Dom 28.07.2002
turismo

MEXICO EN LA COSTA DE OAXACA

Estar en Mazunte

Playas casi deshabitadas, acantilados y rocas erosionadas por el viento y el mar que forman torres y túneles. En ese paisaje onírico de la costa sobre el Pacífico del estado de Oaxaca, está Mazunte, un pueblito de pescadores con cabañas sobre los cerros frente a una bahía de aguas color esmeralda. Un lugar donde sólo se trata de estar allí; lo demás lo proveerá la naturaleza y esa magia mexicana que todo lo envuelve.

Texto y fotos:
Florencia Podesta

En cuestión de playas, México tiene para elegir: si queremos evitar las de Acapulco, y no nos convencen las aguas siempre lánguidas del Caribe ni el alboroto de Cancún, una elección recomendable es la Costa Chica del Pacífico oaxaqueño, que goza de una atmósfera más relajada y espontánea. No se trata de una zona virgen al turismo, sino que aquí el turismo es diferente: los visitantes no parecen estar en pos de un “shock de descanso”; es más, no parecen pretender otra cosa que estar, simplemente; lo demás lo proveerá la naturaleza.

De la sierra al mar Llegar desde el interior es una aventura. La tierra de Oaxaca es pura montaña hasta que se cae en el mar. Con un colectivo local atravesamos la Sierra Madre del Sur, un paisaje que jamás imaginamos para el sur de México: montañas con cumbres sumergidas en niebla, bosques de pinos y frío. Poco a poco el colectivo baja las curvas vertiginosas y el aire se vuelve tibio; los pinos desaparecen y llega la selva, con sus pueblos que apenas logran hacerse ver entre el verde del follaje y las buganvillas de cien colores. Por fin, venidos del confín del cielo, aparecemos a nivel del mar: Puerto Angel.
Puerto Angel es solo la “puerta civilizada” de lo que nos espera. Vamos hacia el oeste, a conocer una de las costas más espectaculares del país. Playas casi deshabitadas, acantilados y rocas erosionadas por el viento y el mar que forman torres y túneles, extraños relieves de un paisaje onírico. Al oeste de Puerto Angel encontraremos Mazunte, pueblito de cabañas y palapas sobre las montañas, en una bahía de aguas color esmeralda dividida en dos por un cerrito. Detrás de la Punta Cometa, otra bahía deshabitada y espectacular se abre al mar abierto: Playa Mermejitas. Es demasiado fácil enamorarse de Mazunte. Al llegar tenemos la extraña sensación de estar finalmente en casa.
Los lugareños nos cuentan que Mazunte fue un pueblito pescador que creció alrededor de la industria de la matanza de tortugas marinas. Desde que en 1990 el gobierno prohibió la captura de tortugas, la economía del pueblo comenzó a sustentarse en un turismo que hasta el momento se mantiene cuidadoso del medio ambiente.
Los pescadores de Mazunte salen al mar antes de que nazca el sol. Van a recoger las redes que fondearon por la noche, y luego realizan la pesca “manual”; es decir, usan anzuelo y carnada pero no usan caña: la tanza la sostienen con la mano y es a puro brazo como sacan peces que a veces los superan en tamaño. Si entablamos una relación cordial con algún pescador podemos pedir que nos inviten a pescar con ellos.

Dia de pesca Planeamos una salida de pesca con “el Pollo”, uno de los pescadores locales más experimentados. En plena noche todavía, somos convocados como conjurados a la playa. En el horizonte, la luna y un resplandor entre gris y violeta. El mar está tranquilo, pero así y todo es un arte entrar con la lancha de frente en la ola. Pollo y sus ayudantes comienzan a levantar las redes. Sale de todo: rayas, tiburón, madregal, medio-pescado (lenguado), barrilete, atún. Sale también una tortuga; los pescadores la devuelven pronto al mar, ya que su captura está prohibida. Nos rodean decenas de pájaros; muchos los vimos en la costa, como los pelícanos y los fragata. Otros parecen mostrarse solo en altamar, como algunos gaviotones gigantes tipo albatros, gaviotines y cormoranes.
Mientras todo esto sucede hay un cambio en el aire; la luz se aclara, los colores se saturan, y uno de los pescadores aprendices, un niño de 11 años, dice en voz baja: “el sol”. Lo que sucede cada día, hoy es especial para nosotros. El sol enciende el agua hasta volverla oro líquido, mercurio rosado. Es un momento intenso y breve, como todo lo bueno.
Pero la mañana trae más emociones. Al rato alguien señala a lo lejos, “¡una ballena!”. Dos ballenas, tal vez dos orcas, surcan el mar a cierta distancia. Saltan, exhiben la cola, juegan. Nosotros, pequeña isla humana, nos maravillamos de la gracia delicada en los movimientos de estos animales colosales.
Entonces llega el momento de la pesca “al estilo local”; la lancha avanza arrastrando una tanza con anzuelo, que se sostiene con la mano. De pronto, un tirón fuerte avisa que se trata de un animal grande y detrás de la lancha emerge una forma vertical enorme, incomprensible, que se hunde otra vez. “¿Qué es eso?” preguntamos. “Un pez vela”, dice Chico, otro de los pescadores. Luego de un buen rato de trabajo duro, a pura fuerza de brazo, saca del agua este animal magnífico de más de 2,5 metros de envergadura.
Si no nos animamos a la pesca, basta calzarnos un snorkel y salir a uno de los dos arrecifes que existen a pocos metros de la playa (cada uno en una punta de la bahía). Donde creíamos que solo había agua azul vamos a descubrir pulpos, corales de colores, estrellas de mar, morenas, peces loro, mariposa, payaso y cientos de especies de arrecife, de colores centelleantes. A veces, cuando llega alguna corriente particular, desde cualquier colinita o elevación podremos ver manchones oscuros que se mueven como nubarrones en el agua transparente: son millones de sardinitas y “ojotones” (porque tienen ojos grandotes). En un día así, el mar y la playa hierven con la presencia de cientos de pájaros fragata, águilas pescadoras, cormoranes y pelícanos que desde que amanece hasta que cae el sol se lanzan al mar desde el cielo como balas, y siempre emergen con el pico lleno.

Un lugar mistico Se dice que Mazunte es un lugar “alternativo”. Sin cuestionar demasiado lo oportuno del término, podemos afirmar que varias cosas dan motivo a esta fama. “Hace unos pocos años Mazunte era un lugar completamente salvaje”, cuenta Guido Rocco, uno de los primeros en establecerse en la bahía. “Pero a principios de los 90 se celebró aquí un Consejo de Visiones” (una especie de asamblea libre en donde se proponen, discuten y practican nuevas forma de vivir en armonía con la tierra) con gente que venía en su mayor parte de Tepoztlán.” Ese año llegaron por primera vez muchas personas, mexicanos, latinoamericanos, italianos, alemanes, españoles, gente de todo el planeta, acampando en la playa, haciendo música, talleres, proyectos, reuniones. Así el nombre de Mazunte comenzó a circular.
Y esta historia dejó huellas interesantes en el espíritu de Mazunte. Por ejemplo, en las frecuentes prácticas matutinas de Tai Chi Chuan y yoga. O en las cabañas Balam Juyuc, donde se realiza el ritual del Temascal (una especie de sauna curativo indígena) cada luna llena. O en la Posada del Arquitecto, cuyas cabañas fueron construidas según los criterios de la bioarquitectura, concibiendo la forma de cada cabaña según el relieve natural del terreno, en un estilo minimalista que usa materiales naturales nativos como palma, bambú, adobe, caracoles, piedra, madera y cocos.
También dejó su huella en el ritual más bello de Mazunte, el adiós al sol. Como respondiendo a un llamado inaudible, la gente comienza a moverse. Todos dejan lo que estaban haciendo: cocinar, trabajar, leer, conversar, nadar, todo se interrumpe con la luz que cambia del blanco casi azul al amarillo, y del amarillo al rojo. La procesión camina hacia la Punta Cometa, la península de roca que avanza en el mar, casi una isla entre otras rocas-isla. Algunos llevan tambores, otros llevan flautas. Todos nos reunimos en la “cabeza” del “cometa”, cima que se lanza en un abismo sobre el mar, a la altura de los vientos. Desde allí nuestros ojos abarcan hacia adelante todo el horizonte marino y hacia atrás toda la bahía de Mazunte y la playa vecina, la salvaje Mermejitas. A veces la ofrenda es solo la música de tambores, un instrumento y un sonido muy “de tierra”. Otras veces se agrega el silbido vibrante del caracol maya. Otras veces es solo silencio. El sonido de los tambores puede inquietar a los pelícanos, que comienzan a surcar el cielo en bandadas de veinte o treinta formados en V. Como participando de la ceremonia vuelan sobre nosotros,muy cerca, moviéndose como un único organismo danzante que planea hacia el último fulgor del sol.

Subnotas

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux