Dom 25.04.2004
turismo

AUSTRIA ITINERARIO ROMáNTICO-IMPERIAL

Un museo para Sissi

El imponente Hofburg, el palacio de invierno de los Habsburgo en Viena, abrió ayer un nuevo museo dedicado a una de las mujeres a la vez más amadas y detestadas de la historia de la realeza europea: la emperatriz Elizabeth, la célebre Sissi.

› Por Graciela Cutuli

Las fotos de Sissi, o la emperatriz Elizabeth de Austria y Hungría, la muestran de una belleza aparentemente inextinguible, esbelta y con una cintura de adolescente que era su orgullo y su obsesión. Incluso en los últimos años, cuando dejó de permitir que la retrataran, ocultándose obstinadamente detrás de un abanico de cuero o de un parasol, se adivinaba en la perfección de sus rasgos el culto al cuerpo en el que Sissi fue una precursora de muchas mujeres modernas. Su belleza, famosa ya en su tiempo, nunca envejeció y sigue siendo un modelo casi dos siglos más tarde. Pero lejos del personaje que Romy Schneider recreó para el cine, lejos de la historia romántica que la sitúa como heroína de una boda de ensueño con un joven emperador, Sissi fue una mujer rebelde, conflictiva y perseguida por fantasmas que la llevaron de un punto a otro de Europa en una eterna carrera contra las convenciones y contra el tiempo. Grecia, Italia, Portugal o Gran Bretaña, cualquier lugar era mejor que la corte de su marido. Al conservador pueblo de Viena eso no podía gustarle y, de hecho, nunca le perdonaron su desparpajo, sus luchas con su suegra por la educación de sus hijos, sus continuas ausencias de la corte y sus infracciones a la etiqueta. Nada de eso le impidió a Sissi conservar durante décadas el amor de Francisco José y convertirse en la reina más querida para el pueblo húngaro, cuya lengua aprendió con facilidad y cuya capital, Budapest, eligió como residencia durante largo tiempo. Impopular, entonces, pero también insoslayable, Sissi vuelve hoy a la escena, con un museo que Viena le dedica expresamente en las instalaciones del fastuoso Hofburg, el palacio de invierno de los Habsburgo en la antigua capital del imperio.

Ciento cincuenta años despues Hace cinco años, el centenario de la muerte de Sissi –asesinada en Ginebra por un anarquista italiano– fue la ocasión para conmemorar al personaje y su entorno, sobre todo desde una óptica revisionista. Su muerte preanunciaba el derrumbe del imperio austrohúngaro, ya sacudido algunos años antes por el suicidio del heredero Rodolfo, junto a la adolescente María Vetsera. Esta vez, el “Museo SissiMito y Realidad” en los apartamentos imperiales del Hofburg aprovechó otro aniversario para elegir la fecha de apertura: los 150 años de la boda de Sissi y Francisco José, pomposamente celebrada el 24 de abril de 1854. La historia del romance es conocida: el emperador, destinado a casarse con la princesa Elena, se enamoró perdidamente de Sissi, su hermana menor, y desafiando por primera vez la autoridad de la reina madre le pidió la mano. Sissi tenía apenas 15 años y poco interés en dejar sus bosques y vida en libertad para someterse a la rígida etiqueta de Viena. Pero no tardaron en advertirle que “a un emperador no se le dice que no”, y de allí a la boda hubo un solo paso. El desembarco de la novia aquel abril de 1854 fue en el palacio de Schönbrunn, en las afueras de Viena, levantado por la emperatriz María Teresa como residencia de verano de la familia. En ese escenario magnífico y recargado vivió la princesa Antonia (la futura María Antonieta decapitada durante la Revolución Francesa) y dio a conocer su genio un jovencísimo Mozart; allí también moriría el “Aguilucho”, único hijo de Napoleón.
Hoy día, en Schönbrunn se visitan los apartamentos de Sissi y Francisco José, decorado en estilo Biedermeier, de una rara sencillez en medio del fastuoso entorno del palacio. Sólo en Schönbrunn se puede conocer el dormitorio común de los emperadores, toda una revolución para la época, cuando habitualmente las parejas reales tenían aposentos rigurosamente separados. Un rasgo más de un protocolo que obligaba a la emperatriz, por ejemplo, a usar los zapatos sólo una vez, porque después de estrenados debían pasar a mano de sus damas de honor. Al lado del dormitorio, Sissi instaló un salón personal revestido en seda roja, seguido por el cuarto de los niños (no los de Sissi, sino los de la emperatriz María Teresa), dos aposentos que también se visitan.

El museo del Hofburg Sin embargo, el verdadero corazón imperial se encuentra en el centro de Viena, en el Hofburg, que acaba de inaugurar el museo especialmente dedicado a la hija rebelde de la monarquía austrohúngara. En el palacio ya se visitan los Apartamentos Imperiales y el Museo de la Platería, dos de los lugares preferidos de los turistas que visitan la ciudad: en total, están abiertas al público las 22 salas privadas y públicas de Sissi y Francisco José, en tanto el Museo de la Platería conserva los valiosos servicios de mesa de porcelana, plata y cristal con que se servía antiguamente la mesa imperial. Sin duda, a los Habsburgo les parecería increíble que hoy se organicen en su palacio visitas guiadas durante las cuales los chicos pueden disfrazarse con ropas de época, y cumpleaños infantiles donde por fin las risas tanto tiempo contenidas de los pequeños príncipes pueden circular libremente en boca de los chicos de hoy.
En este marco, el Museo de Sissi es toda una revancha de la historia. En su tiempo, a nadie se le escapaban las rarezas de los Wittelsbach, la familia de la emperatriz, la “manía” de Sissi de escribir poemas, su aversión a la monarquía y los rasgos que conducta que hicieron escribir al diplomático Maurice Paléologue, último embajador francés en la corte de los zares de Rusia: “Lo que domina en ella (Sissi) es un malestar doloroso y difuso, la sensación coercitiva, ansiosa y deprimente que le hacen sentir las obligaciones de su vida oficial; es una ‘fobia’ análoga al miedo de los espacios abiertos que se llama ‘agorafobia’ o al de los espacios cerrados que se llama ‘claustrofobia’. Para emplear el término científico, es la ‘fobia de las situaciones sociales’”. Menos benévolo, el psiquiatra Bruno Bettelheim la describía así: “La vida de la emperatriz manifestaba los rasgos característicos de una naturaleza narcisista, histérica, y algunos síntomas específicos de la anorexia. Por ejemplo, para permanecer bella (era justamente reconocida como la más hermosa mujer de Europa), Elizabeth se privaba de la comida. Seguía la mayor parte del tiempo regímenes draconianos, como el que le imponía contentarse, durante semanas, con sólo seis vasos de leche por día. Como algunas histéricas, la emperatriz salía a pasear a pie desnuda bajo el vestido, y, para horror de su séquito, sin medias. Además, a menudo protegía sus manos con tres pares de guantes. Pero uno de los síntomas más evidentes de sus neurosis eran los viajes interminables sin objetivo preciso a través de Europa”.
En el museo, cuya concepción fue confiada el escenógrafo Rolf Langenfass (conocido por muchas de sus puestas en escena operísticas), se presenta entonces a Sissi dejando de lado los mitos románticos para acercarse más profundamente a su compleja personalidad. Los diversos objetos expuestos, que van desde su parasol de encaje (el que usaba para parapetarse ante cualquier intento de foto no autorizada, ya que Sissi era muy celosa de su belleza y apenas si existe de ella un retrato, ya anciana, sin las abundantes trenzas postizas que le incorporaba a su peinado) hasta su abanico de cuero, usado con el mismo fin (sólo un fotógrafo logró retratarla una vez cuando se ocultaba con el abanico, mientras montaba a caballo en su palacio húngaro de Gödöllö). El museo también exhibe ropas de Sissi, joyas, guantes, una réplica del vestido que usó en la fiesta dada por la corte austríaca en la víspera de la boda, retratos de la emperatriz a lo largo de los años, una reconstrucción de la carroza imperial con la que se desplazaba en sus numerosos viajes, y la máscara mortuoria que se le tomó poco después de recibir la puñalada mortal que le propinó Luigi Luccheni sobre los muelles de Ginebra, el 10 de septiembre de 1898.

Mas recuerdos de Sissi Además del Hofburg y Schönbrunn, un itinerario que lleve tras los pasos de Sissí no debe dejar de pasar por la Hermes Villa, situada en un magnífico parque al oeste de Schönbrunn, y la Kaiservilla de Bad Ischl, la localidad de la región de Salzburgo donde se conocieron Francisco José y la joven princesa. La Hermes Villa está aún en Viena,pero sin embargo muy lejos del centro, y justamente esto fue lo que gustó a los emperadores, que levantaron aquí una suerte de “chalet fin de siglo” asimétrico, rodeado de establos y otras dependencias. La casa, ricamente decorada, famosa por los murales de dioses y semidioses que hacen ejercicios gimnásticos en la sala de baños de la emperatriz, fue un regalo de Francisco José a su mujer, casi un regalo de reconquista que fue también un intento infructuoso de retenerla a su lado. En cuanto a la Kaiservilla de Bad Ischl, es una casa de campo que aún es propiedad privada –pertenece a un descendiente de los Habsburgo–, pero tiene un sector abierto al público. La propiedad fue ofrecida como regalo de bodas a la pareja imperial después de su matrimonio y fue sin duda una de las preferidas por la familia: a lo largo de 60 años allí pasó Francisco José sus vacaciones, y allí Sissi podía sentirse junto a sus hijos libre de la influencia de su suegra, la severa archiduquesa Sofía. Sus salones fueron testigo de muchas escenas íntimas de la familia, como los cumpleaños del emperador, pero también de un banquete ofrecido en 1907 a Eduardo VII de Inglaterra, o el casamiento de María Valeria, una de las hijas preferidas de Sissi, en 1890. Aunque generalmente se la describe como una residencia “sencilla”, hay que recordar que se trata de un calificativo justo sólo en relación con el esplendor del Hofburg: para cualquier mortal, el lujo de la Kaiservilla sigue siendo deslumbrante. En términos históricos, la Kaiservilla también tiene lo suyo: sobre su escritorio personal en esta finca, dominado por un busto níveo de Sissi a los 15 años, Francisco José firmó el 28 de julio de 1914 la declaración de guerra a Serbia. Todo había comenzado apenas un mes antes, con un atentado en Sarajevo. Por eso hoy día, la visita a esta casa y a los palacios donde vivió la emperatriz no pueden entenderse como un simple tour por los lujos imperiales de otros tiempos: es toda la historia de Europa, desde la decisiva mitad del siglo XIX, lo que reluce –para el fasto o para la tragedia– en estos salones hoy silenciosos que permiten escuchar claramente el eco del pasado.

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