Dom 26.06.2005
turismo

INVIERNO 3 > PURMAMARCA

Pueblito de colores

En plena Quebrada de Humahuaca –en la provincia de Jujuy–, las casas de Purmamarca se despliegan al pie del cerro Siete Colores, uno de los paisajes más espectaculares del país.

De los poblados de la Quebrada de Humahuaca, el de Purmamarca probablemente sea el que mejor mantiene su impronta indígena y colonial. A diferencia de Tilcara –al que muchos también usan como base para recorrer la provincia–, este pueblo es más intimista, y salvo en las horas turísticas de la mañana, la tranquilidad que se respira es casi absoluta. Al mismo tiempo su infraestructura hotelera es buena –aunque limitada– y desde aquí se pueden visitar otros destinos imperdibles, como las Salinas Grandes en la Puna y el resto de la quebrada.

Paisaje de un cuento

La fama de Purmamarca se debe en gran medida a un colorido cerro que aparece tras una hilera de álamos al costado de la Ruta 52, como un arco iris de piedra que despliega unas extrañas franjas minerales en forma de zigzag. La gama de colores del cerro supera por lejos la de un arco iris. El color más llamativo es el violeta intenso, que se va degradando hacia abajo a través del turquesa, el verde, el azul, el celeste y el blanco. Hacia el otro extremo de la escala –siempre de manera desordenada–, las líneas se tornan rojizas como la arcilla, rosadas, naranjas, amarillentas y grisáceas, con imperceptibles tonos intermedios de transición.

Purmamarca fue fundada en 1594 y mantiene un aspecto que debe haber cambiado muy poco en los últimos doscientos años. Las calles son de tierra y suben de manera desordenada por la ladera montañosa. Las casas de adobe parecen brotar de la tierra, conformando unas veinte manzanas que se arremolinan alrededor de la plaza. Allí se levanta una iglesia, cuya fecha de construcción está cincelada en el dintel de madera de la entrada: “1648”. La iglesia –de arquitectura sencilla– fue levantada con materiales tradicionales de la zona, como el adobe que cubre sus paredes, las tablas de cardón recubiertas con torta de barro y paja en el techo, y vigas de madera. En el otro extremo de la plaza hay un pequeño cabildo de una sola planta construido a mediados del siglo XIX.

El mercado de artesanias

Alrededor de la plaza el mercado artesanal acapara la atención de los visitantes y es tan colorido como el cerro que se levanta al fondo del paisaje. Quienes exponen no son hippies sino exclusivamente pobladores del lugar, de auténtica raigambre indígena. Por un lado, se ofrece una variedad de productos en cerámica con forma de vasijas, tazas, platos, cazuelas y toda clase de adornos, siempre decorados con motivos indígenas. También hay fuentes de madera de cardón y tejidos de hilo y lana, dos productos típicos y ancestrales de la zona. La oferta incluye aguayos (mantas), ponchos, gorros, sombreros y bufandas, tanto de lana de oveja como de llama. Una ruana (poncho para mujer) cuesta $ 35. Los instrumentos musicales de viento típicos de la quebrada –de muy alta calidad y no de adorno– están entre los productos más valorados de la feria. Algunos son las samponias, las quenas y los sikus. Además, frente a la plaza está el negocio y taller de charangos Patagua, que pertenece al reconocido luthier del mismo nombre, quien ha ganado varios concursos de su especialidad en la República de Bolivia.

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