CORRIENTES > PESCA, ESTEROS Y RELIGIóN
Flanqueada por el Paraná y el Uruguay, y permeada por el agua, Corrientes ofrece a los visitantes el fascinante mundo acuático de los Esteros del Iberá y excepcionales jornadas de pesca. Pero su arraigada e inconfundible cultura de raigambre guaraní también invita a recorrer la provincia para conocer su historia, sus mitos y leyendas, así como la profunda religiosidad popular que expresa el culto al Gauchito Gil y a San La Muerte.
› Por Julián Varsavsky
Corrientes está flanqueada por los ríos Uruguay y Paraná, y además está cortada al medio por la gran masa de agua de los Esteros del Iberá y su prolongación en el río Corriente (así, en singular). Este contorno tan bien delimitado que aísla a la provincia podría explicar la fuerte identidad de Corrientes, casi un “país” aparte dentro de la vasta Argentina.
La “patria correntina” –donde nació San Martín– tiene su propia religiosidad católica, marcada por un santoral bastante pagano, y un idioma, el guaraní, que es minoritario pero cuya musicalidad perdura en la entonación del castellano. También tiene una fisonomía corporal originaria de los guaraníes que incluso mestizada es inconfundible todavía en los ojos semi rasgados y una piel color canela extremadamente suave de muchas personas. Además hay en Corrientes una música y una gastronomía tan propias como la personalidad de su gente de campo, notablemente calma y a su vez explosiva, a quienes el enervante clima les penetra el espíritu y les da cierta aura de indómitos, apasionados y violentos, siempre con el facón en la cintura como “arma” de trabajo.
HISTORIAS MILAGRERAS Ya antes de ingresar a Corrientes –desde Misiones, Santa Fe o Entre Ríos– proliferan junto a la ruta unos altarcitos rojos rodeados de cañas tacuara clavadas en el suelo con un banderín triangular en la punta. Desperdigada en todo el país por los camioneros, esta manifestación de la religiosidad correntina que es el Gaucho Gil –al que se le pueden pedir tanto cosas buenas como malas– prenuncia la llegada a alguno de los ríos que rodean la provincia; mientras más cerca, cada vez hay más de esas “casitas” rojas.
Desde su fundación en 1588 por Juan Torres de Vera y Aragón, Corrientes ha sido tierra de historias milagreras. Apenas una semana después de ser fundada, un grupo de guaraníes rodeó la primera fortificación de la ciudad y prendió fuego a una cruz que no se quemaba de ninguna manera. Y para acentuar lo prodigioso, cuentan que un rayo habría fulminado a uno de los indígenas, quienes huyeron llenos de espanto. Creada con un interés muy concreto –como cualquier historia–, la del Milagro de la Cruz es apenas una más entre las tantas que ya tenían de antemano los guaraníes, como aquella de la flor de irupé, una planta que flota en los esteros con una sola hoja circular. Según la leyenda guaraní, esta planta se creó un día en que una vanidosa india amada por un guerrero quiso demostrar su poder sobre el hombre, arrojando una pulsera al fondo de un río. El enamorado fue en su búsqueda y como no salía, la india se arrojó también con desesperación, y ninguno de los dos volvió a aparecer. En su lugar brotaron dos plantas circulares con una hermosa flor amarilla en el centro.
Todavía existen gauchos en Corrientes que hablan entre ellos en guaraní, especialmente cuando hay forasteros presentes. Y no son pocas las creencias guaraníes que perduran en la cultura popular. Cualquier pueblo de la provincia tiene su propio “aparecido” y sus reglas para no evocarlo, como no silbar en la noche, “para que a uno no lo persigan las ánimas”. El pombero es el más famoso porque embaraza a las “guaynas” sin que ellas se percaten, en general a la hora de la siesta, cuando toman un baño en el río. La Pora –”duende” en guaraní– es otro aparecido muy temido en las zonas de campo que se esconde entre las plantas y agarra desprevenido al que ande solo. Y el otro que siempre “se” aparece es el yaguá bicho o lobisón, el séptimo hijo varón que en las noches de luna llena adquiere la forma de un perro feroz y sólo puede matarse con balas de plata.
VIDA EN LOS ESTEROS En pleno centro de la provincia, los Esteros del Iberá son el principal atractivo turístico de Corrientes. Este gran humedal pantanoso formado en una hoyada de apenas dos metros de profundidad abarca un área donde cabe 65 veces la ciudad de Buenos Aires. Un camino de tierra une la ciudad correntina de Mercedes con Colonia Pellegrini, un pueblo también con calles de tierra y varias hosterías turísticas.
Casi siempre, la primera salida se hace a la mañana siguiente del arribo, desde el amarradero de la posada elegida. A los 15 minutos de navegación se llega a la zona de los estrechos canales donde habita la fauna de la reserva. Y al aminorar la marcha el encuentro con los animales es inmediato. Los primeros en aparecer son los carpinchos, unos roedores que se pasan casi todo el día inmersos en roer y roer los pastos.
La presencia de las aves es la más ruidosa y contundente. Los chajáes acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cuturí, con sus alas negras y una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre las multitudes de camalotes color lila anda a los saltos el gallito de río, siempre mirando al suelo y atrapando insectos con su pico desproporcionadamente largo.
Para muchos, el leitmotiv de los esteros es la zona donde proliferan los yacarés. Llegado cierto punto hay decenas de ejemplares a la vista, que permanecen estáticos como si estuvieran a la expectativa de algún festín. Algunos miden hasta 2 metros y a veces lanzan una especie de soplido terrorífico que hiela la sangre.
Una cabalgata por los alrededores de los Esteros del Iberá es una buena oportunidad para conocer las casas de adobe –sin luz ni agua– desperdigadas en las afueras de Colonia Pellegrini, donde el mismo tendal de la ropa sirve a veces para secar al sol la carne salada (el charqui). El guía es un paisano correntino que cuando se cruza con otros hombres a caballo intercambia con ellos unas palabras en guaraní. A medida que uno se adentra en las zonas anegadas, proliferan las palmeras yatay y aparecen los teros, los chajáes e infinidad de cotorritas.
Pero lo más interesante de este paseo es poder compenetrarse un poco con la cultura gaucha local, siempre y cuando uno se las ingenie para lograr hacer hablar a los paisanos. Y el que no lo logre tendrá que contentarse observando la indumentaria particular del gaucho correntino. La silla de montar se llama cirigote en Corrientes y el rebenque, “cola de lagartija”. La bombacha de estos gauchos es siempre oscura, usan camisa de algodón marrón o azul y una faja tipo vasca encima de la cual va un cinto ancho con dos a cuatro hebillas. El cuchillo va del lado derecho de la cintura, entre la faja y el cinto. Y por último el sombrero, siempre de paño negro, tiene copa quebrada hacia arriba sobre la frente. En los pies calzan por lo general alpargatas, a las que les agregan espuelas, ya que las botas de cuero no son muy prácticas en zonas anegadizas.
GIGANTES DEL PARANAEn el centro norte de la provincia, la localidad de Itá Ibaté se ha convertido en una suerte de meca para los amantes de la pesca deportiva. Junto a una barranca de tierra roja, las aguas del río Paraná son pródigas en ejemplares gigantes de dorados y surubíes dispuestos a dar batalla.
La jornada de pesca comienza a las 8 de la mañana y un aura de ritual rodea los preparativos. La primera recomendación es salir con un guía del lugar versado en los secretos del río. Esto es fundamental para garantizar buenos resultados, ya que la pesca está muy lejos de ser puro azar. Subiendo contra la corriente, se ingresa en una zona de islas por donde se avanza entre dos paredes vegetales de 20 metros de altura. A partir de allí, sólo resta tirar la caña y esperar.
Toda esta zona del Paraná es privilegiada en cuanto a la magnitud de las piezas. En el comedor del complejo Barrancas de Brenn –que ofrece alojamiento para pescadores– se exhibe la foto de un pescador posando con un monstruoso surubí de casi dos metros y 89 kilos de peso. La pieza es el record de toda la zona y fue pescada en octubre de 2001. En el caso de los dorados, el record es uno de 27 kilos, también pescado en octubre, pero de 2000.
En todo lugar de pesca la noche es el momento de la charla y el relato de las hazañas, como la de aquel hombre que estaba en la zona por un viaje de negocios y aprovechando un día libre se fue a pescar, y tuvo la suerte de sacar un surubí de 32 kilos. Varios de los pescadores son misioneros que vienen de Posadas a pasar el fin de semana en carpa. Uno de ellos cuenta que una vez sacó 43 bogas en un solo día, en un lugar cercano que no quiere revelar. Otro de ellos asegura que “todos los pescadores somos mentirosos, pero en este caso es verdad; tengo testigos... una vez acá saqué un dorado de 16 kilos con 800 gramos”.
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