CHUBUT VERANO PATAGóNICO
En verano no están las ballenas, pero en la costa del Chubut, el viajero siempre halla maravillas. En Península Valdés, el reino de la fauna marina; en Madryn, aventuras de buceo; en Punta Tombo, los pingüinos, y en Trelew, los dinosaurios de los museos. Y las delicias de la cocina patagónica.
› Por Karina Micheletto
Es probable que cuando se menciona Península Valdés o las ciudades cercanas (Puerto Madryn, Trelew, Rawson), la primera imagen que a uno le venga a la cabeza sea la de una ballena. La foto turística por excelencia es, claro, la de esos imponentes animales, que elevan sus cuerpos de hasta treinta y cinco toneladas por encima del agua, a escasos metros de la costa y de las embarcaciones que llevan hasta allí a quien quiera apreciar el impactante espectáculo. Todos los años, entre los meses de junio y noviembre, llegan hasta las costas de los golfos Nuevo y San José entre trescientas y cuatrocientas ballenas Franca Austral, para aparearse y parir a sus crías en aguas seguras. Esta ubicación privilegiada es la que hizo internacionalmente conocida a la península. Más allá de las ballenas, el litoral patagónico de Chubut también vale la pena recorrerlo durante el verano. Las bellas costas de Puerto Madryn y Playa Unión, en Rawson, con sus paradores bien equipados y temperaturas que superan los treinta grados centígrados, podrían ser motivo suficiente. Pero la región tiene además una rica variedad de flora y fauna, con zonas protegidas en las que es posible ver desde muy cerca pingüinos, lobos y elefantes de mar, guanacos, maras o liebres patagónicas, choiques (el ñandú petiso característico de la Patagonia), y una gran variedad de aves marinas, entre muchas otras especies. Esta riqueza única hizo que la Unesco declarara en 1999 a Península Valdés Patrimonio de la Humanidad. Hay razones de sobra para semejante nombramiento, y pueden ser comprobadas en cualquier época del año.
Península Valdés
Esta reserva integral que ya es Patrimonio de la Humanidad alberga
una amplísima diversidad de fauna marina. El recorrido insume unos 400
kilómetros en total, y dentro de la península hay varias zonas
protegidas con guardafaunas, centros de interpretación y senderos educativos
especiales para ser visitadas. Dos de ellas son Punta Norte y Caleta Valdés,
apostaderos de elefantes y lobos marinos de un pelo en su ciclo reproductivo,
hasta donde llegan orcas que lograron perfeccionar una práctica única
de varamiento intencional: embisten a las crías que están sobre
la costa llegando a dejar todo su cuerpo fuera del agua. Si se tiene suerte,
se puede asistir a este impresionante espectáculo, principalmente de
febrero a abril y de septiembre a noviembre. Durante estas épocas también
es frecuente ver en la costa refugios llamados “casamatas”, estructuras
camufladas que son utilizadas por grupos de científicos, equipos de filmación
y fotógrafos especializados. Roberto Bubas, uno de los guardafaunas de
más experiencia en la zona, y experto en el tema de orcas, resalta lo
erróneo de la mala reputación de las orcas como “ballenas
asesinas”: “Las orcas consiguen su alimento con mucho esfuerzo y
lo comparten con los otros miembros de la familia”, aclara el guardafaunas.
“Los varamientos intencionales requieren de mucha destreza y largos períodos
de entrenamiento, y forman parte de una estrategia de supervivencia”,
destaca.
En el interior de la península hay otros atractivos como la Salina Grande,
una de las depresiones más importantes del mundo (a 42 metros por debajo
del nivel del mar), con una extensión de más de doscientos kilómetros.
También se pueden visitar diferentes estancias que ofrecen servicios
de gastronomía típica, y participar de actividades rurales como
la esquila o la señalada.
Dentro de la península se encuentra también Puerto Pirámides,
una pequeña villa de doscientos habitantes en la que es recomendable
tomarse unos días para disfrutar de la tranquilidad de sus playas, sobre
todo si se va en carpa, ya que hay un buen camping frente al mar. En temporada
de ballenas, ésta es la única costa desde la que parten los lanchones
que realizan los avistajes.
Ciudad de Puerto Madryn
Puerta de ingreso a los principales puntos turísticos de la
zona, en la ciudad de Puerto Madryn se puede disfrutar en verano de playas de
arena con aguas cristalinas, con una pequeña molestia: la gran cantidad
de algas que se amontonan en la costa. Desde allí se puede realizar buceo,
snorkelling y avistajes de delfines oscuros, que usualmente aparecen en grupos
de seis a quince animales, aunque pueden llegar a cuatrocientos cuando hay algún
banco de anchoítas cerca.
Antonio Pigafetta, que llevó el derrotero de Magallanes, bautizó
en 1520 al Golfo Nuevo como “La bahía sin fin”. No era para
menos: llega a los 190 metros de profundidad, superando a la plataforma submarina.
Esta profundidad y la infraestructura del muelle Almirante Storni, de 460 metros
de largo, permiten que allí amarren habitualmente enormes cruceros, que
se ven desde la costa como gigantes amenazantes a pocos metros de la arena.
Es recomendable hacerse un tiempo para conocer el Museo Provincial de Ciencias
Naturales y Oceanográfico, ubicado en una casona construida en 1915 por
un pionero de la zona, de lujo en la época y muy bien conservada. También
se puede visitar el Ecocentro, un lugar dedicado a la interpretación
de los ecosistemas marinos, en otro bello edificio con grandes ventanales que
dan al mar. Allí, chicos y grandes encuentran respuesta a preguntas fundamentales:
¿en qué año nació esta ballena?, ¿a qué
profundidad bucea un elefante marino?, ¿hasta dónde es capaz de
llegar un pingüino en sus viajes por el mar?
Un mundo subacuático
Puerto Madryn es conocida como “la capital argentina del buceo”.
Las aguas calmas y transparentes que la rodean, con variados arrecifes y algunos
barcos hundidos, forman un escenario ideal para sumergirse en él y asomarse
al extraño mundo subacuático, con sus formas, sonidos y tiempos
propios. Los que se animan al “bautismo submarino” son guiados por
un instructor que, después de un curso básico, los lleva hasta
algún arrecife de no más de ocho metros de profundidad. Allí
pueden darle de comer a los peces y contemplar la belleza de anémonas,
estrellas de mar, erizos, cangrejos y moluscos de todo tamaño. Los que
ya hicieron un curso de buceo pueden realizar excursiones de mayor duración,
hasta arrecifes más lejanos o barcos hundidos, igualito que en el Discovery
Channel. La Asociación de Operadores de Buceo reúne a las siete
casas habilitadas para ofrecer estos servicios, con costos fijados por la entidad:
90 pesos para el bautismo submarino, entre 90 y 140 para las excursiones para
buzos, y 500 para hacer un curso de buzo. El buceo se practica en estas costas
desde 1965, cuando Jules Rossi, uno de los pioneros del deporte subacuático
a nivel internacional, apareció ante los ojos de los madrynenses como
un ser de otro planeta, enfundado en su atuendo de submarinista. Rossi era un
experimentado hombre rana con riesgosas actuaciones en la marina de guerra francesa
durante la Segunda Guerra Mundial, bajo las órdenes de Jacques Ives Cousteau.
Desde entonces comenzó a perfeccionarse en Madryn tanto para el buceo
deportivo y recreativo como el táctico y la recolección de mariscos,
que sólo está permitido en la zona en forma artesanal. Una vez
localizado desde la lancha el banco de mariscos, los buzos se tiran sin tanque
de oxígeno (sólo con una manguera conectada a un compresor que
está en la embarcación) y juntan durante horas vieiras, cholgas
y panopeas, entre otros mariscos, en una red sostenida por el cuello llamada
zalabardo. Como buena Capital del Buceo, en Madryn están los buzos más
experimentados, que transmiten los secretos del arte submarino de generación
en generación. El instructor y buzo profesional Ernesto Ricci, por ejemplo,
puede enumerar una larga lista de enseñanzas legadas de Pinino Orri,
uno de los buzos y capitanes balleneros de más antigüedad en la
zona. “Pinino es mi creador”, sonríe Orri, y sintetiza el
significado del buceo en su vida: “Si me alejan del agua, creo que me
muero”. La pasión de Ricci por el buceo llega a tal punto que no
sólo se casó conotra buzo, Mariana Carrieri, sino que además
lo hizo debajo del agua. Fue hace dos años, en Puerto Pirámides,
con un cura previamente instruido en las artes del buceo y cuarenta buzos acompañándolos
bajo el agua, más los familiares y amigos que no sabían bucear
siguiendo la ceremonia desde embarcaciones. Este fue, según cuentan,
el primer y único casamiento submarino de Sudamérica, autorizado
por el Vaticano después de un difícil permiso especial.
Carolina Larracoechea, instructora, buzo deportivo y profesional y propietaria
de Scuba Duba, una de las operadoras de buceo habilitadas, amplía las
actividades especiales que los buzos realizan en Madryn. En el Operativo Fondos
Limpios, por ejemplo, todos los años se reúnen buzos argentinos
y de países limítrofes para limpiar el lecho marino en la zona
del muelle en que atracan los barcos. “Sacamos de todo, celulares, objetos
de metal de todo tipo, hasta un inodoro”, cuenta. En diciembre se realiza
la Fiesta Nacional del Buceo, una competencia de tres días para buzos
profesionales. También hay un via crucis submarino y proyectos de hundimientos
de barcos para realizar turismo submarino. El último día de 1999
depositaron a treinta metros de profundidad el Arca del Mileno, con la idea
de que sea abierta en el 2100. El arca yace llena de mensajes dirigidos a quienes
la abran dentro de cien años, y distintos objetos que intentan representar
a este siglo: diarios y revistas, fotos, CDs, ropa, un reloj, una botella de
champagne y recetas de cocina, por ejemplo.
Dinosaurios patagónicos
Ubicada a 67 kilómetros al sur de Puerto Madryn, la ciudad de Trelew
es una buena opción para seguir recorriendo desde allí las maravillas
naturales de la Patagonia argentina. Desde el puerto de Playa Unión,
a pocos kilómetros de allí, se realizan avistajes de toninas overas,
una variedad de delfín blanco y negro muy sociable, que sigue a las embarcaciones
en manadas con graciosas piruetas.
En la ciudad es posible visitar además el museo paleontológico
Egidio Feruglio, uno de los más completos, con réplicas de dinosaurios
que habitaron la Patagonia argentina hace más de 65 millones de años.
El museo propone un recorrido en una línea de tiempo hacia el pasado,
desde los primeros humanos que habitaron la Patagonia hasta el surgimiento de
los primitivos microorganismos. Cuenta además con un centro de actividades
científicas, referente internacional en paleontología, con más
de veinte técnicos e investigadores del Conicet trabajando en la conservación
preventiva de las piezas halladas en cada expedición. Como complemento
de este museo hay otro a cielo abierto: el Parque Paleontológico Bryn
Gwyn, a 31 kilómetros de Trelew. Emplazado sobre la barda sur del valle
inferior del río Chubut, ofrece la posibilidad de vivir la experiencia
de los científicos en el campo, ver los fósiles en el lugar de
su hallazgo y entender cómo fueron formados, preservados y extraídos
antes de que lleguen al museo. Representa además un viaje al pasado de
cuarenta millones de años, cuando la Patagonia era una verde sabana arbolada
similar a la que existe hoy en Africa.
Colonia pingüina
Punta Tombo es un lugar único en el mundo. Ubicada a 107
kilómetros de la ciudad de Trelew, esta reserva natural alberga la colonia
de pingüinos de Magallanes más grande del continente: pueden llegar
a pasearse por Tombo hasta un millón de pingüinos. Todos los años
estas aves llegan hasta allí durante el mes de septiembre para aparearse
y criar a sus pichones, y retoman su camino al mar en el mes de abril. En Punta
Tombo es posible caminar entre los nidos que los pingüinos hacen debajo
de la tierra o en las matas de arbustos y, según la época del
año, observar el complejo juego de cortejo entre las parejas, verlos
empollar los huevos (son los machos los que se encargan de esta tarea), escuchar
sus continuos estornudos (con los que expulsan la sal del agua que beben y que
su cuerpo no necesita), los más continuos pedidos de comida de los pichones,
o simplemente observarlos pasear o tirarse al mar en graciosos movimientos.
La Sociedad Zoológica de Nueva Cork, con la colaboración del Organismo
Provincial de Turismo de Chubut, está estudiando a los pingüinos
en Tombo con el fin de conocer su biología, comportamiento y forma de
conservación. Por eso se ven algunas aves con un anillo numerado en la
aleta que las identifica, y pingüinos anillados en Tombo fueron encontrados
en lugares alejados como Brasil.
La reserva también es un área extraordinaria en cuanto a la diversidad
de aves marinas y costeras que allí se reproducen: gaviotas cocineras
y australes, gaviotines, skúas, ostreros, cormoranes, entre muchos otros.
Dique Ameguino
Desde Trelew, tomando la Ruta Nacional Nº 25, se recorre el verde
valle inferior del río Chubut, que contrasta notablemente con la árida
estepa patagónica que lo rodea. Sus cuarenta mil arboladas hectáreas
se mantienen con un sistema de riego en base a canales construidos por los colonos
galeses a fines de 1800. A lo largo de todo el valle se pueden visitar distintos
establecimientos rurales, con producciones de fruta fina, cultivos orgánicos,
árboles frutales, engorde de ganado y tambos ovinos y bovinos.
Siguiendo por la Ruta 25 se accede al Dique Ameghino, una imponente obra de
ingeniería con gigantescos murallones que forman un lago artificial a
un costado del río Chubut. Es un lugar con una pequeña villa,
ideal para acampar y disfrutar de las enormes paredes de piedra rojiza de los
cerros que lo rodean, y para realizar caminatas, escaladas, pesca, rafting y
rappel. Además de las actividades, es especialmente recomendable comer
el corderito patagónico (otro plato que el visitante tiene prohibido
pasar por alto) que se sirve en el restaurant y camping del lugar, Valle Verde,
supervisado personalmente por su propietario, el italianísimo José
Giamberlluga.
Gaiman, el pueblo galés
En 1874, ochenta y cuatro inmigrantes galeses arribaron a Chubut,
buscando nuevos horizontes que les permitieran practicar su religión
y mantener vivas sus costumbres y su idioma, prohibidos en su tierra natal por
la colonia inglesa. Ese año nació Gaiman, “punta de piedra”
en idioma tehuelche. Hasta hoy, la localidad de seis mil habitantes se caracteriza
por mantener viva la cultura y la historia de aquellos primeros colonos galeses.
Recorrer las calles de Gaiman es revivir su historia, con sus capillas bien
preservadas, la antigua estación del ferrocarril construida en 1908,
que hoy funciona como Museo Regional, el túnel de trescientos metros
de largo del ex Ferrocarril Central Chubut, la primera casa construida en 1874
por David D. Roberts, donde nació el primer hijo de galeses en Chubut.
Pero el lugar es especialmente famoso por una de las ceremonias galesas que
se mantiene viva: la pausa de la hora del té. Actualmente hay varias
que ofrecen el tradicional té acompañado de una variedad de repostería.
Según explica Delano Thomas, propietario de la casa de té Ty Cymraeg,
hay tres tortas que no pueden faltar, más allá del estilo de cada
casa: la tarta de manzana, la de crema y la típica torta negra galesa.
Durante su visita a la Argentina, Lady Dy visitó esta zona, y eligió
una de las ocho casas de té que existen en Gaiman. Desde entonces, son
muchos los turistas que insisten en “ir a tomar el té como Lady
Dy”, a la misma casa. Algo que no termina de agradar a las otras casas
de té, que por una elección fortuita quedaron fuera del capricho
turístico. Se busque o no respirar aires principescos, Gaiman es un lugar
para visitar con los sentidos abiertos y la panza vacía y bien dispuesta.
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