Dom 15.08.2004
turismo

NUEVA YORK - HISTORIAS DE UN GRAN HOTEL

Aquellas noches en el Plaza

Situado en la esquina de la Quinta Avenida y la Calle 59, The Plaza es uno de los hoteles más famosos y lujosos del mundo. Tan famoso como los huéspedes que alojó –desde Scott Fitzgerald hasta los Beatles, entre tantos otros– y tan legendario como el Baile en Blanco y Negro que organizó Truman Capote en sus salones para festejar la publicación de A sangre fría.

Por Leonardo Larini

Un rato después de un lluvioso atardecer, que había dejado un aura parisina flotando sobre el Central Park, las limusinas y elegantes automóviles comenzaron a estacionarse sobre la acera de la Quinta Avenida, donde ya se habían agolpado cientos de curiosos. De inmaculado blanco, o de impecable negro, y con antifaces o sobrias máscaras, estrellas de cine, famosos escritores y miembros de los círculos más exclusivos de Nueva York bajaron de sus autos y enfilaron glamorosamente hacia el lobby del hotel. Allí posaron sonrientes para doscientos periodistas de los medios más prestigiosos del país y siguieron camino hacia uno de los salones más distinguidos del establecimiento, The Ballroom, que había sido decorado de rojo especialmente para la ocasión y en cuyo escenario esperaba la Peter Duchin’s Orchestra, encargada de musicalizar la noche con soñadas canciones de décadas anteriores.
Estas fueron las primeras escenas de The Black and White Ball, o el Baile en Blanco y Negro, fiesta ideada y organizada por Truman Capote en el Plaza de Nueva York el 28 de noviembre de 1966 para festejar la publicación de su magnífico A sangre fría –libro que lo catapultó a la fama mundial– y a la vez homenajear a su amigo Kazay Graham, editor del Washington Post.
La obra había sido lanzada al mercado en enero de ese año y estaba siendo un formidable éxito de ventas, razón por la cual Capote –después de seis duros años de investigación y escritura– decidió “tirar la casa por la ventana” reuniendo a la crème de la crème en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. “Elegí el Plaza porque tiene el más maravilloso ballroom de Nueva York”, declaró el anfitrión días después. La lista de los 540 invitados fue, por supuesto, de lo más selecta e incluyó entre los célebres presentes a Norman Mailer, Henry Fonda, Lauren Bacall, John Steinbeck, Arthur Miller, Vivien Leigh, Andy Warhol, y a Frank Sinatra y Mia Farrow, flamante matrimonio por entonces. Con el tiempo, The Black and White Ball se convirtió en una fiesta legendaria que figura entre los acontecimientos más memorables de este magnífico hotel y aun hoy es recordada como La Fiesta del Siglo.

EL ULTIMO ROMANTICO
Situado en la espléndida esquina de la Quinta Avenida y la calle 59 –a esa altura denominada Central Park South–, The Plaza es uno de los hoteles más famosos y lujosos del mundo, al menos dentro de los de perfil clásico. Inaugurado en octubre de 1907 –de opulento pero sobrio estilo francés, y diseñado por el arquitecto Henry Handerbergh–, fue uno de los primeros edificios imponentes de la Gran Manzana. Su primer huésped fue el millonario local Alfred Vanderbilt, a quien le siguió una interminable lista de ricos y famosos que incluyó a reyes, presidentes, embajadores y luminarias como Greta Garbo y Marlene Dietrich, por sólo mencionar a dos de ellas.
Uno de sus habitués más recordados es Scott Fitzgerald quien, inmediatamente después de casarse en 1920, se mudó junto a su mujer Zelda a un departamento situado a metros del hotel. El autor de Suave es la noche y su esposa eran frecuentes comensales en uno de los restaurantes y se cuenta que el escritor, cada vez que debía emprender un viaje largo, subía a la terraza del Plaza con el solo propósito de despedirse romántica y temporariamente de su amada ciudad.
“Aunque eran las cuatro de la tarde, las abiertas ventanas sólo dejaron paso a una ráfaga embalsamada con los cálidos aromas de las hierbas del parque”, dice Nick Carraway, el personaje que narra la historia de El Gran Gatsby. Fitzgerald centró en el Plaza uno de los principales capítulos de ese libro, pero también varias escenas de Hermosos y malditos y, ya en sus años de decadencia, cuando el alcohol, la ansiedad y los constantes bloqueos comenzaban a acorralarlo para siempre, escribió para el Crack Up: “Pero, invariablemente, encontraba un momento de paz absoluta al cruzar elCentral Park cuando oscurecía, en dirección sur, hacia donde las fachadas de la calle 59 atraviesan los árboles con sus luces”.

NOCHE DE JAZZ
Otra jornada inolvidable fue la del 9 de septiembre de 1958, cuando la empresa discográfica Columbia Records seleccionó a algunos de sus principales artistas para participar de un evento especial en el Persian Room del hotel. Duke Ellington y su orquesta fueron los encargados de abrir el programa con un breve set para que, acto seguido, se presentara el Miles Davis Sextet, que incluía en su formación nada menos que a John Coltrane y Cannonball Adderly en saxo, Paul Chambers en contrabajo, Philly Joe Jones en batería y Bill Evans en piano, casi la misma agrupación que, pocos meses después, grabó el insuperable Kind of Blue. A continuación volvió Ellington para brindar la segunda mitad de su show, esta vez en compañía del cantante Jimmy Rushing, que deslumbró a los pocos y privilegiados presentes en el salón. Pero la gran sorpresa de la noche, antes del cierre definitivo con una gran versión de “Take the ‘A’ Train”, la dio Billie Holiday, quien llegó con retraso y, después de disculparse, interpretó magistralmente “Hush Now Don’t Explain” y “When your Lover Has Gone”. Esta fue una de las últimas presentaciones y apariciones públicas de la gran Lady Day, que moriría diez meses después. Por suerte, su aterciopelada voz quedó registrada, junto al resto de las actuaciones, en dos álbumes que la compañía mencionada lanzó recién en 1973 en prolijas ediciones de vinilo con el nombre de Jazz at the Plaza.

RECUERDOS EN BLANCO Y NEGRO
De la misma manera en que una vez, en La Habana, una feroz lluvia que caía oblicua sobre el Malecón me obligó a correr para refugiarme y de pronto, casi sin darme cuenta, me encontré en el lobby del espléndido Hotel Nacional, hace un par de años entré a los resbalones, de obligada casualidad, y totalmente empapado al lobby del Plaza. Fue por la entrada de la calle 59, una tarde que se había transformado súbitamente en noche por gentileza de los negros nubarrones que cubrían la ciudad. Mi aspecto contrastaba rotundamente con todo el glamour que reinaba alrededor, pero nadie se molestó en decirme nada. Me sequé como pude en uno de los suntuosos baños y, después de una breve recorrida –y ya que estamos–, me senté cómodamente en un sillón. Allí, en medio de un pomposo paisaje de mármol, cristal y bronce, recordé que John Lennon y Yoko Ono eran habitués del Oyster Bar, donde almorzaban con bastante frecuencia; que aquí, a sólo metros, habían paseado sus siluetas Marilyn Monroe y Liz Taylor; que los Beatles habían brindado en este lugar su conferencia de prensa cuando llegaron por primera vez a Estados Unidos en febrero de 1964; que en el Persian Room también habían actuado Dusty Springfield y Liza Minnelli; que Alfred Hitchcock había dirigido a Cary Grant en una escena de North by Northwest ahí, a pasos de los ascensores. Y antes de irme, mientras la melodía de una canción de Cole Porter se ondulaba deliciosa en el aire, y elegantes hombres y mujeres iban y venían de un rincón a otro, no pude resistirme a recrear una escena imaginada: Truman Capote y Scott Fitzgerald, uno de blanco y el otro de negro, cruzaban el lobby charlando amistosamente y se perdían entre los pasillos. Entre esos pasillos del Plaza donde, seguramente, todavía deambulan sus almas.

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