Dom 10.09.2006
turismo

SAN ISIDRO > DE LA COLONIA A LA BELLE éPOQUE

Casonas de antaño

Un recorrido por casonas coloniales que fueron testigos de hechos históricos y por palacetes veraniegos de estilo europeo que la oligarquía porteña construyó a fines del siglo XIX. De la Quinta Pueyrredón, hoy Museo Municipal, a Villa Ocampo, un itinerario para conocer las escenografías del pasado que aún perduran en San Isidro.

› Por Julián Varsavsky

Los orígenes del partido de San Isidro se remontan directamente a la segunda fundación de la mítica Ciudad de la Santísima Trinidad. El día concreto de su abstracta creación fue el 24 de octubre de 1580, cuando Juan de Garay echó a suerte las tierras que les correspondían a los 65 cofundadores de la ciudad. Los más desafortunados recibieron los números mayores –que coincidían con el San Isidro actual, entre la 47 y la 63 ava suerte–, que eran los terrenos más alejados del núcleo fundacional. Estas franjas rectangulares de 350 metros de ancho por 5 kilómetros de largo tenían su cabecera a orillas del Río de la Plata y se extendían desde la Cruz Grande de la Ermita de San Sebastián –actual Palacio de Relaciones Exteriores en Arenales y Basavilbaso–, hasta San Fernando. Pero de inmediato comenzaron los desencuentros entre los nuevos dueños, porque el precario sistema de mensura –una simple cuerda– no dejaba muy en claro hasta dónde llegaba la chacra del vecino.

Con el correr de los siglos el Pago de la Costa se fue transformando y los descendientes de la familias fundadoras recibieron el fruto de la renta por las tierras originarias y los antiguos cascos de las chacras se fueron convirtiendo en residencias veraniegas ya dedicadas exclusivamente al deleite de una clase social emergente conocida como la oligarquía terrateniente.

En los albores del siglo XIX una escena urbana se repetía en los barrios aristocráticos de Buenos Aires: grupos de sirvientes de raza negra salían de los caserones de Barrio Norte cargados de baúles y petacas de cuero que colocaban sobre el techo de un carruaje formando una pirámide de bultos. La imagen remitía a las travesías en caravana por el oeste norteamericano, aunque en realidad se trataba de los fatigosos viajes de casi tres días por caminos polvorientos que emprendían las familias de alcurnia rumbo a las suntuosas quintas veraniegas de San Isidro, donde pasaban largas temporadas de sosiego hasta la llegada del otoño.

Hoy en día aquel fatigoso trayecto se cubre en 30 minutos y todavía perduran varias de aquellas casas solariegas, algunas de ellas edificadas con el mismo estilo criollo colonial de las estancias bonaerenses. Esa síntesis entre la tradición criolla y la europea se traduce en aljibes y glorietas con jardines poblados de ombúes y jacarandáes, en azoteas y galerías para contemplar el río, en paredes revestidas con mayólica morisca, en las enrevesadas rejas de hierro forjado y en los ladrillos y baldosones de barro cocido al fuego.

Desde la colonia

Algunas de las casonas de estilo colonial están desperdigadas entre las callecitas irregulares del adoquinado casco antiguo de San Isidro. La más vistosa de ellas es La Porteña, pintada de rosa y con un farol de hierro en el portal de ingreso sobre la calle Belgrano, junto al paseo de Los Ombúes. Justo enfrente está la quinta Los Naranjos (1850), que según Mujica Lainez era “quizá la más bonita de todas... (a su patio) lo custodiaban a modo de dos hadas ingenuas las estatuas de Poesía y de la Navegación”. Su llamativo patio se ve desde la calle, con sus naranjos compartiendo el espacio con un aljibe con brocal de mármol y mayólica de Talavera de la Reina.

A la derecha de Los Naranjos está la quinta colonial Los Ombúes, heredada en 1812 por Mariquita Sánchez de Thompson y por donde pasaron alguna vez Rivadavia, San Martín, Lucio Mansilla y Alberdi. Luego fue de la familia Beccar Varela por varias generaciones hasta que en 2005 pasó a manos de la Municipalidad. Siguiendo hacia la Catedral por la calle Anchorena vale la pena detenerse en el Colegio San Juan El Precursor, un edificio de estilo neoplateresco español levantado en 1840 que originalmente perteneció a la familia Anchorena. Es una casona de dos plantas con un patio central y paredes cubiertas de cerámica sevillana azules, amarillas y blancas. Sus puertas de madera fueron talladas en España y los baldosones blancos y negros traídos de Bélgica.

El edificio colonial por excelencia de San Isidro es el Museo Municipal Pueyrredón, ubicado en la calle Rivera Indarte 48. Y además es el más famoso, porque al fondo de un hermoso jardín perfumado de magnolias está el algarrobo de 255 años a cuya sombra el General San Martín y Juan Martín de Pueyrredón analizaron los lineamientos de la futura independencia. Las tierras de la casona fueron parte de la suerte número 55 asignada por Garay a un carpintero llamado Antón Roberto. A lo largo de los años fue pasando de manos hasta llegar a Pueyrredón en 1815. Con la muerte del prócer la casona fue heredada por su hijo Prilidiano, quien agregó una torre para instalar su atelier de pintor (varios cuadros suyos adornan la casona). Aquí se hospedaron ocasionalmente Sarmiento, Vélez Sarsfield, Mitre y Roca. Entre 1911 y 1912 fue utilizada como residencia presidencial por Roque Sáenz Peña hasta que en 1941 la Municipalidad adquirió la propiedad –que estaba abandonada– e instaló un museo histórico y un archivo documental que dura hasta hoy.

El casco edilicio es un prototipo de arquitectura colonial pintada a la cal, con paredes anchas, tirantes de lapacho, ladrillos cocidos al fuego y ventanas con guardapolvos (o arcos escárzanos). El interior está decorado con mueblería victoriana del siglo XIX, armas y hasta una mesa puesta con vajilla alemana Mainssen y un juego de cubiertos de plata portugués.

Como en Europa

Los vítores de la independencia atrajeron de a poco los “civilizados” aires victorianos y afrancesados por los que tanto bregaría Sarmiento para dejar atrás la influencia de un imperio en larga decadencia como el español y propiciar el encuentro con Francia e Inglaterra. Así, en las últimas décadas del siglo XIX, la clase beneficiaria del modelo agroexportador de la Argentina como “granero del mundo” reemplazó la simpleza de las casonas coloniales por las suntuosas “maisons” de ladrillo y tejas a dos aguas características de la belle époque, los edificios de arquitectura inglesa al estilo Tudor y las casas mediterráneas de paredes blancas. Los antiguos cercos de palo a pique fueron cambiados por pilastras y verjas. Y las frondosas arboledas en desorden dieron lugar en muchos casos a prolijos jardines creados por paisajistas europeos pródigos en ánforas y esculturas griegas, fuentes y azulejos de pas de Calais.

La casona emblemática de los “años de oro” de San Isidro es la famosa Villa Ocampo, construida en 1891. Hoy está bajo el cuidado de la Unesco y se puede recorrer en una visita guiada. Allí, a comienzos del siglo XX, pasaba los veranos la familia Ocampo. En 1942, la escritora Victoria Ocampo se instaló para vivir en la casona que heredó de sus padres y fue introduciendo algunos cambios en función de sus gustos por las vanguardias estéticas. En los grandes jardines que rodean la mansión, la nueva dueña desdibujó el simétrico jardín francés y organizó tres jardincitos temáticos: el romántico, que combina árboles autóctonos con exóticos en medio de frondosas enredaderas; el jardín inglés, despojado y terso con un césped de campiña inglesa y dos ginkgo bilobas y un braquiquito australiano a los costados; y el toque francés en el frente y el contrafrente donde hay una fuente de bronce y una glorieta octogonal de cemento para las horas de lectura con columnas y barandas que simulan troncos de árboles.

Al recorrer la casa de tres plantas el visitante va descubriendo su estilo ecléctico: una galería italianizante con columnas paladianas renacentistas y una escalinata imperial que desemboca en el jardín, un techo con mansarda francesa y una terminación en lo alto con crespones de estilo normando. La casa, que nunca sufrió grandes transformaciones edilicias, ya era en su origen de avanzada, con agua corriente de pozo y un ascensor que era una verdadera excentricidad a fines del siglo XIX.

Se ingresa por el comedor, con brosserie de madera oscura, donde llama la atención la enorme mesa de roble tallado a principios del siglo XX. Una lámpara de estilo Bauhaus enfrentada con un busto griego resume un poco el estilo interior de toda la casa –que inevitablemente era de gusto victoriano de fines del XIX– a la que Victoria Ocampo introdujo el modernismo europeo. Esta contradicción estalla con claridad en la sala de estar, pintada totalmente de blanco en sintonía con la filosofía arquitectónica de Le Corbusier, quien vino a la Argentina y a Villa Ocampo invitado por la escritora. En esta sala se eliminó toda decoración victoriana y se colgaron cuadros cubistas y un tapiz de Léger que conviven con elementos muy de moda en ese entonces en la alta sociedad parisina, como mesitas art-déco, dos armarios chinos del siglo XVIII de laca y herrajes de bronce y una alfombra persa. Los sillones, veladores y lámparas de pie crean un ambiente cálido y relajado alrededor de un piano de media cola Steinway & Sons donde tocaron Igor Stravinsky, Arthur Rubinstein y Federico García Lorca. Los encuentros intelectuales en esta sala también contaron con la presencia de André Malraux, Graham Greene, Tagore, Gabriela Mistral, Neruda, Camus y Ortega y Gasset, además de Borges, Bioy Casares y otros habitués del Grupo Sur.

Hotel histórico

En pleno casco colonial de San Isidro –en diagonal a la Catedral–, se inauguró hace tres años el Hotel del Casco, ambientado en un majestuoso palazzo neoclásico de 1892 que fue la casona de verano de la familia Mayol. Tanto por dentro como en su fachada mantiene el ambiente y la arquitectura del siglo XIX. Se trata de una vieja casa a la que se ingresa por una escalera de mármol de Carrara, con doce cuartos interconectados alrededor de un patio central que ahora fue techado con un lucernario móvil. El mostrador de la recepción perteneció a una vieja estación de ferrocarril, como lo demuestran las chapas identificatorias incrustadas en la madera. Los cuartos tienen arañas de cristal, roperos antiguos con espejos viselados o de bronce con caireles, tapices, cortinados de cuatro metros y bañaderas con patitas de águila. En los fondos del hotel hay un patio con mesitas para tomar el té y un jardín de invierno vidriado para desayunar. Disimulado por una fachada muy antigua, el Hotel del Casco tiene todas las comodidades y la tecnología de un hotel de lujo. Más información en www.newagehotels.com Tel. 470-01332.

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