EGIPTO > LA CIUDAD DE LOS PTOLOMEOS
El escritor británico E. M. Forster, autor de Pasaje a la India, llegó por primera vez a Alejandría en 1915, ciudad a la que dedicó gran parte de su producción y de su vida. Además de un ensayo histórico –del que se han seleccionado estos textos–, escribió Pharos and Pharillón, una obra literaria inspirada en la mítica capital que fundó Alejandro Magno.
› Por E. M. Forster *
Al morir Alejandro, el imperio fue dividido entre sus generales, que durante un breve tiempo gobernaron en nombre de su medio hermano o de su hijo, aunque pronto se proclamaron reyes independientes. Egipto cayó en manos del más capacitado y más discreto de ellos, un macedonio llamado Ptolomeo. Este no era ningún idealista sublime. No deseaba helenizar ni armonizar el mundo. Pero tampoco era un cínico. Respetaba la actividad mental además de la material. Había asistido a la fundación de Alejandría y era obvio que había decidido que el lugar le convendría. Así que fijó su residencia en la ciudad inacabada y empezó a adornarla con arquitectura, erudición y chucherías. Tenía que dedicar gran parte de su energía a vérselas con los otros generales, sobre todo en el Asia Menor y en Macedonia. En el principio mismo de su gobierno se vio envuelto en una curiosa guerra por la posesión del cadáver de Alejandro, que él había secuestrado cuando lo transportaban de Persia al oasis de Amón. Ptolomeo se apropió del cadáver y de muchas cosas más. Antes de morir adoptó los títulos de Rey y de Soter (Salador) y añadió a su reino Cirene, Palestina, Chipre y partes de la costa del Asia Menor. De este importante dominio, Alejandría era la capital y también el centro geográfico. En aquel tiempo, al igual que ahora, pertenecía menos a Egipto que al Mediterráneo, y los Ptolomeos lo comprendieron así. En Egipto jugaron a los faraones y edificaron solemnes templos arcaizantes como el de Edfu y el de Kom Ombo. En Alejandría eran helenísticos. (...)
La costa egipcia, por consistir principalmente en tierras de aluvión, es difícil de ver desde el mar. Era, pues, indispensable construir algún monumento grande que indicase la situación de la nueva ciudad. También era necesario guiar a los navegantes a través de los arrecifes de piedra caliza que bordean la costa. En vista de ello, los Ptolomeos erigieron un faro de más de ciento veinte metros de altura en el extremo oriental de la isla de Faros (el actual fuerte Kait Bey). (...) El Faro (que éste era su nombre) fue la mayor realización de la mente alejandrina y la expresión externa de los estudios matemáticos que se llevaban a cabo en el Museion; Sostrato, su arquitecto, fue contemporáneo de Eratóstenes y Euclides.
Fortaleza además de faro, el Faro constituía el eje de las defensas marítimas de la ciudad. Dominaba ambos puertos y vigilaba de manera especial el más precioso de ellos: el Oriental, que albergaba a la flota real. Aquí el promontorio del Palacio se extendía hacia él. Hacia el oeste podía mandar señales por encima del otro puerto al Quersoneso (el actual fuerte Agame). Y más hacia el oeste el sistema se veía prolongado por una larga línea de atalayas y faros que jalonaban la costa norteafricana y conectaban Egipto con su reino filial de Cirene. Una de dichas atalayas (la de Abukir) sigue en pie y nos muestra en miniatura lo que en otro tiempo debió ser el Faro. (...)
El Museion de Alejandría fue la gran realización intelectual de la dinastía. No sólo dio forma a la literatura y a la ciencia de su época, sino que ha dejado una huella permanente en el pensamiento. Todos sus edificios han desaparecido y su mismo emplazamiento es objeto de conjeturas; tal vez tenía una fachada enfrente del Soma, al oeste de la actual Rue Nebi Daniel. En sus inmensos recintos había aulas, laboratorios, observatorios, una biblioteca, un comedor, un parque y un zoológico.
Su fundador fue Ptolomeo Soter, que encargó a Demetrio de Falero, un discípulo de Aristóteles, que organizase una institución semejante al Museion ateniense, institución filosófica que había alojado la biblioteca de Aristóteles. Mas el Museion alejandrino no tardó en apartarse considerablemente de su modelo. Entre otras cosas, era mucho más rico y espacioso; los fondos los administraba un sacerdote al que nombraba el rey. Y era esencialmente una institución de la corte, controlada por elpalacio, con las ventajas y las desventajas del mecenazgo real. En algunos aspectos se parecía a una universidad moderna, pero los eruditos, científicos y literatos a los que daba apoyo no tenían la obligación de enseñar; su único deber consistía en proseguir sus estudios a mayor gloria de los Ptolomeos.
El elemento más famoso de esta enorme institución era la Biblioteca, denominada a veces Biblioteca Madre para distinguirla de otra posterior e incluso más importante. Quinientos mil libros y un catálogo que ocupaba 120 volúmenes. El puesto de bibliotecario tenía una importancia inmensa y su titular era el principal funcionario del Museion.
La idea de que una religión es falsa y otra verdadera es esencialmente cristiana y no se les había ocurrido a los egipcios y griegos que convivían en Alejandría. Cada individuo rendía culto a sus dioses propios, del mismo modo que hablaba su propia lengua, pero nunca le daba por pensar que los dioses de su vecino no existían, y estaba dispuesto a creer que podían ser sus propios dioses con otro nombre. Este era el punto de vista de los griegos en particular, pues ya habían identificado a Osiris, el dios del reino de los muertos, con su Dionisio, que era un dios de misterios y también del vino. Así que, cuando Ptolomeo Soter decidió componer un dios para su nueva ciudad, no hizo más que sacar partido de esta tendencia y dar una morada, un nombre y una estatua en Alejandría a unos sentimientos que ya existían.
Osiris era el principal ingrediente. Ya se lo adoraba en la colina de Rhakotis y era la más célebre de las deidades egipcias. Le añadieron el dios buey Apis, de Menfis, cuyo culto había sido reavivado recientemente, y de los nombres de los dos nació el compuesto “Serapis”. Pero, si bien los orígenes y el título del nuevo dios eran egipcios, su apariencia y sus atributos eran griegos. Su estatua –atribuida al escultor griego Bryaxis– lo representaba sentado en un trono clásico y vestido a la usanza griega. Sus rasgos eran los del Zeus barbudo, pero suavizados y bondadosos: a decir verdad, se parecía más a Esculapio, dios de la medicina, a quien era natural que recurrieran los hombres en una época civilizada. La cesta que reposaba sobre su cabeza indicaba que era un dios de las cosechas; el cancerbero tricéfalo a su lado, que representaba a Plutón, dios de los infiernos. Los Ptolomeos podían lanzar al mundo a un ser semejante sin temor alguno de herir susceptibilidades religiosas. Lo que no podían prever era su éxito. Serapis no sólo cumplió su objetivo político inmediato, el de proporcionar a los alejandrinos un culto común. Se extendió más allá de la ciudad, más allá de Egipto, y por todo el mundo mediterráneo alzáronse templos a él dedicados. Osiris-Apis-Dionisio-Zeus-Esculapio-Plutón puede parecernos un compuesto artificial, pero resistió la prueba del tiempo, satisfizo los deseos de los hombres y llegó a ser el último baluarte del paganismo contra el cristianismo.
El templo se alzaba sobre la vieja ciudadela de Rhakotis, donde actualmente está la Columna de Pompeyo. Se encontraba en medio de un claustro, comunicado con los lados de éste por medio de columnatas. La arquitectura era griega: una sala grande y, en el extremo, el altar con la estatua del dios. A medida que fueron pasando los siglos, se añadieron otros edificios y se instaló en ellos la segunda y mayor de las dos bibliotecas de Alejandría, la “Hija”. (...)
Ambos se hallaban cerca del Palacio: es probable que el primero estuviera donde se encuentra ahora el Hospital del Gobierno Egipcio. La arquitectura de los dos edificios era griega.
El Dique del Heptastadion formaba ya parte del proyecto de Alejandro. Pero los Ptolomeos lo completaron y fortificaron en el punto tocante a la isla de Faros.
Estos fueron los principales edificios e instituciones creados durante los cien primeros años de la vida de la ciudad. Se añadieron otros, entre los que se destaca el Caesareum, empezado por Cleopatra. Pero, en general, cabe decir que Alejandría fue el fruto de un solo proyecto, trazado por Dinócrates y ejecutado por los tres primeros Ptolomeos: un proyecto con todas las ventajas, y quizás algunos de los inconvenientes, de una ciudad planificada cuidadosamente. Había en ella la majestad de los efectos bien estudiados; pero puede que hubiera también un poco de pesadez y, desde luego, carecía de los toques misteriosos que inducían a Atenas, e incluso a Roma, a recordar un pasado imposible de analizar. En cierto sentido, la ciudad era más griega que la misma Grecia, pues se edificó en una fecha en que el espíritu helénico se había liberado de muchas ilusiones y empezaban a dominar las fuerzas materiales como nunca las había dominado antes. Con el tiempo se le añadió el Romanticismo; pero al empezar era completamente nueva, de un blanco reluciente, una maravilla calculada de mármol. Todo en ella había sido pensado cuidadosamente, incluso su religión z
* Autor del ensayo incluido en Relatos de Alejandría. Prólogo, selección y posfacio de Antonio Oviedo. Ed. Cántaro. Lectores en viaje.
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