AVENTURAS EN LA RIOJA, EXCURSIóN A LA RESERVA LAGUNA BRAVA
En lo alto de la cordillera riojana, la Reserva Natural Laguna Brava resguarda comunidades de flamencos, vicuñas y guanacos, y algunos de los paisajes más hermosos y menos conocidos de nuestro país. Montañas perfectamente lisas y de vivos colores, refugios de piedra levantados en el siglo XIX y pueblitos de adobe.
› Por Julián Varsavsky
UN PUEBLO MUY SINGULAR. Vinchina es un pueblo
extraño y angosto que se extiende, casi en su totalidad, en línea
recta a lo largo de una sola calle asfaltada de 8 kilómetros y medio.
La sucesión de casas –levantadas con bloques de adobe a la vista–
tienen un frente rectangular que se repite casi sin variación ni elemento
decorativo alguno hasta el final del pueblo, habitado por unas 2 mil personas.
Sorprendentemente, las únicas dos farmacias de Vinchina están
ubicadas en el extremo norte del pueblo, casi una frente a la otra, así
que quien viva en el extremo sur deberá recorrer ocho kilómetros
y medio para comprar una medicina. Y justo detrás está el cementerio.
Como en casi todo pueblo chico –en cuyas techos sobresalen unos cuantos
radares grises de DirecTV–, el forastero se entera al poco tiempo de llegar
de algunas historias de sus habitantes. Por ejemplo, el actual intendente de
Vinchina, quien era el chofer de la municipalidad, se postuló como candidato
a viceintendente, y su fórmula ganó. Y como la intendenta electa
renunció al cargo, asumió entonces el vice. En la siguiente elección,
el ex chofer arrasó con los demás candidatos y ahora es un intendente
muy popular.
RUMBO A LA CORDILLERA. Las ocho de la mañana
es una hora prudente y placentera para comenzar la excursión en 4x4 hacia
Laguna Brava. Después de cruzar el río Bermejo, a la salida de
Vinchina, la camioneta se interna en la Quebrada de la Troya, una cuesta de
siete kilómetros y medio de largo. A los costados se levantan unas particulares
formaciones rocosas con numerosas placas de piedra superpuestas que parecen
mesetas inclinadas. Más adelante encontramos unas dunas de fina arena
a la vera del camino y, por increíble que parezca, vemos una pirámide
como las de Egipto. Hay que alejarse unos metros para comprobarlo en perspectiva...
y creerlo. Como se puede observar en la foto que acompaña esta nota,
el desprendimiento de una placa de piedra formó esa pirámide casi
perfecta sobre la cordillera riojana.
El listado de rarezas de este viaje sigue con el río Bermejo al costado
del camino que, llegado cierto punto, da una vuelta en U alrededor de un gran
peñasco y vuelve en paralelo a su mismo curso, desandando el tramo por
el que venía.
EL FANTASMAL ALTO JAGUE. El siguiente pueblo
en el camino hacia Laguna Brava es todavía más extraño,
desde el punto de vista geográfico. Allí, en los días de
lluvia, la calle principal y única de Alto Jague se convertía
en el lecho de un río. A lo largo de décadas, la erosión
del agua fue cavando dos barrancas, una a cada costado de la calle, que tienen
hoy entre dos y cuatro metros de altura. Como las lluvias no abundan en estas
regiones, uno camina por el reseco “lecho” hundido entre paredes
de tierradura, levantando la cabeza para ver las casas de adobe que alguna vez
estuvieron a nivel de la calle. No sería descabellado imaginar al somnoliento
Alto Jague en un día de lluvia como una pequeña Venecia riojana.
Más allá de la fantasía, lo cierto es que, a la hora de
la siesta, Alto Jague parece un pueblo fantasma. Nadie anda por la calle, y
las puertas y ventanas están herméticamente cerradas para que
no entre el calor. Por eso, las mañanas o las tardecitas son los momentos
adecuados para ajustar detalles de la excursión en la oficina del Cuerpo
de Guardaparques de la Reserva de Vicuñas Laguna Brava. El precio de
la entrada es de $ 10 por auto y $ 5 por persona. Los guardaparques se encargarán
de controlar que todo el mundo regrese, y de no ser así irán a
buscarlos.
A partir de ahora, el camino de tierra continúa por la Quebrada de Santo
Domingo, a través de suaves lomadas que, debido a los 4 mil metros de
altura, prácticamente no tienen vegetación sino un >>>
suelo cubierto por piedritas y minerales de vivos colores. Desde la distancia,
las montañas parecen estar recubiertas por finas capas de terciopelo
azul, verde, naranja, violeta, gris, blanco, rosa y amarillo que, en algunos
casos, se pueden ver toda esa gama en un mismo cerro.
Cuando llegamos a una pampa de altura se cruza en el camino una manada de cinco
vicuñas, la principal especie protegida en la reserva. Las vicuñas
son muy curiosas y, si uno avanza despacio, se quedan paradas frente a la camioneta,
obstruyendo el paso. Algo parecido sucede con los suris o ñandúes,
que corren delante nuestro como jugando una carrera.
LA LAGUNA Y LOS REFUGIOS. Al trasponer una
lomada aparece de repente un gran valle con una laguna ovalada en el centro,
rodeada por majestuosos volcanes nevados que promedian los 6 mil metros de altura.
La laguna azul zafiro duplica en su superficie las siluetas invertidas de medio
centenar de flamencos rosados, inmóviles frente a una playa de sal. Un
viento helado sacude sin pausa los escasos pastos dorados de alrededor, y un
ambiente árido al extremo pero muy colorido nos predispone a sumergirnos
en un espejismo. Hasta que la serenidad del silencioso paisaje se rompe cuando
la totalidad de los flamencos abre sus alas al unísono y levantan vuelo
para perderse detrás de un cerro.
Luego de recorrer a pie algunos de los golfos de la laguna, nuestro guía
prepara un suculento almuerzo que incluye cabrito asado frío, una sopa
para entrar en calor, pan casero, quesillo de cabra, dulce de leche, chocolate,
vino y hasta una copa de champagne. El lugar para semejante banquete en medio
de la nada no fue elegido al azar. Se trata de un refugio de piedra y argamasa
similar a un iglú que en su interior tiene la estructura de un caracol.
Con esa forma, aunque no tenga puerta, el viento no puede entrar. Mide 5 metros
de diámetro y termina en una pequeña cúpula con una abertura.
Entre 1864 y 1873 se construyeron en este sector de la cordillera trece refugios
de este tipo –que se mantienen en pie– para dar abrigo a los arrieros
que conducían ganado hacia Chile.
Estamos a 4200 metros sobre el nivel del mar y, cuando emprendemos el regreso,
nos sorprende una tormenta de granizo que en pocos minutos cubre toda la planicie
de un blanco perfecto a cada costado del camino. Al fondo, las montañas
han desaparecido tras una bruma blanquísima. Y en 20 minutos ya estamos
otra vez frente a un sol radiante que resalta nuevamente la paleta de colores
de las montañas.
La siguiente parada es en otro de los antiguos refugios de piedra para ver la
tumba El Destapadito, un chileno de pequeña contextura que murió
en 1964 en el refugio por falta de aire. Según se dice, era un fugitivo
de la Justicia. Lo extraño es que en la tumba de piedra los huesos están
a la vista, todavía con los zapatos puestos.
UN CONDOR DE VUELO LENTO. Ahora, los viajeros
piden un poco de acción. Entonces nuestro guía Daniel Nassif –un
amante de las travesías en 4x4–saca la camioneta del camino y trepa
uno de los cerros lisos a toda velocidad hasta la cumbre, con la camioneta inclinada
en 45 grados. Siguiendo con esa tónica, en vez de retomar la ruta circulamos
por un atajo que se interna por la parte baja de una quebrada, y avanzamos entre
las dos paredes de roca por un paisaje rocoso y arcaico donde sólo faltarían
los dinosaurios.
En el camino sorprendemos a un cóndor engullendo los últimos despojos
de su presa. Está lleno de comida y pesado, y huye despavorido ante la
camioneta. Pero el peso no le permite levantar vuelo sino apenas corretear montaña
arriba hasta un peñasco, desde el cual se lanza al abismo remontando
vuelo lentamente, con sus alas extendidas, hasta perderse en las alturas.
Haber descubierto al cóndor en su intimidad fue como interrumpir la calma
absoluta del reino de la soledad; un ámbito de extrañas inmensidades
ilustradas con vivos colores que no parecen elegidos al azar sino con el deliberado
motivo de darle color al silencio y vida a la soledad.
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