USHUAIA > EXCURSIONES DESDE LA CIUDAD MáS AUSTRAL
Bosques de lengas, brazos de mar y el final de la Ruta 3. Ya en las afueras de Ushuaia, que ofrece un gran itinerario cultural, comienza el Parque Nacional Tierra del Fuego. Excursiones a bordo del Ferrocarril Austral y caminatas por el mítico paisaje de la última frontera que este mundo brinda para la aventura y la exploración en el siglo XXI.
› Por Graciela Cutuli
Se la conoce como la ciudad del “fin del mundo”, pero bien podría ser también la de su principio. En Ushuaia no está tan lejos todavía el tiempo de los pioneros, y su posición en los mapas le asegura para siempre un ambiente especial, el de la última frontera que este mundo ofrece para la aventura y la exploración en el siglo XXI. En las calles de Ushuaia y en los senderos del Parque Nacional Tierra del Fuego se vive mucho más que un viaje; se vive un encuentro con uno de los lugares más emblemáticos del planeta, que parece amanecido hace muy poco. Figuras legendarias, una historia trágica y una saga colonial épica le dan un marco humano único a estos paisajes sin igual. Ya sean sus primeros pobladores, los yámanas, los pastores ingleses, los buscadores de oro europeos, o los presos del penal y los primeros colonos, todos dejaron su paso grabado en historias y tradiciones que hacen de Ushuaia un lugar con una fuerte y rica identidad.
Esta historia se lee en los murales de la calle San Martín, donde se concentra buena parte de la vida comercial de la ciudad, y en las salas de sus museos. También se lee a bordo del Tren del Fin del Mundo y en las salas del antiguo Presidio. En los senderos del Parque Nacional, y en las elegantes casas de maderas que bordean la bahía: toda Tierra del Fuego es un libro abierto sobre el pasado, pero proyectado hacia el futuro.
Antes de emprender viaje rumbo a la red de caminos y circuitos del Parque Nacional, es imprescindible pasar por las salas de los tres museos de Ushuaia. No sólo para entender mejor la historia de la región sino también para conocer más sobre la fauna y la flora locales, que el Parque Nacional permite descubrir luego frente a frente.
El primer museo, de siniestra memoria, es el del Presidio. En la construcción que fue alguna vez una cárcel tan severa como la de la Isla del Diablo en Guyana, o la de Port Arthur en Tasmania, se descubre la vida de los presos que fueron destinados a Ushuaia y convertidos en la mano de obra de la primitiva colonia. Algunos de ellos pasaron a la historia, como el anarquista Radowitzky (había muchos presos políticos en Ushuaia, y no sólo delincuentes comunes), el asesino de Azul, Mateo Banks; o el sádico Petiso Orejudo. Su paso por el Presidio se recuerda mediante muñecos de cera, fotos y muestras de objetos cotidianos. Algunas celdas fueron reconstituidas de manera muy realista, y dan una idea de la lúgubre vida de los presos en este confín de la Tierra.
El Presidio también muestra otras colecciones, entre ellas la del Museo Marítimo, en una sala situada en la entrada. Con maquetas de naves, mapas náuticos y documentos, evoca los hitos más importantes de la exploración de Tierra de Fuego y sus costas, pero también de las islas del Atlántico Sur y la Antártida. Además hay una exposición permanente sobre el continente antártico en algunas de las antiguas celdas. El patio del museo alberga una réplica del Faro del Fin del Mundo, cuyo original fue reinstalado hace pocos años en la Isla de los Estados. Este mismo faro fue protagonista de una obra de Julio Verne, cuyo centenario se celebra este año en Francia, pero también en la Argentina (se puede recordar que el trazado de la ciudad de La Plata se inspiró en la ciudad inventada por Verne en la novela Les millions de la Bégum).
El museo más antiguo de la ciudad es el Museo del Fin del Mundo, una casona que presenta en sus salas variadas colecciones: desde una muy completa muestra de aves embalsamadas de Tierra de Fuego y el Atlántico Sur, hasta la recreación de un almacén de Ushuaia en tiempos de los pioneros. Un detalle: tanto en este museo como en el Presidio, colocan en los pasaportes un sello especial. Para los turistas extranjeros es todo un rito conseguirlos. A la salida, en los “jardines” del museo, se reconstituyeron chozas yámanas y se muestran algunos objetos curiosos, como un vagón del primer ferrocarril, carruajes, una canoa de madera y el cerco de una tumba. El tercer museo es el nuevo Museo Yámana, que recrea la vida de los primeros pobladores de las costas del Beagle. Exterminados en pocos años luego de la implantación de los primeros colonos, su modo de vida –uno de los más primitivos de las Américas– sobrevivió en la obra de Thomas Bridge, el misionero inglés que los evangelizó; en algunos vocablos (Ushuaia es uno de ellos y quiere decir “Bahía hacia el oeste”), en fotos y en los objetos que se muestran en el museo. Hay también una extraordinaria colección de maquetas que recrean escenas de la vida cotidiana de los yámanas, con lujo de detalles.
El Parque Nacional Tierra del Fuego se encuentra a poca distancia de las afueras de la ciudad. Se accede por la famosa Ruta 3, que recorre allí sus últimos kilómetros: esta ruta ya mítica nace en la avenida Independencia, en el corazón de Buenos Aires, y recorre 3065 kilómetros hasta el cartel que marca su fin en Bahía Lapataia, casi en la frontera con Chile.
También se puede llegar al Parque a bordo de un tren, el Ferrocarril Austral. Este tren de trocha angosta es un heredero moderno y turístico del primitivo convoy que habían instalado los presos para abastecer a la naciente ciudad de Ushuaia de leña para la construcción y calefacción. Leña que se cortaba en los actuales terrenos del Parque: a lo largo de algunos tramos de los 14 kilómetros del recorrido actual se ven sobresalir del suelo troncos de madera cercenados, que no se pudren ni descomponen gracias al clima frío de la región. Todavía no se pensaba en proteger los bosques y crear un Parque Nacional. Un detalle merece ser contado: la altura de las bases de estos troncos revela en qué época del año fueron cortados, a baja altura en verano, y alta en invierno por la gran cantidad de nieve.
El primer tren llegaba hasta el Presidio y bordeaba lo que es hoy la avenida costera de la ciudad, la elegante Avenida Maipú. El ramal actual va desde la Estación del Fin del Mundo, sobre la Ruta 3, a unos siete kilómetros del centro de la ciudad, y recorre 14 kilómetros hasta la Estación del Parque, luego de haber cruzado una zona intangible del Parque Nacional.
El tren actual nada tiene que ver con el convoy original, que circulaba sobre vías de madera y cuyos vagones eran meras plataformas sobre las cuales los presos viajaban a la intemperie. Si bien hoy son empleados vestidos como presos, quienes ayudan a embarcar a los pasajeros a la salida de cada convoy, los cuidados detalles de cada vagón y la diminuta locomotora de vapor hacen pensar más bien en los trenes de los parques de diversiones de Europa y América del Norte. El Tren del Fin del Mundo recorre, a una velocidad que no supera los 15 km/h, bosques de lengas (en otoño, el recorrido tiene un encanto especial, porque el bosque se torna rojizo) y pastizales, bordeando una gran turbera. Estos musgos crecen
un centímetro cada cien años, formando sobre las lagunas gruesas capas que con el tiempo toman el lugar del agua, y son característicos de la zona de Tierra del Fuego. A medio camino se hace una parada y es posible subir por la ladera de la montaña hasta una cascada. Las vías bordean el río Pipo y llegan hacia una reconstrucción de chozas yámanas, formadas por ramas apiladas unas contra las otras. Este magro refugio protegía apenas a los indios, que fueron calificados por Charles Darwin como unos de los más miserables que hubiera conocido. Entretanto el tren sale de nuevo y sigue bordeando el río Pipo, cuyo nombre se debe a un preso que logró saltar del tren en marcha y se tiró al río. La leyenda dice que logró escaparse, pero muchos creen que el desdichado terminó ahogándose. Lograda o fallida, su evasión marcó tanto los espíritus de sus camaradas que dio nombre al río.
Finalmente, la Estación del Parque es apenas un terraplén en medio de un bosque de lengas. Se puede optar por dos caminos para el regreso: volver una vez más a bordo del tren, o seguir hacia la costa del Parque a bordo de uno de los micros que esperan a los viajeros en la estación.
Varias agencias en Ushuauaia ofrecen recorridos por el Parque Nacional. Todos ellos se realizan en la parte accesible, una zona que está entre la frontera con Chile, el límite oriental del Parque, el río Pipo y el lago Roca. Son 2 mil de sus 63 mil hectáreas totales. El resto es una zona intangible, pero en el sector costero hay muchos senderos que ofrecen recorridos para principiantes o para trekkers confirmados.
En muchos puntos, además, el Parque reserva sorpresas a quien se anima a caminar y recorrerlo en detalle. La primera está en Bahía Ensenada. Esta amplia bahía sobre el Beagle está enfrentada a la Isla Redonda. Allí hay un pontón donde amarran las embarcaciones de excursión, en un paseo que se realiza únicamente en verano. Desde la isla hay una hermosa vista sobre la costa argentina hacia el norte, y la costa de Navarino hacia el sur. En Bahía Ensenada se levanta una casita que funciona como boletería para el paseo en barco, pero también como estafeta postal y quiosco. También allí es posible hacer sellar los pasaportes, gracias a un encargado que lleva el pomposo título de representante de la “Embajada del País de la Isla Redonda”, como lo afirma uno de los múltiples carteles. A más de 3 mil kilómetros de la República de La Boca, en Buenos Aires, este otro estado imaginario es un atractivo más para los turistas. Como lo son los zorros curiosos, que viven en los alrededores del puesto y se alimentan de lo que roban en las mochilas de los turistas desprevenidos que las dejan en el suelo. Una galletita es el único precio que piden para dejarse sacar una foto.
Otra de las sorpresas, esta vez a cargo de la naturaleza, es el incomparable marco de la Bahía Lapataia. Un laberinto de brazos de agua, de islotes y de tierras que cambian de color permanentemente según las apariciones del sol y el juego de las nubes. Allí está el famoso cartel que marca el fin de la Ruta 3, que no se puede dejar de fotografiar. Como para estar seguro de no haber soñado y haber estado allí, en el rincón más austral del país. En la zona hay además varias castoreras. Si bien es muy difícil ver a los castores (hay que ir muy temprano por la mañana o al anochecer), se ven fácilmente sus construcciones sobre los arroyos: represas, cabañas y diques, hechos con ramas cortadas que les aseguran niveles adecuados de agua para su modo de vida. Los castores fueron introducidos en Tierra del Fuego y se adaptaron muy bien a su entorno natural, tanto que hoy son considerados una plaga, y hay castoreras en toda la isla.
Otros senderos del parque llevan al mirador de la Isla Redonda, sobre las laderas del Cerro Pampa Alta, al borde de la Ruta 3. La vista sobre todo el canal es inolvidable. También hay un sendero que lleva a la Cascada del río Pipo, y otro al lago Roca, compartido con Chile. Sin olvidar el camino que bordea este lago y concluye en el Hito Fronterizo XXIV. Es el punto más extremo que se permite transitar en el Parque, y también el rincón más alejado de Tierra del Fuego.
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