PERÚ > LA REGIóN DE ICA Y LAS LíNEAS DE NAZCA
¿Fueron trazadas para que los dioses las vieran desde el cielo, o los hombres con los pies en tierra? Los geoglifos de Nazca tenían quizá esa doble función y se distinguen desde las colinas e incluso navegando en el mar: un sobrevuelo al sitio arqueológico donde culturas milenarias tomaron a la superficie de la tierra como un gran caballete donde expresar su arte.
› Por Julián Varsavsky
Llego al aeropuerto de Pisco dos horas antes del vuelo y en el hall central veo pasar contingentes de japoneses algo acalorados, uno tras otro, formado fila como por instinto, sin que haga mucha falta.
Me extraña ver sólo japoneses, la mayoría rondando los 55 años de edad. A mi lado se sienta una guía de esa nacionalidad y le comento que no imaginaba que las líneas de los nazca fuesen tan populares allá, como para que vengan centenares de nipones por día. Me responde que la televisora NHK hizo varios documentales pero la referencia mayor quizá sean las series de dibujos animados: estas líneas de la región de Ica aparecen en los animé Jikû Tenshô Nazca, Shinryaky! Ika Musume, Yu-Gi-Oh! 5D´s, Level E y Martin Mystery. Además sirvieron de inspiración a las sagas de videojuegos de Pokémon y Assasin’s Creed. El resultado son 20.000 japoneses al año sobrevolando las famosas líneas, muchos más que los visitantes de cualquier otro país, incluyendo a los de Perú.
Embarcamos. A bordo de la avioneta Cessna Grand Caravan hay trece japoneses y yo. Al remontar vuelo cruzamos un colchón de nubes hasta que el cielo se abre bajo un sol radiante y aparece un desierto de dunas sin un solo árbol ni arbusto: un terreno insulso y áspero al extremo donde se desarrollaron varias culturas a lo largo de casi tres milenios.
Sobrevolamos uno de los desiertos más resecos de la tierra. Su sequedad es el sueño de todo arqueólogo: preserva toda clase de piezas antiguas, desde pequeñas cerámicas hasta las kilométricas líneas de Nazca.
El vuelo arranca apacible, con los japoneses en riguroso silencio tomando fotos. Vemos la ciudad de Ica con sus cuadrículas de cultivo y hacia el este se elevan los Andes. Seguimos la línea recta de la ruta Panamericana que se cruza con las de Nazca y divide al medio la figura de El Lagarto. Ciertos valles tienen algo de verde a la vera de los pocos ríos con agua todo el año. Y al acercarnos a la planicie de Nazca vemos en la arena los caracoleos de arroyos fantasma que, al revivir por unas horas, dejan la huella de su alma ausente vagando en el desierto.
A los 30 minutos de vuelo descendemos hasta los 104 metros de altura y el piloto dice “bienvenidos a las líneas de Nazca: a vuestra derecha el dibujo de La Ballena”. Luego repite en inglés y hay silencio en el avión. Cuando lo dice en japonés los orientales exclaman al unísono: “Oooohhhhh”, alargando la vocal que se eleva como una ola y decae hasta apagarse lentamente.
La avioneta se inclina a 45° trazando una larga U en el aire: los de la fila izquierda de asientos también deben ver al cetáceo. Entonces algo comienza a cambiar en el gesto de algunos pasajeros por el efecto “montaña rusa”.
La ballena es una orca que tiene colgada una cabeza humana, una costumbre común entre los nazcas, algo que tendría un carácter ritual. Eran cabezas momificadas que ciertas personas llevaban en la cintura, resultado de posibles sacrificios.
De inmediato aparece la geometría perfecta de Los Trapecios y se repite el ciclo completo: el piloto habla en tres idiomas, los japoneses exclaman a coro y el avión gira. Algunos rostros comienzan a ponerse lívidos.
Un nuevo giro nos coloca sobre El Astronauta, uno de los geoglifos más polémicos. Es la única figura humana completa, un hombre de 30 metros con cabeza de ET que levanta una mano como saludando, con un pez a sus pies. Se lo conoce como El Astronauta o El Extraterrestre, aunque más bien podría ser un pescador. La arqueóloga alemana María Reiche -quien estudió las líneas a partir de 1941- prefirió llamarlo El Hombre Búho por sus grandes ojos. Esta es la única de las figuras recostada sobre una colina: la más nítida tanto desde la tierra como el cielo. Otras se ven algo borroneadas.
NADA ES LO QUE PARECE En la ruta desde la ciudad de Paracas a Pisco, en la región sureña de Ica, a 450 kilómetros de Lima, nuestro guía peruano había aclarado el malentendido fundamental sobre las líneas de Nazca: varias se ven desde tierra y se percibirían aún mejor en sus tiempos de esplendor. Además una de las hipótesis plantea que estarían destinadas a que las miraran los dioses, así que no habría contradicción –ni misterio que despierte conspiraciones extraterrestres- en que no se las pueda ver a todas sin volar. Algunas crean imágenes vegetales, animales y humanas; otras son kilométricas líneas rectas que se entrecruzan.
Desde la desaparición de la cultura nazca en el siglo VIII, la humanidad presumiblemente no sabía nada de estas líneas hasta que fueron redescubiertas en 1926 por el arqueólogo peruano Toribio Mejía Xesspe durante una caminata. Pero ya en 1547 el conquistador español Pedro Cieza de León dejó una referencia en sus crónicas sobre las extrañas “señales en algunas partes del desierto que circunda Nazca”.
La técnica de construcción fue bastante sencilla. Una vez delineada la forma –quizá con sogas y estacas– se iba raspando la superficie oscura de la tierra con una profundidad de 20 centímetros: la capa amarillenta más clara quedaba entonces en la superficie. A un costado se alineaban las piedras extraídas creando un relieve bien contrastado.
Según estudios realizados en el sitio, para hacer uno de estos enormes geoglifos se removían cuatro toneladas de piedra y tierra, una tarea nada difícil para un grupo pequeño de personas. Lo virtuoso fue más bien la perfección de las formas a una escala que no es posible abarcar con la mirada desde adentro.
Pasamos sobre el famoso Colibrí (aprendo a decirlo en japonés, koriburi), acaso la imagen más bella de todas, de 97 metros de largo.
Ahora la avioneta se sacude un poco por el viento, sumándole traqueteo a los giros en redondo. Algunos japoneses se han mareado pero se mantienen estoicos, sin quejarse: se les nota por la comisura en el entrecejo que más de uno quisiera volver. Todos tenemos a mano la bolsita para los mareos; varios la usan.
Hay que decirlo: las avionetas se mueven un poco, lo normal para su tamaño. Y los giros son algo tortuosos para todo aquel con preponderancia al mareo. El vuelo dura una hora con cuarenta minutos y estando mareado no es muy agradable. Los inmunes al mareo, en cambio, disfrutan como locos. Conviene ir bien descansado, con poca comida en el estómago y habiendo tomado una pastilla de Dramamine, que igual no es garantía.
LAS TEORíAS La mayor polémica sobre las líneas de Nazca es su significado: hay unas veinte teorías sin contar las pseudocientíficas, una de las cuales plantea que los nazcas descubrieron los secretos de la aeronavegación en globo.
El diseño de geoglifos gigantes fue una práctica común en varias culturas de la costa peruana: los de Nazca son apenas los más famosos por su alta concentración y calidad. El rango de tiempo en que se hicieron no es del todo claro –el sistema de datación con Carbono 14 no es muy efectivo en el desierto- pero las primeras líneas y dibujos se habrían creado muchos siglos antes de Cristo.
En 1939 llegó a Ica desde Long Island el historiador norteamericano Paul Kosok, quien al sobrevolar la zona pudo dimensionar por primera vez el valor de este sitio arqueológico, hoy declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su teoría fue que estaba frente al calendario astronómico más grande del mundo.
La alemana María Reiche estudió el sitio durante 50 años y su conclusión fue que aquel era un gran templo al aire libre donde los rituales se practicaban para que fuesen vistos desde el cielo por los dioses, siempre en relación con acontecimientos astronómicos. Hasta mediados de los ‘80 una octogenaria Reiche -ya inválida por el Parkinson y casi ciega- se hacía llevar cargada por colaboradores a través de esta pampa desierta para desentramar los secretos de Nazca.
Pero en 1973 el astrónomo norteamericano Gerald Hawkins, famoso por deducir la alineación astronómica de las piedras de Stonehenge en Inglaterra, llegó a Perú y rebatió la teoría anterior. Con la ayuda de una avanzada computadora de la época, concluyó que sólo el 20 por ciento de las líneas de Nazca coincidían con algún acontecimiento astronómico de peso, un número muy bajo que atribuyó al azar.
A fines de los 80 apareció por aquí el arqueólogo norteamericano Johan Reinhard, el mismo que descubrió las momias del Llullaillaco en Salta. Su nueva teoría, bastante aceptada hasta hoy, fue que tratándose de una sociedad dedicada al cultivo intensivo, los nazcas tenían como su mayor preocupación la obtención de agua en el desierto. Sus dioses proveedores del sagrado fluido eran las montañas, de donde surgen muchos manantiales: el sentido de las imágenes no apuntaría entones hacia el cielo sino a las montañas y otras fuentes de agua en la planicie.
Los geoglifos fueron interpretados como senderos rituales por los que se caminaba, quizás pidiéndole agua a la Madre Tierra. Los nazcas fueron muy avanzados en ingeniería hidráulica y construyeron una extensa red de canales subterráneos tapados con troncos, que conectaban fuentes de agua a cuatro metros de profundidad cavadas por ellos mismos. Se cree que los nazcas identificaron los cursos de agua subterráneos en las fallas geológicas y los señalaban con las líneas. El hallazgo de montículos rituales que cubrían conchas de spondylus reforzaría esta teoría: este molusco del Pacífico fue un comprobado símbolo religioso asociado a la llegada de las lluvias y la fertilidad agrícola en las culturas andinas.
El investigador Anthony Aveni, de la Universidad de Colgate, en Estados Unidos, profundizó esta teoría al descubrir que muchas de las 800 líneas están direccionadas hacia pequeños lechos de río y canales de la red hidráulica: casi todos los 62 puntos en que se unen las líneas pasan sobre fuentes de agua.
Desde la mirada antropológica se considera que estos diseños bidimensionales eran percibidos en la cosmovisión andina de una forma distinta al modo en que se concebían las imágenes de dos dimensiones en la mirada occidental europea: no eran tanto para ver sino para recorrer en función de una rogativa. Hay incluso diseños complejos como La Araña y El Colibrí que se pueden transitar completos entrando por un extremo para salir por el otro.
Los geoglifos tendrían entonces un carácter ritual performativo: serían el eje de una escenificación donde los protagonistas transitaban los senderos, sin ver la forma, bajo una especie de pensamiento abstracto. Se cree que en las colinas de alrededor podría haber público observando las procesiones.
Las líneas de Nazca, junto con otras de la región, son un caso excepcional en la historia del arte antiguo. Fueron al menos dos culturas las que, a lo largo de dos milenios, ejecutaron unas obras de arte destinadas no tanto a ser observadas sino recorridas, un concepto que después fue llamado “vanguardista” al ser usado por artistas plásticos del siglo XX. Aquellos osados artistas de los Andes tomaron nada menos que a la superficie de la tierra como un caballete acostado para producir su arte de volúmenes colosales, donde por ejemplo un colibrí –el ave más pequeña del mundo- fue aumentado 1000 veces.
El significado de .stas obras, al fin y al cabo, sería lo de menos. A lo largo de dos milenios deben haber intervenido aquí miles de personas: su sentido tiene que haber ido cambiando, si es que alguna vez tuvo uno aceptado socialmente por todos. Es una posibilidad más que, como en las artes plásticas de hoy, cada sujeto le haya dado a las obras un sentido que -aun religioso- en última instancia se basara en un criterio más bien laxo, estrictamente personal.
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