FAUNA ARGENTINA > EL LAGARTO OVERO
“Es el mayor lagarto de la Argentina. También el reptil más intensamente explotado del planeta. Pero no se queja. Logró hacer del interés económico un pasaporte al futuro.” Así lo presenta Roberto Rainer Cinti, autor del interesante y entretenido libro Fauna argentina, del cual se transcribe el capítulo dedicado a la iguana criolla.
Para wichis y chorotes es un pícaro de antología, capaz de embaucar al astuto zorro e incluso a Tokuaj, el mítico Burlador. Entre los tobas tiene fama de bicho sabio, “más inteligente que el hombre”, a quien confió las virtudes del té de lengua de iguana, remedio infalible para chicos atragantados con higos de tuna. Y en el folklore santiagueño aparece como un fanfarrón de aquéllos. Convencido de que no había coletazo más poderoso que el suyo, desafió al mismísimo rayo... ¡y del lagarto no quedó más que el cuento!
Los cowboys de Tejas ignoran que sus botas lucen apliques de tan ilustre personaje. Se los hacen pasar por cuero de una temible víbora del desierto, atributo de virilidad. Además, no se interesan por cosas de indios... y menos del Tercer Mundo.
Mitad cuerpo, mitad cola, alcanza el metro y medio. Suficiente para consagrarse el lagarto más grande de la Argentina y uno de los más corpulentos del planeta. La zoología lo llama Tupinambis teguixin y la gente, lagarto overo o iguana. Pero nada tiene que ver con las iguanas verdaderas, que pueblan la América tropical. Estas exhiben un verde deslumbrante, viven en los árboles y mastican hojas, frutos y bichitos. Nuestra iguana, en cambio, se quedó en la época del blanco y negro, y sólo se le anima a las ramas en la juventud, cuando una combinación de agilidad y poco peso le permite llegar hasta los suculentos frutitos del tala y la miel de las lechiguanas, su manjar predilecto.
Después anda sólo por el suelo o debajo, recorriendo oscuros túneles. Y devora casi todo lo que cabe en su boca. De chica, insectos, arañas, caracoles y frutos carnosos. A medida que crece, la dieta se amplía a carroña, pequeños peces, culebras, pájaros, roedores y, de tanto en tanto, huevos y pollitos de los gallineros. Para equilibrar el asunto, se la comen zorros, grandes felinos y aves rapaces. Sus huevos, además, resultan un banquete para los hurones.
Según los paleontólogos, hace unos nueve millones de años que anda por estos pagos. En la Argentina ocupa la húmeda faja que corre desde Formosa y Misiones hasta el sur de la provincia de Buenos Aires. Fronteras afuera, aparece en Uruguay, Brasil y Paraguay. Su primo, el lagarto colorado o caraguay, vive algo más al oeste, en regiones áridas y semiáridas.
De asombrosa “rusticidad”, la iguana overa se las arregló para colonizar incluso áreas urbanas. En Buenos Aires se la puede ver tomando baños de sol entre los cimientos abandonados de Ciudad Universitaria. Y en la isla Martín García, junto a las lápidas del cementerio. Como buen reptil, es bicho de sangre fría. Incapaz de regular la temperatura interna de su cuerpo, necesita asolearse largamente antes de entrar en actividad. Durante los meses fríos, hiberna al abrigo de túneles que cava a poca profundidad, encuentra ya hechos o “alquila” a las vizcachas. Paga el alojamiento limpiando la casa de insectos y otras sabandijas.
Abandona el sueño invernal hacia fines de agosto. Un mes y días más tarde comienza el frenesí de la época de celo. Los machos pierden la cabeza por las hembras... y a veces la cola, víctima de las dentelladas de un rival de amores. No les importa demasiado: volverá a crecer con el tiempo. Las hembras, por el contrario, tienen mucho de qué preocuparse y ocuparse tras la apresurada cópula. Usando las patas delanteras como palas y las de atrás como rastrillos, construyen una cueva de un metro de largo. Al fondo, sobre un lecho de pasto y hojarasca, depositarán hasta cincuenta y cuatro huevos. Las crías nacerán en pleno verano, con un largo de veinte centímetros y un verde metálico sobre el lomo, que luego desaparece.
La iguana se defiende de los enemigos bufando, abriendo la boca de manera amenazante, mordiendo y, sobre todo, lanzando terribles golpes con la cola. Estos despliegues poco le han valido frente al acechodel hombre y sus perros. Indios y criollos saborearon sus huevos y su carne, que algunos encuentran parecida a la del pollo. También aprovecharon el cuero para reparar arcos, confeccionar bolsas o engalanar aperos. Los mocobíes hasta fabricaban trompetas de guerra con la cola y los gauchos usaban sus anillos para protegerse de la insolación, creyendo que les transfería la resistencia al sol de la especie.
Nuestra gente de campo aún consume la carne. Además, le atribuye propiedades curativas a la grasa. Sin embargo, el mayor incentivo para cazar iguanas es la venta de la piel, que se emplea en la confección de calzado y marroquinería. Durante los ‘80, Argentina exportó dos millones de cueros de lagarto overo y colorado por año. Y a fines de la década, alcanzó los tres millones. El estudio para saber a ciencia cierta si los Tupinambis podían soportar este ritmo de extracción –sin paralelo entre los reptiles– quedó en aguas de borraja. Es que el pellejo de nuestros lagartos perdió mercado gracias a la paridad cambiaria de Cavallo y los vaivenes de la moda, y la preocupación por su futuro se desinfló. Hoy salen del país apenas unos 400.000 mil cueros anuales rumbo a Europa y, sobre todo, los Estados Unidos.
Del recurso dependen muchas familias rurales, tanto indígenas como criollas, aunque el pago no pase a veces de unos paquetes de harina o azúcar. Lo ideal sería que los cueros se vuelvan carteras y zapatos dentro de las regiones productoras, brindando trabajo y mejores condiciones de vida. Mientras tanto, mediante la imposición de precios subsidiados, la Dirección de Fauna Silvestre procura que las iguanas –junto a otros animalitos– se conviertan en una alternativa económica capaz de desalentar la conversión agrícola de las áreas naturales del Chaco con un interés especial para la conservación. “Esto garantizaría la supervivencia de nuestros lagartos y el hábitat que comparten con miles de especies más”, comenta el biólogo Gustavo Porini, responsable del proyecto dentro de ese organismo nacional.
La necesidad de iniciativas análogas se hace sentir. Es hora de darle una manito a la mítica Madre de las iguanas, que según los tobas vela por nuestros dragones de bolsillo y se venga de quien los mata de balde z
* Fauna argentina. Dramas y prodigios del bicherío. Por Roberto Rainer Cinti. Emecé Editores. Buenos Aires, 2005.
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