FRANCIA > EL SUR, A LA PROVENZAL Y A LA ROMANA
Entre Marsella y el Ródano, en el territorio meridional francés se encuentra uno de los mayores legados arquitectónicos del Imperio Romano. El monumental acueducto del Pont du Gard, las Arenas de Arles y la Casa Cuadrada de Nîmes son los hitos de un circuito que regresa a los tiempos de Julio César.
› Por Graciela Cutuli
En Francia están la Province y la Provence. La Provence era una province, pero la province no era siempre la Provence… Ambos vocablos tienen el mismo origen y la única letra que los distingue encierra en sí misma unos dos milenios de historia. Mientras que la province –la provincia– es «el interior», todo el país fuera de París, la Provence –la Provenza– fue la primera de todas las provincias: la que constituyeron los romanos en el siglo II antes de nuestra era, cuando lograron una de sus primeras conquistas fuera de la península italiana. Históricamente la Provenza fue delimitada por el Ródano, los Alpes y el Mediterráneo. Se la asocia con una gastronomía de carácter, campos de lavanda, el canto de las cigarras, montes cubiertos de olivo y un modo de vida más bien relajado bajo el sol. Más que por cercanía, es por herencia que tiene tantas similitudes con Italia. Allí la impronta de Roma fue más fuerte que en ninguna otra parte. Y es posible recorrer la región en busca de aquel glorioso pasado, que floreció durante siglos de pax romana, cubriendo los suelos rocosos de un manto de monumentos y rutas que en gran parte lograron atravesar los siglos. Especialmente en torno a la ciudad de Arelate, que hoy día conocemos como Arles.
LA POMPEYA PROVENZAL Este circuito se vive como si fuese una historia, que arranca bajo la sombra de un olivo, sobre la terraza de un café en la plaza de un pueblito. Sin olvidar el vaso de pastis en la mano. Esta bebida aperitiva anisada se toma con agua muy fresca y es un ritual más arraigado en la Provenza que el té en Londres… En cuanto a la historia, empezó hace más de dos mil años, cuando los griegos instalados en Massilia llamaron a los romanos para ayudarlos a defenderse contra ataques de tribus autóctonas. El puerto que habían creado, y que hoy llamamos Marsella, era una de las mayores bases comerciales helenas en el oeste del Mediterráneo. Desde allí no sólo comerciaban sino que poco a fundaban otras colonias e introducían su civilización entre los ligures y los celtas. De esta forma construyeron un pequeño centro termal en una región de montañas bajas, los Alpilles. Como trasluce su nombre, se trata de los pequeños Alpes, una cadena rocosa que sirvió de marco a las novelas de Marcel Pagnol, de Jean Giono, de Alphonse Daudet y de Frédéric Mistral. Es una región rural que ha conservado sus tradiciones, su acento provenzal y el recuerdo de sus lejanos antepasados. El pequeño centro griego, Glanon, también fue asimilado por los romanos cuando se instalaron en la región y cambió su nombre por Glanum. Es la Pompeya de las Galias, una ciudad conservada sin cambios a lo largo del tiempo. En este caso, no ha sido sepultada bajo lava y ceniza sino bajo el olvido y el paso de los siglos.
Se trata de un pequeño centro termal y religioso que gozaba de cierto prestigio y había alcanzado su máxima plenitud en los tiempos del emperador Augusto. Es el punto de partida ideal para emprender un viaje temático por las rutas de la Provenza romana porque tiene un interesante centro interpretativo que traza la historia del sitio y lo sitúa en el marco histórico de la región. Habrá tiempo más adelante para pasar por Nîmes, Orange o Arles y sus grandes vestigios.
En Glanum, la calle principal conservó sus revestimientos, que cubrían un complejo sistema de alcantarillas, las piletas de las termas y las bases de paredes de las casas y el foro. Siguen en pie algunas columnas de los templos. El sitio fue abandonado en torno al año 270, luego de ser saqueado por invasores bárbaros. Como estaba alejado en la guarrigue (así llaman los provenzales a sus montes) no sirvió de cantera de piedras ya talladas para la construcción de iglesias y casas, como ocurrió en otras ciudades durante la Edad Media.
Glanum fue redescubierta a principios del siglo XX. La Pompeya provenzal libró muchos detalles acerca de cómo era la vida en la Narbonense, la primera provincia de las Galias. Algunas de las piezas rescatadas en las excavaciones se exhiben en el centro interpretativo, junto a maquetas. Pero las más valiosas están al resguardo en un museo del vecino pueblo de Saint-Rémy-de-Provence. La visita no estaría completa sin dedicarle tiempo a Los Antiguos, un conjunto de dos monumentos –también de la época romana– que están a lado de la playa de estacionamiento para visitar Glanum. Son dos remanentes monumentales en un claro del monte: un arco de triunfo y un mausoleo, que se ubicaban en lo que era la entrada del pueblo termal. El arco reivindicaba la conquista de la región sobre los celtas y los griegos. Por su parte el torreón –considerado como el cenotafio antiguo mejor conservado de todo el mundo– fue construido para honrar la memoria de una familia de galos asimilados a la civilización romana, los Iulii. El monumento conservó sus inscripciones y sus bajorrelieves, gracias a los cuales se puede conocer con precisión su función y la identidad de quienes lo erigieron.
UN PUENTE, DOS MIL AÑOS Los provenzales tienen la reputación de ser exagerados. Sin embargo hay que creerles cuando dicen que tienen el mejor conjunto de vestigios romanos. Acabamos de ver el monumento funerario mejor conservado y una ciudad mantenida en un estado excepcional; es tiempo de conocer el mayor acueducto del mundo antiguo.
El puente sobre el río Gard es parte de un canal que abasteció de agua la ciudad de Nîmes durante varios siglos. Se trata de una impresionante obra de ingeniería en varios niveles, que servía a la vez de puente para carros, cruce peatonal y acueducto. Es la postal más emblemática del período galorromano.
Si los obreros que lo levantaron pudieran verlo en la actualidad, se sorprenderían por varios motivos. En primer lugar porque comprobarían que su construcción ha superado el paso del tiempo holgadamente; y luego, al anochecer, al asistir al mágico show de luces y sonido que envuelve el monumento en verano.
Antes de llegar al sitio, hay que elegir uno de sus dos costados. Los carteles indican que se puede optar por ir con el auto hacia la orilla derecha o la izquierda. De ambos lados las vistas son hermosas. Pero ese no es el punto: hay que decidirse más bien en función de lo que se quiere hacer junto con la visita. Si el sol es muy fuerte y el día pesado, la orilla derecha presenta una hermosa playa de río casi junto al puente. No todos los días uno puede bañarse al pie de dos milenios de historia. Esta misma ribera tiene un restaurante con vista panorámica (en realidad hay uno de cada lado) y un espacio para seminarios.
El complejo para visitantes está justo enfrente, sobre la orilla izquierda, conformado por un museo, tiendas de recuerdos y de productos regionales, el centro de información (con visioguías en español), salas de exhibición y una proyección audiovisual. Forma una suerte de minicalle que hay que cruzar de punta a punta para llegar al puente. Las piedras están iluminadas y los arcos se reflejan de un lado y otro del río según el momento. La mejor hora, en verano, es a finales de la tarde, para ver el monumento colorearse poco a poco con las últimas luces del día antes de que las luces se enciendan para ponerlo en valor de otra forma. Si se elige ese momento de la jornada, hay que aprovechar las tiendas y las muestras en el momento de entrar, porque tienen horarios de cierre tempranos, mientras que el sitio da la posibilidad de quedarse hasta tarde antes de volver a la playa de estacionamiento.
El puente es la parte más monumental de una obra tan compleja como sabían hacerlas los ingenieros romanos. En temporada se puede optar por visitas completas del sitio que permiten subir hasta el tercer nivel, el del acueducto, y seguir las ruinas de las canalizaciones por el monte. Los historiadores saben que a pesar de sus gigantescas dimensiones (50 metros de alto y 360 de largo) fue levantado en sólo cinco años. Era parte de un sistema que captaba las aguas de una fuente en una montaña a 30 kilómetros de Nîmes, y que tenía que mantener la misma pendiente a lo largo de todo su recorrido para conseguir la presión y el flujo adecuados en la ciudad.
Precisamente la pendiente de la obra logra apreciarse desde el punto panorámico donde culmina el paseo por un jardín temático llamado Memorias de Garriga, donde se ha reconstituido el paisaje provenzal más tradicional.
NÎMES Y ARLES Los romanos se instalaron desde hace tanto tiempo en la Provenza que muy pocos sitios no reivindican ese origen. Cada ciudad ha sabido conservar con más o menos suerte un monumento o un vestigio heredado de los tiempos clásicos. Las dos ciudades más completas en este sentido son Nîmes y Arles, que fueron grandes centros urbanos: Colonia Augusta Nemausus y Arelate.
La primera de las dos se hizo valer de un vínculo privilegiado con el más prestigioso de todos los emperadores, que honra en su nombre. Nemausus, por su parte, era una divinidad local simbolizada por una fuente que todavía existe (en los jardines de la Fontaine). Se estima que en el siglo II había alcanzado la nada desdeñable población de 20.000 habitantes y por lo tanto era una de las grandes ciudades de la Provincia, con todas las comodidades edilicias que una civitas de su rango podía esperar: teatros, anchas avenidas, foro, templos. Parte de esta infraestructura ha llegado hasta nosotros, como la imponente Torre Magna, las murallas y sus puertas, el anfiteatro, el Templo de Diana y algunos tramos de canalizaciones. Y sobre todo, la Casa Cuadrada... que en realidad no es ni una cosa ni la otra. Se trata de un templo rectangular, que fue construido un poco antes del inicio de nuestra era. Su caso es prácticamente único porque la construcción no ha sido alterada luego de su edificación. Mientras todos los lugares de culto fueron destruidos o transformados a medida que el cristianismo se convirtió en la religión predominante, o que los vecinos de la Edad Media saquearon las ruinas para construir sus casas, la Maison Carrée ha sido preservada, quizás por casualidad, quizás por algún motivo especial que fue olvidado con el tiempo. Fue construido sobre el modelo más sencillo de los lugares religiosos de sus tiempos, con una entrada de quince escalones que permiten acceder a un podio y una cella –el lugar de culto propiamente dicho– rodeados por columnas, frisas y frontispicios que han sido milagrosamente preservados. La perfección, la armonía y la elegancia del edificio le aseguran un lugar destacado en cualquier libro de arquitectura o de historia, y al momento de visitarlo uno tiene la impresión de volver a ver un “viejo amigo”.
En el rubro “mejor conservado” hay que mencionar el teatro de Orange, ya en el norte del tramo provenzal del valle del Ródano. Los amantes de rock lo conocen bien porque se han grabado varios shows en vivo (The Cure, Frank Zappa, David Gilmour) en ese magnífico marco que mantuvo su fisonomía en un relativo buen estado.
Pero sólo Arles puede competir en vestigios romanos con Nîmes. Este recorrido puede concluir entonces en las calles de aquella antigua urbe, construida donde el Ródano abre su curso en dos brazos para formar un delta antes de desembocar con sus aguas en el Mediterráneo. Como en Glanum y en Marsella, los griegos fueron los pioneros en asentarse en este lugar, que llamaban Théliné. Pero si Massalia eligió el campo de Pompeo, Arelate se alistó en el de Julio César en la lucha que los enfrentó. Su bonanza se remonta a aquellos tiempos en que se inclinó por el campo del vencedor, que le agradeció dándole el rango de “ciudad romana” y la transformó bajo el modelo de una mini Roma, para convertirla en la vidriera de la civilización itálica de la Provincia.
El Museo de Arles Antigua es el lugar más indicado para empezar la visita. Se conservan allí las principales piezas encontradas en la ciudad y testimonios de la presencia de los primeros cristianos, así como valiosos mosaicos y una copia de la Venus de Arles, una hermosa estatua cuyo original estaba en uno de los nichos del teatro y había sido regalado al rey Luis XIV. A diferencia del de Orange, ese teatro ha sido muy dañado. Aunque sigue cumpliendo su función, tiene más bien el aspecto de una ruina que conserva las trazas del edificio original y un par de columnas que el azar mantuvo de pie. El criptoporticus, un conjunto de salas subterráneas que servían para almacenar granos bajo el Foro, tuvo mejor suerte y se pueden ver todavía sus grandes galerías con los pozos de ventilación originales. Lo mismo pasa con Los Alyscamps, otro sitio emblemático, que debe su fama tanto a su valor arqueológico como a la obra de Van Gogh, quien lo adoptó como lugar de paseo y trabajo. Es seguramente la necrópolis antigua más famosa de Francia. El lugar se presta para jugar a sacar fotos con las mismas perspectivas que los cuadros del artista, y al mismo tiempo descubrir sarcófagos de piedra de una de las primeras comunidades cristianas de las Galias.
Junto al Pont du Gard y la Casa Cuadrada de Nîmes, el tercer símbolo de la presencia romana en territorio francés es el Anfiteatro de Arles. No sólo está entre los mejor conservados de todo el mundo clásico, sino que fue el mayor edificio construido en las Galias durante la pax romana. César había querido que Arelate fuese una pequeña Roma, y aquellas Arenas eran un mini Coliseo. Son un emblema pero también un lugar muy presente en la vida de la ciudad: además de conciertos y eventos, se organizan corridas de los feroces toros camargueses, criados en semilibertad en los pantanos del Delta del Ródano vecino, como si fuese un lejano eco de las sangrientas luchas entre fieras y entre gladiadores que solían mostrarse en la misma pista de arena, hace dos mil años.
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