Dom 08.08.2004
turismo

AUSTRALIA EL GRAN EXPRESO DEL PACíFICO SUR

Placeres sobre rieles

El Great South Pacific Express, un tren de lujo inspirado en el Orient Express, recorre las costas tropicales de Australia junto a la Gran Barrera de Coral. A través de las ventanillas, los pasajeros pueden ver a los canguros que saltan en libertad por las llanuras. Una imagen que refleja la maravillosa fauna y la desbordante naturaleza de esta región.

Texto y fotos:
Graciela Cutuli

Parece salido de una película, con esa imagen algo irreal que le dan las reminiscencias de Agatha Christie en pleno paisaje australiano, de canguros e islas de coral. Sin embargo, es una estampa real: bordó y dorado, reluciente bajo el sol tropical, el Great South Pacific Express espera entre los árboles y flores de la estación de Kuranda –en el noreste de Australia– el silbido que dará comienzo a un viaje inolvidable. Este tren es hermano del mítico Orient Express europeo, y nació gracias a una iniciativa conjunta de esa compañía y los ferrocarriles de Queensland, que hace siete años se propusieron hacer funcionar junto a las costas de la Barrera de Coral australiana un tren inspirado en el lujo europeo de la belle époque. El resultado es perfecto: aunque los vagones del GSPE son totalmente nuevos, fueron construidos sobre diseños de archivo de principios de siglo y decorados a mano, con las mismas técnicas de antaño, por artesanos expertos en recrear un clima que de otro modo sólo podría vivirse en la pantalla grande. El GSPE recorre la ruta de 3000 kilómetros entre Cairns y Brisbane, la capital de Queensland, aunque también hay opciones extendidas hasta bastante más al sur, hasta Sydney y Melbourne. Cada uno de esos kilómetros es una fiesta de colores, sabores y placeres sobre rieles.
A las tres de la tarde, el tren arranca rumbo a su viaje de fantasía y lujo. Los pasajeros, que durante dos días convivirán en un clima de ensueño como en una burbuja de cristal, se dedican a explorar con asombro los camarotes, el vagón bar, el comedor y el vagón panorámico que cierra la formación, donde un aborigen toca el didgeridoo. Cada camarote está revestido en madera de cedro rojo de Queensland y arbustos aromáticos de Tasmania. Las cortinas de brocado y pasamanería filtran la luz todavía fuerte de la tarde australiana, mientras sobre las mesas individuales espera un té a la inglesa servido en vajilla de porcelana con el emblema del tren. El espacio es muy reducido, incluso en los camarotes con cama matrimonial, de modo que cada pasajero sólo puede llevar un pequeño bolso consigo durante el viaje: el resto del equipaje irá a un vagón especial. Pero ni un solo detalle se ha dejado al azar, y el GSPE tiene incluso dos concesiones a la modernidad (muy útiles en este clima) que no se encuentran en su primo europeo: aire acondicionado y baños individuales.

De la selva al coral
El primer tramo del viaje atraviesa todavía la selva tropical. Antes de subir al tren, la mayoría de los viajeros aprovecha la mañana para conocer el Cablecarril de Kuranda, cerca de la estación de donde parte el GSPE: este teleférico fue construido sobre una porción de selva declarada Patrimonio de la Humanidad. A más de 60 metros de altura, los árboles gigantescos parecen reducidos a una vasta alfombra verde donde bulle una vida invisible. Las pasarelas de madera a la altura de la copa de los árboles permiten, con suerte, divisar algunos de los cientos de mamíferos o aves que viven en este ambiente excepcional, donde se permitió levantar el teleférico con la condición de no dañar el ambiente, de modo que gran parte de la obra se realizó desde helicópteros para no afectar el suelo de la selva.
A medida que el tren avanza y cae la tarde, la selva va quedando atrás. En el GSPE, ya habituados al contoneo de los vagones, donde los movimientos se sienten más aún por la estrechez de las trochas, los pasajeros se preparan para la cena. Es toda una ceremonia, y todos se prestan al juego: traje para los hombres, vestidos largos para las mujeres, todo bajo la mirada atenta del train manager, que controla que cada plato llegue perfecto del vagón cocina a la mesa. Dada la complejidad de los platos, la fragilidad de la vajilla y el movimiento del tren es casi un milagro, pero todo llega perfecto, incluso el vino a cada copa. Aunque el menú es bien internacional, hay algunas opciones para probar los platos típicamente australianos, a base de carne de canguro o de trucha del coral, un pescado exquisito que sólo crece entre los arrecifes de la barrera coralina de Queensland. La velada sigue en el bar, con tragos y romántica música de violines a pedido de los viajeros, hasta que la oscuridad de la noche y el balanceo del tren invitan a descansar en espera del día siguiente.

La Gran Barrera
Por la mañana, el tren se detiene en la estación de Proserpine. Allí se baja para una excursión a la Gran Barrera de Coral, una de las más increíbles maravillas de la naturaleza en el Pacífico Sur. Hay varias opciones para elegir: pasar el día jugando al golf en las Islas Whitsundays, un archipiélago donde muchos australianos pasan su luna de miel, o bien quedarse en las playas de las islas a pleno sol. Pero lo más buscado y espectacular es la Gran Barrera, que se puede visitar por aire o por mar. La vista más hermosa que pueda imaginarse es desde el aire, en pequeños aviones o en helicóptero, cuando los corales parecen gigantescas flores que asoman desde el agua, en una sinfonía de turquesas, verdes y azules que se extiende sin fin. Cuando se sobrevuela esta porción de la barrera, se divisa también el famoso Heart Reef, la isla de coral con forma de corazón que es uno de los emblemas de la promoción turística australiana. Después de varios minutos de vuelo, se aterriza en plataformas flotantes donde se pasa el día, practicando buceo o snorkelling, aunque los que no quieren mojarse pueden ver los arrecifes, donde se refugian algas, medusas y peces de increíbles colores –como el ya famoso “Nemo”, el simpático “pez payaso”– desde un barco de fondo transparente.
Por la tarde, se regresa al tren para pasar la última noche: al día siguiente, será la llegada a Brisbane y la despedida. Pero antes hay tiempo para otro “té personalizado” en el camarote, y para ver a través de las ventanillas los canguros que saltan en libertad por las llanuras del último tramo del viaje. Imagen de la libertad y de la desbordante naturaleza de esta región, la hora ideal para verlos es por la mañana temprano o al atardecer, antes de que el sol se ponga y los viajeros empiecen los últimos preparativos (como la búsqueda de souvenirs) para desembarcar, temprano al día siguiente. La llegada a Brisbane es el fin del sueño: es el adiós a la belle époque y el lujo del Orient Express, y la bienvenida a una ciudad moderna de rascacielos vidriados donde empieza a tomar forma otra Australia. Tal vez la verdadera, y no sólo la de los sueños.

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