Dom 19.03.2006
turismo

AUSTRIA. UN VIAJE MUSICAL

El Jubileo Mozart

De Salzburgo a Viena, toda Austria está de gala este año para celebrar los 250 años del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart. Una fiesta de música, teatro y turismo por los antiguos dominios imperiales.

› Por Graciela Cutuli

Bombones, estatuillas, libros, por supuesto discos, afiches, prendedores, marionetas, trajes. Nada escapa este año en Austria a la fiebre conmemorativa del Jubileo Mozart, en la celebración de los 250 años del nacimiento de uno de los músicos más geniales que haya dado la humanidad, y que para alimento de su leyenda murió empobrecido y sepultado en una fosa común. Dos siglos y medio después, es como si Mozart se tomara la revancha en aquella famosa y absurda “competencia musical” que perdió ante Salieri, inundando con su imagen de empolvada peluca todos los rincones del antiguo imperio de los Habsburgo. Hoy Austria es otra, muy distinta, pero sigue rendida a los pies del maravilloso compositor que impuso en todo el mundo los acordes de la Marcha Turca o la solemnidad de sus composiciones religiosas. En Salzburgo y Viena, la ciudad donde nació y aquella donde se consagró, se lo recuerda a lo largo de este año con un sinfín de conciertos y otros homenajes. Y se suman a la gran fiesta mozartiana muchas otras localidades austríacas que de un modo u otro atesoran los recuerdos del gran Amadeus.

La ciudad natal Aun sin saber una palabra de alemán, y si por una improbable casualidad uno ni siquiera supiera quién era Mozart, sería imposible no ver, apenas llegados al centro de Salzburgo, su casa natal. Una nube de turistas suele estar a pocos pasos de la fachada amarilla, con una inscripción que dice “Mozart Geburtshaus”, sacando fotos de recuerdo antes de empezar la visita. En el tercer piso de esta mansión, conocida como Hagenauer Haus, vivió la familia Mozart entre 1747 y 1773. Desde 1880, fue convertida en un museo mozartiano, con recuerdos que van desde el violín del niño prodigio hasta su clavicordio, numerosas cartas, dibujos y retratos. El segundo piso del edificio está dedicado a “Mozart y el teatro”, en tanto en el ático de la casa se encuentran los Archivos Mozart.

En 1773 Mozart se mudó a la llamada Tanzmeisterhaus (“la casa del maestro de baile”, literalmente), en la actual MakartPlatz. En los siete años siguientes compuso allí sinfonías, conciertos para piano y violín, arias, misas y música de iglesia. La casa se conservó bien pero fue muy dañada en la Segunda Guerra Mundial, de modo que la Fundación Internacional Mozart se encargó de reconstruirla: ya restaurada, abrió sus puertas en 1996, desde cuando alberga un museo en el primer piso. El edificio conserva también un archivo sonoro y fílmico sobre Mozart, con una impresionante colección de material audiovisual sobre su vida y obra, que se considera como la más importante del mundo.

Los años del joven Mozart en Salzburgo dejaron muchos otros lugares donde los turistas seguirán, durante todo este año, las huellas de su paso. Empezando por la Catedral de Salzburgo, donde Leopold y Anna, sus padres, se casaron en 1747. Allí fue bautizado Mozart, el 28 de enero de 1756. Además, durante los años en que estuvo empleado como organista de la corte para el príncipe arzobispo, el compositor trabajó casi exclusivamente realizando música de iglesia para esta catedral. El legado mozartiano se conserva en la Fundación Internacional Mozarteum, una organización sin fines de lucro que tiene sede en Salzburgo, y organiza anualmente alrededor de 40 conciertos (además de la Semana Mozart). El edificio, en estilo Jugendstil, fue construido entre 1910 y 1914, cuando empezaban a apagarse los esplendores del imperio austrohúngaro y estaba a punto de finalizar el largo reinado de Francisco José. En el primer piso del Mozarteum, la Biblio- theca Mozartiana es la más grande del mundo dedicada al músico, y conserva muchos de sus manuscritos y composiciones originales.

Todo no queda aquí, sino que en Salzburgo se puede visitar también la Colegiata de San Pedro, donde se interpretó por primera vez su Misa en C Menor, bajo su dirección, con su esposa Constante cantando como soprano. También existe la Casa de la Flauta Mágica, conectada con el jardín Mirabell y la sala de conciertos del Mozarteum: es apenas una cabaña demadera de 15 metros cuadrados, donde se dice que el músico compuso partes de La flauta mágica. Se dice que Mozart fue encerrado en este lugar por su letrista, Emanuel Schnikaneder, para que terminara a tiempo el trabajo...

Por supuesto, los alrededores de Salzburgo no se quieren quedar afuera de la celebración. Y no sería justo tampoco, teniendo en cuenta el encanto del lugar y que, con un poco de imaginación, no le faltan tampoco contactos con el gran homenajeado de este año. Entre los muchos pueblos que pueden visitarse se encuentra Bergheim, cuya iglesia Maria Plain es una tradicional meta de peregrinaciones (a la que solía acudir la familia Mozart), y St. Gilgen, a sólo 25 kilómetros de Salzburgo, donde vivieron su abuelo Nikolaus Pertl, su madre y su hermana Nannerl, después de su casamiento. Aquí se conserva el restaurante Gasthof zur Post, donde se celebró la boda de Nannerl, exactamente como era en aquellos tiempos. En 1983 se instaló un memorial dedicado a Mozart, cuyo monumento más conocido es una estatua de bronce que representa a la madre del músico cuando era niña. Otra estatua de Mozart se encuentra en la plaza... Mozart, sin duda el nombre que más se escucha por estos lugares desde el siglo XVIII.

Cerca de Salzburgo, en el medio de los Alpes, también es posible hacer un alto en Lofer, donde Mozart y su padre se detuvieron en su primer viaje a Italia, y en Neumarkt am Wallersee, donde el músico solía detenerse camino a Viena. Un placer adicional al histórico son las “comidas Mozart” que se sirven en la taberna local. Y aunque hay muchos otros lugares que se enorgullecen de haber visto el paso del hoy célebre compositor, tanto en el Tirol como en la región de Styria o la Alta Austria, el turista que siga los pasos mozartianos sobre todo debe dirigirse a Viena, la gran capital, la misma que alguna vez lo vio llegar como niño prodigio y que después lo enterraría sin honores en una fosa común del cementerio, en un lugar desconocido hasta hoy.

Mozart vienes Viena es la auténtica capital de un imperio. Lo revelan sus edificios señoriales, sus anchas avenidas, sus lujosos palacios, que además de rendir culto al pasado han sabido volverse con éxito hacia el futuro. Las luces del imperio se apagaron hace décadas, pero este año, Austria sin duda está bajo los reflectores: además de ser el Año Mozart, será presidente de turno de la Unión Europea en el primer semestre del año, y se conmemoran también los 150 años de Sigmund Freud, con eje en el museo que la capital austríaca dedicó al padre del psicoanálisis.

Wolfgang Amadeus Mozart se mudó de Salzburgo a Viena en 1781, y en esta ciudad cambiaría de dirección varias veces en diez años. Sólo se conserva un departamento situado en una calle detrás de la Catedral de San Esteban, en Domgasse 5. Se dice que pasó allí los años más felices de su vida, y tal vez sea cierto si algo se refleja en sus composiciones: allí escribió Las bodas de Fígaro, estrenada el 1º de mayo de 1786, y muchas otras obras de su extenso repertorio. Hoy el lugar es un museo, que incluye retratos de su familia y de la Viena de la época. No se conservó, en cambio, la casa de Rauhensteingasse 5 donde trabajó en La flauta mágica y el Réquiem, hasta su muerte: hoy en ese emplazamiento funciona un comercio.

Pero Mozart conoció Viena no sólo de grande: ya cuando era un niño prodigio, educado por un padre violinista, el pequeño “Wolferl” se presentó en el Salón de los Espejos del Palacio de Schönbrunn, residencia de verano de los Habsburgo, y acompañado por su hermana tocó el clavicordio en presencia de la emperatriz María Teresa y su familia. Una de las hijas de María Teresa era María Antonieta, destinada a ser reina de Francia... También en ese palacio se realizó la competencia entre Mozart y Salieri que ganó el segundo, músico de la corte, en una decisión que la posteridad no se cansa de reprocharle al árbitro de aquel raro duelo, el emperador Franz Joseph II. La obra de Peter Shaffer Amadeus, que dio la vuelta al mundo firmada en cine por Milos Forman, inmortalizó (tomándose muchas libertades históricas) esa rivalidad entre ambos músicos.También el Hofburg, la imponente residencia imperial del centro de Viena, vio pasar a un Mozart de apenas 12 años, que debía entrevistarse con la emperatriz María Teresa, y más tarde volvió a recibirlo en varias oportunidades. En los jardines del palacio una estatua lo recuerda, combinando una escena del Don Juan con una imagen del niño pianista, con sólo seis años de edad.

Otro lugar significativo en la capital es la Deutschordenshaus, o Casa de la Orden Alemana, donde Mozart residió cuando acompañaba al arzobispo de Salzburgo –por entonces su empleador– en torno de 1781. Como organista de la corte y director de conciertos, se presentó varias veces en la Sala Terrena, famosa por sus decoraciones al fresco. Pero las cosas terminaron mal: después de una pelea, el músico fue literalmente “arrojado por la puerta de una patada en el trasero”, y desde entonces se dedicó a la aventura de permanecer en Viena como músico independiente. Muchas residencias y palacios escucharon su música, muchas iglesias se plegaron a sus conmovedoras composiciones, hasta que la vida de Mozart se apagó y su cuerpo fue a dar a la fosa común del cementerio vienés de St. Marx. Pero el genio no se olvida, y con el paso de los años Austria y el mundo fueron rescatando en su auténtico valor el gigantesco legado mozartiano. Algunos años después de cumplirse el primer centenario de su nacimiento, se ubicó en el lugar de su presunta sepultura un monumento en homenaje a Mozart, un ángel de aire pensativo apoyado en un pilar.

Fuera de Salzburgo, fuera de Viena, la herencia de Mozart tiene el don de ser ubicua: en cualquier lugar del mundo que se esté, algunos acordes de su música devuelven nuevamente su presencia, y la magia etérea de un violín, de un piano, permiten viajar con la imaginación nuevamente a la Austria del siglo XVIII, a ese lugar del pasado donde todavía el niño prodigio toca frente a la emperatriz y después, porque aún es más niño que prodigio, se le sube a la falda y juega sin saber que sería para siempre uno de los grandes embajadores de su patria.

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