CHILE > RECORRIDOS POR LA CAPITAL
Una escala durante un viaje por el país vecino es la oportunidad perfecta para visitar Santiago de Chile. Una guía para conocer lo esencial de la capital chilena en dos días, desde la zona histórica hasta los nuevos barrios.
› Por Graciela Cutuli
Hay que volver a Santiago. Cruzar los Andes y asomarse a la ola de cambios que encara la capital chilena. Año tras año, plaza tras plaza, barrio tras barrio, Santiago se transforma y moderniza, discreta pero continuamente. La meta es el año 2010. Una fecha que parece muy remota para celebrar pero que en Santiago es una realidad cotidiana concretada en obras, carteles y anuncios de emprendimientos. Con estas transformaciones, se hace cada vez más evidente también la dicotomía entre el centro de la ciudad, de herencia hispánica, y los barrios “altos” (tanto por el relieve como por el nivel de vida de los habitantes), que expresan sus “relaciones carnales” con el modelo norteamericano, desde la organización de las calles hasta las marcas en las vidrieras. Son dos ciudades en una. Dos recorridos paralelos en una visita al mismo lugar. El tiempo de un fin de semana largo, o durante una escala en un viaje por Chile, Santiago merece por supuesto más que 48 horas para recorrerla, descubrirla y conocerla. Pero es una buena meta también para conocer lo esencial, concentrándose en todo lo que es imprescindible ver y conocer.
Detrás del Aconcagua, escondida en un valle bajo una gruesa capa de smog, la tentacular Santiago que abraza con sus brazos de barrios y autopistas las montañas que la rodean poco tiene que ver con aquella colonia fundada por Pedro de Valdivia en 1540, entre el cerro Santa Lucía y el gélido río Mapocho. De la época colonial quedan muy pocas construcciones en todo el casco histórico de Santiago. No se debe tanto el paso del tiempo y las exigencias de la modernización como a los terremotos que remodelaron la ciudad y aggiornaron su arquitectura. En dos oportunidades, 1647 y 1730, fue prácticamente destruida por completo: el edificio más antiguo de la Santiago original que quedó en pie es la Iglesia de San Francisco, de 1618. Se encuentra bordeando la avenida Libertador O’Higgins, una larguísima calle que forma como un tajo sobre el mapa de la ciudad. La primitiva capilla de adobe se derrumbó por un terremoto en 1583, en tanto la iglesia actual fue construida con dinero enviado por Felipe II. Se dice que en Santiago el suelo se sacude casi a diario: aunque sea de manera imperceptible, los sismógrafos registran una actividad telúrica permanente. En los edificios contiguos del convento franciscano está hoy día el Museo San Francisco, dedicado al arte religioso, con interesantes piezas de la época colonial.
Otra rareza colonial, también transformada en la actualidad en museo, es la Casa Colorada, que se encuentra a poca distancia. Es una construcción de 1769 y fue la residencia de Mateo Toro y Zambrano, quien fue presidente de la Primera Junta de Gobierno. Esta junta tomó el poder en 1810 en nombre de la corona de España, primera etapa de un proceso que llevaría a la independencia de Chile años más tarde. La casa es hoy la sede del Museo Histórico de Santiago. En cinco salas recrea las sucesivas épocas de la ciudad, desde la prehispánica hasta la republicana. Su fachada roja se destaca entre las grises caras de edificios más discretos que la rodean. Sus balcones, y el techo a dos aguas, le dan un aire a la vez colonial español y centro-europeo.
A pocos metros se encuentra la Plaza de Armas, corazón mismo de la ciudad. Esta plaza, muy cuidada y florecida en verano, al estilo europeo, con profusión de plantas, de árboles y flores, es a la vez un lugar de encuentros, de protestas y de paseo. Los padres hacen retratar a sus hijos como huasos (gauchos) montados sobre ponies de juguete, vestidos con los colores nacionales, mientras los transeúntes se refrescan en los quioscos a la sombra de las palmeras y los curiosos deambulan entre los quioscos de la feria de artesanías. La Catedral, construida en 1748, bordea uno de los costados de la plaza. Prolongando su fachada, el Museo de Arte Sacro atesora más riquezas todavía y una biblioteca, donde se guardan libros de gran valor del siglo XVI junto a manuscritos de Bernardo O’Higgins. En diagonal, sobre otro costado de la plaza, está el edificio neoclásico del Correo Central, donde hay un museo temático. Al lado se levanta el Palacio de la Real Audiencia y Cajas Reales, un largo título para una también larga fachada neoclásica que hoy es el Museo Histórico Nacional. En su interior tiene interesantes colecciones sobre los tiempos prehispánicos, los primeros tiempos de la colonia y el desarrollo de Chile hasta hoy. Esta cuadra se completa con otra fachada neoclásica, la de la Municipalidad de Santiago, en el emplazamiento del Cabildo.
Hay muchos otros edificios y museos interesantes para conocer la cara histórica de la ciudad. Pero no se puede pasar por alto el histórico Palacio de la Moneda. Este imponente edificio, de una manzana entera de superficie, fue inaugurado en 1805. Se pueden cruzar sus dos patios interiores, el de los Naranjos y el de los Cañones.
Saliendo de las calles estrechas del barrio cívico, donde se concentran los edificios históricos, con buena parte de sus calles peatonales y comercios, se puede conocer otra faceta de la capital chilena. A pocas cuadras de la Casa Colorada se llega a un costado del cerro Santa Lucía. Mirador natural de Valdivia para defenderse contra los indígenas en los primeros tiempos de la colonia, este cerro es hoy un jardín en el corazón mismo de la ciudad. Parquizado con flores, escalinatas, fuentes y un mirador en la cumbre, es el paseo preferido de los “pololos” (los enamorados) durante el día.
Un punto de la geografía del Santiago bohemio, como los habitantes llaman a estos barrios y lugares donde se concentran los restaurantes y zonas de ocio, es el barrio París-Londres, del otro lado de la avenida O’Higgins. Este sector de calles sinuosas se dedicó al turismo y a las artes. Tiene cierto aire europeo y es un lugar con muchas opciones a la hora de elegir un restaurante. A pocos pasos se encuentra la principal feria artesanal de Santiago, donde se pueden comprar recuerdos como las clásicas joyas de lapislázuli (hay que tener cuidado con las imitaciones). Además hay un centro de artesanías –indígenas esta vez– muy interesante al pie del cerro Santa Lucía, con producciones de artistas mapuches, aymaras y de la Isla de Pascua.
Otro cerro desde donde se divisa una hermosa vista de la ciudad es el San Cristóbal, al que se puede subir por teleférico o funicular. Detrás de la ciudad y su cortina de smog, se ve la Cordillera de los Andes y sus nieves eternas. Al pie del cerro, el barrio de Bellavista es una zona de restaurantes. En esta zona está la casa “La Chascona”, la última de las tres moradas que Neruda tuvo en su país (las demás están en Valparaíso y en Isla Negra). De fachada discreta, pintada de azul, y con un juego de aguas en la callecita sin salida que lleva hasta el ingreso, es como un oasis de tranquilidad a pasos del bullicio. La casa es hoy un museo.
Para una visita breve se puede terminar este recorrido “bohemio” por uno de los “bares clandestinos”. Generalmente ubicados en zonas alejadas del centro, eran bares que seguían funcionando bajo la dictadura luego del toque de queda, a puertas cerradas y sólo para habitués.
Al pie del cerro San Cristóbal y del otro lado del Mapocho (canalizado y con riberas parquizadas) está el barrio de Providencia. Con Las Condes, representa la otra cara de Santiago. Calles prolijas, condominios de pocos pisos, casas con jardines, centros comerciales, restaurantes con terrazas sobre la calle y avenidas floridas predominan en este barrio de clase media alta.
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