ECUADOR > DE LA CAPITAL A LA SELVA
Los encantos ineludibles de la ciudad de Quito y, a dos horas de allí, el pueblo de ambiente tropical signado por su bosque lluvioso, donde un colosal mundo de flora y fauna le abre las puertas al ecoturismo. De los clásicos citadinos a los deportes de aventura, la conservación y los voluntariados ecológicos.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Lejos física pero no emocionalmente de los seis distritos costeros que aún trabajan para afrontar el después del terremoto de abril, tanto Quito como Mindo son dos buenas razones para tomar una muestra de la actualidad ecuatoriana. Recostada en los verdes valles de una cordillera andina aquí más plana, la capital resume mucho de la historia continental, y no en vano ha sido la primera ciudad declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, en 1978. Llegar es siempre emocionante, casi a cualquier destino: pero andar a pie aquí, atento a los detalles, es al principio una obligación. Ubicada a casi 3000 metros de altura, Quito puede jugarle una mala pasada a quien venga del llano con otras velocidades. Por eso el microclima cambiante de la urbe, y la altitud reinante, son una invitación a contemplar y hacer, a ritmo calmo, aquello planificado a otras velocidades. Como en toda gran metrópoli, es cada vez más notoria la mixtura entre lo antiguo y lo moderno, entre lo contemporáneo y lo colonial, y también entre lo natural y lo creado por el hombre. Un ejemplo claro son los racimos de torres y edificios céntricos, puestos por delante de los picos de la cordillera, donde se diferencia la imponente sombra del Pichincha, el Antisana, el Cotopaxi y el Cayambe, sus cuatro volcanes más vistosos. Allí, en pleno centro, además de los sabores de los bastones de yuca o los aguacates a la serrana, y de la música folklórica donde sobresalen los sanjuanitos, las agencias y la propia delegación de Quito Turismo proponen como gran visita el bosque nublado de Mindo, una pequeña localidad ubicada a más de dos horas de aquí.
ARRIBA Y ABAJO El teleférico que asciende a los 4794 msnm y algunas de las 32 iglesias que el centro atesora (y apretuja) en pocas cuadras, son buen programa para el primer día de visita. Por su parte, el funicular escala la escarpada ladera del Pichincha y ofrece miradores y senderos de bicicleta y caminata para no quedar sólo en la vista de postal, que por clásica no deja de ser impresionante. En los ocho minutos de ascenso, el camino entrega la imagen conmovedora de la Virgen Alada del Panecillo, a medida que se va perdiendo dimensión de las casitas que fueron moldeándose en sus valles, y se destacan tras esa estatua blanca las figuras solemnes de los volcanes Antisana, Cotopaxi y Huahua. La visita no tiene restricción de tiempo, por lo que uno puede quedarse allí todo lo que guste, desayunar, almorzar o merendar.
Abajo, lo dicho ya: las iglesias son muchas, e imposibles de recorrer en su totalidad, pero puede optarse por una pocas, siempre incluyendo la Catedral-Museo Primada, de factura increíble. Levantada apenas un año después de la ciudad, y repleta de oro que los vecinos donaron para su restauración tras un incendio, sus arcadas destellan tal claridad que no necesita iluminación artificial. En un salón, una biblioteca resguarda incunables del siglo XVI y pinturas de la Escuela Quiteña que reviven los días en que los pobladores originarios se toparon con los colonizadores. Antes de partir del centro es bueno llegar a La Ronda, por la larga y angosta Morales. Se trata de una calle encañonada al estilo de los viejos conventillos de La Boca, donde se atesoran talleres de costura, sobreviven oficios como el hojalatero o el sombrerero, se puede jugar al ajedrez o tomar un Morocho, una versión local del café con canela. Hay restaurantes y casas de arte, fachadas de época bien colonial, y decenas de balcones adornados con esmero, donde predominan macetas, flores y la orgullosa bandera ecuatoriana. Salvo tomar un taxi (suelen cobrar carísimo, y hay más de un caso en que se ha robado a turistas), aquí nada está restringido: por el contrario, es un buen sitio para pasar el día a pleno, mientras se disfruta de cantores callejeros en los zaguanes, se almuerza en Octava de Corpus (exquisitos sabores quiteños a precios razonables) se toman fotos en el umbral de piedra o se ve cómo se arreglan pianos en uno de los más fenomenales locales del recorrido. ¿Por qué La Ronda? Nuestro guía lo explica bien: “En la época española, este sitio era un lugar de mucha farra, por eso cada casa tiene pasadizos secretos para que los policías que venían de ronda no pudieran encontrar burdeles, casas de juego y musicales”, asegura Douglas Toscano.
AGUA BENDITA La camioneta deja atrás la gran ciudad y las sierras bajas de Calacali, donde el monte empieza a crecer. Al rato todo es bosque, y hasta los cerros están cubiertos por un denso follaje. Pequeño, discreto y algo tropical, el pueblo que se afirma en el creciente desarrollo del ecoturismo nos recibe en pleno Bosque Protector Mindo-Nambillo, que envuelve las casas y calles de este paraíso de la “pluviselva subtropical húmeda”. En Mindo conviven tanto el bosque primario como secundario, y bien lo celebran sus más de 40 tipos de mariposas, todo un récord continental para una región tan pequeña. Pero no sólo eso: su flora, donde sobresalen las 170 especies de orquídeas, hacen de sus senderos el deleite de los fanáticos de las flores, que miran, fotografían y analizan bromelias, heliconias, helechos, vides, musgos y líquenes. Este microclima da vida y hogar a una diversidad impresionante de animales, sobre todo de aves, con más de 500 especies entre las que sobresalen los tucanes, búhos, papagayos, colibríes y los coloridísimos quetzales. Los pobladores sacan provecho no sólo del aire puro y del concierto de ranas que atrae a los más emocionados visitantes, sino también de un clima propicio para la siembra de maracuyá, bananas y guayabas, además de la producción de caña de azúcar, café y cacao. Los deportes son otra manera de sacar provecho a estos paisajes, en especial a expensas del río Mindo, donde la aventura implica navegar a los tumbos con el tubbing, esas cubiertas gigantes atadas entre sí, y con el rafting, ya aguas más adentro. Varios senderos, quebradas y vertientes son la excusa del trekking y rapel, de la bicicleta y los paseos a caballo. Y está también el canopy, con dos empresas que brindan varias opciones para sortear parte de este bosque por los aires, en especial Mindo Canopy Adventure, que ofrece 13 líneas combinadas. Ellos también proponen la caminata a la cascada del río, que concluye con un “columpio extremo” que implica el balanceo a lo Tarzán con una soga, para llegar al otro lado del sendero. Algunos más valientes prueban aquí el clavadismo, mientras otros disfrutan de la espuma brumosa que no deja de caer desde unos 15 metros de altura como si fuese un hidromasaje.
Ya está por llover nuevamente, ya que todas las tardes (literalmente) llueve en Mindo. Con el primer goteo llegamos a la cita final, el Jardín Nathaly, donde se pueden observar colibríes, mariposas y orquídeas sin tener que desplazarse largas distancias de los hoteles y contar con la explicación de expertos. También hay reseñas de los yumbo-nigua, los pobladores originarios que ocupaban Mindo y otras regiones de los bosques subtropicales en época preincaica, especialmente sobre la ladera occidental del Volcán Pichincha. “Los yumbos fueron calificados como salvajes por la riqueza que poseían. Gozaban de productos de primera necesidad como sal yodada, algodón, ají o yuca, y en cierta forma aceptaron la dominación española”, asegura Douglas. El jardín cuenta con varios salones donde se crían mariposas y especies de aves, y un orquideario bien completo. Además ofrece un programa de voluntariado en temas ambientales y socioculturales al que asisten estudiantes de todo el mundo para aprender sobre manejo y reproducción de la taxonomía de las orquídeas del noroccidente, sobre mariposas diurnas de la zona y las buenas prácticas aplicadas al manejo de los bebederos de colibríes.
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