PATAGONIA UN CIRCUITO DE EXTREMA BELLEZA
Otoño en los Siete Lagos
Entre Bariloche y San Martín de los Andes, el Camino de los Siete Lagos –una de las más hermosas rutas de la Argentina– lleva a descubrir entre los recodos de la montaña hermosísimos espejos de agua de distintas tonalidades, enmarcados por los dorados colores del otoño.
› Por Graciela Cutuli
En el norte de la Patagonia, recostadas contra la cordillera, Bariloche y San Martín de los Andes rivalizan en belleza y colores cuando llega el otoño, la estación de los bosques amarillos y rojos, la del dorado infinito de los atardeceres sobre los lagos. Entre las dos ciudades, una ruta de ensueño lleva a descubrir entre las curvas y contracurvas del camino de montaña los tesoros escondidos de este paraíso austral: es el Camino de los Siete Lagos, con justicia considerado como una de las rutas más hermosas del mundo. En verano, es una explosión de verdes y colores deseosos de brillar después de las nieves del invierno, pero en otoño no tiene igual la calidez del paisaje: hasta el regreso del frío –cuando la nieve dificulta el paso y la ruta se cierra– el Camino de los Siete Lagos está abierto e invita a internarse en su laberinto de bosques y agua, bendecido por una naturaleza generosa.
Camino de ida y vuelta Hay muchas maneras de recorrer el Camino de los Siete Lagos, que es en verdad un tramo de la RN 234, según el tiempo disponible para el viaje. Si sólo hay un día, se lo atraviesa en algunas horas en las excursiones que parten de Bariloche a San Martín de los Andes, con un alto en Villa La Angostura y en los miradores del camino, para extender la vista sobre los lagos. A la vuelta, se puede regresar por Junín de los Andes, tomando una ruta que si bien es más larga está totalmente asfaltada (parte de los 184 kilómetros del Camino de los Siete Lagos está asfaltado también, pero todavía queda un largo tramo de ripio). Cuando hay más tiempo, se puede recorrer la ruta a lo largo de varios días, para acampar, parar en alguna hostería y realizar excursiones en el camino: abundan en la región los parajes escondidos de increíble belleza que los más audaces (y entrenados) eligen recorrer subidos a una bicicleta todo terreno. Según cómo se los cuente, aunque el tramo central de la ruta es la que va de Villa La Angostura a San Martín de los Andes, permitiendo descubrir parte de los Parques Nacionales Nahuel Huapi y Lanín, el Camino de los Siete Lagos pasa en realidad por ocho lagos: de norte a sur, son el Lácar, Machónico, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso, Espejo y Nahuel Huapi.
Desde San Martin de los Andes Comenzando el camino en San Martín de los Andes, el primer lago es el Lácar, un profundo espejo de aguas glaciarias que alcanza los 26 kilómetros de largo. En el lado sur, las paredes erosionadas del Cerro Vizcachas revelan que alguna vez el manto de hielo socavó las laderas del cerro, y al derretirse alimentó las aguas del lago. San Martín de los Andes es una de las capitales del esquí en invierno, gracias al cerro Chapelco, pero en verano y hasta el otoño es la meta preferida de los pescadores con mosca, una forma de pesca deportiva que promueve la devolución de los peces y que tiene un auge particular en los lagos del sur, ricos en salmónidos de gran tamaño y astucia para esquivar el anzuelo. Saliendo de San Martín por la RN 234, se pasa por el desvío al Cerro Chapelco y se puede tomar otro desvío al lago Melinquina, o bien seguir hacia el sur ascendiendo por la costa del Lago Machónico, bordeado de bosques y algunos tramos de estepas. Sobre el lago hay un mirador, y poco después comienza el valle del lago Hermoso, al que se llega por otro desvío (quien vaya sumando los lagos, verá que se puede así superar largamente los siete originales). Para algunos, este lago invisible desde la ruta y resguardado de los vientos, donde hay lugares para acampar, es el más lindo del recorrido.
En el valle se instalaron hace décadas familias de origen alemán que introdujeron los primeros ciervos colorados en la zona: la adaptación de la especie fue tan exitosa que desde este lugar los ciervos se extendieron hacia otros valles cordilleranos. La antigua Reserva Parque Diana, fundada en el valle por un industrial austríaco, hoy es una propiedad privada que funciona como coto de caza de acceso restringido.
Los lagos del Nahuel Huapi En esta zona, la ruta deja atrás los territorios del Parque Nacional Lanín para entrar en los del Nahuel Huapi, aunque para el viajero se trata de una demarcación imperceptible en el exuberante paisaje de bosques y lagos, que llega aquí a otro de los puntos “para la foto”: la cascada Vullignanco, con una caída de 20 metros sobre el río Filuco, dividida en dos por un peñasco central. Se ve desde la ruta, y se puede parar (hay estacionamiento) para tener una vista mejor desde el mirador.
El Camino de los Siete Lagos desemboca luego sobre dos espejos separados por apenas 1,5 kilómetro: son los lagos Villarino y Falkner. Sobre el río Villarino, en el istmo que divide ambos lagos, corre un río favorito de los pescadores, que suelen alojarse en la Hostería del Lago Villarino, con una privilegiada ubicación sobre ambos lagos. No es raro verlos, aquí y en otros puntos del recorrido, sumergidos en el agua hasta la cintura, arrojando las líneas pacientemente y en un silencio tal que hasta las truchas resultan engañadas. Sobre la margen sur del Falkner, en cambio, se recortan las torres negras del cerro Buque: esta montaña, nido de cóndores, es un buen lugar para avistar al gigante de los Andes cuando planea majestuosamente sobre los cerros.
Poco más adelante el camino reserva otra de sus muchas sorpresas: es el delicioso lago Escondido, el más pequeño del circuito y llamativo por el particular tono verde de las aguas. También aquí se puede parar en el mirador, para luego reanudar viaje hacia el lago Traful, paraíso de los acampantes y de los pescadores con mosca. Durante el verano, se concentran en las cabañas, hoteles y hosterías de la pequeña Villa Traful numerosos turistas y caminantes que salen en excursión desde este lugar. El lago es enorme –alcanza los 80 kilómetros cuadrados– y se enmarca en un paisaje de ensueño típicamente cordillerano, con bosques y altas cumbres nevadas recortándose contra el cielo diáfano del sur. En las cercanías hay unos cuantos paseos posibles, ya sea a la Cascada Co Lemu, el Bosque Sumergido, las lagunas Mellizas o las picadas al cerro Vigilante, entre muchos otros que ofrecen distintos grados de dificultad para las caminatas o el trekking.
Hacia Villa La Angostura El camino se va aproximando así a Villa La Angostura, una de las localidades patagónicas de mayor crecimiento en los últimos años. Sin embargo, la mayor afluencia de turistas y la mayor cantidad de residentes no le han quitado su carácter original: sigue siendo una villa de montaña como salida de un cuento, con sus cabañas, bungalows y hosterías a orillas del lago, y el centro de actividades del cerro Bayo, que funciona tanto en invierno como en verano. Algunos prefieren visitar desde aquí el Bosque de Arrayanes, que tradicionalmente se conoce en excursiones lacustres que salen de Bariloche, haciendo –en lugar de navegación– un trekking que parte de la villa hacia la península Quetrihué, sobre el Nahuel Huapi.
Pero todo eso es al llegar: antes, el Camino de los Siete Lagos todavía depara sorpresas. Quedan por visitar el transparente lago Espejo (tomando un desvío se llega también al lago Espejo Chico), que ofrece un complejo con servicios turísticos y un camping, al borde de la playa lacustre, y el lago Correntoso, unido al Nahuel Huapi a través de las aguas del río Correntoso. Este río es un caso particular: se lo conoce como uno de los ríos más cortos del mundo, ya que tiene apenas 300 metros de largo. Se lo puede observar desde un puente que lo cruza, en el istmo entre los lagos Nahuel Huapi y Correntoso. Finalmente, después de Villa La Angostura el camino termina en Bariloche, la capital nacional del esquí y el chocolate, que antes de vestirse de blanco para el invierno se explaya en infinitas gamas de dorados, rojos y marrones, como todos los bosques de esta ruta y de los demás caminos cordilleranos. Lo más probable es que al final del recorrido el viajero haya perdido la cuenta de los lagos avistados, pero le quedarán sin duda los recuerdos imborrables de la montaña, el agua y los bosques que dibujan en este laberinto cordillerano un paisaje auténticamente paradisíaco.
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