Dom 29.11.2015
turismo

SALTA> PAREDES QUE CUENTAN HISTORIAS

Neoclásica y colonial

Una lectura urbana de los estilos arquitectónicos de la capital salteña, para ver cómo reflejan la historia y el ambiente social de cada época, desde las sobrias líneas coloniales hasta el pomposo academicismo francés, pasando por las el aporte de diseños italianos. Arquitectura religiosa y la vida en un convento de clausura de las Carmelitas Descalzas.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

La caminata comienza por el punto fundacional de la ciudad en la Plaza 9 de Julio, donde estuvo la picota en el que se clavaba “a la vergüenza pública” la cabeza de quienes no cumplieran las leyes de Indias. Esta suerte les podía tocar a los españoles que aceptaran venir al Virreinato del Río de la Plata y no acataran el compromiso de quedarse al menos dos años en la parcela con animales que se les entregaba.

Frente a la plaza, junto a la Catedral, un mural reproduce la escena fundacional del 16 de abril de 1582 conducida por Hernando de Lerma y Fray Francisco de la Victoria. El origen de ese acto fue un decreto del virrey Toledo, quien necesitaba una ciudad que facilitara el comercio entre Potosí y el puerto de Buenos Aires, hacia donde iban el oro y la plata de las minas, cuyos cargamentos eran saqueados por los aborígenes en el camino.

Salta es una ciudad de fervores religiosos masivos que remiten a un milagro fundacional. Aquel 16 de abril Fray Francisco de la Victoria se comprometió a gestionar una talla de Cristo que, en vez de llegar por la vía natural, lo hizo flotando dentro de un cajón desde el puerto de El Callao en Perú, 10 años después. El barco que lo traía desapareció –nunca se supo ni de dónde salió– y junto al Cristo se mecía otro cajón que llevaba una Virgen del Rosario con un cartel que indicaba su destino: Capilla de Santo Domingo de la Ciudad de Córdoba. Un grupo de frailes llevó el Cristo hasta Potosí, donde una comisión salteña lo fue a buscar. Y la Virgen fue enviada al destino indicado.

Entramos a la Catedral-Basílica y en su nave derecha vemos al famoso Cristo, al que habían instalado antes en la iglesia matriz de Salta. Al reconstruirse dicha iglesia, el Cristo fue guardado en la de la Compañía de Jesús, donde quedó olvidado por 100 años.

Hasta que el 13 de septiembre de 1692 comenzaron los terremotos en serie. La gente salió despavorida a las calles y el padre José Carrión aseguró haber escuchado una voz diciéndole que las sacudidas terminarían si sacaban al Cristo olvidado en procesión. Cuando lo fueron a buscar a la sacristía se encontraron con que una Virgen había caído a los pies del Cristo, tomando eso como una señal para sacar en andas a ambas imágenes.

Recién entonces la calma volvió a Salta y la misma procesión se repite todos los años cada 13 de septiembre, atrayendo a 700.000 peregrinos. La Virgen del Milagro está en la nave izquierda de la catedral.

En el convento San Bernardo están recluidas y aisladas del mundo las Carmelitas Descalzas.

ARQUITECTURA REPUBLICANA De los edificios coloniales puros queda muy poco en la ciudad: algunos muros y la torre del convento San Bernardo. Porque después de la independencia hubo una corriente de pensamiento rechazando todo lo colonial, traducida en la demolición de muchas fachadas. Así aparecieron en Salta los estilos italianizante, academicista y antiacademicista francés y neoclásico, ligados a la nueva inmigración europea.

La central Plaza 9 de Julio es la única de la Argentina rodeada en su totalidad por recovas y galerías, donde se despliega una suma de la arquitectura salteña de los siglos pasados. Allí está el edificio del Museo de Alta Montaña (MAM) levantado en el siglo XVIII con un eclecticismo neogótico de arcos ojivales y líneas italianizantes con balaustradas y pretil, simulando una baranda en el borde del techo.

Junto al MAM hay dos edificios típicos del academicismo francés, que en su momento se llamaron Palacio Day y Club Social 20 de febrero. Este último refleja un cambio conceptual en el estilo urbano: la arquitectura española colonial tenía ventanas pequeñas y puertas muy gruesas con un patio central, una especie de fortaleza tomada de la planta morisca. Esa arquitectura no promovía la socialidad y tendía al encierro y el ocultamiento. En cambio el academicismo refleja a una inmigración francesa de 1860 a 1880 mucho más sociable, ligada a la Belle Époque y a la exhibición de la vida galante en público.

El edificio del Club Social 20 de febrero es hoy el Centro Cultural América, con afrancesados techos de mansarda, enormes ventanas de vidrio, ojos de buey en lo alto, cornisas recargadas con alegorías florales, vitrales y hermosos balcones, ideales para mostrarse en sociedad. Aquel club destinado a las élites obligaba a sus nuevos socios a acreditar cuatro generaciones de residencia en la provincia y había un directorio que hacía una votación secreta en base a bolillas blancas y negras para definir el ingreso.

La sede del Club 20 de Febrero se mudó a un edificio en el Paseo Güemes donde se siguen haciendo las fiestas de iniciación en sociedad de las señoritas de 15 años. Luego el antiguo palacete fue convertido en Casa de Gobierno y ahora es el actual centro cultural. Entramos por su escalinata de mármol blanco para ver sus luminosos vitrales, que subrayan la luz natural por sobre la artificial.

EL CABILDO La 9 de Julio es la original Plaza de Armas construida por los españoles, que según las leyes de Indias debía estar rodeada por los poderes del Estado y la catedral. Enfrente perdura el Cabildo de dos pisos con arcadas blancas y una torre central. Entramos por su portón principal para recorrer el Museo de Historia del Norte con sus carruajes y carretas, una muestra de arqueología precolombina y otra de elementos de decoración antigua como dinteles y portones recolectados en los derrumbes.

Las plazas de armas españolas eran despojadas, sin bancos ni árboles, tal como fue la de Salta en sus orígenes. Pero con el romanticismo francés de fines del siglo XIX brotaron en ella jardines con palos borrachos, frondosas araucarias, palmeras africanas y lapachos, estatuas como la del Niño de la Oca, la Fuente de los Deseos y una glorieta. En el centro donde estaba la picota se levanta ahora una estatua ecuestre de Juan Antonio Álvarez de Arenales, un español que contrastaría con la estética francesa y libertaria, sino fuera porque apoyó la causa independentista.

La caminata sigue hasta la iglesia de San Francisco, una basílica menor que para muchos es la obra maestra de la ciudad. Fue construida tres veces porque las primeras dos se quemó en incendios generados por velas. El actual edificio tiene un sobrecargado estilo italianizante. Los tres niveles de su rojiza fachada siguen el orden columnar griego con pilares dóricos, jónicos y corintios de color blanco. Al costado se levanta un suntuoso campanario de 52 metros.

En el siglo XX ocurre un revival colonial en la moda arquitectónica de Salta, un regreso a los orígenes que fue posible al enfriarse las pasiones independentistas. El mote de “realista” había quedado obsoleto y aparecieron los edificios de estilo neocolonial parecido al original, hoy uno de los rasgos más pintorescos de la ciudad. Reaparecen entonces las “tejas musleras”, las cornisas algo recargadas y las pilastras, esas falsas columnas decorativas pero lisas sin la sofisticada ornamentación griega. El estilo colonial es mucho más sobrio que el italianizante de otros edificios y con una simetría estructural que incluye una puerta central y ventanas equidistantes a cada lado.

ESPOSAS DE CRISTO Llegamos al convento San Bernardo de la Congregación de la Virgen del Carmen para ver su torre, la última construcción colonial de la ciudad con sus materiales originales. En ella se perfila la sencillez arquitectónica de la Colonia, limpia de todo barroquismo. Pero al lado contrasta el sobrecargado estilo italianizante del que fuera en el siglo XVIII el hospital de San Andrés.

En el convento San Bernardo viven aún varias monjas de clausura sometidas a una madre superiora, muchas de ellas señoritas de la alta sociedad que pasaron por un rito de casamiento con Jesucristo. Esos eventos incluyeron tarjetas de invitación a familiares y amigos y una ceremonia en la iglesia con la novia vestida de blanco y las reclusas cantando ocultas detrás del coro.

Los padres pagaban a la iglesia una dote muy cara y la nueva “esclava de dios” entraba al templo solemnemente. Los familiares llevaban regalos que la “esposa” donaba a los pobres. La ceremonia continuaba colocando a la novia detrás de una tela blanca, donde la desvestían para ponerle el hábito que usaría hasta la eternidad. Entonces la pelaban al ras, le ponían una corona de espinas y la acostaban en el piso rodeada de flores, donde debía quedarse quieta. Comenzaba entonces el “funeral” con los familiares llorando sin consuelo, como si la fuesen enterrar viva. Porque su vida en el mundo “terrenal” concluía para entregar su vida a la religión, un mundo en el que le cambiaban hasta el nombre por uno larguísimo y anticuado.

La vida de las Carmelitas Descalzas es de clausura total y para siempre, a menos que tengan un problema grave de salud. En dicho caso las llevan a un hospital donde les asignan una habitación que garantice la ausencia de contacto con el mundo exterior. Los familiares las pueden ir a visitar a la iglesia y conversar a través de una ventanita cerrada que no permite verse las caras. Durante el día rezan sin parar y trabajan en la huerta y la cocina, quedándoles una hora para conversar y relajarse.

Hasta la llegada de Juan Pablo II a Salta en 1983, las carmelitas vivían descalzas. Pero su Santidad en persona las calzó, decretando un beatio excepcional. Entre la rutina de actividades diarias de estas mujeres está la condena de ir cavando su propia fosa en el jardín. El último casamiento fue hace unos años, pero luego el Vaticano determinó que ya no se hicieran más.

La Basílica y Convento San Francisco, obra maestra de la arquitectura de la ciudad.

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