CUBA > UN HOTEL CON HISTORIA
El emblemático hotel de la capital cubana, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue elegido como Mejor Hotel del Mundo del 2006. El galardón se desprende de la encuesta que realiza una consultora internacional. Desde 1930, un paneo por la historia del señorial edificio y sus célebres huéspedes.
› Por Fernando Dávalos
La deslumbrante noche del 30 de noviembre de 1930, inauguración del Hotel Nacional de Cuba, jamás tuvo precedente en La Habana. El enorme edificio y sus jardines parecían irradiar luces centelleantes. Largas hileras de lujosos autos mofletudos, de cornetas abrillantadas y radiadores de acero níquel avanzaban con lentitud hacia el zaguán de la flamante casona de la calle 21, donde diligentes door-boys se apresuraban a abrir las portezuelas para que damas y caballeros pasaran al gran lobby, o a sus salones y galerías profusamente iluminados.
Distinguidos gentlemen de engominados y alisados cabellos, algunos con largas boquillas y cigarrillos rubios de Virginia, y hermosas señoras de pinta nórdica, con su pelo “a lo garzón” y el rouge de sus labios en forma de corazoncito de tonos intensos, todos procedentes de Nueva York, iban llenando las terrazas. Prestos waiters ponían en sus manos todos los cócteles más conocidos del mundo –Manhattans, Martinis, scotch o cognacs–-, sin que nadie sintiera la ausencia de aquellos tragos que entonces no habían sentado cátedra: el hoy famoso Mojito, el Daiquiri y las demás mezclas con ron criollo de caña de azúcar, de las que ahora el Hotel Nacional es un santuario.
El hotel era invadido por selectos invitados, muchos llegados especialmente desde Estados Unidos en vapores o hidroaviones, al igual que los maîtres y barmen contratados para la ocasión. Se trataba, nada menos, que de la arrancada oficial del más importante hotel del Gran Caribe, concebido para captar el turismo rico de Norteamérica.
El lugar escogido para el hotel era el mejor del litoral habanero: el morrillo que en los viejos mapas se sitúa en el saliente costero de Punta Brava, antiguo sitio de desembarco de piratas. Durante el siglo XVIII los militares hispanos instalaron justo allí la famosa batería de Santa Clara, grandes piezas de cañón que aún perduran en los jardines del hotel, en sus emplazamientos originales. El que sobresale es el cañón “Ordóñez”, uno de los más grandes del mundo en su época, con una longitud de 11 metros. Desde los jardines, con sus pavos reales coqueteando entre bosquecillos de uva caleta, se domina el amplio horizonte marino.
1930 Entre los primeros huéspedes célebres se hallaba el popularísimo Tarzán. Una mañana irrumpió en el lobby del hotel la figura atlética de Johnny Weissmüller. Todos lo reconocieron y la noticia trascendió en La Habana, y no fueron pocos los que asistieron a la exhibición de natación que el actor-atleta hizo en la piscina del hotel, que aún se conserva.
“!Que se cae!”, exclamó el hoy profesor de Pediatría Eladio Blanco –y botones hace 65 años–, cuando Buster Keaton se inclinó peligrosamente al vacío sobre el alféizar de la ventana recién abierta de su habitación, tapándose la visión con la mano. Se trataba de otro gag del venerable actor que no reía pero que hacía reír, quien ya había ingresado al gran lobby simulando una rara y tortuosa cojera.
En la década del ’30, La Habana, con sus incipientes garitos, era para los norteamericanos una isla cercana y atrayente donde la discreción era cómplice. Por esa época se constata la llegada de los primeros hombres de la mafia norteamericana. Aparecen en los salones del hotel los mafiosos Santos Traficante y Meyer Lansky, únicas personas que podían acercarse al dictador Fulgencio Batista para dilucidar cualquier asunto de negocios, y quienes se apoderaron del control del casino del Hotel Nacional.
1940 Corren rumores de que sumergibles nazis salían a la superficie en la noche frente a La Habana, y hubo huéspedes que atisbaban el horizonte marino desde las habitaciones del hotel, para detectar, por pura curiosidad, alguno de aquellos U-boat cuya misión era hundir barcos cargados de azúcar cubano para el frente europeo. Quedan aún en pie los recuerdos de Fred Astaire bailando divertido en los salones del hotel, en tanto que Hugo del Carril se hospedaba y cantaba algunas noches. De esta época fueron huéspedes Jorge Negrete, Pedro Vargas y el extraordinario Cantinflas, entonces camino al éxito. También se reportaban por La Habana Libertad Lamarque, el Trío Los Panchos y el gran compositor Agustín Lara. Asiduas figuras de los periódicos del mundo albergaron las suites del hotel, como el príncipe Ali Khan y su esposa Rita Hayworth, los duques de Windsor (el matrimonio morganático del hasta entonces monarca inglés Eduardo VIII obligado a abdicar por su amor a una plebeya), y el británico Winston Churchill, que era particularmente cercano a los cubanos por su inveterada costumbre de fumar habanos.
El hotel se cerró a cal y canto el 20 de diciembre de 1946 para cualquier viajero ocasional que no estuviera invitado a la más grande reunión jamás convocada por la mafia. El propósito era la repartición de las áreas de influencia y los negocios ilegales en EE.UU. A partir de esta histórica cita, se abrieron de par en par las puertas del Norte a la cocaína. El hotel era considerado seguro para los gángsters ítalo-norteamericanos, que ganaban terreno en los hoteles, casinos y la prostitución. Las perspectivas de ampliar estas operaciones serían analizadas durante varios días en el segundo piso. Asistieron unos quinientos jefes, abogados y guardaespaldas de las familias de origen siciliano de Nueva York, Chicago y Nueva Orleáns, entre los que no faltaron Lucky Luciano, Frank Costello y Giuseppe Bonano. La gran reunión de La Habana, sin embargo, jamás ha sido señalada por la denuncia pública, al menos fuera de Cuba. No existió. Nadie supo de ella. Ningún policía se atrevió a seguir el hilo de pista alguna, porque todos los indicios se borraron. Ni siquiera Frank Sinatra, que fue acusado por algunos de haber amenizado las noches de jolgorio, aceptó haber venido a La Habana en aquellos días, ni que cantó hasta perder la voz.
De 1950 al 2006 A los visitantes norteamericanos se los solía identificar en aquellos momentos por sus llamativas camisas colorines y sus pamelas floridas. Cierto día, los empleados del hotel perciben la presencia de Marlon Brando, entonces en la cima de su popularidad. Más adelante, una figura femenina que alguien llamó “el animal más bello que existe” –Ava Gardner– hace también época por el hotel, que le sirvió de punto de partida para una activa vida nocturna en barrios de La Habana donde casi nadie nunca logró hallarla. En tanto, Ernest Hemingway se deja ver en las acogedoras barras del hotel, dado a sus famosas tertulias, y aún hoy se conserva un bello ejemplar de pez-aguja regalado por el escritor al bar Sirena.
La entonces muy célebre Josephine Baker, la hermosa mulata que danzaba casi desnuda cubierta con haces de bananas, se presenta en el hotel con su equipaje en 1951. A pesar de tener reserva, la gerencia se niega a aceptarla como huésped, aduciendo que carecen de capacidades habitacionales. Luego de una áspera discusión le ofrecen una habitación del entrepiso, generalmente usada por los choferes. En realidad, el gerente norteamericano hace válida la disposición de la empresa de que el hotel jamás ha tenido un negro alojado ni acepta gente de color entre los empleados. El único negro que trabaja allí para la época es un simpático cubano destinado al lobby pero disfrazado de eunuco de un harén árabe, que lustra los zapatos de los distinguidos clientes. Respecto de Josephine Baker, simplemente se fue a otro hotel.
Cuando Erroll Flynn llegó al hotel, con su fino bigote y ojos vivaces, y su dulce galanteo, sedujo a todo el mundo con su smoking impecable. Se lo solía ver salir, con alguna elegante dama, rumbo al cabaret Tropicana. En todo momento se mantuvo como el aventurero por excelencia de sus propias películas y hasta llegó a presentarse ante las huestes guerrilleras de Fidel Castro en 1958, con el propósito de enrolarse también, aunque sin conseguirlo.
El desgobierno de finales de década da carta abierta al juego y la prostitución. Se fraguan vastos planes para convertir a la capital de Cuba en una inmensa ciudad del placer, controlada por familias gangsteriles. Una noche de 1957 aparece una bandera revolucionaria roja y negra colocada subrepticiamente en una ventana del séptimo piso, a la vista de un sector muy concurrido de transeúntes. La Revolución está en puertas.
La irrupción revolucionaria detuvo en seco la tendencia que había entrado de lleno en el Hotel Nacional, ligada a la prostitución, el juego y la mafia, con la complicidad de personeros del gobierno de Batista.
En la década del ’90 el hotel fue totalmente remozado, con el objetivo de añadirle confort moderno, pero respetando rigurosamente los planos y detalles originales, como las galerías con arcos hispano-moriscos, al igual que el estilo Art Déco de algunos ángulos y la estética neoclásica y neocolonial que brindan eclecticismo a la arquitectura. Una compañía andaluza asumió el encargo de revestir de azulejos el gran vestíbulo, a sabiendas de que los nuevos debían reproducir exactamente los originales. Maestros de la porcelana y la cerámica reprodujeron cada loza del piso con sus correspondientes dibujos de origen hispano antiguo. Finalmente se buscaron muebles acordes con el ambiente general y la decoración se complementó con antigüedades extraídas de museos. Hoy en día es un lujoso hotel 4 estrellas, no por cierto el más suntuoso de la isla, pero sin dudas el más hermoso e interesante a la hora de elegir.
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