Dom 20.02.2005
turismo

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El reino del yacaré

Viaje a los Esteros del Iberá, uno de los ecosistemas acuáticos más ricos del continente americano, que perdura en un estado casi virgen, al menos hasta ahora. Con una asombrosa cantidad de fauna silvestre a la vista del visitante, un recorrido entre las isletas, camalotales y embalsados de los esteros donde habitan ciervos, carpinchos y el temible yacaré.

› Por Julián Varsavsky

Los Esteros del Iberá son un gran ecosistema de 13.000 kilómetros cuadrados que encierra un entramado de ríos, arroyos, lagunas y esteros casi vírgenes, donde habitan 44 especies de mamíferos, 345 variedades de aves, 40 de anfibios, 59 de reptiles y al menos 130 de peces. Esto convierte al lugar en una de las áreas biológicas con mayor biodiversidad de todo el país e incluso del continente, ya que es el segundo humedal en importancia después del Pantanal brasileño. Por esta razón la comunidad científica internacional y las organizaciones ecologistas tienen los ojos puestos en la conservación de esta fuente casi inagotable de vida salvaje que ocupa el 14 por ciento de la provincia de Corrientes.

El origen Los Esteros del Iberá comenzaron a formarse hace unos 60.000 años cuando el entonces más caudaloso río Paraná caracoleaba indeciso por la zona, abriéndose en incontables brazos que más adelante se volvían a unir conformando un delta. El proceso fue constante hasta que hace 8000 años el Paraná optó por retirarse de manera definitiva hacia otro sector y quedó en su lugar una gran depresión del terreno que cubre 65 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. Allí adentro se acumula agua de lluvia con una profundidad de apenas dos o tres metros. Una gran masa vegetal también ayuda a retener el agua de este depósito que se desagota lentamente por el estrecho canal del río Corriente. Apenas un cuarto de las aguas se va por esa vía rumbo al Paraná, y el resto se acumula y se recambia por evaporación. De esta forma los esteros funcionan como una verdadera represa que regula muy eficientemente sus niveles de agua.

En este sistema natural se forman los bañados –que son acumulaciones de agua temporarias típicas de la época de lluvias–, y también los esteros, que son depósitos de agua permanentes, estancadas en un mismo lugar con muy poca profundidad. Los esteros suelen albergar algunas isletas y están rodeados de pajonales y formaciones flotantes como los embalsados y los camalotales.

Los embalsados Caminar sobre un embalsado es una de las experiencias más curiosas de un viaje a los Esteros del Iberá. Es un complejo entretejido vegetal originado por una acumulación de camalotes sobre los cuales el viento va depositando grandes cantidades de polvo. Suelen nacer pegados a la costa, y sobre su superficie crece toda clase de pastizales como la totora y el pehuajó, e incluso árboles pequeños como el ceibo y el laurel. Durante el paseo, un viajero observador se dará cuenta de que la costa se mueve. Por momentos el movimiento del agua hace que se desprendan segmentos de embalsado formando verdaderas isletas flotantes que navegan a merced del viento y la corriente. Encima de los embalsados viven normalmente los ciervos, que aquí encuentran seguridad y se sienten cómodos para partir cuando lo deseen ya que son excelentes nadadores. En realidad, toda clase de fauna hace pie aquí, en especial las garzas y numerosas aves.

Cuando llega el momento de desembarcar y caminar un poco sobre los embalsados de la costa, reina al principio cierta desconfianza; todo el mundo tiene miedo de apoyar los pies sobre un “piso” flotante de tierra y vegetales. Ante cada paso parece que la tierra se hunde un poco, como si se pisara un colchón vegetal. Sin embargo, nadie se hunde y la sensación es la de andar por un suelo consistente pero esponjoso. No es tierra firme pero lo parece: es tierra que flota.

De cazadores a guardaparques Debido a su aislamiento geográfico y sus amplias dimensiones, los esteros sufrieron durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX un feroz ataque de los cazadores furtivos, que terminaron ocasionando la desaparición de algunas especies emblemáticas como el guacamayo azul y el temido yaguareté. Otras como el ciervo de los pantanos, el venado de las pampas, el lobito de río y el aguará guazú o lobo de crin, quedaron al borde de la extinción. La caza la llevaban acabo los llamados “mariscadores”, unos pobladores de la zona que se internaban semanas enteras en los pantanos y utilizaban trampas muy primitivas para atrapar ciervos y carpinchos –muy buscados por su carne—, mientras que los yacarés y las boas curiyú era capturadas por su piel.

De manera inexplicable –resultado de trabas políticas–, los Esteros del Iberá nunca fueron declarados Parque Nacional. Estuvieron totalmente desprotegidos hasta 1983 cuando la provincia de Corrientes los declaró Reserva Provincial. Sin embargo, la situación no mejoró demasiado ya que no se asignó recursos ni infraestructura suficientes para controlar un área tan grande, así que la caza continuó de manera constante. Recién en 1990 las áreas principales comienzan a ser realmente protegidas y la caza fue eliminada casi por completo con la ayuda de un ingenioso plan por el cual los históricos cazadores de la zona fueron nombrados guardaparques, recibiendo así un sueldo por hacer exactamente lo contrario de lo que hacían antes.

Un zoo acuático y natural Una de las especies más simpáticas que aparecen a cada rato durante un paseo en lancha por los esteros es el sociable carpincho, que ignora olímpicamente al ser humano, hasta casi dejarse tocar. Aunque su piel sigue siendo muy buscada para hacer carteras y abrigos, la prohibición de cazarlos contribuyó a que las comunidades de carpinchos se recuperaran muy bien en los esteros. Se los suele ver en grupos familiares completos –con las crías alrededor–, y también nadando con el hocico fuera del agua con una facilidad asombrosa (tienen el hocico, los ojos y los oídos en la misma línea sobre la parte superior de la cabeza, una adaptación para nadar con el cuerpo sumergido). Estos enormes roedores llegan a pesar hasta 60 kilogramos y viven siempre cerca del agua. Allí buscan refugio ante la aparición de algún predador, e incluso son capaces de bucear.

La presencia más impactante de los esteros es sin dudas la del yacaré, no sólo por su aspecto feroz sino por su enorme proliferación (viven entre 80 y 90 años y una nidada puede producir hasta 60 crías). Durante dos días de excursión se puede llegar a avistar centenares de ellos, algunos a menos de un metro de distancia. Si bien llegaron a estar al borde de la extinción, la prohibición de la caza también resultó efectiva para preservar la especie.

La aparición más fugaz, estilizada y mágica que disfruta el 95 por ciento de los visitantes de Iberá es la de alguna de las tres clases de cérvidos que habitan en la zona. Desde una corzuela parda –el más pequeño de estos ciervos–, un animal muy huidizo que suele aparecer en los atardeceres junto al Centro de Interpretación de los guardaparques, hasta un venado de las pampas, cuya población está seriamente reducida en todo el país. Y también el más común, el ciervo de los pantanos –el mayor de Sudamérica—, que alcanza 1,20 metro de altura.

Un ejemplar característico de Iberá es la boa curiyú, de color amarillo con manchas negro-azuladas, bastante factible de observar en la Laguna de Iberá enroscando a un yacaré hasta matarlo. Es el ofidio más grande de la Argentina, alcanzando los 4 metros de longitud. Pero un espectáculo aparte y constante es la ruidosa presencia de las aves. Sobresalen en primer lugar los chajáes, que acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cutirí, que tiene alas negras con una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre las multitudes de camalotes color lila anda a los saltos el gallito de río, siempre mirando al suelo y picoteando insectos con su pico desproporcionadamente largo. Y entre los que tienen nombres más poéticos están las espátulas rosadas, las cigüeñas yabirú, los varrilleros negros, los dragones y los capuchinos.

Riqueza vegetal Una de las razones para que exista tal riqueza faunística y vegetal en los Esteros del Iberá es su singular ubicación geográfica.Desde el punto de vista fitogeográfico, existen tres provincias botánicas que abrazan el sistema de Iberá: el espinal desde el sur –con sus palmares de Ñandubay–, el Chaco Oriental por el oeste –con sus quebrachales, algarrobales y sabanas–, y la provincia paranaense por el norte, con sus selvas mixtas que son un preludio de la vegetación misionera más exuberante.

Sobre la superficie de las aguas viven algunos irupés (nenúfares), los camalotes –que se reproducen por millones–, los repollitos de agua, las lentejas, los lirios y los jacintos. Encima de los embalsados y los pajonales hay pequeños árboles como el sarandí. En las islas y las costas suele haber ombúes, jacarandáes, lapachos y timbóes, ese gigante de la selva misionera que alcanza grandes alturas y que en la zona norte de los esteros crece en medio de pequeños bolsones de selva subtropical.

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