ESCAPADAS > CASAS DE CAMPO BONAERENSES
A 150 kilómetros de la capital, en la localidad de Verónica –cabecera del partido de Punta Indio– hay varios complejos de cabañas y casas de campo alejadas del turismo masivo. En uno de estos lugares se pescan truchas en tres lagos artificiales y se conocen los secretos de una verdadera yerra de campo. En el otro, se pueden recibir masajes en los salones de su spa y luego darse un chapuzón en una playa sobre el Río de la Plata.
› Por Julián Varsavsky
La zona costera sobre el Río de la Plata conocida como Punta Indio fue, a mediados del siglo XX, un destino bastante popular a donde mucha gente llegaba atraída por las playas. Pero los flujos turísticos siguieron otros rumbos y el lugar ha recuperado en las últimas décadas su tranquilidad de antaño, rodeada por la riqueza natural del Parque Costero del Sur.
Para disfrutar de esta paz con aroma a verde, muchos habitantes de la gran ciudad con aroma a humo se “escapan” a alguna cabaña o casa de campo de las que hay en los alrededores de la ciudad de Verónica. Y una de estas alternativas es el complejo de cabañas La Betty, ubicado dentro del Parque Costero del Sur, que fue declarado Reserva de Biosfera por la Unesco. Allí mismo, entre las cabañas, ya se percibe la riqueza natural donde confluyen las especies vegetales y animales de la llanura pampeana, con las de la desembocadura del Río de la Plata. Las construcciones de madera están casi invadidas por la vegetación autóctona del parque y también por árboles frutales como manzanos, caquis, nogales, paltas, limoneros y guindos, desperdigados en un área de tres hectáreas. A su sombra se levantan las tres cabañas, dos habitaciones, una pileta y un pequeño spa donde uno puede recostarse en un jacuzzi burbujeante y observar tras un ventanal a las ovejas del complejo correteando por el parque.
Las cabañas tienen capacidad para seis personas y están equipadas con heladera, DirecTV, cocina, una galería al aire libre y una parrilla individual que le permite al visitante prepararse su propio asado y al mismo tiempo reducir el costo de la estadía.
En verano todos aprovechan para ir a la playa El Pericón de Punta Indio —a 1,5 kilómetro del lugar– y también se realizan caminatas y salidas en bicicleta por el parque. Aunque la actividad más interesante es un vuelo en avioneta Cessna desde el Aeroclub de Verónica para observar el Parque Costero del Sur. Desde el aire se ven los caracoleos del río Samborombón, las aguas inmóviles del Río de la Plata y los cascos de históricas estancias como Luis Chico y la suntuosa Juan Jerónimo con su lago propio. Tras la ventanilla se ven también los últimos relictos –algo desconectados entre sí–, de lo que fue la estructura natural de la pampa húmeda estudiada por primera vez hace 150 años por Charles Darwin. Un vuelo cuesta $ 150 a pagar entre tres personas. Además de las cabañas, en La Betty hay un pequeño spa con gimnasio, sauna y un hidromasaje vidriado con vista a las arboledas. Allí se aplican masajes descontracturantes y reductores, drenajes linfáticos y también tratamientos de fangoterapia, máscaras de arcilla y compresas de jengibre.
EL INDIO Todo comenzó sin querer cuando el dueño de casa decidió vender tierra fértil de su pequeño campo. Las máquinas excavadoras llegaban hasta los fondos de la casona de 1893 y dejaban unos enormes pozos en el suelo que fueron aprovechados para llenarlos con agua, sembrar peces y atraer pescadores. Y el ingenio resultó ser un éxito, porque ahora El Indio es un predio de 4 hectáreas con un bosquecito donde preparar un asado, tres hermosas lagunitas para pescar, y también la citada casona típica de campo –con gruesas paredes de adobe, conchilla y cemento–, que se alquila los fines de semana.
Nada se dejó librado al azar a la hora de planificar este singular “campito para la pesca”. Los dueños trajeron un biólogo para supervisar la siembra de truchas, pejerreyes y tarariras, y todo quedó listo para la práctica del spinning y la pesca con mosca, en unas condiciones bastante sencillas a decir verdad, ya que las lagunas están llenas de peces. Pero por un lado, no se permite masacre alguna, ya que la pesca es con devolución y, por el otro, nadie tiene el éxito asegurado porque las lagunas miden hasta seis metros de profundidad y un día ventoso los peces se pueden ir al fondo y dedicarse a ayunar para desconsuelo del pescador inexperto. Y un buen día, por supuesto, pueden llegar a picar entre 15 y 20 tarariras.
La idea básica en El Indio no es solamente que la gente vaya a pescar sino también que disfrute de un día de campo –en lo posible en familia–, comiendo un buen asado. Y también se busca que el habitante de la ciudad tenga un acercamiento con los quehaceres de la vida de campo real. Si bien el sector de las visitas mide 4 hectáreas, el campo mide mucho más y está dedicado a la actividad ganadera. Allí, por ejemplo, se puede observar una yerra completa, que incluye la castración, la señalada y el marcado a fuego de un ternero.
En la cotidianidad de un fin de semana en El Indio, van apareciendo varios personajes muy singulares. Uno es Pancho, una nutria que acaba de conseguir pareja y habita en una laguna, que se acerca a la gente a pedir comida como un gatito. Otro es un terito recién nacido que mide 6 centímetros de alto y vive junto al espejo de agua con sus padres. También hay un ñandú, un infaltable perro y un caballo petiso a lunares que parece un dálmata y sirve para sacar a los chicos pasear. Todos los mediodías también aparece Fatiga, un gaucho de la zona que se ha hecho famoso en el ambiente de los pagos porque anima las fiestas tradicionales contando cuentos. Este “embajador de Verónica” se dedica a relatar la forma de vida del hombre de campo (o lo que sería el gaucho actual), que acaso vive solo y les habla al pingo o al rancho. De todas formas, para conocer a uno de estos gauchos modernos no hace falta ir muy lejos, porque a unos metros de la casona donde se alojan los huéspedes está la pequeña casa de don Jorge, un baqueano que realiza todas las tareas de campo en El Indio, y que vive solo, emite muy pocas palabras y casi nunca prende la luz de su casa porque se acuesta y se levanta con el sol.
Aquellos visitantes que se quedan dos o tres días en el lugar suelen preparar sus propios asados para disfrutarlos en un quincho junto a la casa, que está escondida dentro de un monte con palmeras, un roble de 80 años y varias moras, higueras, jacarandaes y laureles. Y además hay un cañaveral, un montecito de acacias, un ombú centenario y un huerto de hortalizas. Allí adentro, entre la espesa vegetación, se levanta un molino que alimenta un tanque australiano que oficia de piscina.
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