ESCAPADAS - LA CIUDAD DE MERCEDES
Sorpresas de otros tiempos
A 100 kilómetros de Buenos Aires, un fin de semana en Mercedes donde existe la última pulpería: es de 1830, nunca cerró sus puertas y todavía atiende a clientes y forasteros. Además, atesoran piezas de animales prehistóricos que habitaron la zona en un interesante Museo de Ciencias Naturales. Y para volver al siglo XXI, una posada con pileta.
› Por Julián Varsavsky
Mercedes es una típica ciudad bonaerense de calles arboladas que mantiene su aire pueblerino. Tiene dos hermosas plazas frente a dos grandes iglesias y lleva sobre sus espaldas el peso de una historia que comienza con su fundación, en 1752, como un puesto de avanzada en la “conquista del desierto”. Allí, el viajero podrá disfrutar de sus posadas de campo con pileta, visitar un interesante Museo de Ciencias Naturales y conocer una sorprendente pulpería que permanece en funcionamiento desde 1830.
De pulperos y pulperías
En las afueras de la ciudad de Mercedes, junto a una calle de tierra, sobrevive y funciona desde 1830 una pulpería de campo, quizá la única que queda de aquella época en Argentina. En un principio las pulperías surgieron como primitivos negocios en medio de la soledad pampeana, ubicadas junto a algún cruce de caminos. “Club de gauchos” llamó Sarmiento a estos precarios ranchos que fueron el primer cobijo de aquellos hombres errantes en busca de provisiones.
Increíblemente, La Pulpería de Cacho –o Pulpería, a secas, como lo indican las letras pintadas en los ladrillos encima de la puerta–, perdura en el tiempo manteniendo su edificio y su aspecto originales casi intactos. La Pulpería fue construida en 1830 y en 1910 la adquirió Salvador Pérez Méndez, abuelo de Roberto “Cacho” di Catarina, su actual dueño. Lo curioso es que tanto Cacho como su madre nacieron en la pulpería, que al igual que todas las pulperías tradicionales está dividida en dos partes: la morada del pulpero y la pulpería en sí misma. Y siguiendo la tradición, Cacho sigue viviendo donde nació.
Como toda pulpería, ésta también estuvo alguna vez en medio del campo, junto al río Luján. Pero con el crecimiento de Mercedes quedó ubicada en las afueras de la ciudad, aunque sigue estando bastante apartada, en una calle de tierra por donde a cada rato pasa gente a caballo vistiendo alguna indumentaria gaucha (bombachas, boinas o las alpargatas). Al llegar por el polvoriento camino, lo primero que sobresale es un palo de cinco metros clavado en la tierra con una bandera argentina en lo alto. Históricamente las pulperías tenían al frente una caña de tacuara con una bandera blanca para indicar que había alcohol; cuando flameaba una roja significaba que se había carneado una vaca. La estructura edilicia de La Pulpería mantiene los ladrillos a la vista originales, sus gruesas paredes y un techo de tirantería de madera. Al poner un pie sobre el piso de ladrillos del lugar, se tiene la sensación de estar dentro de un cuadro de Molina Campos. El choque es fuerte, porque se trata de un sitio precario que adrede casi no ha sido modificado durante más de un siglo. Detrás de un largo mostrador de madera se levantan los estantes con los productos en venta cubriendo la pared completa hasta el techo. Y lo más extraño es que uno de los sectores de ese gran mueble no ha sido tocado –ni limpiado–, desde 1910. Como es lógico casi no se ve lo que hay en esos estantes porque la sucesión de capas de telarañas mezcladas con el polvo centenario ha desdibujado los objetos. De todas formas se vislumbran algunas botellas de caña Montefiori y una de grapa Lagoriu.
La decoración es espontánea y auténtica, acumulando la moda popular de cada década del siglo XX. Allí están los posters de Boca de 1935, las viejas latas de galletitas, jabones en una cajita de cartón, unos caparazones de mulitas y antiguas publicidades. Las paredes están totalmente descascaradas y cuelgan de ellas algunos cartones desprolijos con dichos de campo que rezan ocurrencias tales como: “Si de chico no trota, de grande no galopa”; “El tauro y el pijotero van por el mismo camino”.
Adentro de la pulpería hay muy pocas mesas, todas de madera de roble bastante rústica, que son las originales de su época y están rodeadas de sillas y banquitos “pata abierta” de antigüedad centenaria. Pero afuera hay una galería con piso de tierra donde se colocan mesas para atender al centenar de personas que puede pasar por la pulpería a lo largo de undomingo. Junto a la galería están los palenques donde los reseros ataban sus caballos (algo que a veces todavía ocurre).
Hoy –como siempre–, mucha gente viene a la pulpería a jugar al truco mientras se escuchan zambas y chamamés a todo volumen. El pulpero se encarga de advertirle a cada porteño que “el truco se juega con flor”, y para reafirmarlo le exhibe a quien quiera verlo un reglamento de truco antiquísimo y muy ajado para demostrar que “los porteños son los que han cambiado las reglas”. Una vez en confianza con el visitante, Cacho explica que “ser pulpero es ser una especie de confesor... Aquí se cuentan las alegrías y las penas del pobre, del rico, del trabajador y del malandra. Se habla del romance inocente y del tramposo; llora su pena el asaltado y ríe su aventura el ladrón; trata de tirar la lengua el policía y hace un alto en su huida el que tiene cuentas pendientes con la Justicia”. Y aclara que “al menos antes era así”. Pero también recuerda que su abuelo decidió retirarse y dejarle su oficio a sus descendientes luego de una pelea en la que murieron sobre el piso de la pulpería dos policías y dos ladrones. De hecho Juan Moreira alguna vez pasó por la pulpería y Cacho conserva como una reliquia un pedido de captura de 1868 del legendario bandolero, un sujeto “de 28 años, estatura regular, color blanco colorado, pelo rubio, barba muy rala y ojos pardos, que viste chiripá y monta un caballo colorado malacara”.
“Yo no puedo viajar, pero el mundo viene hacia mí”, dice Cacho, quien con los años se ha convertido en una celebridad y se lo considera el último pulpero de la Argentina, en tercera generación de pulperos. Y no es por cierto una metáfora, porque a su polvorienta pulpería vienen parroquianos a pedir una grapa y también viajeros de todo el mundo que han conocido la pulpería a través de los informes realizados por la RAI de Italia, la BBC de Londres y el canal NHK de Japón. Además Cacho trabajó en la película Don Segundo Sombra, dirigida por Manuel Antín, justamente como pulpero de su propia pulpería, que fue un escenario de la filmación.
La Pulpería abre de corrido todos los días alrededor de las 11 de la mañana y permanece abierta hasta la medianoche. Los domingos hay peña abierta desde el mediodía, con guitarreadas donde canta el lugareño y canta también el visitante. ¿Qué se come? Alimentos muy simples servidos en bandejas muy simples: una picada de queso, salame y bondiola con pan galleta de campo ($ 7); empanadas fritas de carne ($ 1) y asado solamente si se lo encarga por teléfono (42-1816 o 15-699913). Para beber se puede pedir vino, cerveza o caña. Lo inaudito es que cada tanto aparece algún “moderno” desorientado pidiendo el menú.
Una tranquila posada Una gran quinta con pileta es una buena opción para una estadía en Mercedes. El lugar es tan tranquilo que numerosas aves vienen a buscar refugio entre las coníferas y los eucaliptos que rodean la piscina. El atractivo de la Posada del Sol está justamente en la vida al aire libre. Allí, el huésped puede quedarse leyendo en una reposera en medio de extenso jardín lleno de árboles y flores, y cuando el calor arrecia darse un remojón en la pileta de 10 metros. El ámbito de la posada está como amurallado contra el mundo exterior por una pared vegetal. Siempre hay poca gente –parejas muy silenciosas por lo general-. y por eso es que se acercan tanto las aves. Se ven pájaros carpinteros picoteando un tronco, palomas torcazas que se paran al borde de la pileta y sumergen el piquito para tomar agua, y vistosos pájaros pechito colorado.
El dueño de la posada es Lorenzo Ferraro, quien hace unos años decidió vender su agencia de autos y dedicarse a un trabajo más tranquilo y agradable, donde él mismo pueda descansar. Entonces compró una casa con pileta y un espacio verde de cuatro hectáreas y ocho habitaciones que van desde dobles hasta triples. Además hay dos canchas de tenis, una de fútbol 7 con suelo de pasto y un quincho comedor para los asados. Los huéspedes disponen también de bicicletas y por la tarde suelen salir a visitar losmuseos y la histórica Pulpería de Cacho. También se puede andar a caballo dentro del predio (incluido en el precio).
Las habitaciones son sencillas, sin mayores lujos y disponen de TV y un ventilador de techo. Además se puede optar por acampar en medio de una arboleda.
El Museo de Ciencias Naturales
Una verdadera sorpresa para el visitante es el Museo de Ciencias Naturales “Carlos Ameghino”, creado en 1947. El museo lleva el nombre del hermano del famoso naturalista Florentino Ameghino y es una completa muestra de restos arqueológicos y paleontológicos de la zona de Mercedes. En la Sala de Arqueología hay una didáctica presentación con paneles y objetos que muestran las técnicas de trabajo de los arqueólogos. Y entre las piezas se exhiben raspadores de piedra, restos de vasijas de cerámica decoradas y otros objetos creados por poblaciones aborígenes que habitaron la zona. En el centro de la sala llama la atención el esqueleto completo de un indígena que fue enterrado junto con una mandíbula de yaguareté.
En la Sala de Paleontología hay una muestra de la megafauna que habitó en la zona de Mercedes, extinguida al comienzo del período Holoceno. Entre las piezas más atractivas hay un colmillo de mastodonte, un animal similar en tamaño y apariencia a los elefantes actuales; también hay un esqueleto de smilodon o “tigre diente de sable”, un felino de gran tamaño con dos colmillos enormes que le sobresalían de la boca. Y entre otras piezas, se pueden ver restos de gliptodontes, una especie de predecesor gigante de las mulitas con su enorme caparazón perfectamente conservado, y de un glossotherium, que era una especie de perezoso con un tamaño mayor al de un buey.
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