Dom 14.01.2007
turismo

RELATOS DE PIONEROS > RICHARD FRANCIS BURTON

La pasión de un viajero incansable

Muchos exploradores del siglo diecinueve develaron los misterios de paisajes, pueblos y culturas nuevas. Uno de ellos, sir Richard Francis Burton, gran viajero y escritor, fue el primer occidental en penetrar en las ciudades prohibidas de la Meca y Harar, luchó por descubrir las fuentes del Nilo y tradujo las historias de Las mil y una noches.

› Por Marina Combis

“Un camino no es el camino, o cada uno tiene el suyo”, explicaba a sus discípulos el pensador chino Lao-Tse, varios siglos atrás. En plena época victoriana y al otro lado del planeta, el inglés Richard Francis Burton había encontrado su propio camino. Lingüista, científico, agente secreto, antropólogo, soldado y poeta, este aventurero estaba predestinado a descubrir otros universos. Era un hombre apasionado por el conocimiento, viajero incansable, maestro de la espada y escritor pródigo. Fue el primer hombre blanco en ver en persona la Piedra Sagrada de la Meca y en entrar, gracias a la maestría que detentaba en el uso del disfraz, en la ciudad prohibida de Harar.

Burton había nacido el 19 de marzo de 1821 en el condado británico de Hertfordshire, lugar que porta como lema la frase “Trust and fear not” (“Cree y no temas”), como una suerte de presagio de la vida de su ciudadano más famoso. La niñez de Burton se inscribió en el seno de una rigurosa familia de la ortodoxia inglesa. Luego de un paso fugaz por la Universidad de Oxford fue descubriendo su fascinación por los idiomas, y así llegó a dominar casi treinta lenguas y dialectos diferentes.

Alrededor de los veinte años se alistó en el ejército de la Compañía de las Indias Orientales, donde permaneció por siete años. Su aspecto físico era el de un hombre fornido, de elevada estatura y tez morena, por lo que recibía el apodo de “gitano”. Su habilidad para confundirse con los pobladores de la India, como un nativo más, gracias a su destreza con el idioma y su capacidad histriónica, le permitieron convertirse en un espía destacado para la armada británica. La imaginación incansable de Burton iba más allá: simulando ser un comerciante mitad árabe y mitad iraní alquiló un negocio en el mercado de la ciudad, inundado por una sinfonía de olores, sudor y comida. Día a día conversaba con la gente del mercado mientras acumulaba información para su gobierno.

En ese tiempo, este oficial devenido espía comenzó su búsqueda espiritual a través del consumo de opio y extrañas bebidas, mientras se interesaba por la cábala, la alquimia, el cristianismo y las religiones orientales. Debido a las fuertes epidemias que azotaron la región donde Burton ya había logrado confundirse con el paisaje, regresa a Inglaterra y vuelca las impresiones de viaje en su primer libro, Goa y las montañas azules, una suerte de guía práctica de ese poco conocido estado de la India.

Su pasión por la esgrima lo llevaría más tarde hasta Boulogne, en Francia, donde entabló una peripecia amorosa con la bella y ferviente católica Isabel Arundell, su futura esposa, criada en una rica familia de moral victoriana. Para ese entonces, Burton no contaba con fortuna alguna y ya se inclinaba por el conocimiento intuitivo y esotérico. Más tarde se volcaría a los misterios del sufismo y defendería los beneficios de la poligamia.

CIUDADES PROHIBIDAS La voracidad de Richard Francis Burton por traspasar las barreras de lo desconocido no se había apagado. Más aún, su búsqueda apenas comenzaba. En 1853 fue el primer occidental en llegar a la Ciudad Sagrada de la Meca, prohibida para quienes no profesaran la religión islámica. Una vez más recurrió a su habilidad en el uso del disfraz, tiñó su cuerpo, se practicó la circuncisión y, escudado por su larga barba y su dominio del idioma, se hizo pasar por un peregrino más. Su desenfreno podría haberle costado la vida.

A su regreso publicó Mi peregrinación a la Meca y Medina, sabroso relato de su solitario y camuflado viaje. A Burton lo impulsaba la aventura tanto como la posibilidad de escribir sus crónicas inmediatamente después de cada cruzada. No lo conmovían las regalías de la fama, sino la adrenalina que nacía de sus travesías imposibles. Su sensibilidad por los paisajes nuevos que se abrían a sus ojos quedó plasmada en su exquisita prosa. Burton, protagonista y observador impiadoso de la realidad, delineaba textos reveladores de sitios y costumbres nuevas a tal punto que sus textos parecían verdaderas novelas de aventuras.

La mesura no era precisamente una característica de este viajero incansable, y Africa le proponía nuevos desafíos. Su siguiente búsqueda lo llevó hacia el interior de Somalia hasta llegar a su capital, Harar, prácticamente inexplorada por los europeos. Aquellos que se habían atrevido sólo habían logrado perder su cabeza, literalmente. Sin embargo, nuevamente el disfraz y el idioma lo escudaron y así recorrió la ciudad sagrada de Harar durante días, confundiéndose otra vez con ese paisaje prohibido. Cuando regresaba de Somalia, Burton casi muere de sed en medio del desierto.

En 1854 las regiones desconocidas del Africa volvieron a llamar a su puerta. Acompañado por el teniente John Hanning Speke, otro gran explorador británico, se internó nuevamente en Somalia pero los enfrentamientos con las tribus del lugar casi le cuestan la vida. Burton describió la estremecedora travesía en Mis primeros pasos en el este de Africa. Un año más tarde debió incorporarse al ejército para actuar como espía en la guerra de Crimea.

AFRICA MIA Pero la obsesión de Burton todavía no se había cumplido: el descubrimiento de las fuentes del Nilo. En 1856, la Royal Geographical Society encarga a Burton y a Speke la tarea de encontrar el lugar de origen de uno de los ríos más importantes del planeta, que todavía era un misterio para Occidente. La expedición enfrentó numerosos inconvenientes. Acompañados por más de cien personas y alrededor de treinta animales de carga, sufrió numerosas deserciones y los exploradores fueron víctimas de enfermedades tropicales durante todo el viaje. El sol abrasaba y las noches eran intolerables. A pesar de todo, parten de Zanzíbar y siguen a través de la “ruta de los esclavos” hasta llegar a un gran lago llamado “mar de Ujiji”. En esa región que Heródoto y los geógrafos griegos conocían como “la Tierra de la Luna” no estaban las deseadas fuentes del Nilo, pero sí un paisaje exuberante. “La puesta del sol es en la Tierra de la Luna un espectáculo verdaderamente delicioso –escribía Burton en 1858–. El cielo transparente es de una pureza perfecta, los vapores densos, inmóviles en la región superior de la atmósfera, se revisten de púrpura y oro, y la tinta rosada del sol poniente es reflejada por todos los accidentes del paisaje.”

En el camino, otro lago imposible apareció ante los ojos de los viajeros: el lago Tanganyka, o “lugar de encuentro de las aguas”. El explorador británico admiraba así las primeras imágenes de ese lago apaciblemente recostado en el seno de las montañas. “Lo olvidé todo –confesaba Burton–, absolutamente todo, peligros, fatigas, enfermedades e incertidumbres del regreso.” Abrumado por sus padecimientos, Burton regresa a Zanzíbar mientras que Speke sigue rumbo al norte hasta alcanzar un gran lago al que puso el nombre de Victoria, en honor a la reina de Inglaterra. Allí estaban, al parecer, las verdaderas fuentes del Nilo. Speke envió a Inglaterra una simple frase: “El Nilo está resuelto”. Burton nunca lo perdonó. Más tarde, fiel cronista de sus visiones, Burton realizó una descripción casi cinematográfica del viaje en Las regiones de los lagos del Africa Ecuatorial, guía para futuros exploradores.

LAS MIL Y UNA NOCHESPasado el año 1861, Burton entró en el servicio diplomático británico y fue cónsul en Río de Janeiro, Damasco y Trieste, donde fallece en 1890. Durante su estadía en Brasil recorrió distintos lugares de Paraguay y Chile, siempre con el afán de descubrir nuevas civilizaciones y aprender nuevas lenguas. Pero su indisciplina y fiero intelecto impidieron que recibiera el reconocimiento que merecía en su época. Durante varios años vivió casi recluido hasta que, en 1886, fue nombrado caballero por la corona británica. Recién allí sir Richard Francis Burton comenzó a sacar a la luz su producción literaria que trasponía las fronteras de la sociedad europea.

Mientras llevaba a cabo sus expediciones, Burton no sólo escribía sobre los aspectos geográficos, culturales y sociales de los territorios que exploraba. También llevaba en sus cuadernos detalladas anotaciones sobre las costumbres, tradiciones, filosofía y hábitos sexuales de los pueblos que encontraba a su paso. Los años de reclusión en su casa fueron de una arrasadora actividad literaria: tradujo al inglés, por primera vez, obras eróticas como el Kama-Sutra, El jardín perfumado, Ananga Ranga y Las mil y una noches, que provocarían un cambio profundo en la sociedad victoriana del siglo diecinueve. Encantador de serpientes y maestro en el arte del hipnotismo, también se adentró en el oscuro submundo de la vida cotidiana de Oriente. Rompió los tabúes raciales y sexuales de su tiempo y coqueteó con la poligamia y las ciencias ocultas, mientras luchaba fervientemente contra la esclavitud. Se convirtió en sufí, filosofía que ejerció hasta el momento de su muerte, cuando aparentemente regresó a la fe cristiana. Pionero de esos tiempos lejanos, turista sin fronteras, Burton fue un provocador de su tiempo, un alquimista de la palabra, y un viajero que observó el mundo con los ojos sabios de un cronista.

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