ITALIA - LA CIUDAD DE PARMA
Ligero viento parmesano
En pocos sitios como en Parma, una apacible ciudad de menos de 200 mil habitantes ubicada en el corazón de Italia, se concentran tantos mitos literarios y terrenales que comprobar y tantos secretos por descubrir como lo revela esta guía personal del escritor español Enrique Vila-Matas.
Por Enrique Vila-Matas *
A la hora de viajar, siempre me digo que no sabría ir a buscar demasiado lejos el placer infinito de entrar en mi casa. Pero si se trata de viajar a Parma, la cosa para mí cambia: esa ciudad no significa ir lejos. Digamos que en Parma la felicidad del regreso a la casa, la llave alegre en el paño de la puerta del hogar, está incluida en el viaje mismo. Oí hablar de Parma por primera vez el día en que me regalaron La cartuja de Parma, la casi inevitable novela de Stendhal. Alguien me dijo que ya tenía edad para leerla. ¿Y antes no? Eso despertó enormemente mi curiosidad y entré en la vida de Fabricio del Dongo, e imaginé una cartuja y una torre que después, cuando uno va a Parma, no encuentra por ninguna parte. ¿Acaso la cartuja sólo estuvo en la imaginación de Stendhal? No exactamente, te dicen. La cartuja está, pero hay que salir de la ciudad, y lo que uno acaba encontrando es una anodina finca vallada donde instruyen a futuros policías de tráfico. ¿Será eso verdad? No he podido comprobarlo. (...)
Debido a que siempre he llegado en tren a Parma, casi no concibo otra forma de llegar a ella, del mismo modo que, por haberse estropeado la locomotora en dos ocasiones, las dos veces justo cuando ya estaba llegando a esa ciudad, tengo la impresión de que Parma no es tan accesible como en un primer momento puede pensar ese tipo de viajero que se desplaza hacia esa ciudad con una confianza que a mí nunca me ha parecido razonable. Estoy hablando del siempre recomendable sentimiento de desconfianza, un sentimiento que, por cierto, relaciono estrechamente, siempre que estoy en Parma, con ese célebre paseante que fue Stendhal. Y no sólo porque el autor de Paseos por Roma o de Historia de la pintura en Italia inventó la cartuja sino porque da la impresión de que lo inventó todo. Por ejemplo, le resultará una tarea vana al viajero recién llegado a Parma tratar de encontrar la casa o el lugar donde estuvo enclavada esa mansión de la duquesa Sanseverina-Taxis de la que dice Stendhal que era “sin comparación, la más agradable de la ciudad de Parma”. No buscarla, ésa es mi recomendación. Mejor buscar la casa donde nació Toscanini o aquella en la que vivió Petrarca. No recomiendo, en cambio, buscar lugares inencontrables. Sí recomiendo leer a Stendhal, de quien lo mejor que se puede decir lo dijo el escritor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Stendhal ha logrado resumir una noche de amor en un punto y coma”. (...)
ESA BELLEZA ANGUSTIOSA
La iglesia de San Giovanni, fundada en el siglo X y reconstruida por el genial Bernardino Zaccagni a finales del XV, es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. No tiene el prestigio de otros monumentos de Parma, y eso parece como si la tranquilizara y le diera un aire de bienestar mental. Adentrarse en esa iglesia es una interesante experiencia intelectual que muestra cómo una sabia modestia y no ser, además, pasto de la mirada masiva de los turistas pueden conducir a una extraña serenidad. La estrategia benedictina, podría titularse la película de misterio que Bernardo Bertolucci, el autor de La estrategia de la araña, podría rodar en torno a esa iglesia de su ciudad natal que sabe preservarse de la vulgaridad del turismo masificado de hoy. Aunque no hay demasiado misterio en San Giovanni, Bertolucci sabría encontrarlo. Esa iglesia se beneficia de la proximidad de la plaza del Duomo, lugar clave e ineludible en una visita a la ciudad. La catedral es una de las máximas expresiones de la arquitectura románico-padana, y en su interior las huellas de Correggio se encuentran por todas partes y acaban obligándole a uno a ocultarse del maestro bajando a la inquietante cripta en la que brilla la obra de otro genio, en este caso lombardo y anónimo.
No me cabe ninguna duda de que la del Duomo parmesano es una de las plazas más bellas del mundo, sobre todo al atardecer, cuando la alcanzan los últimos rayos de sol que se posan fugazmente sobre el mármol rosa veronés del fascinante Baptisterio. Ninguna foto ilustra mejor la continuación de ese momento –el instante en el que el sol acaba de irse del mármol delBaptisterio– que una fotografía que, en mi última estancia en Parma, pude ver del poeta Attilio Bertolucci, el padre del cineasta. “Attilio Bertolucci cammina all’ombra del Battistero in Piazza Duomo a Parma”, reza el pie de la fotografía, para mí emocionante –porque habría querido estar allí–, en la que puede verse al poeta con sombrero y gabardina, doblando la esquina del Baptisterio (gran octágono en mármol de Verona) en una tarde de invierno en la que parece estar volviendo a su casa para hallar el placer de entrar en ella, al tiempo que se diría que reflexiona sobre esa gran verdad que nos dice que la belleza del mundo puede conducirnos a la desolación. Parma, en este sentido, es peligrosa, porque está sobrada de belleza, abunda en ella, tiene unas inmensas facultades para encarnar por sí sola esa belleza angustiosa que se sitúa siempre al borde del abismo cuando cae la tarde y el cielo es puro y el viento ligero.
LUCES Y SOMBRAS
En mi última estancia en Parma –cuatro días de viento ligero, con una fugaz escapada al inmejorable restaurante Diana de la ciudad de Bolonia y otra a Busseto, el vecino pueblo donde nació Giuseppe Verdi– encontré tiempo para por fin leer a Attilio Bertolucci, y descubrí que uno de sus poemas hablaba del Viale Mentana, donde se encontraba precisamente el hotel Maria Luigia, en el que nos hospedábamos y donde la exagerada indiferencia de la conserjería hacia los clientes –tal vez demasiado acostumbrados a tratar sólo con viajantes de comercio japoneses que negocian con el celebérrimo y excelente queso de Parma, o bien porque en la Italia actual se han deteriorado las relaciones humanas y el tan celebrado caos nacional ha perdido su gracia de antaño– era la nota más relevante del lugar. Sin embargo, la antipatía y el berlusconamiento no lograron en momento alguno restarle un ápice de su elegancia a Viale Mentana, “bajo cuyos oscuros y negros árboles / dura la sombra tanto como dura el sol / en las calles del centro”, ocupadas por la burguesía local que retratara con justa crueldad Bertolucci, hijo, en Antes de la revolución, la película que le dio a conocer y de la que yo lo recordaba todo, con curiosa precisión, la primera vez que visité Parma, en el invierno de 1978. Recordaba la presencia serena y constante de las bicicletas, por ejemplo, una de las señas de identidad de la ciudad. Y recordaba también a los jóvenes de la burguesía local que tanto ayer como hoy, sentados en el Gran Caffé Orientale de la soberbia plaza de Garibaldi, ocultan detrás de sus gafas negras la resaca del día anterior. (...)
Este último verano, en las tabernas y bares desconectados de la cursilería en que se ha convertido el antiguo café Centrale, muchas conversaciones giraban en torno a la crisis de Parmalat, cuya sede está a 11 kilómetros de la ciudad, en el pueblo de Collecchio. A pesar de que mis viajes a Parma han sido ya cinco, esa sede nunca la he visto; me sucede con ella -salvando las distancias– lo mismo que me ha pasado a través del tiempo con la cartuja, que siempre me propuse visitarla, pero nunca finalmente la tuve a mi alcance, y ahora ya casi desconfío de que exista. Lo que sí existe, aunque pocos perciben su existencia, es la discreta pero muy interesante Pinacoteca Stuard. Tienen tan pocos visitantes que a la entrada se asustan si te ven cruzar el umbral, y a la salida, todavía aterrados, te piden que expreses en un cuestionario qué opinión te merece el hecho de que ellos carezcan de ayudas. Tienen muy buenos cuadros en esta colección privada, entre los que destacan uno de Leonardo Da Vinci, una pintura del francés Trophime Bigot y Birocciai a Ponte Dattaro, un óleo del excelente y bien poco conocido pintor parmesano Guido Carmignani. En este cuadro se ve un momento de lo que debió de ser la vida cotidiana en la Parma de principios del siglo pasado. La luz es bellísima. Es la luz de Parma, esta bella ciudad del centro de Italia, en la Emilia Romaña. Situada a las orillas del río Parma, la ciudad sabe escuchar el ritmo del paso lento de las horas, y a veces es capaz de resumir en un punto y coma noches y días de felicidad completa. Hay que ir –en tren– a ella,arriesgarse a que una locomotora se estropee y a que la cartuja, al observar que llegamos, se oculte un poco más. Llegar al atardecer y en la plaza del Duomo dejarse cautivar por los postreros rayos del sol en ese mármol increíble, color rosa veronés. Si resulta que todo es desolador, es decir, si todo va bien, esos rayos últimos habrán de posarse en nuestra memoria –suprema refulgencia– para siempre z
* El Semanal/EPS.