CÓRDOBA > EN EL DEPARTAMENTO DE SANTA MARíA
Oasis cercano a la capital provincial, en sus tierras verdes y onduladas no faltan servicios ni paseos tentadores a los pies de las sierras que una vez enamoraron a los jesuitas. El recorrido por sus tres museos, y una mirada sobre los esclavos como parte sustancial del desarrollo de las estancias que se expandieron a lo largo de la región.
› Por Pablo Donadio
Fotos de María Cara Martínez
Muchas veces el perjuicio de algunos es beneficio para otros. Caminar las calles de Alta Gracia en pleno verano y sin tanta gente, se torna un plus para los que sí han llegado hasta aquí. Todo ocurre con tranquilidad en sus calles céntricas, y ni decirlo sobre los faldeos orientales de las Sierras Chicas, que guardan para las visitas su microclima y actividades en contacto inmediato con la naturaleza. Pero la historia es ineludible si se visita este pago. Sobre la piedra original del casco jesuítico, ante los lapachos rosados explotados en mil flores, nos encontramos con Carlos Crouzeilles, un viejo amigo, e historiador de cuerpo y alma. “En pleno siglo XVII las tierras donde hoy está Alta Gracia pertenecieron a una unidad productiva diversificada de la Compañía, cuyo objetivo fue abastecer al colegio Máximo, luego la Universidad Nacional de Córdoba. La principal actividad económica era la agricultura y la ganadería, y algo de industria semiartesanal en alimentos y tejidos”, contextualiza el integrante del equipo del Museo Nacional Estancia Jesuítica y Casa del Virrey Liniers. Él cree, como muchos aquí, que la historia es quien da entidad a la ciudad donde los jesuitas dejaron parte sustancial de su legado, aunque guarda también hechos de una gran crueldad. “Acá viene la cuestión: como los jesuitas tenían un trato diferencial con los nativos, la mano de obra era mayoritariamente esclava, negros de origen africano recibidos por compra, donación o intercambio. No eran los únicos para el trabajo, pero la cantidad que hubo aquí fue de veras elevada, y ocupaban el trabajo riesgoso. Vivían en lo que se denominaba la ranchería, un conjunto de construcciones humildes que ocupaban esta manzana contigua –señala con su mano en diagonal a la casa jesuítica- donde hoy se ven esas casas”. Según Crouzeilles, estaban mejor en la Compañía que en las estancias laicas, y salvo los herrajes calientes que recibían los denominados “negros bozales” (se les colocaba un bozal para que no se defendieran a las mordeduras) por formar parte del comercio aduanero, en la compañía no se los trataba como animales, pero sí eran castigados y vendidos ante las desobediencias, ya que constituían un eje sustancial en el aspecto productivo que no podía detenerse. “Desde el museo tratamos de rescatar al esclavo negro de manera doble: como fuerza de producción y como agente de resistencia. A la vez, hay una interesante relación de estas estancias con el circuito productivo andino, ya que las mulas de aquí se envían a Potosí a cambio dinero, telas y otros productos de gran valor, donde los esclavos eran parte del circuito”, concluye. Si bien la bibliografía y algunos casos de campo con descendientes han determinado que hubo muchos esclavos en la zona, los valores de ciudadanía que promovió el posterior liberalismo invisibilizaron su participación, ya que no eran anotados como “negros” o “esclavos”, sino como ciudadanos.
Continuamos la charla enfrente, sobre el dique artificial más antiguo de Córdoba, construido también por la mano de obra jesuita, allá por 1659. Ese caudal de agua era el que permitía el riego de los sembradíos, además del funcionamiento de dos molinos harineros. Varias familias hacen picnic aquí cada día, caminan alrededor de la plaza Manuel Solares y pasean en las embarcaciones. Es un punto de encuentro, amplio y libre. Distinto de aquel tiempo, sin dudas.
TRES MÁS Aquí la naturaleza está integrada a la vida de la ciudad, y puede sacarse provecho de ella en cada momento. Muy cerca del área urbana, esperan rincones donde surgen vertientes y arroyos rodeados de verde intenso, perfectos para el desenchufe. Es el escenario fértil también para emprender caminatas y las tradicionales cabalgatas, que terminan siempre con una buena picada o asado a la cruz incluido en el paseo. Y es que en todo este valle el microclima es un bien consagrado, y desde estas actividades más inclusivas a otras más específicas, como el golf o el parapente, no hay día que alcance si uno se propone probar a fondo las cercanías de Alta Gracia.
Pero siempre, la historia regresa. Y lo hace por ejemplo en el museo del genial compositor Manuel de Falla, que vivió aquí su exilio tras la Guerra Civil Española, a pesar de los intentos del gobierno del dictador Franco que le ofrecía una pensión por regresar a España. Su antiguo chalet es uno de los sitios que sí o sí debe visitarse, ya que en sus salas se exhiben objetos personales, libros, muebles, vestimenta, fotografías y correspondencia de este gran exponente de la música española. A revés de Falla, el otro museo destacado habla no del final, sino de los comienzos. Se trata de la vivienda del entonces joven Ernesto Guevara, que forjó en estas calles una vida que aseguran fue feliz. El museo se inauguró en 2001, y desde entonces mostró un sostenido crecimiento, tanto como el del propio destino dentro de la provincia. Basado en un guión museológico de rigor científico, cuya confección contó con el asesoramiento del Centro Che de La Habana, la casa transita la vida de Ernesto Guevara con una estética costumbrista y atesora piezas originales de esos tiempos, donde vivió once años junto a su familia, su período más largo de residencia en el país. Conservada con enorme cuidado, y una escultura del joven Ernesto en exhibición, el lugar está complementado con luces y sonidos para intensificar las sensaciones en cada rincón, cuando el visitante va desandando su camino. “Un argentino de su talla, que dio la vida para defender nobles ideales, merece respeto universal y este homenaje”, comentan sus actuales directores.
Finalmente, el Museo Gabriel Dubois permite conocer la obra del escultor formado en Francia con Carrier Belleuse junto a Augusto Rodin, y es un emblema de los muchos artistas que residen en la ciudad.
DE FIESTA Y FERIA Nos citan al Polideportivo Municipal, pero esta vez no para gozar del deporte sino de la III Edición Expo Alta Gracia x Alta Gracia, ya que por estos tiempos todos hablan de ofertar e intercambiar información que propicie futuros negocios. Adentro, una comunión de emprendedores, artesanos y artistas del lugar exponen su trabajo e intentan potenciarse, además de ofrecerlo al ocasional turista. Una pyme precursora de la hidroponia (cultivo sin tierra) ofrece complementos naturales para el agua, y los bastidores para colocar las semillas. Otros exhiben alimentos regionales y en un rincón, bajo una carpa, los muchos artistas del pago esculpen, tallan y pintan en vivo, poniendo de manifiesto también que la actividad productiva es intensa en Alta Gracia, acaso como la agenda de espectáculos. Cerca de la plaza, y alrededor del fotográfico reloj de los 350 años, la gente se junta y disfruta del atardecer, cuando comienzan a vibrar con los platillos, redoblantes y bombos que presentan a Los Serafines, la murga de la institución Crecer. Le sigue la intervención de danzas de las academias locales y el ballet municipal, la música en vivo con cantautores de lo más diversos (de Kevin Johansen a Piñón Fijo) y clases abiertas de baile como zumba, que hacen mover a todo el mundo. El circo en los barrios, un proyecto en el que participan diez distritos de la ciudad, y el Festival Internacional de Títeres, con titiriteros de todo el mundo, son algunas de las propuestas veraniegas. Antes de irnos vemos el anuncio que invita en la propia estancia jesuítica al espectáculo Noche de Negros, una exposición temporaria basada en la historieta Las aventuras del negro Raúl, creada por del dibujante y cineasta Arturo Lanteri.
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