PERU - VIAJE AL CORAZóN DEL MUNDO INCAICO
Todos los caminos conducen a Cusco
Cusco, entrelazado hoy con el mestizaje que impusieron los conquistadores, fue el ombligo del mundo incaico. Y Machu Picchu, su montaña sagrada. Entre esos tesoros de las culturas originarias, un viaje por el Valle Sagrado para conocer la fortaleza de Sacsayhuamán, un santuario inca, el templo de Puca Pucara, los baños de Tambo Machay, y los pueblos de Chinchero, Písac, Urubamba y Ollantaytambo.
› Por Graciela Cutuli
Para los griegos, el ombligo del mundo estaba en Delfos. Pero América latina tiene su propio ombligo del mundo, allí donde los Andes peruanos se levantan sobre las nubes, con sus picos bañados de niebla y selva, a una altura que quita el aliento. Allí está Cusco, el corazón de las cuatro regiones que abarcaba el Tahuantinsuyo, desde el norte hasta Ecuador y por el sur hasta el noroeste argentino. Todos los caminos partían de Cusco y desembocaban en Cusco, la ciudad con forma de puma, centro de las peregrinaciones de los incas gracias a sus templos consagrados al Sol y la Luna, y residencia de los emperadores y príncipes de una dinastía que, apenas un siglo antes de la conquista española, había impuesto y arraigado su civilización en toda la región.
Hoy Cusco es muy diferente. Cinco siglos más tarde, sobre los cimientos indígenas se apoyaron las paredes hispanas, sobre el quichua se impuso el castellano, sobre los templos se levantaron iglesias. La transformación, sin embargo, está lejos de ser definitiva. El idioma de los descendientes de Manco Capac y Mama Ocllo, fundadores de la ciudad, sigue vivo en todos los pueblos de los valles andinos. Los colores, danzas y tradiciones están a flor de piel y tienen una autenticidad alejada de los rituales turísticos. Y las montañas, que un día revelaron el emplazamiento de la misteriosa Machu Picchu, están lejos de haber dado a conocer todos los secretos que guardan en sus entrañas.
La mas hermosa del Nuevo Mundo
Con esas palabras los españoles informaron sobre el descubrimiento de Cusco, pero la admiración no les impidió saquearla. De los legendarios tesoros de oro y plata prácticamente no quedó nada: casi todo fue fundido, transformado en lingote y embarcado hacia Europa. Sobre las paredes indígenas levantaron sus propias construcciones, y puede leerse casi como un símbolo el hecho de que, cuando la tierra se sacudió en violentos terremotos, hayan caído las paredes conquistadoras para dejar sólo las poderosas paredes conquistadas. El mestizaje, sin embargo, ya es imborrable: también en esta clave se puede leer la Ultima Cena de la catedral cusqueña, donde Cristo y sus apóstoles comen pimientos, cuy asado o queso de los Andes.
Hoy Cusco es el corazón y punto de encuentro del turismo mundial que busca conocer los principales vestigios de la cultura inca y sobre todo la impresionante ciudadela de Machu Picchu. La ciudad tiene entonces un barniz cosmopolita, con una animada vida nocturna y comercial, a la que contribuye la calidez de la gente. Antes de recorrerla, es probable que haya que acostumbrarse un poco a los 3300 metros de altura, que algunos resuelven con un simple té de coca y a otros les lleva algunas horas de adaptación. También es conveniente desde el primer día conseguir el pase que permite acceder por una tarifa única a los principales museos, iglesias y monumentos indígenas de los alrededores de la ciudad.
La ciudad es encantadora, llena de vida, animada por las noches, con infinidad de negocitos tentadores y un mercado local inmenso, cercano a la estación de tren, que vale la pena visitar para conocer algo de la vida auténtica de la ciudad. Muchos turistas –sobre todo anglosajones– se reúnen en un bar situado en un primer piso exactamente frente a la Catedral, para probar el renombrado pisco, que los peruanos consideran como su bebida nacional. Otros prefieren visitar algunos de los restaurantes que practican la llamada “nueva cocina peruana”, nuevas formas de preparar los platos tradicionales de esta gastronomía siempre basada en los productos del mar y los cereales, como la quinoa, además del cuy, o cuis, omnipresente en la dieta tradicional.
En la Plaza de Armas
El centro exacto de Cusco, y por lo tanto del Tahuantinsuyo, es la actual Plaza de Armas, donde se dice que los incas solían mezclar tierra de Cusco con tierra de las regiones que iban conquistando. En otros tiempos era el doble de grande, estaba rodeada de palacios incas y cubierta de arena mezclada con oro, plata y coral. Los españoles debieron preguntarse si era cierto o estaban soñando. Como buena ciudad colonial, la Plaza de Armas está flanqueada por dos iglesias impresionantes: la Catedral, que en realidad forma un conjunto de tres templos junto con la iglesia de Jesús María (o la Santísima Trinidad) a la derecha, y El Triunfo, a la izquierda. Dentro de la Catedral se conservan la Ultima Cena, un raro retrato de la Virgen María embarazada y la venerada imagen de Nuestro Señor de los Temblores, un Cristo crucificado enviado por Carlos V, al que se le atribuyen propiedades milagrosas. No hace falta, sin embargo, estar en el interior para escuchar las campanadas de la Catedral: su campana mayor, realizada con una tonelada de oro, plata y bronce, se escucha hasta a 40 kilómetros de distancia.
La otra gran iglesia de la Plaza de Armas es la espléndida La Compañía, fundada por los jesuitas en 1571, e impactante tanto en la fachada como en el interior, tallado y dorado por donde se lo mire. Unos metros más lejos, sobresale la iglesia de la Merced, pegada a un Museo de Arte Religioso. Caminando desde la Plaza de Armas hacia el sur, se llega al que fue uno de los más importantes centros de culto incas, el Templo del Qoricancha (Templo del Sol), sobre el cual se levantó la iglesia de Santo Domingo. El lujo de este antiguo templo es casi inimaginable: las crónicas cuentan que las paredes estaban forradas en oro, esmeraldas y turquesas, iluminadas por el reflejo cegador de los rayos del sol. Hoy las paredes están desnudas, lo mismo que el patio donde los españoles se quedaron sin palabras al observar decenas de estatuas de ovejas, llamas, frutas, flores y árboles de oro.
Otro de los lugares para visitar es el convento de Santa Catalina, que fue la residencia de las 3000 mujeres dedicadas al culto del Sol, consagradas a preparar la chicha ritual y las telas para las ropas del inca, pacientemente elaborada con lana de alpaca, vicuña y un derivado de la piel del murciélago. Aquí, como en el Templo de Qoricancha o en las demás construcciones indígenas, se aprecia la maestría del tallado de las rocas, que tiene su punto máximo en la famosa Piedra de los Doce Angulos. Este gigantesco bloque, perfectamente encastrado con los que lo rodean, está situado en la calle del mismo nombre, en la llamada Casa de Inca Roca. Y en Cusco, también se puede visitar la Casa del Inca Garcilaso, autor de los Comentarios Reales, hoy convertida en museo histórico.
El Valle Sagrado de los Incas
En los alrededores de Cusco, el Valle Sagrado de los Incas –que une Machu Picchu con Ollantaytambo y Písac– está jalonado de sitios sagrados de enorme riqueza arqueológica, que en opinión de algunos especialistas fueron levantados siguiendo la ruta de las constelaciones y la Vía Láctea. Es imperdible la fortaleza de Sacsayhuamán, no sólo por la imponencia del complejo –que tenía antiguamente usos militares– sino también por la hermosa vista de Cusco que ofrece desde la altura: un macizo de casas coronadas de tejas rojizas, con la Plaza de Armas en el centro y una corona de montañas bañadas por el sol detrás.
En el mismo valle se visita Qenko, un santuario inca, el templo de Puca Pucara, los baños de Tambo Machay, el pueblo de Chinchero y Písac, un lugar ideal para pasar una noche en alguna de sus posadas y, sobre todo, para visitar el variopinto mercado dominical. Cerveza, Inca Kola, semillas y especias de todo tipo, telas
tejidas en telar, pulóveres de alpaca (hay que prestar atención para distinguir, con la sola sabiduría del tacto, las calidades de tejido). Los chicos también pululan y se dejan fotografiar a cambio de algunos soles, a la vez que ofrecen bebidas, recuerdos y artesanías de toda clase, sobre todo en lana y plata.
Desde Písac se puede seguir hasta Yucay –donde se encuentra la hermosa Posada del Inca, levantada sobre un antiguo convento– y Urubamba, en el centro del valle, surcado por el río sagrado del mismo nombre. Más adelante está Ollantaytambo, imperdible, con su importante fortaleza pero sobre todo el encanto del pequeño pueblo, donde la vida parece intactadesde hace siglos. Se pueden recorrer las callecitas tranquilas donde aún funcionan los desagües tallados por los incas hace siglos, y hasta entrar en las casas de algunos pobladores, donde siguen conviviendo a la manera tradicional las familias con los animales de granja y domésticos, incluidos los cuy. En primavera florecen, a los pies de la fortaleza, con sus pumas tallados en la piedra, las flores de la cantúa, símbolo nacional del Perú.
Desde Ollantaytambo es posible tomar algunas excursiones por siete rutas ancestrales que parten del pueblo, de la mano de guías locales que van contando sobre los mitos y leyendas incas. Mediante estos recorridos se visitan lugares menos transitados, conociendo tradiciones, trabajos y modos de vida cotidianos, verdadero espejo de la actual cultura inca.
Machu Picchu
Si se llega a Machu Picchu después de visitar el Valle Sagrado, en principio podría pensarse que ya no cabe más admiración que la que despiertan las magníficas fortalezas y templos ya vistos a lo largo de los muchos pueblos y sitios arqueológicos. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Machu Picchu es un lugar único, incluso en el corazón de esta región que de por sí es única: tiene todo el peso de la historia, del misterio, de una geografía imponente y de un marco natural que parece pensado para destacar la magnificencia de la construcción y la fuerza de los elementos naturales. No importa cómo se llegue –a través del esforzado Camino del Inca, en tren o incluso en helicóptero hasta el cercano pueblo de Aguascalientes–, Machu Picchu siempre es un destino soñado, un verdadero punto de llegada. Algo místico emana de estas piedras y del pico que las flanquea a sus espaldas, el Huayna Picchu (Pico Joven), en tanto la ciudadela en sí lleva el nombre del cerro sobre el que fue construida, el Machu Picchu, o Viejo Pico. El conjunto fue descubierto por el norteamericano Hiram Bingham, guiado por el campesino Melchor Arteaga, cuando en realidad buscaba las ruinas de otra ciudad perdida, Vilcabamba. Machu Picchu resultó ser otra cosa, aunque nadie, hasta hoy, tiene claro exactamente qué.
La existencia de Machu Picchu fue desconocida para los españoles, y de hecho tampoco se sabe demasiado bien por qué la ciudad fue despoblada antes de la llegada de los conquistadores. Se cree que vivían en este conjunto de casas y lugares rituales alrededor de 1000 personas, sobre las cuales circulan todo tipo de teorías. El hallazgo de esqueletos sobre todo femeninos hizo pensar que la ciudadela era el refugio de las Vírgenes del Sol; otros señalan que la importante capacidad de producción agrícola de sus terrazas tal vez estuviera destinada a proveer hojas de coca para sacerdotes y nobles incas; también hay quienes estiman que su posición estratégica la convertía en un complejo militar de gran importancia. Es probable que las respuestas a los muchos interrogantes que suscita Machu Picchu nunca puedan conocerse del todo; sin embargo, los arqueólogos y antropólogos siguen buscando una explicación a la fascinación que desprenden sus altares, el Trono del Inca, la Fuente Principal, el Templo del Sol, el Palacio de la Princesa, el sector Real, la Roca Funeraria, el Templo de las Tres Ventanas, el Reloj Solar. Cada lugar encierra un secreto, secretos que muchos adoran en la forma de rituales modernos que imitan a los antiguos en torno de las viejas piedras sagradas. Casi todos los turistas han visto que Machu Picchu atrae también a muchos interesados en renovadas formas de culto al Sol y los astros: hoy, como ayer, los Andes asisten impasibles a la multiplicación de cultos y dejan que cada uno le atribuya a este conjunto glorioso el significado y la función que prefiera. El Sol, entretanto, brilla igual para todos sobre la ciudadela, y más aún la imponente Luna llena, bajo cuya luz las ruinas cobran el doble de magia y misterio.
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