NEUQUEN - CERROS, LAGOS Y PARQUES DE NIEVE
Invierno mapuche
Esquiar en el parque de nieve mapuche Batea Mahuida y pasear en trineo tirado por perros al pie de la cordillera de los Andes. Desde Villa Pehuenia o desde Aluminé, una experiencia distinta para disfrutar de los deportes invernales entre los bosques de araucarias de la Patagonia neuquina.
texto: Maria Cibeira
fotos: rafael yohai
Los sauces están teñidos de rojo y los álamos son como puntas de flecha contra el cielo patagónico bordeando el río Aluminé. Los bosques de araucarias crecen alto, entre las piedras; no le temen a lo más árido de la estepa de la Patagonia neuquina, tan cubierta de nieve en esta temporada invernal. Allí, en ese paraje mágico en medio de la cordillera de los Andes, a pocos kilómetros del paso de Icalma hacia Chile, está Batea Mahuida, un parque de nieve atendido por la agrupación mapuche Puel, pueblo originario de la zona.
Cuenta Manuel Galbarino Calfuqueo –el Lonco, palabra mapuche que significa “cacique”– que sus antepasados ya decían que nunca faltaba nieve en este lugar, símbolo de abundancia para la comunidad. “Nuestros caballos, chivos y ovejas siempre tendrán qué comer durante el verano”, agrega con su hablar lento, casi sin tiempo. Aquí se puede esquiar hasta septiembre y si el clima acompaña, hasta octubre inclusive.
Muchos niños juegan con la nieve y se tiran en trineos desde gigantes toboganes blancos. Algunos vienen de la Escuela de Esquí para Niños de Aluminé, a 74 kilómetros. Muchos jóvenes prefieren el snowboard. Familias enteras toman clases con instructores mapuches que les enseñan a esquiar y a respetar la montaña y la nieve.
El sol brilla contra los bosques de araucarias, siempre verdes y un desierto blanco y virgen se extiende coronado por el antiguo volcán, del cual proviene el nombre del parque. “Batea” significa recipiente de madera para hacer pan y “mahuida”, montaña. Un poco más allá, las aguas espejadas del lago Aluminé y el Moquehue impactan con su belleza hasta al más distraído de los visitantes.
El parque ofrece 700 metros de pista para aquellos que quieren iniciarse en este deporte. Para la próxima temporada está prevista una extensión de hasta 1100 metros y una nueva confitería a 1750 metros de altura, además de una guardería que funcionará en la base para los más chiquitos. Batea Mahuida se inauguró en junio del 2000, mes durante el cual se celebra el año nuevo mapuche cada 24 de junio, cuando amanece después de la noche más larga del año. Con voz pausada, el Lonco explica que fue una forma de crear fuentes de trabajo para los jóvenes de la comunidad, quienes se ocupan del alquiler de equipos de esquí, de atender las ventanillas de los medios de elevación, de patrullar el parque o se dedican a ser instructores de esquí. Algunos de ellos trabajan en la confitería amasando pan casero, pizzas, factura y torta frita y cocinando auténticos manjares mapuches como el locro de piñón o el budín de pan con piñones.
Al atardecer, la confitería de Batea Mahuida es un verdadero refugio de montaña, de madera y piedra, donde se impone el mate o un rico café con medias lunas caseras pero también algún trago fuerte para ahuyentar el frío. Permanece abierta hasta alrededor de las 19.30. Cuando cae la noche todo se aquieta y el paisaje se vuelve aún más bello y sobrecogedor.
Una experiencia de montaña
A sólo 12 kilómetros, como la imagen de un cuento de hadas, asoma Villa Pehuenia, silenciosa y rodeada de bosques. En sus orígenes era una villa de casas de fin de semana pero con el tiempo se fue convirtiendo en una encantadora aldea de montaña de callecitas de tierra frente al azul resplandeciente del lago Aluminé. En la Villa, el visitante puede alojarse en cabañas o posadas y alquilar cualquier tipo de equipamiento para la actividad en la nieve.
El recorrido por la ruta provincial nº 11, desde Villa Pehuenia hasta llegar al Moquehue –“lugar de enamorados” en mapuche–, es para arrobar a cualquiera. La blancura inmaculada en medio de las araucarias, ñires y lengas hace honor al nombre de la tierra de los perros huskies y samoyedos, expertos caminantes de la nieve de origen nórdico. Cuidados amorosamente por sus dueños, Gustavo y Guillermo Luna, los siberianos y los samoyedos llevan en trineo a los turistas –boquiabiertos de emoción– a descubrir el bosque al pie de la cordillera. Hay circuitos para niños, otros para adultos y aventureros, y también se organizan paseos durante las noches de luna llena.
“Los siberianos corren mucho más rápido pero tienen menor resistencia; los samoyedos son más lentos, fuertes y tienen mejor carácter”, cuenta Guillermo, conocedor como nadie de estos animales, cuyas razas están cargadas de legendarias historias. La de los siberian huskies tuvo un héroe llamado Balto que salvó al pueblo de Nome en Alaska de una epidemia de difteria a principios del siglo pasado. Hoy existe un monumento a su memoria en el Central Park de Nueva York. “Y Etah fue la perra de la raza de los samoyedos que conquistó, acompañando a Amundsen, el eje central del Polo Sur”, asegura Guillermo entre las más variadas anécdotas.
Para quienes buscan una auténtica experiencia de montaña, estos guías especializados organizan la “Travesía del Viejo Contrabandista” por el paso del Arco, en trineos de hasta cuatro personas, tirados por huskies. El recorrido en trineo por ese lugar –famoso por ser paso de contrabandistas en el pasado– llega hasta un refugio de montaña. Desde allí se emprenden caminatas con raquetas de nieve o con grampones y se practica esquí nórdico. Y los más aventureros podrán ascender con raquetas por las laderas del cerro Bella Durmiente hasta los 2050 metros e imaginar que la nieve nunca se irá. Pero se va, aunque recién en el mes de diciembre.
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