RUSIA > DE PASEO POR MOSCú
Una visita a Moscú, la puerta al fascinante mundo ruso, la ciudad que como las clásicas matrioshkas va develando poco a poco sus múltiples caras, desde el pasado imperial hasta la era soviética.
› Por Graciela Cutuli
Es apenas la puerta de entrada hacia la inmensa Rusia, y es también un mundo aparte. La primera impresión con la que impacta Moscú en las primeras horas es duradera, y será también una de las últimas cuando el avión haya vuelto a despegar después de un viaje cargado de emociones y expectativas cumplidas: estamos lejos, muy lejos, de la Europa conocida y familiar de las grandes capitales occidentales. Familiares aunque sea a través de relatos, de fotos, de libros. Y no es que no los haya sobre Moscú sino que todo aquí resulta diferente, empezando por el idioma y el alfabeto, que pone una barrera infranqueable a las indicaciones de las calles y los carteles de los negocios. No hace falta mucho más para sentirse en un territorio exótico, pero al mismo tiempo muy atractivo: la tradicional hospitalidad rusa, que puede descubrirse apenas se levanta la cortina de desconfianza que imponen los primeros contactos con un turista, ayuda a que Moscú nos reciba con los brazos abiertos. Y lo que nos espera es un mundo de historia, arte y arquitectura de una belleza imperecedera, a pesar de los muchos y agitados vaivenes de la historia rusa, desde la más antigua hasta la más reciente.
Aquí está el corazón de “todas las Rusias”, de este país misterioso y multiforme al que los mapas parecen quedarle chicos, pero que a pesar de su diversidad logra tener una identidad propia desde las fronteras con Finlandia y los Países Bálticos, en el oeste, hasta los límites con China y Mongolia, en el este. En ruso, la Plaza Roja suena a algo parecido a Krásnaya ploshchad, y es un punto fundamental a ubicar en nuestros planos porque de aquí parten, en todas direcciones, las principales calles de Moscú. La ciudad más cara del mundo, según las últimas estadísticas internacionales.
A pesar de sus connotaciones pseudo soviéticas, la Plaza Roja no se llama así por el color que identifica al comunismo, ni por el color de los ladrillos que revisten los edificios circundantes: el nombre deriva de una palabra que hoy significa rojo, pero que antiguamente quería decir “bonito”. Y vaya si es bonita esta plaza donde se recortan contra el cielo azul de finales del verano las cúpulas coloridas y fantasiosas de la Catedral de San Basilio. Siglos atrás, los edificios de la plaza eran de madera, peligrosos por su propensión a los incendios, hasta que fueron reformados por Iván III, el primer zar formalmente llamado de este modo, padre del famoso “Iván el Terrible”. Iván III, considerado como fundador del Estado ruso, convirtió la zona en un lugar adecuado para los mercados y las ceremonias públicas, como las multitudinarias coronaciones de los zares.
Sin embargo, es probable que en poco tiempo más el panorama se vea cambiado si prosperan los proyectos de construir nuevos hoteles, centros comerciales y condominios de lujo, además de un estacionamiento subterráneo en una antigua galería de la Plaza Roja. A menos de 100 metros de la Catedral de San Basilio, no es de extrañar que muchos pongan el grito en el cielo por el peligro que corren los cimientos de los edificios históricos.
La Catedral de San Basilio, oficialmente llamada Catedral de la Intercesión de la Virgen en el Montículo, fue construida por orden de Iván el Terrible entre 1555 y 1561. Una proeza, dadas las características de este hermoso edificio de cúpulas en forma de bulbo que coronan un conjunto de nueve pequeñas capillas unidas a través de una torre central. Según la leyenda, una leyenda a la altura de su nombre, Iván el Terrible ordenó cegar al arquitecto Yakovlev, autor del edificio, para evitar que pudiera superar en otra obra la belleza de San Basilio.
Junto a la plaza se levanta también el Kremlin, símbolo del poderío ruso durante siglos, un conjunto de iglesias, palacios y catedrales cercado por murallas rojas, que hoy es la sede del gobierno central de Moscú. En verdad, kremlin es el nombre genérico de la ciudadela de una ciudad, yaque las antiguas ciudades rusas no tenían murallas perimetrales de defensa, pero sí protegían la parte central; sin embargo, aunque Novgorod, Kazan y varios centros urbanos más también tienen su kremlin, la palabra no deja de remitir por antonomasia al de Moscú. En total, el Kremlin abarca unos 275 mil metros cuadrados, amurallados por una pared de 2235 metros de extensión, de una altura variable de entre 5 y 19 metros, con un espesor de entre 3,5 y 6,5 metros. Su silueta más reconocible es la de la Sasskaya, la torre más alta, de 71 metros de altura. Este impresionante conjunto incluye tres catedrales (de la Anunciación, de la Asunción y de San Miguel Arcángel), un Arsenal, el palacio de los Congresos, el palacio del Patriarca y muchos otros museos y edificios, entre los que sobresale el palacio del Kremlin propiamente dicho, que hasta 1917 fue la residencia de la familia real rusa cuando se instalaba en Moscú. Actualmente, la directora de los museos del Kremlin –que este año celebran su 200º aniversario– es Elena Gagarina... un apellido inconfundible: se trata de la hija del cosmonauta Yuri Gagarin (que está enterrado en el propio Kremlin).
Manejarse en Moscú sin guías es difícil, ya que fuera de los ámbitos universitarios no es habitual encontrar quienes hablen inglés. Los años de aislamiento no fueron en vano, y a pesar del vertiginoso cambio al que supieron adaptarse los rusos, todavía es fuerte la sensación de estar muy lejos de lo conocido, en la capital de otro mundo, con sus propios códigos y tan autosuficiente que no necesita de los nuestros.
La mayoría de las excursiones que busca dar una panorámica completa (si tal cosa es posible) incluyen al menos los principales museos, desde la Galería Tretyakov, que contiene la principal colección de arte ruso de todos los tiempos, hasta el Museo Pushkin de Bellas Artes, con espléndidas obras del Renacimiento italiano, de Egipto y Babilonia, sin olvidar el Museo de los Cosmonautas, el Museo de la Historia de Moscú y el Kolomenskoye (un museo histórico y arquitectónico en lo que fue la antigua residencia de verano de los grandes duques y los zares rusos), donde se realizan actualmente importantes festivales tradicionales como el Maslenitsa, dedicado a despedir el largo, casi eterno, invierno ruso. Por supuesto, entre un museo y otro siempre habrá tiempo de conseguir el más tradicional de los souvenirs locales: la famosa matrioshka, la muñeca de madera que contiene en el interior otras de tamaño más pequeño, en cantidades a veces inauditas, delicadamente decoradas con los colores y flores tradicionales del pueblo ruso. Antiguamente, las matrioshkas se fabricaban en Zagorsk, en las afueras de Moscú, donde nacieron en el siglo IX estas muñecas pintadas y torneadas que son verdaderas maravillas del arte decorativo en miniatura. Actualmente, además de las clásicas mujercitas, se encuentran otras variantes: desde la “matrioshka-beatle”, con John, Paul, George y Ringo uno dentro de otro, hasta la “matrioshka-presidente”, con los sucesivos jefes de Estado soviéticos y rusos. Otro buen souvenir son los chocolates Octubre Rojo, que se fabrican en un edificio situado cruzando, desde el Kremlin, el río Moscú. Se organizan en la fábrica visitas para conocer el proceso de fabricación del chocolate, y la historia del Octubre Rojo en particular.
De un lado a otro de Moscú vale la pena elegir el metro, al menos algunas veces, como medio de traslado. O bien directamente contratar una excursión que visite las principales estaciones de esta increíble red-museo, construida en los años ‘30, cada una de las cuales muestra diferentes estilos y períodos arquitectónicos. Y si el viajero occidental se imagina la agitación del metro neoyorquino o el tube londinense, se queda muy corto: por aquí pasan más de 8 millones de personas cada día, más que los subtes de Londres y Nueva York juntos. Fuera de la ciudad, o hacia las afueras, hay que estar seguro de poder transitar: es posible que se lespida a los turistas permisos especiales para moverse en una ruta u otra, y este detalle debe ser tenido en cuenta a la hora de planificar el viaje.
A la hora de la visita por Moscú, conviene ser prudentes. Cuando se desconoce el idioma, los letreros nos resultan ilegibles y las costumbres también nos resultan extrañas, cualquier turista puede ser la presa fácil de una mala experiencia. Sin embargo, con un poco de precaución no hay mayores problemas, no más de los que hay en cualquier gran capital del mundo. Y Moscú depara imágenes y lugares de los que no se encuentran en cualquier lado, porque forjar la ciudad que es hoy llevó siglos y siglos de historia, incluyendo imperios, revoluciones y grandes tragedias.
Para el turista que quiera seguir los pasos de esta historia, las opciones podrían no terminar nunca, pero hay al menos dos lugares muy relacionados con el “mito ruso” en Occidente. Uno es el edificio Lubyanka, que fue sede del cuartel general de la KGB, con una prisión anexa, que tiene el triste honor de figurar en las páginas del Archipiélago Gulag de Alexandr Solzhenitzyn. Los guías no dejan de recordar que en los años de la Unión Soviética circulaba una broma de humor negro sobre la “gran vista” que se obtenía desde la prisión del Lubyanka... porque desde allí se podía ver Siberia. Actualmente, el complejo sobre la plaza Lubyanka alberga un Museo de la KGB, y durante la visita se conocerán legendarias y misteriosas historias de los espías de la Guerra Fría, además de conocer trucos y adminículos de los espías que dejarían asombrado al propio James Bond.
El otro lugar es el Centro de Entrenamiento de Cosmonautas, con sus simuladores en tamaño real de la célebre estación espacial Mir, un hidrolaboratorio donde los cosmonautas son entrenados para sus salidas por el espacio. El Centro posee muchas otras instalaciones tecnológico-científicas para el acondicionamiento de las naves espaciales y la preparación de los viajes. Algunos programas especiales (que hay que reservar con antelación) permiten vivir la experiencia de un simulador, mientras quienes quieran probar un vuelo en el avión militar Mig pueden ir hasta el aeródromo de Gromov, a 35 kilómetros de Moscú. Allí, después de haber contratado un seguro, pasado un examen médico y firmado varios papeles sobre los posibles riesgos, habrá instructores dispuestos a subirlo a bordo del avión para un vuelo de prueba de 30 minutos. Inolvidable, y viene con certificado incluido para dar fe de la experiencia. Una más de las muchas que es posible vivir en esta ciudad de increíble belleza y encanto misterioso, que permite traer de recuerdo no sólo hermosas fotos sino sobre todo la apertura hacia nuevas maneras de pensar y de vivir, lejos de las leyendas y cerca de la realidad rusa del siglo XXI.
Los Grandes Almacenes Estatales (GUM), en el corazón de Moscú, es uno de los principales centros comerciales de toda Rusia. Inaugurado en diciembre de 1893, cuando el imperio zarista aún gozaba de esplendor, sus tres corredores de tres pisos cada uno se extienden a lo largo de la Plaza Roja, y desde 1951 vuelven a funcionar como centro comercial, ya que después de la revolución fueron reacondicionados como sede de organizaciones estatales. Otro lugar para no perderse es la calle Arbat, la primera que fue peatonal en Moscú, en los años ‘60, y que antiguamente era el barrio de los miembros del ejército del zar. Bordeada de monumentos y edificios históricos, siempre recorrida por los turistas y abundante en artistas y retratistas callejeros, como un Montmartre a la moscovita, es el lugar ideal para salir de compras en busca de recuerdos típicos de Rusia.
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