LA RIOJA > LA FIESTA DE LA CHAYA
Del 16 al 19, La Rioja continúa una fiesta secular, que agradecía a la Pachamama las cosechas de maíz.
Cada febrero –entre el 16 y el 19– en los barrios de la ciudad de La Rioja se celebra la fiesta de la chaya, cuyo origen se remonta al tiempo de los indios diaguitas, quienes más o menos para la misma época del año realizaban una celebración pagana en agradecimiento a los dioses por las cosechas. La costumbre se mezcló más tarde con la fiesta de carnaval, que llegó de Europa pero incorporó rasgos de su raíz autóctona como la presencia del pujllay, un diablillo libertino que coincidió con el rey Momo.
La chaya tiene como escenario la calle de los barrios populares de La Rioja y de casi todos los pueblos del interior. La ceremonia central es el topamiento –tomado de las costumbres europeas–, en el que participan las comadres y compadres de cada barrio. Los vecinos decoran las calles con gallardetes, flores, globos, hojas de albahaca y se coloca en algún lugar clave un arco central de vereda a vereda lleno de adornos bajo el cual se realiza el encuentro de los cumpas y las cumas (compadres y comadres que se tienen un afecto muy especial y simbólicamente lo consolidan de esta forma).
Cada “pacota” de chayeros sale desde un determinado punto de reunión –por lo general una casa o una enramada o rancho especialmente construido– y se dividen en dos grupos que caminan detrás de la cuma o el cumpa. Los acompañantes vienen saltando y bailando munidos con puñados de harina y ramilletes de albahaca detrás de la oreja a la espera de la orden del bastonero. Cuando los dos grupos están separados por unos 50 metros, el bastonero repite tres veces el llamado a toparse y las comadres empuñan los tambores cantando la llamada polquita o vidalita de carnaval mientras bailan a los saltos entre gritos de “¡chaya!”. El topamiento se produce bajo el arco donde las cumas y los cumpas se rozan con las frentes y luego son coronados estableciendo así un vínculo cuando se les entrega la guagua o “ahijado real”, un muñeco hecho con masa. Luego toman un vaso de vino y se arrojan almidón y harina. El ruido de tambores y cohetes es ensordecedor, vuelan serpentinas por todos lados, y las coronas de harina, huevo y azúcar les son arrebatadas a los coronados y entre todos se las comen. Por último los invitados se dirigen a la casa de una de las comadres o compadres donde se realiza un baile al son de vidalitas chayeras.
EL DIABLO Además de los topamientos, en todos los barrios de la capital –y en casi todos los pueblos– se realizan comparsas espontáneas a caballo que recorren al galope las calles y se detienen en muchas casas donde los espera una especie de guerra de agua y harina. O sea que el ambiente es muy carnavalesco y se bebe mucho vino con hielo, fernet con cola y cerveza.
Durante la fiesta de la chaya aparece en cada barrio la figura del pujllay, un muñeco de trapo desarticulado y andrajoso que preside la algarabía popular. Y al atardecer de la última noche de la fiesta el muñeco es incinerado en medio de la multitud que baila y canta en un frenesí contagioso.
La chaya es también un ritmo musical que se supone proviene de tiempos precolombinos. Y aparentemente el ritmo existía en las tribus diaguitas ligado a una celebración veraniega en agradecimiento a la Pachamama y al dios Inti o padre sol. Para la ocasión los indígenas se pintarrajeaban unos a los otros con almidón. Los restos algo modificados de aquella fiesta religiosa se pueden encontrar en la celebración actual, donde el pujllay es un evidente paralelo de una historia diaguita que cuenta sobre un príncipe indio llamado así que se enamoró de la bella Chaya. Los amores fueron contrariados por la oposición de los viejos de la tribu, alegando que el joven era impetuoso y bello, pero pícaro y aventurero. Entonces Pujllay, desilusionado, se entregó a las borracheras para ir de pueblo en pueblo buscando a su amada, quien, fruto de la tristeza, había desaparecido convirtiéndose en una nube. Al llegar a cada pueblo, Pujllay sigue emborrachándose y divirtiéndose con quienes celebran las cosechas (o ahora el carnaval). Y cuando su búsqueda pierde sentido se suicida arrojándose al fuego.
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