CHUBUT > LA PENíNSULA VALDéS, PARAíSO DE BALLENAS Y ORCAS
La Península Valdés, ubicada en el extremo nordeste de Chubut, es uno de los santuarios de la fauna marina más importantes del mundo. Cada temporada, más de 160.000 visitantes se acercan a sus costas para admirar los rituales de cortejo de las ballenas o las técnicas de caza de las orcas, espectáculos únicos de este lugar que en 1999 se incorporó a la lista del Patrimonio de la Humanidad.
Hace unos cinco mil años, el territorio de la Patagonia estaba habitado por los tehuelches, que eran los dueños de la ilimitada extensión de las llanuras. Algunos siglos más tarde los araucanos llegaron desde el otro lado de la Cordillera, y ambas culturas se entremezclaron dominando la región. En la costa patagónica existía un curioso accidente geográfico, que asomaba como un ancla formidable entre los golfos San José y Nuevo: la Península Valdés. Divisada por primera vez por Hernando de Magallanes en 1520, la península recibió la visita de diversas expediciones hasta que, en 1778, el rey Carlos III ordenó poblar la región. El 6 de enero de ese año desembarcó en las costas del golfo San José (la actual Playa Villarino) una expedición española al mando de Don Juan de la Piedra, quien fundó una población con el nombre de Fuerte San José, y un fortín en las Salinas Grandes.
La península recibió su denominación actual diez años más tarde, en homenaje a Don Antonio Valdés que era ministro de Marina de España y protector de la expedición del navegante Alejandro Malaspina. Por entonces, los españoles extraían grandes cantidades de sal con las que aprovisionaban a los habitantes de Buenos Aires y a las ciudades del Virreinato. Pero debido a los reiterados enfrentamientos con los araucanos, que destruyeron el Fuerte San José en 1810, casi todos los asentamientos de la costa patagónica fueron abandonados. Cincuenta años más tarde comenzaron a llegar algunos grupos de colonos galeses, españoles e italianos y de ellos nacieron Puerto Madryn y Puerto Pirámides, las dos localidades que hoy reciben a numerosos contingentes turísticos de todo el mundo.
Casi cuatrocientos kilómetros de costa, que representan la tercera parte de litoral marítimo de Chubut, tiene la Península Valdés, uno de los parques naturales marinos más importantes del planeta. Como un brazo de la Patagonia que se proyecta en el mar, la península está unida a tierra firme por el Istmo Carlos Ameghino, donde se encuentra la Reserva Provincial de Fauna y se controla principalmente la entrada y salida de turistas y pobladores rurales. La geografía de la zona parece caprichosa porque los altos acantilados, golfos, caletas y pequeñas islas contrastan con el mar azul y cristalino, dando forma a un ambiente que es un verdadero paraíso para la fauna marina y terrestre. El paisaje árido y desolado del interior está poblado ocasionalmente por manadas de guanacos, ñandúes o choiques, zorros y liebres patagónicas o maras, además de ciento ochenta especies de aves que conviven y se reproducen en absoluta libertad.
El Istmo es el mejor lugar para descubrir la forma de la Península Valdés desde tierra. Desde su observatorio artificial, elevado sobre el terreno, se pueden ver simultáneamente el golfo Nuevo y el San José, la Isla de los Pájaros, Punta Buenos Aires y Punta Quiroga (que forman la boca de entrada del golfo San José), además de Morro Nuevo y Punta Ninfas (que forman la boca del golfo Nuevo).
En el golfo Nuevo se encuentra Puerto Pirámides, un pequeño y acogedor pueblo de apenas trescientos habitantes –la única población estable dentro de la Península Valdés–, con hermosas playas de suave declive y aguas cristalinas. A la luz del atardecer, sus altos acantilados parecen enormes y misteriosas pirámides. El pueblo es muy visitado porque desde allí zarpan las embarcaciones para el avistaje de ballenas. Y a sólo cuatro kilómetros, residen numerosas colonias de lobos marinos de un pelo, y otras de elefantes marinos del sur que tienen en la península el único apostadero continental del mundo. En el golfo San José habitan millares de pingüinos magallánicos. También es un sitio ideal para observar a los delfines que juegan en las aguas cercanas a la costa.
A unos 85 kilómetros de Pirámides, Punta Norte posee una reserva que alberga una importante colonia de fauna marina, que permanece allí la primera parte del verano para regresar hacia fines de agosto cuando nacen las primeras crías. Creada en 1967 como reserva natural turística, es un sitio privilegiado para la observación de elefantes y lobos marinos en su ciclo reproductivo. Uno de los grandes espectáculos de la península se produce con la llegada de las orcas, que se acercan en verano a Punta Norte, y entre septiembre y noviembre a la Caleta Valdés, cuando las crías de lobos y elefantes marinos comienzan a aprender a nadar. La orca, quizás el más bello de los animales del ambiente oceánico, difícilmente puede ser confundida con otra criatura marina, por sus manchas blancas y su enorme aleta dorsal. Pero lo que distingue a las orcas de la península es que han desarrollado una técnica de varamiento intencional, única en el mundo, para capturar sobre la rompiente las crías de lobos y elefantes marinos. Resulta una experiencia inolvidable observarlas cuando impulsan sus enormes cuerpos sobre la playa para retornar, con un coletazo majestuoso, a las profundidades de las aguas.
Muy cerca de la península existen otras áreas protegidas como la Caleta Valdés, la Reserva Isla de los Pájaros, Punta Delgada, Punta Loma, el Cabo Dos Bahías, Punta Tombo y Punta León. Cada una representa un universo propio de diversidad biológica y un canto armónico a la naturaleza.
Las primeras aparecen hacia fines de mayo, y casi no queda ninguna al terminar el año. Son más de seiscientos los ejemplares de la ballena franca austral que llegan a los golfos San José y Nuevo para renovar, cada temporada, el ciclo de la vida.
La calma se ve interrumpida por los saltos increíbles de esos gigantes del océano y las aguas se convierten entonces en un torbellino de aletas fervorosas. Algunas de estas escenas son danzas de encuentro. Otras, las primeras lecciones que las madres dan a sus crías para enseñarles los secretos del mar.
La presencia de estos colosos es uno de los espectáculos más maravillosos del universo. Desde la costa, las extensas playas del Doradillo son el lugar ideal para observar las ballenas, cuando cae el sol. Por la mañana, pequeñas lanchas y catamaranes zarpan desde Puerto Pirámides, el único punto de la península desde donde se permite la navegación para el avistaje de ballenas. Quizá, el momento más emocionante de la excursión es cuando por primera vez los turistas ven cómo una enorme ballena asoma su cabeza con timidez, sacude sus aletas y, con un giro majestuoso, regresa a las profundidades. Resulta tan fraternal el encuentro que los capitanes las reconocen por sus nombres: Franca, Rayito, Cebra, Sudamérica, Espuma o Garra ya son habituales de la península, a la que regresan cada año para retomar sus juegos de amor.
Y también cada temporada, nuevos visitantes se acercan a las costas para observar el encuentro ritual de las ballenas, en este sitio privilegiado para la preservación de la fauna marina del planeta que es la Península Valdés, guardiana del mar e inspiradora de memorias perdurables.
El 28 de julio de 1865, unos ciento cincuenta inmigrantes que provenían de distintos condados de Gales desembarcaron en el golfo Nuevo, hoy Puerto Madryn. Llegaban a bordo de la nave “Mimosa” con la intención de instalar pequeñas colonias agrícolas en esa extensa tierra virgen, para ellos desconocida. En la desembocadura del río Chubut fundaron un pueblo al que pusieron por nombre Rawson, en homenaje al ministro del Interior del presidente Bartolomé Mitre, Guillermo Rawson, que los había ayudado para que se establecieran en el sur del país.
De esta temprana colonización nacieron numerosos pueblos, que todavía conservan sus antiguas tradiciones como si no hubieran pasado los años, entre ellos Gaiman y Dolavon, en las cercanías de Puerto Madryn, o Trevelin, próximo a la cordillera. Hacia fines del siglo XIX los colonos habían construido molinos de harina, escuelas, instalaciones rurales y pequeñas capillas de madera metodistas, bautistas, presbiterianas y anglicanas, parecidas a las que tenían en su tierra natal. Algunas de ellas, como sucede comúnmente en Gales, dieron su nombre propio al área circundante, como las Bethesda, Ebenezer, Glan Alaw y Moriah. La formación de estas vecindades en torno de las capillas, en el área rural del valle, constituyó un fenómeno social y urbano sin precedentes en la Patagonia de fines de siglo XIX. Dieciocho de estas capillas permanecen todavía en pie, dieciséis en el Valle Inferior del río y dos en la cordillera, formando un circuito característico del paisaje cultural de la Patagonia.
Durante el mes de octubre, en casi todas las colonias se celebra el Eisteddfod, una de las festividades más características del pueblo galés y sus descendientes. Esta fiesta de música y poesía recuerda un tiempo en el que los intérpretes y los aprendices de poetas necesitaban de un mecenas que los ayudara a cultivar sus dotes. En galés, eisteddfod significa literalmente “estar sentado” porque, antiguamente, el poeta que vencía en la competencia se adjudicaba un lugar de honor y un sitial en la corte.
Una de las más atractivas tradiciones que se mantiene casi sin cambios es la “ceremonia del té”, un clásico ritual galés que los colonos realizaban como pretexto para intercambiar sus experiencias cotidianas. Hoy, las viviendas de algunas señoras galesas han devenido en las famosas “Casas de Té” donde reinan las tartas exquisitas, los panes amasados a mano, los dulces caseros y la tradicional torta negra, cuya receta sigue siendo un secreto. Son el último toque mágico para agasajar a quienes visitan esta región de ensueño.
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