el aire acondicionado un remanso aún en estos otoños locales demoledores. El techo es inmenso, altísimo, y de él cuelgan imágenes de muestras estables y pasajeras, como el reciente Salón Regional de Pintura del NOA, la muestra “A orillas del Río Dulce”, de Teresa Pereda, o el “Mural del Bicentenario”, de Miguel Rep. En el primer piso, y en partes del subsuelo, se puso en funcionamiento el Museo Histórico Dr. Orestes Di Lullo, inaugurado el 25 de julio de 1941 en honor al investigador que fuera fundador y director de la antigua casa. Su visita propone un recorrido cronológico por la historia local, con emblemas como los mencionados Chazarreta y Palavecino, y personajes actuales como Elpidio Herrera, creador de la sachaguitarra, un porongo de mate gigante que se frota con una vara con pelo de caballo y combina sonidos de mandolina, charango, guitarra, siku y violín.

Ubicado en el segundo piso, el Museo de Bellas Artes Ramón Gómez Cornet fue concebido desde sus inicios para conservar, difundir e incrementar el patrimonio artístico de la provincia, con autorías locales y nacionales. Se fundó en agosto de 1942, gracias a la gestión y auspicio del artista plástico santiagueño Ramón Gómez Cornet, también primer director. Posee más de 50 pinturas, esculturas y trabajos artísticos. Pegadito nomás, el Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales Emilio y Duncan Wagner muestra entre sus colecciones importantísimas piezas arqueológicas, etnográficas y paleontológicas. A punto de cumplir 100 años, sus más de 3000 piezas destacan objetos que pertenecieron a las comunidades que habitaron la región chacosantiagueña.

Más que ovillos en la muestra A orillas del Río Dulce, en el Centro Cultural del Bicentenario.

AL CAMINO REAL Si hay un programa que lidera el turismo provincial por fuera de las termas, y une turismo y cultura, es el Camino Real, recorrido por pueblitos y gentes que pone en valor tanto la historia como el presente. Es la otra gran visita de día completo fuera de la ciudad. Y es que en su antiguo paso santiagueño, el viejo sendero de casi 400 kilómetros conjugó capillas, monumentos y sitios arqueológicos en lo edilicio, y a la vez reafirmó mitos y leyendas que citan a la Telesita, el Kakuy o la Salamanca. “La recuperación del sentido histórico de la antigua ruta colonial pone su objetivo en los pueblos, sus costumbres y las vidas, que han quedado invisibilizadas con el desarrollo y la modernidad”, dicen sus promotores.

El éxodo rural, producto de la falta de oportunidades, provocó la reducción de la población y economías domésticas de subsistencia para quienes se quedaron. La reorganización gubernamental de las localidades, de cooperativas y sociedades de fomento fue una de las claves a las que se apuntó para recuperar el camino, aunque no fue fácil: surgieron otros problemas al inicio del programa, como la enorme extensión del territorio y la lejanía con ciudades base para dormir, comer y distenderse, pero hoy están siendo poco a poco superados.

Saliendo de Santiago capital se visita el Museo Ashpap Rimainyn (“voz de la tierra” en quichua) de San Pedro, gestado, organizado y atendido por su propia comunidad. Apenas después, ya a 27 kilómetros de la capital, la Feria de Upianita es el centro de las actividades del fin de semana, con puestos con artesanos, comidas típicas y los infaltables espectáculos folklóricos. Manogasta, viejo pueblo precolombino, sigue la ruta de tierra con un curioso y enorme algarrobo en el centro del camino, al que hay que eludir. A pocos kilómetros está Tuama, centro de la vida social, económica y política en las primeras horas de la conquista, punto donde se toparon las corrientes expedicionarias de Chile y Perú. Villa Silípica y Sumampa completan la travesía con iglesias, festividades e infinitas historias de los 4500 habitantes del recorrido, que de a poco van cosechando un trabajo, y la confianza.

El cartel anuncia el comienzo del Camino Real, en el Museo Ashpap Rimainyn, de gestión comunal.

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