CORRIENTES LA RESERVA PROVINCIAL DE LOS ESTEROS DEL IBERá
Un mundo de agua
Excursión en bote por canales y espejos de agua de los Esteros del Iberá, el mayor humedal del continente después del Pantanal brasileño. En el corazón de la provincia, una reserva natural de flora y fauna en libertad donde los anfitriones son el carpincho, el amenazante yacaré y el pacífico osito lavador.
Por Julián Varsavsky
En pleno centro de la provincia de Corrientes, los Esteros del Iberá conforman un gigantesco humedal que coloca al visitante frente a una cantidad y variedad de fauna silvestre imposible de encontrar en ninguna otra parte de nuestro continente. Una particularidad de esta reserva es que al visitarla está garantizado de antemano el avistaje de centenares de animales a escasos metros, como si se tratara de un zoológico de 1.300.000 hectáreas donde se han prohibido las jaulas.
Colonia Pellegrini Un camino de tierra une la ciudad correntina de Mercedes con Colonia Pellegrini, un pueblo con calles de tierra y varias hosterías turísticas. Atravesamos llanuras amplísimas cubiertas por un pasto verde que parece recién cortado donde sobresale cada tanto algún árbol solitario. Ya a mitad de camino, comienza a aparecer la fauna en cantidad. Nuestros primeros anfitriones son una pareja de garzas blancas que levantan vuelo con el pecho hacia adelante en señal de elegancia.
Luego es el turno de los aguiluchos, una comadreja y un zorrino que se pierde al trotecito con la cola levantada a la vera del camino. Dos cuises se cruzan delante de la camioneta en una vertiginosa persecución que veremos repetirse a lo largo de todo el trayecto. Más adelante, una familia de carpinchos (padre, madre y dos hijos) reposan al sol inmutables al paso de los autos. Detenemos la marcha a un metro de distancia para fotografiarlos, y parecen todavía más confiados. Pero de repente el macho se da vuelta hacia un pajonal y se pierde a los saltitos con su obediente familia detrás. Por último, luego de cruzar el petraplén que precede a Colonia Pellegrini, una liebre nos juega una carrera de velocidad a lo largo de un kilómetro, hasta quedarse sin fuerzas.
Al llegar a la Posada Ipá Sapukai, su dueño Pedro Noailles recibe a los turistas personalmente y los acompaña hasta las cómodas habitaciones rodeadas por un gran jardín. La primera salida es a la mañana siguiente, antes de que el tiránico sol correntino se vuelva indoblegable. El amarradero de la posada está a escasos 50 metros de las habitaciones, y al zarpar salimos a un gran espejo de agua que a simple vista parece el mar abierto, con oleaje incluido.
Soplido de yacaré A los 15 minutos de navegación a toda velocidad, llegamos a la zona de los estrechos canales donde habita la fauna de la reserva. Al aminorar la marcha, el encuentro con los animales es inmediato. Junto a la costa, un yacaré muy pequeño nos mira fijo con las fauces abiertas mientras la embarcación, ahora al impulso de una pértiga, atraca casi rozándole la cabeza. A pocos metros, escuchamos una suave zambullida y vemos salir de los pajonales a una pareja de enormes yacarés que comienzan a deslizarse sobre las aguas, ondulando el cuerpo como las víboras al reptar.
Para muchos el leit-motiv de los esteros es la zona donde proliferan los yacarés. Llegado cierto punto, tenemos decenas de ejemplares a la vista, que parecen a la expectativa de algún festín. Algunos llegan a medir hasta 2 metros y a veces lanzan una especie de soplido terrorífico que le hiela la sangre a cualquiera. Otros están sumergidos como asesinos al acecho y los descubrimos a un metro de la lancha con sus traicioneros ojos apenas sobresaliendo en el agua.
Entre carpinchos y ciervos La convivencia entre la fauna es bastante pacífica a simple vista. Seguimos viaje y junto a unos yacarés aparecen los primeros carpinchos de la jornada. Durante casi todo el día, estos roedores -.los mayores del mundo-. no dejan de roer y roer los pastos como si éstos se fuesen a acabar. Toda su atención la tienen centrada en comer, y no parecen darse cuenta que nuestra lancha les pasa por al lado. Su indiferencia es total, y nuestra cercanía no merece siquiera una mirada de desconfianza. La presencia de las aves es la más ruidosa y constante. Los chajás acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cuturí, que tiene alas negras con una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre las multitudes de camalotes color lila, anda a los saltos el gallito de río, siempre mirando al suelo y picoteando insectos con su pico desproporcionadamente largo. Como si alguien hubiese dado la voz de alerta, una veintena de cormoranes salieron de un matorral volando a ras de agua y pasaron muy cerca de la lancha, agitando sus alas con frenesí.
Mientras conversábamos a la deriva, pasamos sin darnos cuenta muy cerca de un ciervo macho de elegante cornamenta. Cuando lo descubrimos, el animal levantó su cabeza con preocupación y permaneció largo rato observándonos con la mirada fija, casi posando para las fotos, hasta que se perdió lentamente entre los pastizales.
Por ahora ya hemos visto suficiente. El sol entorpece los sentidos y es momento de volver a la posada para almorzar y entregarse al rito de la siesta correntina.
Atardecer en los esteros A las 5 de la tarde partimos hacia la costa oeste de los esteros, donde nace un canal que sirve de desagüe al sistema de Iberá a través del arroyo Corriente. Aquí observamos esa extraña formación conocida como los embalsados. Se trata de un complejo entretejido vegetal originado de una acumulación de camalotes sobre los cuales el viento va depositando grandes cantidades de polvo. Suelen formarse pegados a la costa y en su superficie crecen toda clase de pastizales como la totora y el pehuajó, e incluso árboles pequeños como el ceibo y el laurel. Desde la lancha se ve que la costa se mueve. El movimiento del agua hace que se desprendan formando verdaderas islas flotantes que navegan a merced del viento y la corriente. A veces se suele ver a algún ciervo atrapado en un pedazo de tierra a la deriva. Toda clase de fauna hace pie en los embalsados, en especial las garzas y otras aves.
Es momento de desembarcar y caminar un poco sobre los embalsados de la costa. Al principio reina la desconfianza, pero al poner los pies sobre la tierra queda claro que nadie se va a hundir. Ante cada paso pareciera que la tierra cede un poco, como si pisáramos un colchón. Al saltar, el suelo vibra fuertemente a nuestro alrededor. La sensación es la de pisar un suelo consistente pero esponjoso. No es tierra firme pero lo parece: es un suelo que flota.
En los Esteros del Iberá hay muchísimos más animales que en un zoológico y además se los observa en su hábitat natural y con una cercanía asombrosa. Durante el paseo, siempre estamos en silencio, a la expectativa de un descubrimiento. Cuando menos se lo espera, puede aparecer la pieza más preciada y no hay que perderse el momento exacto en que -.por ejemplo- cae el sol del atardecer y un rayo naranja traza una línea recta que pasa justo entre la cornamenta de un ciervo. Es la foto del millón.
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