Dom 21.08.2016
turismo

PERU > EL GRAN HOTEL BOLíVAR

Una mirilla hacia Europa

Inspirado en la Belle Époque y de estilo neocolonial, alojó en Lima a príncipes, presidentes y una asombrosa lista de estrellas del arte mundial: Orson Welles, quien descubrió aquí el pisco; Ava Gardner, Igor Stravinsky, William Faulkner y unos veinteañeros Rolling Stones expulsados “por no respetar las normas”.

› Por Julián Varsavsky

Para los fastos del centenario de la independencia peruana, igual que en otras capitales latinoamericanas, en lugar de orientarse hacia lo autóctono las élites “festejaron” con la mirada puesta en Europa. Impulsaron así una remodelación urbana con apertura de bulevares, idealizando la arquitectura europea entendida como “alta cultura” y paradigma de lo moderno.

A comienzos de la segunda década del siglo XX Perú debía celebrar el centenario de la batalla de Ayacucho y, como parte de la remodelación limeña, hacía falta un hotel inspirado en el Savoy de Londres y el Ritz de París, que alojara a los invitados internacionales de esos fastos. El Presidente Augusto B. Leguía lo inauguró el 6 de diciembre de 1924 en el centro histórico de la capital, frente a la Plaza San Martín.

Fue el primer edificio de la ciudad con el estilo llamado neocolonial que tomaba ciertas formas de la arquitectura decimonónica para modernizarla con materiales novedosos.

Tan de avanzada fue el Bolívar en su época que allí se instalaron los dos primeros ascensores en Perú, uno de ellos en funcionamiento hasta hoy. Su vanguardia tecnológica incluyó la primera radio a tubos del país, instalada en la habitación 312, donde se alojaban los huéspedes más célebres. El 11 de abril de 1955 se hizo desde el Bolívar la primera transmisión de la televisión peruana, con un vistoso show musical. En el centro de la recepción hay “estacionada” una rareza que conjuga con lo vanguardista que supo ser el hotel: un Ford T de 1920, de los primeros que hubo en la ciudad.

Para garantizar máxima suntuosidad el gobierno declaró libres de impuestos las importaciones que sirvieron al empresario inmobiliario para decorar su hotel. Los baños son de puro mármol, en el hall principal hay una gran cúpula con un deslumbrante vitral sobre una columnata circular, por todos lados se instalaron alfombras belgas, lámparas de alabastro francés y mueblería de la casa inglesa Waring & Gillow. En el Salón Dorado hay espejos y muebles exquisitamente tallados con aplicaciones en bronce. El comedor tiene capacidad para 500 personas.

El diseñador de la obra fue el arquitecto peruano Rafael Marquina y Bueno, quien en 1934 hizo una ampliación agregando tres plantas más, hasta llegar a cinco pisos y 150 habitaciones. En 1961 fue vendido a un empresario petrolero de Texas y años después la historia del hotel tuvo un giro extraño: fue donado a la cofradía jesuita de los Frailes Menores de la Providencia del Santísimo Nombre de Jesús. En 1972 se lo declaró Monumento Nacional y luego pasó a manos de una compañía panameña.

En el momento de su inauguración se contrató a Ernesto Oechsner, maître del Hotel Ritz de Londres, y como chef de cuisine al suizo José Heanggi. En los 40 se abrió el Grill Bolívar, que oficiaba de restaurante, bar y salón de espectáculos en el subsuelo. La calidad de su coctelería fue fundamental para la difusión y popularidad del pisco sour.

BUENA VECINDAD El director de cine Orson Welles estuvo en el Gran Hotel Bolívar poco después de estrenar su célebre Ciudadano Kane en 1941. La visita fue parte de las políticas de “buena vecindad” del gobierno de Estados Unidos, que buscaba una “integración” con el resto del continente. Hubo un gran interés de la prensa local y el encuentro fue en el hotel. El cineasta arrancó con una provocación: “Son muchas las veces que he tenido que decir lo que ustedes quieren que diga; por eso sé de memoria un itinerario que les puedo recitar”. Una confesión aparentemente inédita fue que su famosa transmisión de una invasión extraterrestre se inspiró en el experimento de un sacerdote inglés, quien había anunciado que Inglaterra sería invadida por la Unión Soviética, generando una ola de inquietud.

Luego de la entrevista grupal el periodista Alfonso Tealdo de La Prensa le hizo una invitación: “¿Whisky con soda?”. “No. Peruvian drink”.

La charla se habría extendido por cinco horas y pasó a ser parte de la leyenda del hotel. Según la cual, al descubrir el pisco sour, Welles comenzó a ordenar un trago tras otro hasta superar la veintena. El periodista, por su parte, alimentó su propia leyenda. Contó que esa misma noche había redactado la entrevista con los recuerdos recientes y la entregó. Agrega su relato que respiró aliviado al leerla publicada –ya recuperado de la borrachera– porque no recordaba nada de lo hablado. Aseguró también que sólo al principio habían utilizado un intérprete y luego no habría hecho falta porque el director “aprendió el idioma del pisco sour”.

La entrevista documenta diálogos como el siguiente: “¿No se siente culpable por el daño que le hizo a la radio con la transmisión de la invasión extraterrestre?”. “¡Protesto!... Antes de mi obra se creía en la radio, ahora ya no”.

LOS STONES Mick Jagger y Keith Richards se alojaron en el hotel con la novia del segundo –la groupie Anita Pallenberg– y un amigo durante unas vacaciones en enero de 1969, una época en la que vieron a Sudamérica como una opción para refugiarse de su propio éxito.

Antes habían sido expulsados del hotel Crillón por no utilizar “ropa adecuada”. Por aquel tiempo los Stones eran jóvenes, millonarios y divos caprichosos que chocaron contra la conservadora y racista alta sociedad peruana. Además de tener el pelo largo se vestían como gitanos, a veces con el torso desnudo, otras con chilabas de colores, sandalias, cintas en el pelo, anillos y pendientes: en el Crillón se esperaba que los huéspedes usaran camisa.

Aquellos veinteañeros estaban muy lejos de ser los lords que son en la actualidad y en el Gran Hotel Bolívar no les fue mucho mejor: los expulsaron a los tres días “por no acatar las normas”. Se fueron a buscar mejor suerte en el balneario de Ancón, donde Jagger se habría mostrado en público semidesnudo, terminando en una comisaría. Se dice que el descontrol siguió en una lujosa embarcación del Yacht Club con una fiesta privada a puro sexo, pisco y rock and roll. La incursión Stone en Perú habría terminado con un viaje a Cusco del que no hay testigos y que falló en el intento de llegar a Machu Picchu.

Otra de las incomprobables historias –“mejoradas” con el paso del tiempo– es la de la llegada al hotel en 1940 del “animal más bello de la tierra”, Ava Gardner. Parecer ser que por los efectos mágicos del pisco sour, la diva bailó sobre la barra del bar y otro día se paseó por los pasillos abovedados con una bata transparente fulminando huéspedes como una Medusa.

En las habitaciones durmieron príncipes europeos y asiáticos, incluyendo al Maharajá de Kapurtala de la realeza hindú. La lista de huéspedes ilustres es interminable: los escritores William Faulkner, Ernest Hemingway, André Malraux, Pablo Neruda y Jorge Luís Borges; los actores Cantinflas, Clark Gable, Alain Delon; los músicos Dámaso Pérez Prado, Agustín Lara, Armando Manzanero, Pedro Infante, Jorge Negrete, Nat “King” Cole, Igor Stravinsky, Louis Armstrong y María Félix, quien interpretó unos boleros en el restaurante; los políticos Charles de Gaulle, Robert Kennedy y Richard Nixon; el emperador Akihito de Japón y el príncipe Juan Carlos de Borbón.

El Gran Hotel Bolívar, ya no muy lejos de su propio centenario, carece del brillo de antaño y su categoría es ahora tres estrellas. Pero conserva los destellos de cualquier diva de cine con una vejez bien llevada, detrás de cuyas arrugas afloran una belleza innata y un glamour algo apagado pero nunca fenecido. La planta baja y los primeros tres pisos mantienen mucho de su fastuosidad original. Los pisos 4 y 5, en cambio, fueron clausurados y tomados por inevitables fantasmas. El gigante frente a la plaza San Martín se mantiene, de todas formas, incólume como un gran palacio al que le han sacrificado algunas de sus alas a cambio de mantenerlo “vivo”.

Columnata y vitrales, el canon europeo para celebrar la independencia americana. Foto: Julián Varsavsky

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