TURISMO RURAL > EL CORREDOR DEL RíO SALADO
En el centro-este de la provincia de Buenos Aires, un grupo de estancias, hoteles de campo y restaurantes se asociaron en un corredor turístico próximo a la costa rioplatense y la costa atlántica. Una atractiva opción para escapadas de primavera.
› Por Julián Varsavsky
El llamado Corredor turístico del Salado es un circuito que va desde el Partido de Magdalena en su extremo norte –casi en la desembocadura del Río de la Plata– hasta el partido de General Madariaga en el extremo sur, junto a la costa del océano Atlántico. En la mitad del corredor –cuyos ejes son las rutas 11 y 2–, el río Salado traza una línea casi perpendicular con el océano para desembocar en la bahía de Samborombón.
¿Qué tiene para ofrecer un paseo por esta zona? Un acercamiento medular a la identidad bonaerense: la pampa abierta, la vida rural ligada a la economía agropecuaria, la cultura pausada del mate amargo y los pastelitos de dulce de membrillo en la merienda, la charla sin urgencias sobre la vereda, la boina y las alpargatas con alguna manchita de barro, el desfile a caballo con porte elegante en la fiesta del pueblo, el asado campero, la siesta sagrada que previene el estrés, la manufactura habilidosa del artesano, los zorzales en las ramas zigzagueantes de los últimos talas, los caracoleos de un arroyo en la planicie, la costa cambiante del Río de la Plata con sus juncales al pie de los albardones, y los cascos de estancias subdivididas varias veces, abiertas hoy al turismo. La lista de placeres contemplativos de la provincia de Buenos Aires –simples pero desbordantes de plenitud– es bastante más larga y acaso interminable, pero a esta altura de la enumeración ya sobran las razones para internarse en ese universo de pueblos a simple vista calcados uno al otro, pero que encierran una gama de matices dignos de observar con detenimiento.
Comenzando de sur a norte del circuito, en el Partido de la Costa y a 15 kilómetros al norte de Mar de Ajó, la estancia Palantelén ofrece una original forma de turismo rural, donde además de bosques y tranquilidad hay una kilométrica playa desierta con centenares de gaviotas. Palantelén está ubicada en el sector sur del cabo San Antonio, próxima al faro Punta Médanos.
A la estancia se ingresa por un camino de tierra que se abre entre dos hileras de álamos de 30 metros de altura y desemboca en un parque de 15 hectáreas que rodean la casa que sólo tiene un cuarto para huéspedes. En el interior, algunos objetos marinos recuerdan un hecho clave en la historia de la zona: en 1895 encalló en la costa el velero alemán “Anna”, que partió desde Hamburgo para naufragar justo en este lugar. Sus tripulantes fueron socorridos por la gente de la estancia, pero el capitán insistió en rescatar su navío al día siguiente y murió en el intento. En la “habitación del Capitán”, el confortable cuarto destinado a los huéspedes, se conserva gran parte de la brosserie que recubría las paredes del camarote del Capitán del “Anna”, junto con otros objetos del barco. Justo frente al casco de la estancia hay una extensa playa de 200 metros de ancho cubierta por una serie de dunas donde se practican cabalgatas, excursiones en cuatriciclo y en buggy. Y a unos 100 metros de la costa están todavía los misteriosos restos de metal del antiguo naufragio.
A 27 kilómetros de Chascomús –campo adentro y hacia el centro del corredor turístico– aparecen tras una arboleda las líneas de estilo colonial del casco de la estancia La Fe. Sus cuartos son muy espaciosos, al igual que los baños, con las grandes camas señoriales y muebles antiguos de madera para guardar la ropa. En invierno se duerme al calor de una salamandra o un hogar a leña. Y al abrir los ventanales por la mañana el trinar de todas las aves de la pampa inunda en un solo canto todo el cuarto. Junto al casco, en una mesa sobre el césped se sirve la mesa con el desayuno y la merienda.
La jornada en La Fe puede ser tan simple como pasarse la tarde tumbados en las hamacas paraguayas leyendo a la sombra de los árboles, o practicar diversas actividades como la arquería, paseos en bicicleta y cabalgatas. La pesca en el río Samborombón –que viborea por la pampa a 200 metros del casco de La Fe– es otro de los placeres en la estancia. Se trata de un río pequeño, pero durante una buena tarde pueden salir hasta 5 tarariras de un kilo, y también algunas lisas, bagres o carpas. En la noche se puede jugar un partido de pool, tocar la guitarra para honrar el pago con una milonga campera, o elegir alguna película por DirecTV.
Hacia el norte del corredor turístico –cruzando el río Salado y cerca de Punta Indio– existe una estancia llamada Santa Rita cuyos inciertos orígenes se han rastreado en los finales del 1700, lo cual la convierte en una de las más antiguas del país. Surgió al calor de la pugna por extender la frontera con el indio, y por esa razón su casco difiere bastante de otras estancias que se crearon en la zona con un estilo suntuoso y europeísta. Por el contrario, Santa Rita tiene una arquitectura típica colonial rioplatense –acaso única en la actualidad–, orientada hacia la funcionalidad de la producción. Por lo tanto es más simple y austera, con diez pabellones muy próximos uno del otro.
Hoy, Santa Rita recibe turistas y dispone de una casa individual que se alquila (la antigua casa de visitas de la estancia), un sector con cinco habitaciones situadas en un cuerpo aparte y unidas por una hermosa galería, y un sector de ocho dormis (de cinco camas cada uno), instalados en la antigua caballeriza reciclada que ofrece una alternativa económica de turismo rural.
A 150 kilómetros de la capital, en la localidad de Verónica –cabecera del Partido de Punta Indio–, el complejo de cabañas La Betty está ubicado dentro del Parque Costero del Sur, declarado Reserva de Biosfera por la Unesco. Allí mismo, entre las cabañas, ya se percibe la riqueza natural, donde confluyen las especies vegetales y animales de la llanura pampeana con las de la desembocadura del Río de la Plata. Las construcciones de madera están casi invadidas por la vegetación autóctona del parque y también por árboles frutales como manzanos, caquis, nogales, paltas, limoneros y guindos desperdigados en un área de tres hectáreas. A su sombra se levantan las tres cabañas, dos habitaciones, una pileta y un pequeño spa donde uno puede recostarse en un jacuzzi burbujeante y observar tras un ventanal a las ovejas del complejo pastando por el parque.
Las cabañas tienen capacidad para seis personas y están equipadas con heladera, DirecTV, cocina, una galería al aire libre y una parrilla individual que le permite al visitante prepararse su propio asado y al mismo tiempo reducir el costo de la estadía. Además de las cabañas, en La Betty hay un pequeño spa con gimnasio, sauna y un hidromasaje vidriado con vista a las arboledas. Allí se aplican masajes descontracturantes y reductores, drenajes linfáticos y también tratamientos de fangoterapia, máscaras de arcilla y compresas de jengibre.
En las afueras del poblado de Verónica existe una singular propuesta de agroturismo orientado al descanso y la pesca, que surgió sin querer cuando el dueño de casa decidió vender tierra fértil de su pequeño campo. Las máquinas excavadoras llegaban hasta los fondos de la casona de 1893 y dejaban unos enormes pozos en el suelo que fueron aprovechados para llenarlos con agua, sembrar peces y atraer pescadores. Y el ingenio resultó un éxito, porque ahora El Indio es un predio de 4 hectáreas con un bosquecito donde preparar un asado, tres hermosas lagunitas para pescar, y también la citada casona típica de campo –con gruesas paredes de adobe, conchilla y cemento–, que se alquila los fines de semana.
Nada se dejó librado al azar a la hora de planificar este singular “campito para la pesca”. Los dueños trajeron un biólogo para supervisar la siembra de truchas, pejerreyes y tarariras, y todo quedó listo para la práctica del spinning y la pesca con mosca, en unas condiciones bastante sencillas a decir verdad, ya que las lagunas están llenas de peces. Pero por un lado, no hay peligro de extinción, ya que la pesca es con devolución, y por el otro, nadie tiene el éxito asegurado porque las lagunas miden hasta seis metros de profundidad y un día ventoso los peces se pueden ir al fondo y dedicarse a ayunar para desconsuelo del pescador inexperto. Y un buen día, por supuesto, pueden llegar a picar entre 15 y 20 tarariras.
La idea básica en El Indio no es solamente que la gente vaya a pescar sino también que disfrute de un día de campo familiar, comiendo un buen asado.
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