Los bahianos tienen una facilidad asombrosa para la amistad, y siempre tienen ganas de hablar con cualquier desconocido. Viven a su propio ritmo, sin apuro ni preocupaciones aparentes, y hasta se dice que hay un sistema horario normal y otro bahiano, en el cual los minutos son mucho más largos. Se debe tener en cuenta que la mayoría de los habitantes de esta zona fueron hasta hace muy poco trabajadores de la industria del cacao que cayó a pique como consecuencia de un hongo que arruinó las plantaciones. Sin experiencia de vida urbana previa, los agricultores se convirtieron en albañiles, los pescadores pasaron a timonear barcos turísticos y sus hijos comenzaron a atender a los turistas en hoteles y restaurantes.
Además se dice que en esta zona hay un sistema métrico muy propio, donde da lo mismo decir 200 metros que 2 kilómetros si uno les pregunta por la distancia hasta el hotel. Son bahianos bullangeros por derecho propio, y conversan a los gritos de vereda a vereda. Gozan de un contagioso espíritu festivo, a tal punto que bahianos y extranjeros bailan mañana, tarde y noche, víctimas de un sortilegio de magia negra que los obliga a sacudirse todo el tiempo: los vendedores ambulantes, los mozos, unos jóvenes en el colectivo usando los asientos como tambores..., todos llevan a “deus na cabeça e o diabo na cintura”. La música suena a todo volumen en playas, negocios y puestos callejeros de Porto Seguro, y hasta en la balsa que cruza el río, superponiéndose unas con otras. La gente se saluda por la calle chocando ruidosamente las manos, y por sobre todas las cosas rigen los códigos de la informalidad. Años atrás, un intendente de Porto Seguro desató una polémica en todo Brasil cuando recibió al entonces presidente del país y al de Portugal luciendo una florida “sunga” (malla al estilo slip en brasilero). El tal Joao consideró que su malla tropical era etiqueta suficiente para agasajar a Henrique Cardoso y a Jorge Sampaio, así que actuó en consecuencia, ganando seguramente algunos votos por la exposición a la prensa de su voluminosa panza. El particular político –hoy gerente de un hotel– pasa los días de su vida en “sunga” y ojotas, y a partir de aquel encuentro fue bautizado como Joao da Sunga. Cuando se le pregunta sobre el hecho, se limita a responder con una frase que pinta Porto Seguro a la perfección: “Todu bom, todu bom...”.
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