Dom 19.11.2006
turismo

MEXICO > FESTEJOS TRADICIONALES Y PATRIóTICOS

Noviembre mexicano

México es un mundo aparte. Una civilización antiquísima y una cultura multiforme. Tradiciones como el Día de Muertos, los alegres mariachis y las celebraciones a la Virgen de Guadalupe. Y el 20 de noviembre también flamean las banderas para conmemorar el aniversario de la Revolución de 1910.

› Por Graciela Cutuli

Pagano y religioso, indígena e hispano, montañoso y marítimo, alegre y melancólico, México es un mundo concentrado en un solo país, acunado por la música de los mariachis e iluminado por la fuerza de tradiciones capaces de revitalizarse con el paso de los siglos. Como un buen picante, México tiene un sabor que perdura. Y una visita a la capital es una buena ocasión para probarlo. Sobre todo en estos días, cuando todavía perdura el eco del Día de Muertos –una de las más llamativas y profundas celebraciones mexicanas– y están a punto de comenzar otras dos fiestas: el aniversario de la Revolución, el 20 de noviembre, y en diciembre los homenajes a Nuestra Señora de Guadalupe, la patrona de México.

EL DIA DE MUERTOS Quien llegue a México con la estantería muy armada, por decirlo en términos coloquiales, ya la puede ir desarmando. Porque a este “país surrealista” (lo dijo nada menos que André Breton, y algo sabía del tema) hay que recibirlo con los brazos y el corazón abiertos, sabiendo que el “ahorita” mexicano puede ser mañana y que, lejos de la tristeza, el homenaje a los muertos se hace con música y banquetes. La fiesta del Día de Muertos coincide, no por casualidad, con las conmemoraciones católicas del Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, los primeros días de noviembre. Los orígenes son más que antiguos: hace por lo menos 3000 años los indígenas de esta parte de América honraban a sus muertos en rituales relacionados con la muerte y el renacimiento que se realizaban en el noveno mes del calendario solar azteca (aproximadamente a principios de agosto). La irrupción española provocó un sismo en las costumbres: el intento evangelizador desplazó la fiesta indígena hacia principios de noviembre, para hacerla coincidir con las fiestas religiosas católicas, pero no pudo quitarle la convicción de que los espíritus de los muertos regresan desde Mictlán, su morada final después de la vida terrenal, para visitar a sus parientes. Este encuentro con los antepasados –el 1° de noviembre con los niños fallecidos, el 2 de noviembre con los adultos– se anuncia desde varios días antes con agitación en los mercados y la preparación del altar familiar en cada casa: con el fin de atraer a los espíritus, se colocan allí los objetos y comidas favoritos de los muertos, sin olvidar la representación de los cuatro elementos fundamentales: la tierra, bajo la forma de frutos; el viento, en la forma de papeles livianos que se mueven al menor soplo; el agua, en un recipiente para que las almas calmen su sed; y el fuego, en las velas rituales que acompañan el altar. Durante dos días y dos noches, grandes y chicos, en las casas y en los cementerios, realizan la velación de los muertos. Y se multiplican por doquier los llamativos simbolismos asociados a esta fiesta: las calaveras de azúcar que todos se regalan entre sí, las rimas o “calaveritas” satíricas que bromean con la muerte, los esqueletos, las máscaras y los dulces “panes de muerto”.

MARIACHIS DE REVOLUCION El epicentro de los mariachis está en Plaza Garibaldi, no muy lejos del centro de la capital, donde estas tradicionales bandas deparan música y alegría a cambio de poco dinero. Populares como pocos, tienen orígenes algo oscuros, aunque en general se dice que derivan de las bandas que cantaban en Jalisco –donde había numerosos pobladores franceses– para los casamientos (“mariage” en francés) y otras fiestas, a fines del siglo XIX: de allí la deformación de la palabra original habría derivado en “mariachi”.

Como sea, son un espectáculo cotidiano: día y noche, los mariachis apostados en la plaza aguardan la llegada de turistas que esperan verlos cantar, y también a los mexicanos que los contratan para alegrar sus fiestas. Todo empezó por los años ’20, cuando un grupo de mariachis de Jalisco tuvo tanto éxito en la ciudad que el alcalde les permitió elegir un lugar público donde tocar, y ellos eligieron la plaza, entonces llamada Santa Cecilia. Con el nombre de la plaza ya cambiado a Garibaldi, y adornada por las esculturas de los principales cantantes y artistas populares mexicanos, la tradición se perpetuó y hoy es una de las más pintorescas e imperdibles de la ciudad. Conviene llegar en torno del mediodía para desayunar (mejor de lunes a viernes, para evitar las aglomeraciones del fin de semana) y luego recorrer la plaza y las calles aledañas, donde viven muchos de los mariachis que ofrecen su canto. En estos días, el mejor momento para visitar la plaza Garibaldi es el 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, ya que los mariachis celebran especialmente la fecha tocando durante todo el día sus serenatas, boleros y rancheras en homenaje a la protectora de la música. Y como culminación, en la parroquia barrial el Niño Jesús es llevado a la calle y vestido con la ropa tradicional del charro mexicano.

Los mariachis también son protagonistas en estos días por su participación en la celebración por el aniversario de la Revolución de 1910, que se realiza el 20 de noviembre. La conmemoración tiene una parte de ceremonias cívicas, con las autoridades políticas y el presidente de México; una parte deportiva con desfiles de distintas disciplinas, en la que participan los niños de las escuelas; y una parte musical, con la alegría de los charros y los mariachis. Este año, sin embargo, habrá cambios: la anunciada cancelación del desfile deportivo, en el contexto de disputas poselectorales, le dará al aniversario otro carácter. Está por verse si es el comienzo de una nueva tradición, o una modificación pasajera, pero sin duda no afectará la alegría y los versos de los mariachis, alma de México, que seguirán sonando sus trompetas y sonriendo bajo sus anchos sombreros para emprender una vez más uno de los tradicionales estribillos que los identifican: “México lindo y querido, /si muero lejos de ti, /que digan que estoy dormido /y que me traigan aquí”.

GUADALUPE, LA PROTECTORA Se diría que las celebraciones no cesan, ya que en estos días también cientos de miles de personas son esperadas en la basílica de la Guadalupe, la iglesia dedicada a la Virgen patrona de México, en las faldas del cerro del Tepeyac. El culto nació a partir de las apariciones de la Virgen al indio Juan Diego, en 1531: hoy día, unos 20 millones de peregrinos pasan cada año por la basílica, una de las más importantes de América latina, casi la mitad de ellos en los días precedentes al 12 de diciembre, cuando se realiza la fiesta de la Guadalupe. En realidad se trata de un conjunto de varios edificios, entre los cuales se destaca la “nueva” basílica, construida hace tres décadas –fue inaugurada el 12 de octubre de 1976– para reemplazar a la iglesia anterior, que sufría importantes problemas estructurales. La “antigua” basílica, hoy convertida en Templo Expiatorio a Cristo Rey, fue levantada en el siglo XVIII, pero la suma de una estructura pesada y un suelo blando le provocaron grandes daños: eso provocó su cierre y el comienzo de un proyecto de recuperación aún en curso.

El conjunto de edificios religiosos abarca también la parroquia de las Capuchinas y el templo del Pocito, donde siglos atrás –no mucho después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe– se empezaron a atribuir propiedades milagrosas a un manantial del cerro. No tardó en convertirse en un nuevo centro de peregrinación, primero con una sencilla construcción y luego con una iglesia barroca terminada en 1791.

El 12 de diciembre, día central del homenaje a la Virgen de Guadalupe, las celebraciones comienzan con las “mañanitas” que interpretan los conjuntos musicales, seguidos por grupos de danzas que, llegados desde todos los puntos cardinales de México, alegran la fiesta durante horas. Por supuesto, la celebración supera los límites de Ciudad de México y abarca a todo el país: por algo hay quienes dicen que, si el milagro de las apariciones puede ser discutido, lo que no puede discutirse es el milagro de la unidad mexicana que logra la devoción a la Guadalupe. Y si es lindo ver en la basílica y en toda la ciudad la devoción que se reaviva en torno del 12 de diciembre, lo es más todavía porque éstos son los días del Adviento, y la preparación de la Navidad se vive también con la pasión y el picante que le ponen los mexicanos. Aunque la música, esta vez, haya cambiado a los mariachis por los tradicionales villancicos.

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