ENTRE RíOS > RUMBO AL PARQUE NACIONAL PREDELTA
Herencia inmigrante en las Aldeas Alemanas, los recuerdos del ferrocarril en Strobel y un paseo por Diamante, puerta al Parque Nacional que preserva los ecosistemas del albardón, la laguna y el bañado, paisajes que caracterizan este tramo del litoral. Un paseo ideal para los fines de semana entrerrianos de mate y naturaleza.
› Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Entre Paraná y Victoria, la RP 11 es el hilo conductor que enlaza las Aldeas Alemanas de la provincia de Entre Ríos. Son los pueblos que fundaron a mediados del siglo XIX las comunidades de “alemanes del Volga” en el nuevo país que les abría las puertas después de verse obligados a partir de la Rusia zarista. Las cinco primeras fueron fundadas en 1878; eran Marienthal o Valle María; Protestante; Marienfeld o Spatzenkutter; San Francisco; Santa Cruz. Más tarde sería el turno de Aldea Brasilera, donde se afincaron colonos que habían estado inicialmente en Brasil. Las Aldeas Alemanas hoy son un circuito en sí mismo, que se recorre para conocer un rosario de pueblos donde quedan vestigios arquitectónicos de aquellos pobladores y, sobre todo, un fuerte sello gastronómico. Como en la Esquina Munich, un clásico de Aldea Brasilera, donde se tiene la “versión restaurante” de los platos que muchas familias siguen comiendo caseros puertas adentro, con guisos centroeuropeos y filsen a la cabeza.
Todos los años, el 8 de diciembre diciembre, las delegaciones que salen de Aldea Brasilera, Valle María y Spatzenkutter salen en procesión por el Paraje de la Virgen, a orillas del Paraná, hasta una gruta muy cerca de la barranca. En el camino hay varios paradores donde se puede hacer un alto, o incluso navegar durante parte del trayecto. Porque más cerca o más lejos de la costa, el río es la presencia que siempre une los más diversos rincones de la provincia.
PASEO EN STROBEL A menos de diez kilómetros de Aldea Protestante, Strobel es la última parada antes de Diamante, que a su vez es la puerta de entrada al Parque Nacional PreDelta. Se pueden recorrer a pie, por un camino que va paralelo a a vía del tren, entre silos y árboles que desembocan en un parquecito ferroviario formado por una locomotora y algunos vagones.
Recorriendo el Paseo de la Ribera de Diamante, en cuyas cercanías se proyecta la creación de un sitio Ramsar -la convención internacional que protege los humedales- es posible también sumarse a los trekkings por las islas que permiten, cuando es temporada, observar las flores de irupé que identifican al Parque Nacional.
El paseo por Diamante merece también dedicarle un rato al Museo del Doctor Liotta, nacido en la ciudad y conocido por la creación del corazón artificial. En las salas se pueden observar desde sus creaciones en el campo de la medicina hasta los premios y obsequios que recibió durante su carrera: el hito más sobresaliente fue la primera utilización de un corazón artificial total, durante un transplante cardíaco, en abril de 1969 en el Texas Heart Institute de Houston.
Dejando atrás Diamante para continuar el paseo costero, el barrio de los pescadores es distintivo por su estatua del Cristo Pescador, de impactantes 12 metros de altura y 14 toneladas. Fue instalado aquí por iniciativa de una hermana de las Siervas del Espíritu Santo, muy vinculadas con los alemanes del Volga. Quienes hayan visto el Monumento a Malvinas en Quequén, o el Monumento al Sembrador en Villa Elisa, así como el Monumento al Bicentenario en Neuquén, probablemente reconozcan la mano del escultor Andrés Mirwald en el trazado de la obra. Aquí y allá, todavía aparecen los pescadores palanqueros, con su carga a pesca a cuestas, tan tradicionalmente como siempre.
PUNTA GORDA Y LA AZOTEA El viaje sigue en Punta Gorda, el lugar por donde Urquiza cruzó el Paraná -que en este sector se muestra más angosto- para ir rumbo a la batalla de Caseros. Con el cruzaron cañones y miles de soldados, en el comienzo de un viaje que le llevaría un mes hasta la provincia de Buenos Aires. Se llevaba a los caballos en forma de «azote», una modalidad que les permitía arrear numerosos animales a la vez, con un gaucho que los azuzaba y otro que los dirigía desde el interior de la manada. Por eso hoy el paraje se conoce como La Azotea. Aquí quedan también viejas embarcaciones, como los barcos jaulas que solían usarse para el traslado de animales, y viejos botes de pesca anclados en el pasado.
Basta mirar del otro lado del arroyo La Azotea para descubrir un borde costero rico en enredaderas y árboles como el timbó y la sangre de drago, dos especies muy características del lugar. Es un mundo de naturaleza pura, donde se adivinan huellas de carpinchos, cantos de aves y aromas que hablan de hierbas y una vegetación pura donde se mezclan desde ombúes hasta claveles del aire. Se puede ir caminando por un sendero que pasa del albardón al monte y luego hacia el cañadón final.
Se llega -ahora sí- al punto final y principal del viaje: el Parque Nacional PreDelta, simbolizado por un martín pescador, el ave de largo pico que se suele ver con frecuencia esperando pacientemente su presa en las ramas cercanas a la orilla.
El parque tiene un objetivo claro: la preservación del ecosistema del albardón (es decir la zona más alta), de la laguna, y del bañado (la zona más baja e inundable del conjunto). Es el hábitat de gallitos de agua, cuervillos, lobitos de río, coipos y gran cantidad de aves que atraen a fotógrafos y avistadores. El camino -cuentan los guardaparques que custodian día a día estos paisajes litoraleños- se abre poco a poco en arroyos y riachos, que son como las calles del Delta. Calles donde es más fácil navegar que caminar, y donde aún perduran modos de vida tradicionales bien adentro. Es de hecho el único lugar que queda para conocer el verdadero Delta tal como era, ya que más al sur el ambiente está muy modificado por la intervención del hombre y la agricultura.
El Parque Nacional, que abarca parte del río Paraná y las islas Del Ceibo, Las Mangas y Del Barro, es revelador también de los tiempos que corren: con cada vez mayor frecuencia aparecen especies -como el aguará popé- que son muy selváticas, más del norte, pero que usando el río como corredor: y empujadas también por el notorio cambio climático, fueron bajando y hoy se las avista en la provincia de Entre Ríos.
El área protegida es asimismo el hogar del caraú, la única grulla americana, y de las mulitas, cardenillas, zorzales y carpinteros de Chaco, entre otras especies. Con ojos atentos no se tardará en descubrir las huellas del paso de varios animales más: un simple pajonal aplastado puede ser símbolo de un carpincho cercano que estuvo acostado por aquí, viendo pasar los embalsados de camalotes que corren lentamente por el agua. También hay nutrias, lobitos de río, yacarés, lagartos overos, tortugas acuáticas, patos, chajás… es un mundo entero el que vive mayormente semioculto entre los pajonales, pero atento ante el menor paso de un visitante extraño. De algún modo es un ejercicio mutuo, el de la fauna que espía atenta para cuidarse del recién llegado, y el de los seres humanos curiosos de ese mundo que con bastante razón les huye. Pero el Parque Nacional PreDelta es precisamente el lugar ideal para lograr un punto de encuentro entre ambos.
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