FUTBOL > VISITA AL MUSEO DE LA PASIóN BOQUENSE
Hoy, el Club Boca Juniors cumple 100 años. Anticipándose al festejo, Turismo/12 estuvo en la Bombonera, recorrió el estadio vacío, sin la ululante presencia de “La 12”, y entró a la cancha por el mítico túnel. Y en el Museo, los murales, las fotos y gloriosas camisetas hicieron aflorar en el boquense cronista la incondicional pasión del hincha bostero.
Ahí están, las tres primeras camisetas, o casacas, utilizadas por Boca Juniors en sus comienzos: una es blanca con unas pocas rayas negras verticales, la otra es totalmente celeste y la tercera también negra y blanca a finísimas rayas, casi casi un pijama. Todavía no había llegado a los muelles del puerto boquense el barco sueco que designó con su bandera los colores del club fundado hace hoy exactamente cien años. Todavía sus fundadores –los jóvenes Esteban Baglietto, Alfredo Scarpatti, Santiago Sana y los hermanos Juan y Teodoro Farenga– deambulaban por la plaza Solís en uno de cuyos bancos habían concretado su sueño más preciado: tener un equipo de fútbol propio. Todavía, en aquellos lejanos tiempos, el cielo de La Boca no era azul y oro.
Perfectamente enmarcadas, las camisetas que lució el club desde 1905 hasta la actualidad ocupan un lugar especial en el Museo de la Pasión Boquense que, instalado en la mismísima Bombonera, homenajea a la extensa y gloriosa historia del club de la Ribera.
Apenas cruza el molinete de ingreso, el visitante encuentra un inmenso mural en el que figuran los nombres de todos los jugadores que, al menos una vez, integraron el equipo profesional de Boca. La lista, interminable, se complementa unos pasos más adelante con las fotos de cada uno de ellos. Apellidos como García Cambón, Batistuta, Salinas, Palermo, Gatti, Marzolini, Maradona, Rojas y Riquelme se conjugan en tiempos indefinidos para provocar las emociones más hondas y los recuerdos más inamovibles de la memoria xeneize.
De moderno diseño, y de fácil y cómoda circulación, el museo –que abrió sus puertas a comienzos de 2001, y puede ser visitado todos los días entre las 10 y las 19– también dispone de un amplio muro dedicado a los fundadores de la institución y a los socios que hicieron posible este lugar en el que, además, es posible experimentar virtualmente la sensación de salir a la cancha con el equipo oficial un domingo a estadio lleno y, como si fuera poco, “participar” de un partido. Se trata de un espectáculo visual en 360 grados brindado en una pequeña sala en la que imágenes tomadas desde el mismo campo de juego –sumadas a un apasionante sonido envolvente– hacen posible el maravilloso viaje al corazón de la Bombonera, con el canto de “La 12” como fondo continuo y el Coliseo de La Boca –como se llamó al estadio en otras épocas– mostrando todo su esplendor.
Cuando la emoción aún sigue instalada en el alma, y luego de subir al primer nivel, una magnífica maqueta –iluminada como si fuera el comienzo de la noche– reproduce las calles, casas y recovecos del barrio, evocando en miniatura a este antiguo arrabal de Buenos Aires donde, apenas unos años antes que Boca, nació el tango. En el mismo sector, otro enorme mural les rinde tributo a los directores técnicos. Allí están los apellidos de Lorenzo y Bianchi, que ahora evocan las fotos más gloriosas del equipo, y el corazón vuelve inexorablemente a dispararse a Montevideo, a aquel penal que Gatti le atajó al brasileño Vanderley; a Karlsruhe, Alemania, para revivir el lucido y contundente 3 a 0 al Borussia Moenchengladbach, y a Tokio, para volver a gritar los goles contra el Real Madrid y el penal de Cascini con el que Boca venció al poderoso y millonario Milan. Boca Juniors... ese humilde club de barrio que había llegado por primera vez a Europa en 1925, como lo atestigua el libro de la gira en cuestión exhibido en una elegante vitrina junto a un cuadro de honor con las fotos sepias de los integrantes de aquel equipo –el primero de la Argentina en visitar el Viejo Continente– que jugó 19 partidos, cosechando 15 triunfos y un empate y sufriendo sólo tres derrotas.
No hay respiro: la vista va acumulando trofeos, pinturas y fotografías que forman parte de muestras temporarias; esculturas, fotos de las distintas etapas por las que pasó el estadio, documentos históricos, una revisión audiovisual de las máximas figuras –que se ofrece en el Auditorio de los Idolos– hasta que se desemboca en una gigantesca instalación que cuenta con 72 monitores que reproducen imágenes digitales de los momentos más destacados del club combinados con los principales sucesos nacionales y mundiales.
Es muy extraño contemplar la Bombonera vacía y quieta, en silencio. Ver cómo la brisa que llega del Riachuelo levanta hojas y pequeños papeles de las populares, o cómo los rayos del sol forman su arco iris en los chorros de agua de las mangueras automáticas que riegan prolijamente el césped. Pero así y todo no deja de asombrar y conmover. Desde el sector de las plateas preferenciales –primera escala del tour guiado por el que hay que abonar una diferencia sobre el valor original de la entrada– el espectáculo es impactante. Los dichosos que los domingos pueden disfrutar de estas comodidades están prácticamente dentro del campo de juego, a unos escasos cuatro o cinco metros de la línea de cal; hasta podrían ellos mismos hacer los saques laterales. El recorrido, de aproximadamente 40 minutos, incluye también la sala de prensa, el salón de conferencias, el vestuario local y, finalmente –y ahora lejos de la virtualidad– la entrada a la cancha por el histórico túnel. Y es en este momento y en este lugar cuando, aun sabiendo que afuera no hay nadie, el estómago se contrae y los ojos comienzan a humedecerse con el rocío de aquellos potreros de la infancia que todavía perduran en el alma de cualquier amante del fútbol. Angosto y bajo, el pasillo de paredes blancas cumple el sueño dorado de todo boquense: entrar a la cancha por donde lo hicieron todas las glorias de la entidad. Lo que sigue, una vez pisado el césped, es el eco de una de las frases que Diego Maradona pronunció el día de su despedida oficial del fútbol profesional: “Le agradezco a Dios que haya creado la Bombonera”. Y sí, porque a pesar de ser una gran obra de ingeniería y arquitectura, esta cancha se ha transformado, con el correr de los años, en el templo sagrado de los cientos y cientos de miles de hinchas de todo el país. Y si no que lo diga ese cordobés que no paró de hablar durante todo el tour y que, después de pisar el último escalón del túnel, dijo entre risas: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para este bostero de sesenta y siete años”. Luego se arrodilló, besó el pasto y se largó a llorar. Jamás había estado en la Bombonera, ni en Buenos Aires.
Lo que queda después de la visita al Museo de la Pasión Boquense, realizada unos pocos días antes de la fecha tan especial de hoy, es la reafirmación de un amor y una pertenencia que, adquiridos en la más tierna infancia, perduran intactos e inocentes en la adultez. Y, para corroborarlo, ahí está el museo propio que cada hincha de Boca atesora, todavía, en algún rincón de su casa: el primer banderín, la primera bandera, una vieja camiseta de la adolescencia, gorros, gorras, recortes de diarios y revistas y hasta una foto de aquel niño remontando un barrilete azul y amarillo en un descampado de su ya lejana ciudad natal. Es hexagonal, y fue realizado con artesanal amor por su padre, hincha de River.
Hoy, después de unos cuantos años, y a un siglo de la legendaria tarde de plaza Solís, vuelve a la memoria ondeándose entre la niebla del tiempo, mientras parece escucharse la sorda sirena de aquel viejo barco sueco que regresa del pasado para sumarse a los festejos.
Feliz Cumpleaños Boca Juniors. De todo corazónz
* Del libro Cada vez te quiero más, del fotógrafo Facundo de Zuviría, publicado por Ediciones Larivière.
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