INVIERNO 2 > LOS ESTEROS DEL IBERá
Junto con el frío llega la temporada alta en los calurosos Esteros del Iberá, el segundo mayor humedal del continente después del Pantanal brasileño. Una reserva natural donde los anfitriones son el carpincho, el pavoroso yacaré y el pacífico osito lavador.
› Por Julián Varsavsky
En el contexto de las dos semanas de vacaciones de invierno, los Esteros del Iberá y las Cataratas del Iguazú son dos destinos ideales para visitarlos en un mismo periplo, gracias a la proximidad geográfica y al clima, que convierte a la época invernal en la verdadera temporada alta de la región mesopotámica.
Los Esteros del Iberá son un gran humedal pantanoso formado en una hoyada de apenas dos metros de profundidad que abarca un área donde cabe 65 veces la ciudad de Buenos Aires. La principal virtud de esta famosa reserva natural para el viajero es colocarlo frente a una fauna silvestre imposible de encontrar en otra parte de nuestro país, por su cantidad, variedad y cercanía con las personas.
Un camino de tierra une la ciudad correntina de Mercedes con Colonia Pellegrini, un pueblo también con calles de tierra y varias hosterías turísticas. La primera salida es a la mañana siguiente del arribo. A los 15 minutos de navegación a toda velocidad llegamos a la zona de los estrechos canales donde habita la fauna de la reserva.
Al aminorar la marcha, el encuentro con los animales es inmediato. Junto a la costa un yacaré muy pequeño nos mira fijo con las fauces abiertas. La embarcación, ahora al impulso de una pértiga, atraca casi rozándole la cabeza al reptil, que parece petrificado como si esperara que alguien se atreviese a acariciarle el lomo. Seguimos viaje y aparecen los primeros carpinchos de la jornada. Estos roedores se pasan casi todo el día inmersos en su actividad de roer y roer los pastos como si se fuesen a acabar. Toda su atención la tienen centrada en comer, y no parecen darse cuenta de que nuestra lancha les pasa por al lado. Su indiferencia es total, y nuestra cercanía no merece siquiera una mirada de desconfianza.
La presencia de las aves es la más ruidosa y contundente. Los chajáes acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cuturí, que tiene alas negras con una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre las multitudes de camalotes color lila anda a los saltos el gallito de río, siempre mirando al suelo y picoteando insectos con su pico desproporcionadamente largo.
Mientras conversábamos a la deriva, pasamos sin darnos cuenta muy cerca de una cierva que pastaba distraída junto a la costa. Cuando la descubrimos levantó la mirada con preocupación y permaneció largo rato observándonos con la mirada fija. Una vez que le tomamos la última foto, decidió que no tenía nada más que hacer allí y se perdió lentamente entre los pastizales.
Para muchos el “leitmotiv” de los esteros es la zona donde proliferan los yacarés. Llegado cierto punto, tenemos decenas de ejemplares a la vista, que parecen a la expectativa de algún festín. Algunos llegan a medir hasta 2 metros y a veces lanzan una especie de soplido terrorífico que hiela la sangre. Otros están sumergidos como asesinos al acecho y los descubrimos a un metro de la lancha con sus traicioneros ojos apenas sobresaliendo en el agua.
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