CORRIENTES LA RESERVA NATURAL DEL IBERá
Un viaje a los Esteros del Iberá, el segundo mayor humedal del continente después del Pantanal brasileño, a través de enormes bañados con sesenta espejos de agua. Una reserva natural donde los anfitriones son el carpincho, el pavoroso yacaré y el pacífico osito lavador.
Los Esteros del Iberá son un gran humedal pantanoso formado en una hoyada de apenas dos metros de profundidad que abarca un área donde cabe 65 veces la ciudad de Buenos Aires. La principal virtud de esta famosa reserva natural para el viajero es colocarlo frente a una fauna silvestre imposible de encontrar en otra parte de nuestro país, por su cantidad, variedad y cercanía. De antemano, todo visitante de la reserva tiene garantizado el avistaje de centenares de animales a escasos metros de la lancha, como si se tratara de un zoológico de 1,3 millón de hectáreas donde se han prohibido las jaulas y los animales son extremadamente confiables.
COLONIA PELLEGRINI
Un camino de tierra une la ciudad correntina de Mercedes con la Colonia Pellegrini,
un pueblo con varias hosterías turísticas y casas de familia que
ofrecen alojamiento al viajero. Camino al pueblo atravesamos llanuras amplísimas
cubiertas por un pasto verde que parece recién cortado, donde sobresale
cada tanto algún árbol solitario o una palmera. La fauna comienza
a aparecer desde mucho antes de llegar. Nuestros primeros anfitriones son una
pareja de garzas blancas que levanta vuelo con el pecho hacia adelante en señal
de suma elegancia.
Luego es el turno de los aguiluchos, una comadreja y un zorrino que se pierde
al trotecito con la cola levantada entre unos arbustos. Dos cuises se cruzan
entonces por delante de la camioneta en una vertiginosa persecución que
veremos repetirse a lo largo de todo el trayecto. Más adelante, a la
vera de la ruta, una familia de cuatro carpinchos reposa al sol, inmutables
al paso de los autos. Por último, luego de cruzar el petraplén
que precede a la Colonia Pellegrini, una liebre nos juega una carrera de velocidad
a lo largo de un kilómetro hasta quedarse sin fuerzas.
LISTOS PARA VER
La mayoría de los visitantes se aloja en alguna de las cuatro confortables
posadas que hay en el pueblo de calles de tierra. Y loprimero que hacen es salir
a recorrer los esteros temprano, antes de que el sol se vuelva tiránico
e indoblegable. El amarradero de las posadas está a metros de las habitaciones,
y al zarpar se sale a un gran espejo de agua que a simple vista parece un mar
abierto con su correspondiente oleaje.
A los 15 minutos de navegación a toda velocidad, llegamos a la zona de
los estrechos canales donde habita la fauna de la reserva. Al aminorar la marcha,
el encuentro con los animales es inmediato. Junto a la costa, un yacaré
muy pequeño nos mira fijo con las fauces abiertas. La embarcación,
ahora al impulso de una pértiga, atraca casi rozándole la cabeza
al reptil, que parece petrificado como si esperara que alguien se atreva a acariciarle
el lomo. Cinco metros más atrás, el sonido de una suave zambullida
atrae nuestra atención y vemos salir de los pajonales a una pareja de
enormes yacarés que comienza a deslizarse sobre las aguas, ondulando
el cuerpo como las víboras cuando reptan.
La convivencia entre la fauna es bastante pacífica, al menos a simple
vista. Seguimos viaje y junto a los yacarés aparecen los primeros carpinchos
de la jornada. Estos roedores –los mayores del mundo– se pasan casi
la totalidad del día inmersos en su actividad de roer y roer los pastos
como si éstos se fuesen a acabar. Toda su atención la tienen centrada
en comer, y no parecen darse cuenta de que la lancha les pasa por al lado. Su
indiferencia es total, y nuestra cercanía no merece siquiera una mirada
de desconfianza.
La presencia de las aves es la más ruidosa y constante. Los chajáes
acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún
arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cuturí, que
tiene alas negras con una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre
las multitudes de camalotes color lila anda a los saltos el gallito de río,
siempre mirando al suelo y picoteando insectos con su pico desproporcionadamente
largo. Y de repente, como si alguien hubiese dado la voz de alerta, una veintena
de cormoranes ocultos sale volando detrás de un matorral, muy cerca de
nuestra lancha.
Mientras conversábamos a la deriva, pasamos muy cerca del perfil rojizo
un ciervo de los pantanos, con su elegante cornamenta. Cuando lo descubrimos,
el animal levantó la mirada con preocupación y permaneció
largo rato observándonos de manera fija.
Una vez que le tomamos la última foto, decidió que no tenía
nada más que hacer allí y se perdió lentamente entre los
pastizales. Por ahora ya hemos visto suficiente. El sol entorpece los sentidos
y es momento de volver a la posada para almorzar y entregarse al rito de la
siesta correntina.
PROLIFERACION DE
YACARES A las 5 de la tarde partimos hacia la costa oeste de los esteros,
donde nace río Corrientes, el único desagüe del sistema de
Iberá. Nuevamente sobre la embarcación, nos internamos aun más
en los canales y nuestro guía divisa una cierva de gran porte que nos
observa con las orejas en alto. Algo arisca, la sierva se mantiene a unos 10
metros de distancia y trata de camuflarse entre la vegetación.
A mitad del paseo, dos carpinchos pasan nadando junto a la lancha con el hocico
fuera del agua. De inmediato descubrimos que se trata de un macho persiguiendo
a una hembra esquiva que se resiste a los encantos de su perseguidor, al cual
un rato después veremos regresar por el mismo camino, solo y despechado.
Para muchos el leitmotiv de los esteros es la zona donde proliferan los yacarés.
Llegado cierto punto, tenemos decenas de ejemplares a la vista, que parecen
a la expectativa de algún festín. Algunos ejemplares adultos llegan
a medir hasta 2 metros con 30 centímetros. Y a veces lanzan una especie
de soplido terrorífico que le hiela la sangre a cualquiera. Otrosestán
sumergidos como asesinos al acecho, y los descubrimos a un metro de la lancha
con sus traicioneros ojos sobresaliendo apenas en el agua.
Por la noche, en los comedores de las posadas, los viajeros hacen un recuento
de las especies observadas mientras saborean unas chipas correntinas recién
horneadas. Según los guías, el premio mayor para un viajero en
Iberá es el ciervo de los pantanos, un animal muy esquivo que sólo
se suele ver con prismáticos. Nosotros pudimos ver dos, y a escasa distancia.
Además, en un recodo del río entre los árboles, había
salido a recibirnos una tímida corzuela parda –un pequeño
cérvido–, que nos observaba sin atinar a quedarse o huir, hasta
que optó por lo segundo. Mientras se iba, hacía cortas paradas
para volver la cabeza atrás y observarnos con interés. Y también
hubo que agregar a la lista al casi imposible osito lavador (o aguará
popé), completando así una jornada excepcional, tan fructífera
que hasta resultaba sospechosa. Más tarde supimos la verdad... estaba
todo arreglado por los posaderos –de común acuerdo con los animales–
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