Dom 11.06.2006
turismo

PARQUES Y PLAZAS > DE LA ANTIGUA GRECIA A LA MODERNIDAD

A cielo abierto

Un recorrido por cinco de las plazas y parques públicos más curiosos del mundo. El Agora de Atenas, la famosa Tiananmen de Pekín, el Hyde Park de Londres con su “rincón de los oradores”, la futurista plaza de La Defense en París y la plaza Xeemá el Fna en Marrakech y sus cuenteros, que la Unesco declaró Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

› Por Julián Varsavsky

Para la cultura occidental cualquier referencia a los orígenes deriva casi siempre de la Antigua Grecia. Allí surgió, por ejemplo, la democracia. Y un elemento físico fundamental para su desarrollo fue la plaza pública, sede de la asamblea del Estado en la Polis griega. Desde el Agora de Atenas, cuya existencia se remonta al siglo VIII a.C., hasta la actualidad, las plazas han proliferado por millares en todo el planeta. Sorprende enterarse de que el ágora griega aún no se ha convertido en polvo y todavía permanece al alcance de cualquier viajero que baje desde el Partenón hasta aquel primer espacio público. Y parado en el centro del Agora, el viajero no necesita ser un filósofo para llegar a la evidente conclusión de que no existe construcción urbana más perdurable que las plazas, factibles de conquistar pero imposibles de derrumbar.

En Marrakech, la plaza Xeemá el Fna, la más misteriosa, latente y fascinante del planeta.

Hasta la aparición de los medios de comunicación masiva, los parques y plazas han sido el espacio abierto por excelencia donde se desarrolló con exclusividad la esfera pública de una sociedad. Con el tiempo han ido cambiando de aspecto y función, pero a lo largo de casi 3 mil años fueron la expresión de la esencia gregaria del hombre, que las eligió como el lugar para las celebraciones dionisíacas primero y más tarde para los carnavales, que se desperdigaron por las plazas de varios continentes. Pero también fueron el escenario de azotes y ejecuciones, de protestas callejeras con sus consiguientes masacres, y por supuesto también el lugar propio del arte callejero, el romanticismo y la seducción. Sin embargo, con los siglos la plaza ha ido declinando de a poco su rol social como espacio de intercambio, lo cual se ha acentuado en estos tiempos modernos ante el avance de la realidad virtual y del precavido encierro que promueve la gran ciudad. De todas formas la plaza resiste –recordemos que aun no ha desaparecido la primera– y para aquellos sentimentales que reivindican el placer de estar presentes y de generar hechos reales al aire libre, Turismo/12 propone volver al “ágora” a través de un viaje literario por algunos de los parques y plazas más vivos y fascinantes del mundo entero.

LA PLAZA DE PLATON De la Antigua Grecia se dice que también provino la filosofía. Y su “cuna” real fue precisamente el Agora de Atenas. Cuesta creerlo, pero los mismos peldaños donde se sentó Platón en los albores del pensamiento lógico perduran hasta hoy en esa derruida plaza. Además todavía es posible distinguir la Plaza de los Oradores, donde Platón tuvo sus célebres diálogos con Sócrates. También subsisten los restos de los edificios que rodeaban a aquella plaza, como la sede del Consejo de los Quinientos que dirigió la primera democracia de la historia, y los cimientos del tribunal que condenó a Sócrates a beber la cicuta.

La plaza de la ciudad-Estado griega estaba rodeada de templos dedicados a los dioses del Olimpo y edificios gubernamentales. De hecho hubo ciudades griegas sin acrópolis pero nunca sin ágora, o sea que su función primaria fue esencialmente política (inherente a la polis). En un principio era el lugar donde los atenienses mayores de 18 años se reunían en asamblea multitudinaria para discutir sus leyes, elegir los “estrategas” y decidir el futuro político de la ciudad. En la época clásica, el ágora pasó a tener una función comercial convirtiéndose en la sede del mercado. En muchas ciudades, el desarrollo de las actividades comerciales expulsó del ágora a la asamblea del pueblo, algo que suscitó las protestas de Platón y Aristóteles, quienes querían separar el ágora mercantil del ágora política y religiosa. Y más tarde Roma retomaría aquella tradición griega del ágora –que en verdad nunca desapareció–, transformándola en lo que sería el ya más sofisticado foro romano.

LA MAS MISTERIOSA En el centro de ese laberinto medieval que es la medina de Marrakech, en el reino de Marruecos, está la que probablemente sea desde hace ya cinco siglos la plaza más misteriosa, latente y fascinante del planeta. En la plaza Xeemá el Fna, que significa Plaza del Fin del Mundo, se dan cita todos los días del año –desde la mañana hasta la noche– incontables juglares, músicos, saltimbanquis, encantadores de serpientes, faquires tragafuegos, curanderos, adivinos y humoristas, que ofrecen sus servicios a una multitud muy cambiante.

En tiempos medievales la plaza era el lugar donde los sadíes acostumbraban a exhibir la cabeza de sus enemigos ensartadas en estacas de hierro. Este desagradable espectáculo fue el que convocó a las primeras multitudes, aunque ahora los atractivos son distintos. La plaza se extiende en un bullicioso solar con límites algo difusos que no tiene monumentos, banquitos ni espacios verdes. Aunque tampoco los necesita. Un caos de multitudes transitan por esa suerte de circo árabe a cielo abierto habitado por personajes que parecen salidos de un cuento de Las Mil y Una Noches. Hacia adentro el espacio de la plaza está segmentado de manera irregular por círculos espontáneos de gente, formados alrededor de aquellos artistas que consigan atraer la atención de los demás. Entre los diferentes círculos llamados halqa, que agrupan a un mínimo de veinte personas cada uno, los más curiosos son los de los contadores de historias. Por lo general son ancianos de turbante blanco descendientes directos de los juglares medievales de origen berebere y subsahariano, con un saber de historias que se transmiten desde hace siglos por tradición oral. Muchos de ellos son analfabetos y los relatos se resguardan en la memoria en lugar del papel. El nombre genérico de estos intérpretes –que también son autores– es hlaiqui y suelen estar sentados en el suelo sobre alguna alfombra o esterilla. El narrador provoca desde carcajadas hasta comentarios por lo bajo, mientras los oyentes de pie permanecen inamovibles hasta que termina el capítulo o el relato llegue a su fin. El idioma utilizado es el darixa (dialecto árabe marroquí) y el recitador tiene un margen importante de improvisación. En general se combinan relatos clásicos como los de Las Mil y Una Noches o La Antaria, con leyendas inspiradas en héroes populares como Xeha, Aicha y Kandixa. El hlaiqui es la estrella dentro de su círculo humano, aunque en las elites sociales europeizadas se los considera “vulgares charlatanes de feria”. Inclusive, en tiempos de la independencia de Marruecos la plaza fue cerrada por ser un “residuo tercermundista” y se la abrió otra vez debido a la presión popular.

Los cuentos de esta plaza pueden durar un día, una semana o meses, igual que los capítulos de un folletín de diario que un público fiel sigue día tras día. Cada tanto el cuento se interrumpe con un aplauso o una canción, y también para recaudar la limosna que es el sustento de los cuenteros. La profesión de hlaiqui ha sido hasta hace pocos años muy popular en Marruecos, y muchos de ellos pueden recitar historias en varios idiomas. Pero el avance de la modernidad y la televisión –que llega mucho más lenta a los países pobres– les está quitando público a los hlaiqui, cuya profesión está en baja y llevándolos a la miseria (algunos son mendigos sin casa que viven en alguna plaza). Al enterarse de esta situación, el escritor español Juan Goytisolo, quien vive en Marrakech, inició una campaña para evitar que desaparezcan estos narradores ambulantes. Y la presión produjo resultados, porque la Unesco nombró en 1997 a los hlaiqui como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, un nuevo concepto ideado para esta situación. La argumentación de esta idea la definió Carlos Fuentes claramente con una frase referida a los indígenas de una comunidad mexicana: “Cada vez que un indio muere, es toda una biblioteca la que muere con él”.

La plaza Tiananmen de Pekín ha sido el epicentro de los sucesos históricos de China.

TIANANMEN Ubicada en el centro histórico de Pekín, es la plaza más grande del mundo. Fue construida en 1417 durante la dinastía Ping, a la medida de las descomunales proporciones de la arquitectura imperial china. Precede a esa otra edificación megalómana que todavía es la Ciudad Prohibida (o “La casa de los hijos del cielo”), el centro de ese gran imperio cuya inabarcable vastedad se quiso cercar con una gran muralla. Al mismo tiempo, Tiananmen es el prototipo de plaza política que albergó a las masas en la calle, ya sea demostrando rebeldía contra el gobierno actual como apoyo a los comienzos de la revolución maoísta. La rareza mayor que se puede observar en la plaza es el cadáver embalsamado de Mao Tsé Tung en un ataúd de cristal, ante el cual desfilan millares de personas todos los días.

El perímetro rectangular de 880 metros de largo por 500 de ancho de la plaza Tiananmen cobró su mayor fama por ser el epicentro de muchos de los sucesos históricos del gigante asiático. Allí proclamó Mao ante medio millón de personas la República Popular China, el primero de octubre de 1949. Más tarde, durante la Revolución Cultural, el líder comunista encabezó manifestaciones de hasta un millón de personas, más o menos el mismo número de seguidores que le rindió homenaje al líder en este mismo lugar cuando murió en 1976. Pero la plaza también fue el lugar de las protestas de 1989 que culminaron con la masacre de incontables manifestantes.

Al frente de Tiananmen está el grandioso portal de entrada a la Ciudad Prohibida. En el centro del rectángulo se levanta el Monumento a los Héroes del Pueblo, y en la parte sur está el Mausoleo de Mao. Pero los edificios de alrededor también tienen su interés, como el Gran Palacio del Pueblo (el Congreso Nacional), el Museo de Historia China y el Museo de la Revolución.

Las multitudes de viajeros –chinos en un 99 por ciento– invaden la plaza todo el día sin cesar. Allí posan frente a sus camaritas digitales que disparan con una compulsión aun mayor que cualquier viajero occidental, y los fines de semana el espectáculo grandioso de la plaza es acentuado por los fanáticos de los barriletes artesanales, quienes remontan piezas con forma de dragón con colas de hasta diez metros de largo. Y entre tanto monumento colosal de rígido concreto y solemnidad marcial, cada tanto desentona el panorama algún anciano de barba blanca y lento caminar que atraviesa la plaza con un carrito impulsado por un piolín que lleva una jaula con un pajarito.

El sitio más curioso del Hyde Park de Londres es el llamado “rincón de los oradores”.

PARQUE REAL Junto con Pekín, la ciudad de Londres es una de las capitales del mundo con mayor profusión de parques extensos y fastuosos. Por lo general estuvieron ligados al lujo privado de la realeza, pero a partir del siglo XVII comenzaron a convertirse en espacios públicos. El más famoso ellos es el Hyde Park, que comenzó a adquirir su perfil actual en 1536, cuando Enrique VIII se lo compró a los monjes de la Abadía de Westminster para usarlo como coto privado de caza de ciervos y jabalíes. Pero hacia 1637 el rey Charles I lo abrió al público y hoy en día es el prototipo del parque inglés, con un gran lago poblado de cisnes y botecitos, románticos puentes, sofisticados jardines, 4 mil árboles y grandes verjas de hierro forjado.

El sitio más curioso del parque es el llamado “rincón de los oradores” –autorizado como lugar de debate público por ley del Parlamento en 1872–, donde todos los domingos se acercan centenares de oradores que encienden complejos debates. Lo extraño es que este lugar ha sido un espacio de discusión pública para la gente común desde hace más de siglo y medio. Por aquí pasó el joven Lenin cuando trataba de mejorar su inglés escuchando a un ateísta que pretendía demostrar la inexistencia de Dios. Pero unas décadas antes, Carlos Marx fue atraído también por los debates, y escribió una vez que en el Hyde Park había comenzado la Revolución Inglesa. Federico Engels era otro que no se perdía oportunidad de rondar el rincón de los oradores para tomar algunas muestras de la temperatura social de la época. El hecho es que en el parque siempre rigió el sistema del “discurso libre”, lo que significa que cualquier persona puede subirse a un banquito y comenzar a hablar (aunque está sujeta a interrupciones). Varias generaciones de socialistas ingleses han pasado por aquí, pero también predicadores con la Biblia en la mano, delirantes que aseguran haber sido raptados por extraterrestres, y cultores de cuanta teoría conspirativa pueda haber dando vueltas por ahí (Código Da Vinci incluido). Entre los temas de debate, hay uno que se torna un poco recurrente. Lo proclaman quienes afirman que ese mismo lugar en donde están hablando sirve como excusa a las autoridades para prohibir cualquier discurso público en el resto de la ciudad, e incluso también dentro del parque, ya que sólo se puede declamar en el rincón de los oradores. Sea como sea, ese rincón fue el lugar desde donde surgió la convocatoria a la mayor demostración antigubernamental de la historia de Inglaterra, cuando en el 2003 alrededor de un millón de personas se manifestó en contra de la invasión a Irak.

El icono moderno de París: el Gran Arco de La Defense, un coloso de mármol blanco.

LA PLAZA DEL FUTURO En el distrito comercial parisino de La Defense –un verdadero laboratorio suburbano de arquitectura moderna– existe la que quizás sea la plaza más futurista del planeta. Si se toma el subterráneo frente a la iglesia de Nôtre Dame, se emerge a los veinte minutos en plena plaza de La Defense, un espacio abierto de concreto rodeado de rascacielos espejados con extrañas formas irregulares. Como corresponde a un ambiente futurista, no hay árboles ni tampoco estatuas de Napoleón o Baudelaire, sino monumentales esculturas abstractas pintadas con vivos colores. La plaza es un verdadero museo a cielo abierto con esculturas de acero de artistas como Joan Miró y Alexander Calder.

La Defense es considerada por los analistas de la modernidad como el prototipo de plaza moderna que desalienta la permanencia, donde de repente se cubre por una multitud sin rostro que en breves instantes desaparece tragada por los grandes edificios que la circundan. El ingreso a esas moles espejadas que a simple vista parecen no tener puertas ni ventanas, está restringido a los portadores de una tarjeta magnética con una clave de identificación. A la hora de la salida la escena se repite en sentido inverso, y esos mismos seres que no se comunican entre sí atraviesan este lugar de paso –que en verdad tiene muy poco de espacio público en el sentido tradicional de compartir y estar–, y se esfuman raudos otra vez.

En un extremo de la plaza se erige el edificio del CNIT, cuyo contorno curvo parece una circunferencia achatada con la mayor parte del cuerpo enterrada en la tierra. En el lado opuesto hay un edificio blanco totalmente esférico, que encierra la gigantesca pantalla de 180 grados del cine IMAX. Pero lo más llamativo es el icono moderno de París: el Gran Arco de La Defense. Este edificio de mármol blanco con forma de cubo –y no de arco– mide 105 metros por lado y está totalmente vacío en el centro. Su inauguración en 1989 se hizo coincidir con el Bicentenario de la Revolución Francesa.

La conformación urbana de París fue estructurada como un eje histórico donde se alinean el Arco del Triunfo, los Champs Elyseés, el Obelisco de Luxor en la Plaza de la Concorde, el Arco del Carrusel, la Pirámide del Louvre y finalmente el Gran Arco de La Defense. Al subir por sus ascensores externos hasta la terraza del Gran Arco se puede ver completo el eje histórico de París, cuyas evocaciones van desde la Revolución Francesa hasta esa otra ecléctica revolución derivada de las tecnologías ultramodernas.

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