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Además de su pujante desarrollo económico y los chocolates Garoto, el exuberante estado de Espírito Santo tiene mucho para ofrecer al turismo: playa y montaña, pesca de altura, agroturismo y una gastronomía con todos los sabores y condimentos de Brasil.
› Por Graciela Cutuli
Espírito Santo aspira a ser una nueva estrella en el cielo turístico de Brasil para el público argentino, aficionado hasta ahora a los placeres de Río de Janeiro, las playas del sur y los paisajes agrestes del nordeste brasileño. Su actual territorio fue otorgado en el siglo XVI al capitán portugués Vasco Fernándes Coutinho, que fundó en 1535 la villa Espíritu Santo. Pocos después se creó una nueva capital, Vila Nova de Nossa Senhora da Vitória, cuyas iglesias y palacios conservan el recuerdo de los corsarios franceses y holandeses que se la disputaron durante años, de la evangelización y la conquista. En el umbral del siglo XXI, Espírito Santo tiene bases sólidas donde apoyar la promoción de sus atractivos turísticos: es uno de los estados brasileños con mayor índice de crecimiento en la última década, y su proximidad con los principales polos económicos lo hizo sede de importantes empresas de celulosa, café, fruticultura, siderurgia y el petróleo. Sin olvidar a los chocolates Garoto, pequeños condensados del sabor brasileño que vuelven en las valijas de todos los viajeros. Pero cuando se trata de turismo, Espírito Santo tampoco se queda atrás: bajo el signo de la diversidad, organiza sus atractivos en rutas como la del Sol y la Moqueca (uno de sus platos típicos), la Ruta del Verde y de las Aguas, la Ruta de los Valles y del Café, junto a la más reciente Ruta de la Costa y la Inmigración. Además de estos itinerarios, hay infinitos lugares para descubrir, para descansar o para practicar deportes, sin olvidar los eventos culturales que a lo largo de todo el año ponen a la cultura capixaba (como se llama a los oriundos de Espírito Santo) en el centro de la escena.
El litoral del estado se extiende a lo largo de 400 kilómetros, que alternan balnearios concurridos y de moda, con una infraestructura completa y todos los servicios, con playas solitarias donde se puede ser el primero en dejar huellas sobre la arena. De norte a sur, pequeñas bahías protegidas dan paso a extensas franjas de playa, balnearios de agua serena y arrecifes de coral: una forma de visitarlas es seguir los puntos principales de la Ruta del Sol y la Moqueca. A sólo 50 kilómetros de Vitória, Guarapari es una de las ciudades costeras más concurridas, sobre todo por sus condiciones ideales para el buceo pero también porque los deportes náuticos del día dan paso, tras la caída del sol, a una intensa vida nocturna. Se la conoce como la “Ciudad Salud”, por las presuntas cualidades medicinales de sus arenas monacíticas. Vila Velha, la ciudad más antigua de Espírito Santo, ofrece 32 kilómetros de playas, entre ellas Praia da Costa, Itapoa e Itaparica, pero se destaca también por el patrimonio cultural, que incluye obras como el Convento de Nossa Señora do Penha, o la Iglesia Nossa Señora do Rosario, la primera levantada por los colonizadores en Brasil. En el sur, Anchieta –que forma parte de una importante ruta histórica capixaba– se destaca por el balneario de Iriri, centro de importantes celebraciones de Carnaval, y las excelentes posibilidades para la pesca submarina. La Ruta del Verde y de las Aguas se enlaza con la anterior y puede empezar a 50 kilómetros de Vitória en Aracruz, donde la naturaleza es la gran protagonista. Esta localidad, a 85 kilómetros de Vitória, reúne lagos, ríos, playas, bosques de cocoteros, manglares y restingas, un festival de paisajes que se complementa con la artesanía de los indígenas locales como los tubiniquins y los guaraní. En Linhares, el “paraíso de las aguas”, 64 lagunas forman el mayor complejo lacustre de la región sudeste de Brasil. Las playas marítimas tienen por su parte un oleaje fuerte que favorece los deportes acuáticos, y en la localidad de Regencia se puede aprovechar para conocer el Proyecto Tamar, de preservación de las tortugas marinas: cuatro de las cinco especies halladas en Brasil desovan en Espírito Santo y enriquecen su de por sí variado patrimonio de fauna marina. Otro de los lugares a visitar es el Parque Estadual de Itaúnas, incluido entre los Patrimonios de la Humanidad de la Unesco gracias a la variedad de fauna y flora de sus ecosistemas integrados.
La región montañosa de Espírito Santo tiene el sello de los descendientes de europeos que se instalaron en el estado a lo largo del siglo XIX. El fuerte de esta Ruta del Mar y la Montaña es el agroturismo, cuyos itinerarios se internan en las tradiciones lingüísticas, artísticas y culinarias de los portugueses, italianos y alemanes establecidos en la región. En Viana se visita el Casarao, una casona que hospedó al emperador Pedro II: considerada como una de las más antiguas residencias del estado, es una reliquia de la arquitectura azoriana. Domingos Martins es otra ciudad colonizada por alemanes e italianos, con una arquitectura marcadamente europea pero atractiva también por el turismo de aventura que se practica en las montañas: uno de los principales destinos para esta actividad es el Parque Estadual Pedra Azul. Entretanto, Marechal Floriano es conocida como la “ciudad de las orquídeas”, y en Venda Nova do Imigrante se celebra en octubre la Fiesta de la Polenta, una festividad típicamente italiana que está entre las principales de la región. En toda Venda Nova está muy desarrollado el agroturismo: en los años ’80, las propiedades rurales comenzaron a abrir sus puertas a los visitantes para escapar a la crisis y al éxodo de población y de este modo lograron seguir viviendo de la tierra, pero combinando su producción con la oferta turística. El agroturismo, convertido en una referencia turística a nivel nacional, permite que se pueda conocer puertas adentro el proceso de elaboración de quesos, dulces, vino y yogures, o asistir a la fabricación del café. Además, gracias a un intercambio con Italia, los productores de la región se capacitan permanentemente y ofrecen productos de calidad sin abandonar el sello artesanal y familiar que los caracteriza.
En el siglo XVI llegó a las actuales tierras capixabas el jesuita José de Anchieta, un misionero en busca de evangelizar a los nativos. Dos veces por mes, superando todas las dificultades de un terreno virgen, Anchieta recorría los 105 kilómetros que separaban el Colegio Sao Tiago, en Vitória (hoy Palacio Anchieta, sede del gobierno estadual), de las aldeas indígenas de Reritiba. Este “camino de las 12 leguas”, como se lo conocía, es la base del itinerario Los Pasos de Anchieta, una ruta histórico-turística que vuelve sobre los pasos del misionero y se convirtió, en los últimos diez años, en uno de los principales caminos religiosos del mundo. Además de su valor histórico, pasa por algunos de los más hermosos paisajes de la costa brasileña, punto de unión de las culturas del norte y el sur del país.
A lo largo del camino, habrá por lo tanto oportunidades de interiorizarse sobre otro fenómeno de la cultura local: son el congo y los congueiros, un particular sincretismo nacido de los pobladores nativos y enriquecido con los aportes de los negros procedentes de Africa. El congo es una danza folklórica de estructura simplificada, dirigida por un “mestre” o maestro de ceremonias, y con una coreografía propia: sus procesiones y cortejos tienen la particularidad de incluir a negros, indios y blancos, que tocan instrumentos fabricados con sus propias manos.
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