Dom 17.10.2004
turismo

FRANCIA - EL FAMOSO “MéTRO” PARISIENSE

París subterráneo

La extensa red del subterráneo parisiense es un verdadero mapa de la historia de Francia, cuyas curiosidades y anécdotas, junto al homenaje a grandes personalidades y episodios, se van enlazando por los barrios de París.

› Por Graciela Cutuli

Una de las primeras acciones del turista que recién desembarca en París, después de perderse en el aeropuerto, intentar acostumbrar el oído a ese francés que suena tan diferente del aprendido en Buenos Aires, y disfrutar de su primera visión de la Torre Eiffel (si ese día no hay huelga ni nieblas que le tapen toda la mitad superior, como es común en invierno), será sin duda conseguirse el infaltable planito de París que distribuyen las grandes tiendas como Printemps y Galeries Lafayette. El planito incluye uno de los instrumentos de supervivencia indispensables en la capital francesa: el mapa de las estaciones de subterráneo, el famoso métro, que resulta el medio más económico y rápido para moverse por París como un verdadero experto. A la vez, el viaje en subte es un auténtico itinerario turístico en sí mismo, que va descubriendo las anécdotas y curiosidades que encierra esta red, una de las más amplias del mundo.

PRIMEROS PASOS
Hay quienes dicen que el metro es un gran panteón móvil, que homenajea sobre todo a figuras olvidadas de la historia francesa. No sólo el turista desconoce generalmente de dónde vienen sus nombres: es raro (por no decir casi imposible) que algún parisiense sepa que Miromesnil era un funcionario de Luis XVI, que Réamur era un físico (cuyo nombre está curiosamente unido, en la estación que le corresponde, a la ciudad de Sebastopol), o que Montparnasse-Bienvenüe es un homenaje al ingeniero Fulgence Bienvenüe, uno de los creadores de la red. Como el Nobel, también el metro de París es objeto de polémicas por sus notables “olvidos” e “inclusiones”, que fueron respondiendo a las razones de la época en que fue construida cada línea. Los expertos en los pequeños detalles subrayan que hay pocos ministros, muchas figuras de la Resistencia (incluyendo fusilados completamente desconocidos), escasos personajes de la Revolución Francesa y aun menos jefes de Estado: sólo Charles De Gaulle, en épocas recientes sumado a la estación de Place de l’Etoile, el rey Philippe Auguste y Félix Faure (aquel presidente que halló la muerte en los brazos amorosos de su amante, desde entonces conocida por el genio popular como “Madame Pompa Fúnebre”). Sobran generales y coroneles: Cambronne, Masséna, Daumesnil, Exelmans y muchos otros, mientras escasean las grandes figuras de las letras y de las ciencias. Y no puede faltar el lugar común que atribuye a los franceses una buena dosis de chauvinismo, ya que sólo hay entre las estaciones de subte dos presidentes norteamericanos (John F. Kennedy y Franklin D. Roosevelt), un rey de Inglaterra (George V) y dos revolucionarios: Garibaldi y Simón Bolívar. Por supuesto, podrían hacerse infinitas conjeturas sobre lo que sucedería si personajes tan heterogéneos, que conviven lado a lado en sus respectivas estaciones, se encontraran un día para conversar sobre cómo han cambiado los tiempos y cómo ha cambiado París desde el día que se inauguró la primera línea, el 19 de julio de 1900. Actualmente, la red incluye 14 líneas y dos ramales, con 369 estaciones, y una longitud de 212 kilómetros, que ven pasar a 1200 millones de personas por año. Colmo del futurismo, la línea más nueva (la 14, Ligne Méteor) tiene trenes sin conductor.

¿DONDE ME BAJO?
Aunque se supone que está hecho para llegar rápidamente a destino, el metro de París es también, al menos para el turista, un lugar ideal para perderse. Por razones de logística –a veces puede ser una tarea titánica y hasta infructuosa descifrar los mapas, ponerlos del lado correcto y hasta encontrar la salida en las laberínticas estaciones donde el metro se cruza con el RER, es decir el tren suburbano– o de puro gusto, el visitante desprevenido puede terminar en cualquier lado. Siempre y cuando sea un horario razonable, no habrá peligro alguno, excepto para las narices delicadas, ya que de estos túneles que atraviesan las entrañas de París brotan efluvios muy distantes de la delicadeza del perfume francés que viene embotellado en los negocios de lujo. En el itinerario, cada uno irá anotando sus estaciones preferidas: para hacer compras, nada mejor que bajarse en Châtelet-Les Halles y su gran centro comercial, o bien en Palais Royal-Musée du Louvre, donde espera con los brazos abiertos el magnífico Carrousel du Louvre, con pirámide de cristal invertida y todo. No hay habitué de las Lafayette que no conozca la estación que lo deposita en ese templo del consumo, Chaussée d’Antin-Lafayette, mientras que los amantes del vino aterrizan, a mediados de noviembre, en la estación Opéra para cruzarse al Café de la Paix y saborear el beaujolais recién llegado que se ofrece por las calles en una pequeña bacanal colectiva. Algunas estaciones son evidentes: Musée d’Orsay, St. Michel-Notre Dame, Grande Arche de la Défense, Concorde, Tuileries, St. Germain des Prés, Père Lachaise, St. Denis Basilique, depositan a sus viajeros en algunos de los puntos más visitados de París. Otras, en cambio, son insospechadas: por eso siempre es indispensable preguntar, antes de ir a cualquier lado, en qué estación hay que bajarse. Los franceses ya lo tienen incorporado, lo mismo que los mapas turísticos y las guías que se distribuyen en la ciudad.

Lo bueno es que la única consecuencia de equivocarse será tener que caminar pocas cuadras hasta la estación siguiente, o bien descubrir algún barrio desconocido de una ciudad con muchas sorpresas. La estación Abbesses, en Montmartre, una de las que aún queda con sus decoraciones de hierro forjado art-nouveau, es muy visitada en los últimos tiempos porque por allí pasaba una chica llamada Amélie, nuevo icono del cine francés. Pero el metro, en realidad, también tuvo antes muchos otros momentos de celebridad en la pantalla grande. Con Zazie dans le métro, de Louis Malle, sobre un relato de Raymond Quéneau, donde una pequeña de 11 años tiene la ilusión de conocer el metro, pero llega a París justo en plena huelga; con Le dernier métro, de François Truffaut, una alusión a las últimas oportunidades en la vida; Subway, de Luc Besson; Charada, con Cary Grant y Audrey Hepburn; Traffic, de Jacques Tati; o El samurai, de Jean-Pierre Melville, con su histórica escena de una persecución en el metro.

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