MISIONES > UNA SEMANA EN IGUAZú
Un itinerario día por día para recorrer los circuitos más interesantes que se realizan desde Iguazú. Toda la información para una visita de una semana por el Parque Nacional Iguazú. Cataratas, excursiones por la selva y cruces a Brasil y Paraguay en un viaje que combina el paseo y la aventura. Pero también, las ruinas de San Ignacio, las piedras de Wanda, los Saltos de Moconá y una estadía en lo profundo de la selva.
› Por Julián Varsavsky
Las Cataratas del Iguazú son consideradas el destino ideal para visitar en un fin de semana largo porque sus atractivos principales se pueden recorrer en tres días. Y el dato es correcto, pero deja de lado varias cuestiones. Por empezar, si se viaja en micro son diecisiete horas de viaje en un confortable coche cama, y por más que uno duerma en el camino igual llega cansado. Pero el primer día no es cuestión de quedarse descansando en el cuarto con el aire acondicionado sino de disfrutar de las grandes piletas que tienen la mayoría de los hoteles, rodeadas de una exuberante vegetación. Incluso hasta el hóstel más barato tiene una buena pileta en Iguazú. Y aquí está entonces uno de los grandes placeres de Misiones: salir de excursión de mañana y de tarde, y a la hora de la siesta volver al hotel a reposar y disfrutar de la frescura del agua.
El segundo día se puede ir a las cataratas del lado argentino y realizar una visita a fondo con todas las excursiones (ver recuadro). Para conocer mejor el parque, lo recomendable es ir dos veces (y una tercera más para cruzar a Brasil). La vastedad del paisaje y la complejidad de las pasarelas hacen que la primera vez uno esté preocupado por recorrer todo para no perder nada, pero termine perdiendo la oportunidad de detenerse en el rinconcito que la subjetividad de cada uno elija como el más romántico o el más apacible para sentarse una hora simplemente a ver el agua caer. Sabiendo que hay otro día para volver, uno puede caminar a la deriva esquivando las muchedumbres, sin preocuparse por completar los circuitos, con lo cual es más probable el encuentro con la fauna, como por ejemplo con los coatíes, algo que lleva su tiempo. Lo recomendable es llegar temprano en la mañana, cuando todavía está fresco, la luz es la ideal para las fotos y los grupos de turistas todavía no se amucharon en el lugar. Cuando sube el sol del mediodía, quien tenga calor se puede tomar el colectivo de regreso al hotel para ir a la pileta o dormir la siesta (al fin y al cabo uno se va de vacaciones a descansar). Y cuando baja el sol se puede tomar el colectivo y volver al parque para disfrutar del atardecer.
Una de las excursiones que justifica visitar dos días completos el Parque Nacional Iguazú –sobre todo en verano– es la que llega hasta el salto Arrechea por el sendero Macuco (es autoguiado y está incluido en el costo de la entrada al parque). En esta excursión se recorre un total de tres kilómetros por los territorios del mono caí, que suele andar por la selva en grupos de veinte monitos. El sendero desemboca en un gran bosque de bambú donde hay que descender una empinada barranca. La tarea no es tan compleja, porque a nuestro lado hay una barroca proliferación de tallos y raíces de donde agarrarse con firmeza. El esforzado descenso tiene como recompensa un refrescante baño en una pileta natural de aguas cristalinas al pie del caudaloso salto Arrechea, que mide unos veinte metros y está ubicado en el lugar donde estaban las actuales Cataratas del Iguazú hace varios milenios (se recomienda llevar agua mineral).
El tercer día de la visita a Iguazú se puede dedicar a conocer el lado brasilero de las cataratas, un paseo más que justificado porque permite tener una perspectiva panorámica muy diferente de los saltos, vistos desde enfrente y desde abajo (en Argentina uno está encima de los saltos, los ve caer con toda su furia y siente su vibración hasta en los huesos). En el lado brasilero también hay una especie de zoológico llamado Parque das Aves, armado de forma tal que las enormes jaulas están en medio de la selva y la vegetación tapa sus alambres, dando la idea al visitante de que los animales están en libertad (lo cual, por supuesto, no es cierto ni del todo aceptable desde el punto de vista ecológico). Y lo más llamativo es que uno entra en esas jaulas y camina entre aves exóticas como tucanes que se dejan acariciar como los gatos, guacamayos que se lanzan a vuelo rasante sobre nuestra cabeza, y hasta un cassowary casuar –oriundo de Nueva Guinea–, una especie de avestruz de colores payasescos con gruesas patas y una cresta de hueso que parece salido de la película Jurassic Park.
En el cuarto día de visita se puede realizar en la mañana una excursión con un toque de aventura, ya que se trata de “sobrevolar” la selva haciendo canopy. Esta actividad se practica en una zona muy virgen de la selva y permite obtener un panorama increíble del estrato superior de la vegetación. El “juego” comienza desde una plataforma ubicada casi en la copa de los árboles más altos, a la que se llega trepando por una escalerilla colgante. Desde allí, y bien asegurado con un arnés, hay que lanzarse entre árbol y árbol colgado de un cable de acero. El recorrido por el aire entre las diversas plataformas abarca unos 800 metros. Como es de imaginar, este “cruce” se hace a gran velocidad y casi todos lanzan un alarido ante el excitante vértigo de volar así en medio del estrato más denso de la selva, donde la espesura vegetal se asemeja a un burbujeo de color esmeralda. Pero la aventura no termina aquí, sino en un salto de agua donde se realiza un divertido y nada sencillo descenso en rappel por la cascada.
Después del canopy y el rappel, en la tarde se puede visitar el hospital de animales Güira Oga, ubicado a cinco minutos de colectivo desde el centro de la ciudad. Güira Oga significa “Casa de los Pájaros” en idioma guaraní, y el nombre lo eligieron sus creadores –Jorge Anfuso y Silvia Elsewood–, quienes se encargan de aclararle a todo visitante que el lugar no es un zoológico, aunque lo parezca, sino un centro de reproducción y recría de animales amenazados de la selva paranaense, que luego son reintroducidos en su hábitat natural. Allí van a parar todos los animales de la selva encontrados heridos o que son decomisados por tráfico ilegal. En el sector de los tucanes hay cuatro especies de estas coloridas aves, varias clases de lechuzas y gran cantidad de loros como el maracaná afeitado y guacamayos rojos (prácticamente extinguidas en Misiones). Además hay varias especies de monos deambulando en libertad entre la gente.
El espectáculo más asombroso que ofrece Güira Oga es la cetrería, un deporte que se practica desde hace milenios en la antigua China. Consiste en adiestrar águilas y halcones para la caza. Pero en este caso no se ejercita la cetrería por deporte sino como una forma de entrenar a las águilas que por algún factor humano han salido de su hábitat natural. En Güira Oga, además de recuperarlos, se los ayuda a recuperar el instinto de la caza, ya que si se los soltara en esas condiciones morirían de hambre. Casi todos los días del año, alrededor de las 15.30, se puede asistir a la jornada de entrenamiento. Para cualquier visitante es todo un espectáculo ver cómo al soltarla el águila vuela hasta la copa del árbol más alto de la selva y desde allí –en cuanto el entrenador hace sonar un silbato– se lanza con sus garras listas para atrapar un señuelo de cuero. (Para observar la cetrería, conviene llamar antes por teléfono al 423980.)
Luego de varios días en Iguazú, son pocos los argentinos que pueden resistir la tentación de cruzar el río hasta la vecina Ciudad del Este, en la República del Paraguay. El colectivo hasta allá cuesta tres pesos y en un rato coloca al visitante en el centro de una ciudad comercial donde todo gira en torno de los productos importados, especialmente electrodomésticos. Las calles están superpobladas de vendedores ambulantes y se oye un intríngulis idiomático que oscila entre el chino, el guaraní, el árabe, el castellano y el portugués. Es por eso que casi todo el mundo cruza y regresa cargado de reproductoras de DVD, diskmans que leen MP3, cámaras digitales, celulares de todo tipo y también ropa y casi cualquier producto que uno se pueda imaginar (estas compras conviene hacerlas en los shoppings). La aduana permite pasar hasta u$s 150 por persona en mercaderías. Pero más allá de las compras, Ciudad del Este es un lugar interesante para visitar, no porque sea bonito sino por la curiosidad de caminar por una especie de “far-west” donde se ven, por ejemplo, guardias privados armados hasta los dientes cuidando los negocios más importantes. Teóricamente es un lugar peligroso, al que se recomienda ir temprano en la mañana y emprender la retirada a las dos de la tarde.
La sexta jornada de visita a Iguazú se puede destinar a las famosas ruinas jesuíticas de San Ignacio, donde los sacerdotes de la Orden de Loyola agrupaban a los indios guaraníes en reducciones de trabajo para inculcarles la disciplina laboral y por supuesto la religión y la cultura occidentales. Normalmente se repite que los jesuitas eran “buenos” con los indios, y por eso los guaraníes “los querían y elegían estar con ellos”, cuando la realidad más lógica es que, en primer lugar, ellos preferían su modo de vida ancestral en la selva, y si buscaban incorporarse a las reducciones de trabajo no era porque les gustara sino porque era la única forma de escapar a la esclavitud directa de los encomenderos que los atrapaban como animales. Esta excursión de día completo que se puede contratar en las agencias en Iguazú se combina con la visita a unas minas de piedras semipreciosas cercanas a la ciudad de Wanda.
Promediando ya una semana de viaje, se abren varias alternativas. Una es tomarse un colectivo hacia la zona de Andresito (a 60 kilómetros de Iguazú) para alojarse dos o tres días en un establecimiento rural limítrofe con Brasil llamado San Sebastián, o volver hacia el centro de la provincia para visitar los Saltos de Moconá y alojarse en un nuevo lodge instalado en medio de la selva llamado Don Enrique, donde se puede nadar a placer en las aguas límpidas del río Paraíso.
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